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Kirguizistán: Cambio de régimen

Fuentes: GAIN

La verdad es que los acontecimientos que se han sucedido estos días en Kirguizistán han sorprendido a todos los analistas. Pocos podían predecir que el rumbo que iban a tomar las protestas acabarían en un escenario como el que se nos presenta en estos momentos. A pesar de que la intervención del derrocado presidente Akayev, […]

La verdad es que los acontecimientos que se han sucedido estos días en Kirguizistán han sorprendido a todos los analistas. Pocos podían predecir que el rumbo que iban a tomar las protestas acabarían en un escenario como el que se nos presenta en estos momentos.

A pesar de que la intervención del derrocado presidente Akayev, condenando «el golpe de estado» ha podido añadir mayor incertidumbre a la compleja situación, los datos parecen apuntar a que la oposición se ha hecho con el poder. Y es a partir de aquí donde se suceden las incógnitas.

Los primeros pasos dados por la también sorprendida oposición no han sido capaces de poner fin a la sensación de vacío de poder que se puede extender por el país. Y para entender esta situación, nada mejor que la propia imagen de la denominada oposición, que de momento no es sino la suma de intereses distintos y en ocasiones contrapuestos.

De momento, la oposición tiene sobre la mesa varios retos inminentes. En primer lugar debe dar una sensación de estabilidad, evitando que ese vacío se propague por todo el país y acabe deteriorando gravemente la situación, también debe buscar una figura que aglutine a la mayor parte de los opositores (algo bastante difícil a la vista de las actual competencia por hacerse con el poder). Pero lo más importante es la ausencia de cualquier programa de cambio, ni tan siquiera parece tener la tan anunciada oposición una línea de actuación consensuada y trabajada

Además, esa caracterización tan «personalista» de la oposición puede finalmente convertirse en un verdadero obstáculo de no llegarse a un acuerdo en torno «al reparto del pastel kirguiz». Un rápido repaso a las «figuras opositoras» vemos que no cuentan con la misma base de apoyo. El recién nombrado presidente interino , Bakiev dirige el Movimiento del Pueblo de Kirguizistán y la Consejo Coordinador para la Unidad del Pueblo, que aglutina los grupos regionales que han lanzado parte de la protesta, además proviene del sur del país. Otro sureño es Madumarov, representante del movimiento Atajurt. Dos figuras del norte son Felix Kulov, presidente del partido Arnamys, y Ishenbay Kadyrbekov, de la región de Naryn y con lazos con el Partido Comunista.

A la vista de estas divisiones no extraña tampoco algunos comentarios que llegan desde la propia capital kirguiz, señalando que los altercados que se han venido sucediendo en sus calles no son sino enfrentamientos entre los seguidores de esas figuras, intentando lograr una «mejor colocación de cara a la carrera presidencial».

La mano norteamericana

Lo que ya nadie pone en duda es la intervención «soterrada» de Washington. Desde hace más de un año, y a través de la Agencia norteamericana para el Desarrollo Internacional (USAID), la Casa Blanca ha venido invirtiendo importantes cantidades de dinero para sufragar y crear diferentes ONGs de cara a establecer una red de colaboradores con su estrategia de «cambio de régimen». De esta forma ha ido formando «activistas» y figuras preparadas para desarrollar campañas contra el gobierno kirguiz. Las elecciones municipales del pasado mes de octubre fueron la plataforma de salida para estos grupos.

Junto a ello, y a través de otras fundaciones norteamericanas (Instituto Republicano Internacional, Internews, IFES, Fundación Eurasia…) han invertido personal y dinero en Kirguizistán, al tiempo que han permitido en el pasado, que al menos doscientos jóvenes kirguizes viajase a Kiev «para aprender de los acontecimientos que se han venido desarrollando en ese país». Una de las figuras opositoras, Roza Otunbaeya, ha reconocido públicamente que Estados Unidos les ha venido dando todo su apoyo.

La nueva fotografía de Kirguizistán presenta, además de todo lo señalado, un mero cambio de peones. Los más fervientes defensores de este «cambio» no son otros que las élites económicas desencantadas con la política del anterior presidente, los intelectuales que han ido perdiendo peso en el régimen cada vez más personalista y clánico de Akayev, y toda una tropa de antiguos aliados del derrocado presidente que desean saciar sus ansias de poder. Para ello, además del apoyo de Washington, han contado con parte de una población que también estaba descontenta con los pobres resultados económicos que habían obtenido con el anterior presidente, unido a la histórica rencilla entre el norte (receptor de la mayor parte de los recursos) y el sur (abandonado de las inversiones económicas del gobierno central). No debemos olvidar que el sur cuenta con una importante población uzbeka, altamente organizada, y que históricamente se ha visto desplazada de los ámbitos del poder.

De todo ello no resulta difícil situar estos cambios en la línea de la doctrina de Bush , y un nuevo «cambio de régimen» se ha podido producir, en esta ocasión al estilo de Ucrania, Georgia… y ya hay quien apunta que puede ser el comienzo para desarrollar esta elaborada estrategia en el resto de repúblicas de Asia Central. La política de «cambio de régimen» añade de esta forma otra pieza al puzzle que se diseña desde la Casa Blanca. En ese panorama vemos diferentes formas de actuación, desde la intervención militar en Irak y Afganistán, hasta las «revoluciones coloristas» de Georgia, Ucrania y ahora Kirguizistán. Y en el futuro estas u otras fórmulas se pueden aplicar en Líbano, Irán…