La noticia se manifestó como herida de acero toledano, como hendidura carnal de la más leve -y aleve- de las katanas cubiertas con seda: apenas se sintió. O sea, sí, se reflejó en buena parte de los medios alternativos, pero en contados de los grandes. Incluso muchos de los más socorridos analistas del establishment se […]
La noticia se manifestó como herida de acero toledano, como hendidura carnal de la más leve -y aleve- de las katanas cubiertas con seda: apenas se sintió. O sea, sí, se reflejó en buena parte de los medios alternativos, pero en contados de los grandes. Incluso muchos de los más socorridos analistas del establishment se permiten dudar y, con la callada, dan el anuncio por precipitado.
Claro, siempre hay alguien con voluntad de objetividad. El digital El Correo salta con pértiga sobre cualquier cortapisa, para expresarlo con todas sus letras: «El mundo gira hacia el Este; China ya es la primera potencia económica mundial». Porque justo de eso se trata. De que el gigante ha adelantando a los Estados Unidos en PIB, con un peso (cifras del FMI) de 17.61 billones de dólares, contra 17.4 billones.
Lo que se veía venir. A pesar de la cautela intrínsecamente asiática -los occidentales se emperran en el calificativo de zorro, de taimado- con que el Dragón colocaba en lontananza la posibilidad, como para que no saltara la liebre y evitarse zancadillas, ya resultaba secreto a voces el hecho de que constituía el principal pivote del crecimiento global. Que la eficiencia y la ventaja en los costos de sus productos incluso habían suprimido, o paliado, la presión inflacionaria en EE.UU. y otros países exportadores.
Se olfateaba también en el hecho de que Rusia, dejando a un lado la tradicional prevención ante el «peligro amarillo», firmó un imponente acuerdo de gas. Y qué apuntar sobre la siempre pragmática City (de Londres), por ejemplo, salvada de la bancarrota gracias a haberse convertido en el principal centro extranjero en emisión de bonos de yuanes, con los primeros tres mil millones. En efecto dominó, Beijing ha rubricado una serie de compromisos de cooperación comercial y monetaria con Berlín, Moscú y Roma. Y como si no bastara, los hoy bendecidos «mandarines rojos», como otrora los tildaban con retintín de desprecio, han proclamado que apoyarían el establecimiento de un mercado de su moneda en el financieramente famoso Luxemburgo. Lo cual para más de uno supone corroboración meridiana de que el yuan es el séptimo medio de cambio más utilizado para pagos internacionales, después del dólar estadounidense, el euro, la libra británica, el yen japonés, el dólar canadiense y el australiano.
En nervioso paneo, para refrendar la aseveración, formulada por insurgente.org, de que «China se consolida en Europa, y EE.UU. ya no sabe qué hacer», recordemos que la primera ha llegado a casi un centenar de convenios con Alemania, Rusia e Italia, por más de 53 mil millones de dólares, en sectores tan diversos como los de energía, cooperación industrial, finanzas, ciencia y educación. Que la archicélebre «Ruta de la Seda del Siglo XXI» va viento en popa. Que el principal socio comercial, el Viejo Continente, se reafirma tal, con un intercambio bilateral que sobrepasa el millón de millones de dólares. Que, en fin, Europa se presenta como un vasto bazar de «chinerías»…
Y en la mismísima Unión (Norte)americana la balanza de pagos con el renmimbi, el otro nombre de la «agraciada» divisa, se disparó 327 por ciento. Estados Unidos es el quinto mercado en utilizar ese medio en todo el orbe, después de China continental, Hong Kong, Singapur y Gran Bretaña.
Pero, no obstante la prodigalidad en sus arrancadas de miura enceguecido, furioso, si de algo puede vanagloriarse el Tío Sam es de no peinar un cabello de lerdo. A los mandamases gringos les dispara la alergia el que, según repara Pueblo en Línea, se haya entronizado otra referencia planetaria desde que comenzara la crisis financiera. «Las monedas en Corea del Sur, Indonesia, Malasia, Singapur y Tailandia están más estrechamente conectadas con el yuan chino que con el dólar estadounidense». Por eso Washington simula guerras con el «usurpador», el «advenedizo». Por eso trasmuta a la región Asia-Pacífico en vórtice de su política exterior. Por eso alienta una coloreada «revolución» secesionista en Hong Kong…
Lo más peligroso para el «Destino Manifiesto»: «En realidad, no ha habido ninguna degradación en la economía de China. La desaceleración del crecimiento económico es un efecto lógico de la transformación económica estructural y la mejora de la calidad del crecimiento económico en China. El comercio exterior de China está aumentando constantemente y China mantiene un equilibrio en los pagos internacionales. No hay ninguna base para la depreciación del yuan chino. Por lo tanto, no hay ninguna posibilidad de amortización a largo plazo. China es más que capaz de gestionar su economía y resistir cualquier riesgo. Aunque se enfrenta a numerosas incertidumbres, China mantendrá su economía en auge».
¿Meras palabras? ¿Simples anhelos? Al parecer, muchos de los analistas del establishment temen lo contrario, dada la callada por respuesta. Sí, como si la noticia fuera herida de acero toledano, hendidura carnal de la más leve -y aleve- de las katanas. Ahora, cuidado con el enceguecido, furioso toro de lidia.
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