Si bien el gobierno turco y el grupo armado de oposición kurdo PKK estaban muy cerca y muy lejos al mismo tiempo de alcanzar la paz a finales del 2006 (cerca, como consecuencia de la combinación coyuntural del alto el fuego unilateral del PKK en octubre, una relativa situación de estabilidad y un proceso gradual […]
Si bien el gobierno turco y el grupo armado de oposición kurdo PKK estaban muy cerca y muy lejos al mismo tiempo de alcanzar la paz a finales del 2006 (cerca, como consecuencia de la combinación coyuntural del alto el fuego unilateral del PKK en octubre, una relativa situación de estabilidad y un proceso gradual en los últimos años de modificación de reivindicaciones y actitudes; pero lejos, por la enraizada lógica del enfrentamiento), el balance a mediados de 2007 parece aumentar las distancias.
Pese a que la tregua ha seguido formalmente en pie y pese a que no se ha dado marcha atrás en la dinámica de reducción de las incompatibilidades en juego, lo cierto es que en el terreno de las conductas se vive en los últimos meses una alarmante escalada de tensiones, que ha alejado la ventana de oportunidad para una resolución pacífica del conflicto y que ha despertado además el pesimismo de que esta situación de renovada violencia se prolongue en el tiempo o incluso siga aumentando. Una vez más, sin actores que pidan cuentas al gobierno de Turquía sobre su ineficaz estrategia exclusivamente militarista y policial contra el PKK, y a éste, por la ambigüedad de sus llamamientos de alto el fuego y la persistencia de sus ataques, las oportunidades para la paz seguirán pasando y los desafíos y complicaciones seguirán creciendo. Y sin embargo, una vez más, es necesario remarcar que desde una perspectiva temporal que observa el conjunto del ciclo del conflicto y no meramente esta escalada violenta coyuntural, existen bases sólidas que permiten imaginar una salida pacífica del conflicto. De nuevo, falta voluntad política, dentro y fuera de Turquía, para convertir esas bases en el principio del final de la violencia.
Un trimestre de escalada de la violencia
El nivel de intensidad que caracteriza al conflicto iniciado en 1984 entre el Gobierno turco y el grupo armado de oposición kurdo PKK en torno a los ejes de identidad y autogobierno, ha ido evolucionando con los años. Pese al fin del conflicto armado tras la captura del líder kurdo Abdullah Öcalan en 1999, el conflicto de fondo siguió sin resolverse, acompañado de cierto nivel de tensión y enfrentamientos armados de intensidad variable. Es en este contexto en el que la tensión que acompaña al conflicto no resuelto ha escalado de forma alarmante durante el segundo trimestre del 2007, precedida ya en el primer trimestre por cierto recrudecimiento de las hostilidades.
En ese sentido, a lo largo de los últimos meses se ha registrado un incremento en el número e intensidad de los enfrentamientos, saldados con decenas de víctimas mortales en ambas partes y un despliegue masivo del ejército en el sudeste del país, en paralelo al debate político-militar en torno a una posible operación militar turca en el norte de Iraq para destruir las bases del PKK en territorio vecino. Las fuerzas armadas turcas abrieron la caja de pandora el 12 de abril, con una declaración pública reclamando como necesaria esa incursión, llamamiento al que se han apuntado algunos sectores políticos y sociales, y sobre el que han advertido en su contra Iraq, EEUU y la UE. El Gobierno, pese a mostrarse favorable estudiar la operación transfronteriza, la considera como una medida de última instancia y se ha abstenido por el momento de darle luz verde. En su lugar, ha subrayado que su prioridad es combatir al PKK en territorio turco. De momento, el ejército ya ha establecido tres zonas de seguridad provisional en las provincias de Sirnak, Siirt y Hakkari, con restricción de movilidad para los civiles, medida que se prolongará al menos hasta septiembre y que actúa como una zona tapón con la frontera iraquí.
De esta renovada violencia ambos actores han sido parte activa. Y ello pese al alto el fuego unilateral del PKK dictado en octubre del 2006, supuestamente en pie durante todos estos meses, aunque de facto roto por acciones unilaterales del PKK como el ataque a un puesto de gendarmería a comienzos de junio que causó la muerte de siete soldados turcos e hirió a otros siete. Y un alto el fuego, además, ninguneado desde su inicio por Gobierno y ejército, quienes lejos de contemplar la tregua como una oportunidad para la paz, lo han puesto contra las cuerdas a lo largo de estos meses mediante una contundente ofensiva militar. Ante esta coyuntura, de deslegitimación de su alto el fuego y de persecución por parte del ejército, el PKK anunció el 12 de junio que el grupo no llevará a cabo ataques en Turquía excepto en ejercicio de autodefensa, lo que puede ser interpretado como una renovación de la tregua de octubre. De hecho, en su comunicado, señalan que se ha producido un incremento en los ataques del ejército pese a que el alto el fuego de octubre seguía formalmente activo. Además, alegan que los ataques del PKK han sido de carácter defensivo. El comunicado afirma también que si las operaciones militares cesan, las tensiones también cesarán, e instan al Gobierno a frenar los ataques militares para que el proceso electoral de julio pueda celebrarse en un clima de seguridad, al que el grupo armado se compromete.
No obstante, teniendo en cuenta la decidida ofensiva del ejército contra el PKK y el caso omiso prestado por las fuerzas armadas a treguas anteriores, difícilmente el anuncio de un nuevo alto el fuego (o renovación del anterior) modificará a corto plazo el escenario de tensión elevada en el sudeste de Turquía. Más al contrario, ante las perspectivas de continuación de la ofensiva militar y de la autodefinida defensa propia del PKK, es más que probable un escenario en el que la violencia continúe aumentando y encorsetando el conflicto. Es decir, las complicaciones han llegado a lo largo de estos últimos meses y están por llegar.
Oportunidades perdidas, violencia en vano
Son más de dos décadas las que enfrentan al PKK y al Gobierno turco. Y este nuevo trimestre de violencia se añade a una larga historia de decenas de miles de muertos y cientos de miles -incluso algunos millones según fuentes gubernamentales de EEUU- de desplazados. Si bien la violencia virulenta del conflicto armado de los años 90 remitió, el conflicto de fondo, las demandas a las que las armas acompañan, sigue sin resolverse y la violencia, más reducida pero violencia al fin y al cabo, sigue presente. Ni las demandas actuales del PKK de mayores libertades y derechos para la población kurda y de cierto grado de autogobierno, ni las demandas del Gobierno de estabilidad y unidad nacional y territorial, se están logrando por la vía de las armas. Irónicamente, no son demandas excluyentes; al contrario, ambos grupos de reivindicaciones, con posibles matizaciones, podrían ser dos caras de una misma moneda: la de un Estado turco plenamente democrático y plural.
La persistencia en el uso de la violencia, por parte de unos y otros, está actuando como un obstáculo para la paz, puesto que centra la atención en el terreno de las conductas, la acción y reacción, y perpetúa un imaginario de antagonismo que ya no es tal en el terreno de las causas y demandas o supuestas incompatibilidades. Es decir, mientras el conflicto ha evolucionado enormemente en cuanto a reivindicaciones (con la renuncia del PKK hace años a su objetivo de la independencia del Kurdistán y la aceptación de las fronteras del Estado turco, y su énfasis desde entonces en objetivos centrados principalmente en la ampliación de derechos y libertades para la población kurda), el terreno de la acción se ha mantenido guiado por la lógica de la violencia, la violencia en vano.
Por eso, la coyuntura abierta con la tregua unilateral del PKK en octubre pasado, precedida por una hoja de ruta para la paz planteada por el PKK en agosto de ese mismo año en la «Declaración para una Resolución Democrática de la Cuestión Kurda», se presentaba como una oportunidad interesante para romper con la lógica de la violencia y explorar vías de resolución pacífica del conflicto. El Gobierno no quiso o no supo aprovechar esa ventana de oportunidad y el único escenario actual es el de la renovada violencia, con visos de continuar. No es la primera oportunidad pérdida, pero sí una muy significativa, porque la declaración de agosto ofrecía un espacio de acercamiento factible entre las partes. Tampoco sería la última oportunidad, ya que de hecho, el PKK ha renovado su alto el fuego en junio, pero el coste de dejar escapar oportunidades de acercamiento y de búsqueda de la paz pasa factura en términos de víctimas, falta de democratización plena, perpetuación de la imagen del enemigo, gasto militar, y un largo etcétera.
El reto de movilizar voluntades para negociar
Si bien el PKK ha renovado el alto el fuego, lo cierto es que el conflicto parece condenado a un callejón sin salida, a la perpetuación de la violencia. De hecho, parece difícil un cambio de escenario por iniciativa de los propios actores. La transformación de objetivos del PKK y sus llamamientos a la negociación no han tenido respuesta; y el ejército sigue volcado en una partida de suma-cero, convencido de que después de más de veinte años aún puede derrotar al PKK militarmente.
Ya en el año 2000, el académico Dogu Ergil decía en el Journal of Democracy que «después de enviar a dos millones y medio de jóvenes soldados a luchar en su propio país durante los pasados 16 años, no es fácil para un gobierno anunciar de repente no sólo que el enemigo ya no es sospechoso de buscar la secesión sino que además ha estado reclamando inclusión e igualdad. Es duro admitir que muchas leyes -incluyendo la constitución- necesitan ser cambiadas porque son la fuente de tensiones entre el Estado y la sociedad». Seis años después de esta reflexión, la lógica del enemigo continúa prevaleciendo, pese a que existen bases para resolver las tensiones
Por su importancia por el espacio-puente que plantea, conviene una vez más recordar las propuestas contenidas en la declaración de agosto del 2006 de la plataforma KKK creada por el PKK. En ella se proponía: 1) el reconocimiento de la identidad kurda y la garantía constitucional de todas las identidades bajo la identidad principal y común de ciudadanía de Turquía; 2) el desarrollo de la lengua y cultura kurdas, el reconocimiento de la educación en la lengua materna y la concesión de estatus de segunda lengua oficial al kurdo en la región del Kurdistán, junto a la garantía de respeto a otras minorías culturales; 3) el reconocimiento del derecho de pensamiento, creencia y libertad de expresión, la eliminación de todas las desigualdades en la Constitución y en las leyes, empezando por las de género; 4) un proyecto de reconciliación social y sobre esa base la liberación de los presos políticos, incluyendo los dirigentes del PKK, sin obstáculos para su participación en la vida social y política; 5) la retirada de las fuerzas militares del Kurdistán, la abolición del sistema de vigilancia de las ciudades (fuerzas paramilitares en localidades del sudeste) y el desarrollo de proyectos sociales y políticos para el retorno de la población desplazada; 6) y en paralelo a esos pasos, el inicio del desarme gradual y de la participación legal en la vida social democrática según un calendario que establecerían ambas partes. A todo ello se añade la propuesta de una autonomía democrática dentro de las fronteras de Turquía, sin especificar.
El documento continúa teniendo vigencia; pero sin feedback, positivo o negativo, se convierte en un documento vacío. De hecho, el escenario del conflicto PKK-Gobierno turco corre el riesgo de perpetuarse, si acaso no lo está ya, en el ruido de las armas y la ausencia de discusión crítica sobre alternativas a la violencia. Si bien la influencia de los grupos que favorecen la estrategia exclusivamente bélica para combatir al PKK sobrepasa con creces las voces favorables a una salida negociada, éstas han de movilizar capital humano y recursos para ampliar los espacios de dinamización de ideas, promoción de una paz inclusiva y plural y presión social hacia las dos partes en conflicto para forzar un compromiso firme con la resolución pacífica del conflicto. Comprometer al Gobierno turco con la paz, vinculándola a una mayor democratización, debería ser un tema de agenda de la diplomacia internacional, especialmente de aquellos países interesados en una Turquía comprometida con procesos que alegan defender valores como la paz y la democracia, como son la Alianza de Civilizaciones o la propia UE. La profundización y fortalecimiento de la democracia turca y el dividendo de la paz deberían actuar como aliciente y espacio de acercamiento de las partes. Pero para ello, el reto más difícil y más urgente es movilizar la voluntad de negociar o, al menos, de explorar salidas que sirvan de alternativas al impasse militar. Sin esa voluntad, las oportunidades seguirán pasando y las complicaciones continuarán llegando.
* Ana Villellas es investigadora de la Escola de Cultura de Pau (Barcelona, España).