Tendremos que reconocer algo: los gobernantes gringos son fieles… a sí mismos. Por consiguiente, apegados a una tradición de pensamiento asentada en esas tierras del norte. Para los neoconservadores del Potomac, el pragmatismo sigue siendo pauta de vida. Sí, el hecho de que «sólo lo útil es verdadero» está rigiendo como siempre la política exterior […]
Tendremos que reconocer algo: los gobernantes gringos son fieles… a sí mismos. Por consiguiente, apegados a una tradición de pensamiento asentada en esas tierras del norte. Para los neoconservadores del Potomac, el pragmatismo sigue siendo pauta de vida. Sí, el hecho de que «sólo lo útil es verdadero» está rigiendo como siempre la política exterior de un país cuyos dirigentes no necesitan «ver para creer», como el apóstol Tomás.
Y en este momento lo útil es presentar a Irán a la manera de Estado «islámicamente satánico» -deliciosa paradoja, ¿no?-, por su decisión de proveerse del armamento atómico, de acuerdo con la estimación de la Casa Blanca, renuente a admitir lo contrario aunque Teherán se mantenga enhiesta en su afirmación de que desarrolla la energía nuclear con fines pacíficos.
«¿Cómo podrían ser pacíficos los fines, si esa nación posee las terceras reservas mundiales de petróleo y las segundas de gas?», se interrogan los acusadores en voz alta, sin responderse también a voz en cuello algo evidente -rememorado por la colega española Gema Martín-: «Ante la enorme crisis socioeconómica que padece (en parte derivada de las sanciones estadounidenses), Irán prefiere exportar petróleo que consumirlo, porque le es mucho más rentable. Recurrir a la energía nuclear sin duda aligeraría su enorme necesidad de electricidad y ampliaría su capacidad de exportación».
Pero en cuestiones de pragmatismo los gringos andan en pandilla. Bástenos ojear los grandes medios de comunicación para apreciar cómo se enmascara toda una geopolítica con el manto propicio de la desconfianza benéfica para la humanidad… Porque «si el loco del presidente Ahmadineyad logra hacerse de los cohetes, el mundo estará al borde de la hecatombe», se dice Falsimedia con voz ora tronante, ora quejumbrosa.
Loco, insisten, porque Irán completó, a escala de laboratorio, el ciclo de producción de uranio enriquecido, cuando el Consejo de Seguridad de la ONU, a impulsos se sabe de quién, le había dado 30 días para detener estas actividades. Y claro que no importa que el enriquecimiento se realice con una concentración de 3,6 por ciento, mucho menor que el porcentaje requerido para la fabricación de una bomba (de 96 en adelante). A todo contradictor le son menester juicios con visos de credibilidad para construir sus discursos. Y entre los juicios esgrimidos figura el secreto en que durante un tiempo Irán mantuvo su programa nuclear, como si en ello no pudiera haber pesado, por ejemplo, el recuerdo del bombardeo israelí a una central iraquí a principios de los años 80.
De otro lado, los equilibrados pujan por que, en la algaraza de medios y políticos occidentales, al menos se repare en que, conforme a un reciente anuncio de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), «no se ha observado ningún caso de desvío de actividades hacia usos prohibidos».
«Construyendo» la realidad
Tan desmemoriados como fieles a sí mismos son los gobernantes gringos. Han «olvidado» que desde los tiempos del Sha Mohamed Reza Pahlevi, es decir antes de la revolución islámica de 1979 que lo derrocara heroica y estrepitosamente, los iraníes concebían, ansiaban, la generación de electricidad a partir del enriquecimiento de uranio, algo que no les importaba un comino a los Estados Unidos, al Reino Unido y a Francia, postores en el Consejo de Seguridad -junto con Alemania fuera de ese órgano- de la conculcación del legítimo derecho al desarrollo autóctono en materia de tecnologías de avanzada, según el leal saber y entender de las personas equilibradas de quienes hablábamos.
De esas que, por cierto, reconocen que el régimen de Reza Pahlevi constituía uno de los aliados de Occidente en la zona en el enfrentamiento con el laico y vecino Iraq, en aquellos instantes un obstáculo para la ocupación de los territorios más impregnados de petróleo en el orbe. Y que, caído el monarca, ese mismo Occidente jugó entonces la baza de Iraq, con Saddam Hussein al frente, para arremeter contra el gobierno islámico y revolucionario de Teherán.
¿Juego de azar? Por supuesto que no. Los cruzados la emprenden contra Teherán magnificando asuntos tales como que el gobierno de los ayatolás no ratificó en 2004 el Protocolo Adicional al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) -a diferencia del Tratado, el Protocolo representa «dejación voluntaria» del enriquecimiento -, y pasando por alto otros asuntos, de «poca» monta estos, como el reciente acuerdo de cooperación nuclear entre EE.UU. y la India, potencia atómica desde 1998, sin que haya rubricado el TNP.
Así que, ironiza el sociólogo Emir Sader, USA se arroga la prerrogativa de decidir quién puede tener armas nucleares y quién no. «La India y Paquistán pueden, para que se anulen peligrosamente como líderes regionales. Israel, claro que puede (…) Y, principalmente, los Estados Unidos pueden (…) disponer, solos, de arsenales y reivindican el derecho de castigar preventivamente a quién juzguen que representan peligro para ellos».
De Marte soplan los vientos
Pero no de Marte el planeta, sino del antiguo dios de la guerra. Porque, además de la campaña de propaganda con que la Santa Alianza integrada por gobiernos y medios occidentales sataniza a Irán, creando una sensación de crisis galopante, aviones yanquis ya sobrevuelan el territorio de la nación persa para recopilar información sobre objetivos. Y como si fuera poco, USA ha introducido allí de forma encubierta varios equipos especiales, que tratan de fomentar revueltas internas. Los simulacros de batalla en California y otros sitios, el acopio de provisiones y armas (incluidas bombas antibúnkeres) en una red de bases que rodea completamente a Irán, el haber proporcionado a Israel 106 nuevos cazabombarderos de gran autonomía y, vox populi, más de 500 bombas convencionales de una tonelada, bombas de posible conversión en nucleares, calzan también la previsión de una guerra en la opinión de conocidos observadores.
Pero no todo el mundo está viendo la realidad a través de unos ojos sanguinolentos. O no la quiere cruenta, por simple instinto de conservación. Incluso gente como el tristemente famoso Zbigniew Brzezinski, consejero que fue de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, califica de locura el cacareado «ataque preventivo». ¿Por qué? Pues porque, en primer lugar, «en ausencia de un ataque inminente (y los iraníes se encuentran a varios años, por lo menos, de contar con un arsenal nuclear), el ataque sería un acto de guerra unilateral. Y si se realizara sin una declaración de guerra formal del Congreso, el ataque sería inconstitucional y ameritaría el juicio político del Presidente». Argumento débil, en nuestro criterio, conocida la naturaleza de un país ducho en desafueros imperiales.
En segundo término, «las presumibles reacciones de Irán complicarían las actuales dificultades de EE.UU. en Iraq y Afganistán, precipitarían posiblemente nuevas acciones de violencia por parte de Hizbulá en el Líbano y otros sitios tal vez, y harían casi con seguridad que EE.UU. quedara empantanado en un clima de violencia regional durante una década o más».
En tercero, los precios del petróleo subirían a la estratosfera si los iraníes redujeran su producción o desestabilizaran el flujo desde los pozos sauditas. Argumento digno de ser tenido muy en cuenta. Tan en cuenta como la posibilidad de que los Estados Unidos se conviertan en blanco del «terrorismo» islámico generalizado, en contestación -señalamos nosotros- al terrorismo de Estado.
Sin embargo, en opinión del competente historiador Immanuel Wallerstein, quien igualmente duda de una embestida, la propia subjetividad presente en la toma de decisiones haría temer una guerra que encontraría entre otras «razones» la convicción de que si, a la postre, de todos modos Irán dispondrá del arma nuclear, una agresión pronta resolvería la cuestión. Y hasta el triunfo electoral de los republicanos.
Ahora, el propio Wallerstein figura entre quienes advierten sobre la potencia acumulada por el régimen de los ayatolás en materia militar. La proverbial dislocación y el excelente ocultamiento de las fuerzas se unen a elementos como el misil de largo alcance Fajr-3, y de un proyectil submarino cuya velocidad, 100 metros por segundo, iguala a la del ruso VA-111 Shval, considerado el más raudo del planeta en su categoría…
Y ¿quién quita que esos y otros molestos vientos arenosos se interpongan en el camino de los de Marte el dios? ¿Y que, a fin de cuenta, Washington se abstenga de la guerra? Por puro pragmatismo, para no variar.