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Italia y México: las dos campañas electorales

Fuentes: La Jornada

Hacer una comparación entre la campaña electoral mexicana y la italiana (donde habrá elecciones legislativas el próximo 9 de abril) es muy arriesgado por diferencias entre ambos países. Pero algunas connotaciones comunes nos hacen reflexionar. En México, el actual presidente es un ex funcionario de Coca-Cola; en Italia, el primer ministro es uno de los […]

Hacer una comparación entre la campaña electoral mexicana y la italiana (donde habrá elecciones legislativas el próximo 9 de abril) es muy arriesgado por diferencias entre ambos países. Pero algunas connotaciones comunes nos hacen reflexionar. En México, el actual presidente es un ex funcionario de Coca-Cola; en Italia, el primer ministro es uno de los grandes capitalistas, especialmente en el ámbito de la televisión. En México, el candidato favorito proviene de la izquierda parlamentaria; en Italia, Romano Prodi, líder de centroizquierda, bajo el nombre de Unión comprende hasta la Refundación Comunista. En ambos países, si bien en modo y medidas diferentes, el desencanto o la auténtica desilusión, respecto del sistema político, es creciente: en México ha tomado la forma de «la otra campaña» zapatista; en Italia -a falta de un «catalizador» como el zapatismo-, consiste en una difusa tendencia por parte de los movimientos sociales y de comunidades enteras, para autorganizarse.

El caso más reciente y clamoroso es el de una zona del noroeste de Italia, el Valle de Susa, cerca de la frontera con Francia, que se rebeló contra el proyecto de una línea ferroviaria de alta velocidad -que propone excavar un túnel de más de 50 kilómetros- que destruiría el ambiente y está sostenido tanto por la derecha como por la izquierda. El gobierno, en un intento fallido por desalentar la resistencia, en diciembre pasado mandó mil polizones con el propósito de reforzar la tendencia en su favor. Una señal de este género es también la candidatura para las elecciones regionales en Sicilia -dos meses después de las políticas- de Rita Borsellino, sobrina de un juez asesinado por la mafia y cuya candidatura fue impuesta por la sociedad civil en elecciones primarias y contra la voluntad de los partidos mayores de la Unión. En el corriente año, la elección de Nicho Vendola -comunista, gay y católico- a la presidencia de la Región Puglia se inscribe como un éxito de la movilización de las bases en las elecciones primarias, más allá de concertaciones de mesas políticas.

Fueron muchos Valle de Susa (se calcula que en la región hubo por lo menos 200 conflictos locales de este tipo) que interrumpieron por cierto tiempo el monólogo de la política. Como escribió un agudo analista, Ilvo Diamante, en uno de los diarios de mayor circulación, La Repubblica, la política ha desaparecido de la sociedad y las contiendas electorales se desarrollan sólo sobre grandes manifestaciones que dominan las calles y la televisión. Efecto, esto también, de una ley electoral querida por Berlusconi que asigna a las cúpulas de los partidos todo el poder para escoger a quienes serán electos al Parlamento, mientras que con la anterior ley uninominal los candidatos eran -al menos en teoría- elegidos localmente en colegios muy pequeños.

Pero la herramienta que está a la mano unificando movimientos y comunidades
locales es la prepotencia de un «desarrollo» que invade territorios destruyendo cohesiones sociales y naturales. En su viaje, el delegado Zero (el subcomandante Marcos) ha encontrado campesinos, indígenas, poblaciones locales que se oponen a las megacentrales eólicas, a grandes proyectos como el del istmo de Tehuantepec. En Italia buscan oponerse no sólo a los trenes de alta velocidad, sino también a las centrales eléctricas de carbón o gas, a la privatización del agua y otros bienes y servicios comunes, a nuevas autopistas, a centrales que queman residuos para producir energía, a proyectos faraónicos como el puente sobre el estrecho de Messina (entre Calabria y Sicilia) o el Mose (persianas móviles que deberían proteger a Venecia del mar, transformado la laguna en un estanque).

Contra esta idea de «desarrollo», crecen rápidamente experimentaciones y proyectos que apuntan al respeto por la naturaleza y los lugares, a la idea del «ciclo corto» de la producción y consumo (especialmente de alimentos, para reducir el peso de los transportes), al ahorro energético y la generación basada en fuentes alternativas (casi enteramente independientes y de impacto ecológico cero, en cuanto a recalentamiento en la producción de electricidad), al retorno de los acueductos bajo el control ciudadano, para no hablar de la lucha contra los centros de detención para inmigrantes y en favor de una política diferente de ingresos, por la laicidad de la vida social amenazada por la injerencia del Vaticano.

La lista es muy larga: lo que importa es que se va diseñando otro modelo de economía que requiere la participación ciudadana y el autogobierno municipal. Mientras tanto, encerrados en una bola de cristal, los estamentos políticos compiten entre sí acerca de cómo «hacer repartir el crecimiento» (Italia tuvo durante 2005 un crecimiento del producto interno bruto de 0 por ciento) y sobre la forma en que el sur del país sea la «plataforma logística» del tránsito de los mercados de Asia a Europa (una expresión de Prodi). Las encuestas dicen que la centroizquierda tiene sólida ventaja sobre la derecha de Berlusconi: cuatro o cinco puntos y el hecho de que muchos políticos locales de derecha están emigrando hacia la Unión (fenómeno histórico que en Italia se llama «transformismo») es indicio seguro sobre quien vencerá.

Hay quien teme la desilusión, especialmente en un electorado de izquierda más radical, que podría provocar un aumento en la abstención, pero es poco probable: el gobierno de Berlusconi ha sido tan malo que se votará aunque sea solamente para echarlo. Y esperan que algunas de las peores leyes aprobadas por la derecha sean derogadas: la que hizo más precario el trabajo, una reforma de la educación superliberal, la ley racista contra los inmigrantes, otra sobre las grandes obras que cancela la valoración del impacto ambiental y la voluntad de la comunidad local, etcétera. Pero es probable que, el día después de la elección, un eventual gobierno de Prodi
se encontrará enfrentado no con una derecha destruida por la disputa electoral que privó a Berlusconi del poder de mantenerla unida, sino con una sociedad civil muy conocedora de sí y organizada. Este fenómeno no existía 10 años atrás, cuando Prodi ganó sus primeras elecciones. Ya se organiza. El movimiento del Valle de Susa, desde hace tiempo unido a otros del mismo tipo en el país, está proyectando recibir al nuevo gobierno con una manifestación nacional en Roma, precedida por una marcha a pie de una centena de kilómetros desde el valle y del extremo sur de la península hasta la capital. Caminando para encontrarse con comunidades, ciudadanos, movimientos. ¿No nos debería recordar a algo similar en México?

Pierluigi Sullo es director del semanario Carta

Traducción: Rubén Montedónico