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Japón, amenaza nuclear

Fuentes: Rebelión

La catástrofe que se cierne sobre Japón parece no acabar. Luego del terremoto y el tsunami, han ocurrido explosiones en plantas nucleares, generando un comprensible terror. Los acontecimientos han generado una legítima preocupación alrededor del mundo y los detractores del «uso pacífico» de la energía nuclear ven confirmado su principal argumento: la energía nuclear de […]

La catástrofe que se cierne sobre Japón parece no acabar. Luego del terremoto y el tsunami, han ocurrido explosiones en plantas nucleares, generando un comprensible terror. Los acontecimientos han generado una legítima preocupación alrededor del mundo y los detractores del «uso pacífico» de la energía nuclear ven confirmado su principal argumento: la energía nuclear de uso no militar puede ser tan mortífera como las bombas y misiles.

Una amenaza nuclear es algo mucho más complejo que lo que muestra el «consenso mediático». Las empresas de noticias y los poderes a quienes obedecen nos inducen a ver los peligros en donde quieren que los veamos. Dicen «amenaza nuclear» y pensamos en Irán, aunque no han podido probar que tenga ninguna bomba. Pero a nadie se le ocurre decir que los militares estadounidenses son una amenaza, aunque sean los únicos que la han detonado antes; ni se dice nada de los sionistas israelíes, que serían capaces de lanzársela al mismísimo Ban Ki-Moon, aun si se hace acompañar por el Papa y el Dalái-Lama.

Sin embargo, quiero concentrarme en la desinformación sobre la energía nuclear con fines pacíficos, no porque la idea sea descabellada, sino porque no siempre se dice todo sobre sus efectos indeseables. Lo que acaba de pasar en Japón ilustra muy bien el peligro de unos riesgos que escapan a nuestra capacidad actual de intervención y, precisamente, en una de las potencias mundiales más avanzadas tecnológicamente. Estas centrales nucleares no se encuentran en algún caótico país centroamericano -incapaz de lidiar con unos cuantos barriles llenos de residuos tóxicos-, sino en un Estado en donde la seguridad concerniente a lo nuclear se toma muy en serio. Por si no habíamos reparado en ello, Japón es el país de Hiroshima y Nagasaki y, aunque es posible que se descubran fisuras en su gestión actual de los riesgos nucleares, la cuestión clave se encuentra en otro sitio: dada la magnitud del peligro atómico, los cuidados que podríamos tener serán siempre insuficientes.

En su excitante libro La búsqueda de la lengua perfecta, Umberto Eco ofrece un ejemplo de cómo la realidad de lo nuclear excede en mucho a nuestras capacidades. Eco cita un informe de 1984, el cual concluye que no podemos advertir a las personas del futuro (terrestres o alienígenas) acerca del peligro de los residuos nucleares. ¿Por qué no sirve colocar un simple letrero de advertencia o un cartel con dibujos? La respuesta es sencilla: como muestra la historia de nuestros sistemas de escritura y expresión gráfica, de apenas unos 10,000 años de antigüedad, no hay escritura humana ni dibujito alguno que garantice que pueda ser comprensible varios miles de años en el futuro, y el plutonio seguirá siendo peligroso durante un período que podría comprender entre 250 mil y un millón de años. Esto muestra la magnitud del lío que hemos creado.

Residuos radiactivos aparte, también es cuestionable lo del «uso pacífico», pues la innovación tecnológica supone enormes inversiones que fácilmente son «penetradas» por los tentáculos del Complejo Industrial-Militar. Además, la sombra de la bomba condicionará a todo el que pretenda usar energía nuclear para fines no militares, como lo demuestran las presiones sobre Irán por parte del club nuclear y sus secuaces de la OIEA. La paradoja resultante no tiene nada de gracioso: parece ser que Irán sólo obtendrá energía nuclear «civil» si se apresura y construye «su bomba», pues así el Pentágono y la OTAN se lo pensarán dos veces antes de darle un tratamiento «a lo Irak». La prueba de esto es que no atacan a Corea del Norte, pues su ejército sí tiene la bomba. Es terrible, sin duda, pero hay que decirlo: Si quieres el uranio de la paz, prepárate para el plutonio de la guerra.

La cultura popular japonesa ofrece un claro ejemplo de estas peligrosas conexiones. En la serie anime «Mazinger Z», estaba bastante claro que no habría «japonium» ni energía «fotoatómica» sin un robot gigante e invulnerable que pudiera defenderlos de los ataques del Doctor Hell. A quienes veíamos la serie, en los años setenta, no se nos ocultaba del todo la ironía de una tecnología que supuestamente debía llevar paz y bienestar, pero que, por el contrario, provocaba todo un desfile de bestias infernales que gozaban haciendo polvo, una y otra vez, a la aterrorizada población. Treinta años después, podríamos plantear mejor la cuestión: ¿se justifica obtener beneficios energéticos si debemos soportar daños enormes y peligros inmanejables?

En un episodio de la serie, uno de los esbirros del Doctor Hell (¡disfrazado de manifestante pacifista y antinuclear!) dirige a unos iracundos ciudadanos en contra de Mazinger y el Instituto donde reside, para exigir su destrucción. El argumento era que, sin ellos, ya no habría monstruos que acudieran a ensañarse con la ciudad. No necesito insistir en que se trataba de una idea de poca capacidad persuasiva: para nosotros era evidente que, una vez finalizado el desguace del Mazinger, llegarían de inmediato todos los robots malignos habidos y por haber, y terminarían por destruir al Japón. Se trataba del mismo razonamiento que ha utilizado siempre el Complejo Industrial-Militar para justificar la carrera armamentista: sólo podremos derrotar al enemigo si luchamos contra él con nuestro propio monstruo. ¡Mira por dónde resulta que coincidíamos con la lógica del Pentágono!

¿Podemos obtener energía nuclear sin construir bombas? No lo creo. Al menos en el mundo real es poco probable, e incluso en aquella Tokio de Mazinger Z resultaba imposible. No obstante, supongamos que sí se puede y preguntemos: ¿valen la pena los riesgos de la energía nuclear «pacífica»? La respuesta es un rotundo no, y fuera bueno acompañarla de las imágenes de este Japón devastado y aterrorizado, que ya tuvo suficiente «progreso atómico» que soportar. No le demos más vueltas: de todas las formas de generar energía, la atómica no es limpia, segura, ni sostenible, y mucho menos pacífica. Por consiguiente, las plantas nucleares deben cerrarse y proscribirse totalmente. Y hay que hacerlo de inmediato.

Carlos Molina Velásquez. Académico salvadoreño y columnista del periódico digital ContraPunto.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.