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La fabricación del mito del terror

Fuentes: The Guardian

Desde el 11 de Septiembre Gran Bretaña ha sido advertida de la ‘inevitabilidad’ de un ataque terrorista catastrófico. ¿Pero se ha exagerado el peligro? Un nuevo documental de TV reivindica que la amenaza percibida es una fantasía inducida políticamente- y al-Qaeda una ilusión oscura. Traducido para Rebelión por Diego de la Cruz Moreno

Desde los ataques contra los Estados Unidos en Septiembre de 2001, ha habido miles de noticias en periódicos nacionales británicos, a una media de casi una por día, referidas a un posible ataque con «bomba sucia». Se han publicado numerosos artículos acerca de cómo tal dispositivo puede utilizar explosivos ordinarios para esparcir la radiación mortal; sobre cómo Londres sería evacuado en el caso de que se produjera tal explosión; sobre la declaración del Ministro de Interior David Blunkett acerca del terrorismo en noviembre de 2002 que desveló específicamente la posibilidad de que una bomba sucia fuera colocada en Gran Bretaña; y sobre las detenciones de varios grupos de personas, la última apenas el mes pasado, alegando que planeaban exactamente eso. Comenzando el próximo miércoles, la BBC2 va a difundir un documental en tres partes que irá más allá de lo que se podría llamar el género de la «bomba sucia». Pero, como su título sugiere, «El Poder de las Pesadillas: El Ascenso de la Política del Miedo», tiene un punto de vista distinto sobre el potencial de dicha arma.

«No creo que mataría a nadie» dice el Dr Theodore Rockwell, una autoridad en radiación, en una entrevista para la serie. «Vd. tendrá dificultades en encontrar un informe serio que diga lo contrario. «El Ministerio de Energía americano -prosigue Rockwell- ha simulado una explosión de la bomba sucia, «y se calcula que el individuo expuesto conseguiría una dosis bastante alta [de la radiación], pero no peligroso para la vida.» E incluso esta amenaza de menor importancia es discutible. La prueba supuso que nadie abandonó el lugar de la explosión durante un año.

Durante los tres años en los que se ha emprendido «la guerra contra el terror», desafíos importantes a sus hipótesis han sido raros. El número real de incidentes y avisos relacionados o atribuidos a la guerra ha dejado poco lugar, aparentemente, para pensamientos opuestos. En este contexto, el tema central del «Poder de las Pesadillas» es arriesgadamente contra-intuitivo y provocativo. Gran parte de la amenaza percibida actualmente como proveniente del terrorismo internacional, la serie argumenta, «es una fantasía que ha sido exagerada y distorsionada por los políticos. Es una ilusión oscura que se ha extendido sin ser cuestionada por gobiernos alrededor del mundo, fuerzas de seguridad, y medios de comunicación internacionales.» La explicación que da la serie para esto es incluso más acusada: «En una época en que todas las grandes ideas han perdido credibilidad, el miedo a un enemigo fantasma es todo lo que le queda a los políticos para mantenerse en el poder.»

Adam Curtis, que escribió y produjo la serie, reconoce la dificultad de decir tales cosas en este momento. «Si explota una bomba, temo que todo el mundo dirá: ‘Estaba Vd completamente equivocado,’ incluso si el incidente no afecta a mi argumento. Esto demuestra el modo en que todos hemos caido en la trampa, el modo incluso en el que yo estoy atrapado por un miedo que es totalmente irracional.»

Tan polémico es el tono de su serie, que los anuncios previos no fueron difundidos el fin de semana pasado debido al asesinato de Kenneth Bigley. En la BBC, Curtis admite abiertamente, hay «ansiedades». Pero también hay entusiasmo por sus programas, en parte gracias a su reputación. Durante los últimos doce años, a través de documentales semejantemente ambiciosos tales como Caja de Pandora, el Grupo de Mayfair y el Siglo del Yo, Curtis se ha establecido quizás como el director más aclamado de programas serios de la televisión en Gran Bretaña. Sus sellos distintivos son la investigación extensa, el uso revelador de material de archivo, entrevistas, y narraciones tranquilas e insistentes preocupadas por las corrientes más profundas e inadvertidas de la historia reciente, narradas por el propio Curtis en tonos que combinan la autoridad tradicional de la BBC con algo más moderno y escéptico: «deseo intentar hacer que la gente vea las cosas que ellos creen que conocen de un nuevo modo.»

El Poder de las Pesadillas intenta darle la vuelta a gran parte de las creencias existentes sobre Osama Bin Laden y al-Qaeda. Esto último, argumenta, no es una red internacional organizada. No tiene miembros o un líder. No tiene «células durmientes». No tiene una estrategia global. De hecho, apenas existe, excepto como una idea sobre la purificación de un mundo corrupto a través de la violencia religiosa.

La evidencia de Curtis para estas aserciones no es fácilmente desdeñable. Él cuenta la historia del Islamismo, o el deseo de establecer el Islam como una estructura política indestructible, como medio siglo de revoluciones fallidas, de breve duración, y terrorismo espectacular pero políticamente ineficaz. Curtis precisa que al-Qaeda ni siquiera tenía un nombre hasta principios de 2001, cuando el gobierno americano decidió perseguir y procesar a Bin Laden en su ausencia y tuvo que hacer uso de leyes anti-Mafia que requerían de la existencia de una organización criminal con nombre propio.

Curtis también cita las propias estadísticas del Ministerio del Interior sobre detenciones y condenas de terroristas sospechosos desde el 11 de Septiembre de 2001. De las 664 personas detenidas hasta el final del mes pasado, solamente 17 se han encontrado culpables. De éstos, la mayoría eran militantes republicanos irlandeses, Sikhs o miembros de otros grupos sin conexión con el terrorismo Islamista. Nadie ha sido condenado que se haya demostrado ser un miembro de al-Qaeda.

De hecho, Curtis no es el único en hacerse preguntas sobre todo esto. Silenciosamente pero cada vez más a menudo, otros observadores de la guerra contra el terror han mostrado dudas similares. «El ambicioso concepto de la guerra no ha tenido éxito,» dice Jonathan Eyal, director del think-tank militar británico Royal United Services Institute. «En términos exclusivamente militares, ha sido una guerra poco concluyente… una operación bastante improvisada. Al-Qaeda realizó el ataque más espectacular, pero también claramente se está sosteniendo a propósito por el modo en que arrogantemente ponemos el nombre Al-Qaeda en Iraq, Indonesia, Filipinas. Hay una larga tradición que dice que si se desvían todos los recursos a una amenaza, entonces se está exagerando la misma.»

Bill Durodie, director del centro internacional para el análisis de seguridad en el King’s College de Londres, dice: «La realidad [ de la amenaza de Al-Qaeda para el oeste ] ha sido esencialmente un caso excepcional. Sólo ha habido un incidente en el mundo desarrollado desde el 11/9 [ los atentados de Madrid ]. No hay evidencia verdadera de que todos estos grupos estén conectados.» Crispin Black, un analista principal de la inteligencia del gobierno hasta 2002, es más cauteloso pero admite que la amenaza terrorista presentada por los políticos y los medios es «anticuada y demasiado unidimensional. Pensamos que hay una distancia entre la ambición de los terroristas y su capacidad de llevarla a cabo.»

El terrorismo, por definición, depende de un elemento de arrogancia o farol. Con todo, desde que los terroristas en el sentido moderno del término (el término terrorismo fue acuñado realmente para describir la estrategia de un gobierno, el régimen revolucionario francés autoritario de la década de 1790) comenzaran a asesinar políticos y después a miembros del público durante el siglo XIX, los estados han reaccionado normalmente con exageración. Adam Roberts, profesor de relaciones internacionales en Oxford, dice que los gobiernos creen a menudo que la lucha anti-terrorista «es de significación cósmica absoluta», y que por lo tanto «vale todo» cuando se trata de ganar dicha lucha. La historiadora Linda Colley añade: «Los estados y sus gobernantes esperan monopolizar la violencia, y por ello reaccionan de forma tan virulenta ante el terrorismo.»

Gran Bretaña puede también ser particularmente sensible a infiltrados extranjeros, a quinta-columnistas y amenazas relacionadas. Apesar de, o quizás debido a ello, la ausencia de una invasión real durante muchos siglos, la historia británica está marcada por frecuentes ataques de pánico sobre la llegada de grupos invasores españoles, agitadores revolucionarios franceses, anarquistas, bolcheviques y terroristas irlandeses. «Esta clase de miedos raramente sucede sin una causa detrás,» dice Colley. «Pero los políticos crean la mayoría de ellos.»

No son los únicos que encuentran oportunidades. «Casi nadie cuestiona ese mito sobre al-Qaeda porque mucha gente tiene interés en mantenerlo vivo,» dice Curtis. Él cita la relación sospechosamente circular entre las fuerzas de seguridad y muchos de los medios de comunicación desde septiembre de 2001: el modo en que los informes oficiales sobre terrorismo, a menudo sin verificar o imposibles de verificar por los periodistas, se han convertido en historias dramáticas de la prensa que – en una nerviosa democracia guiada por la prensa – han incitado a otros informes y a fomentar historias. Pocos de estos avisos siniestros son rectificados si resultan ser infundados: «No hay comprobación de hechos con al-Qaeda.»

De algún modo, Curtis mismo es consecuencia de la industria de al-Qaeda. El Poder de las Pesadillas comenzó como una investigación sobre otra cosa, el ascenso del conservadurismo americano moderno. Curtis estaba interesado en Leo Strauss, filósofo político de la universidad de Chicago en los años 50 que rechazó el liberalismo de América de la posguerra como amoral y que pensó que el país podría ser rescatado gracias a una recuperada creencia en el papel único de América para luchar contra el mal en el mundo. La certeza de Strauss y su énfasis en el uso de grandes mitos como una forma más elevada de propaganda política creó un grupo de discípulos influyentes tales como Paul Wolfowitz, ahora Secretario Adjunto de Defensa de los EEUU. Llegaron a cobrar relevancia hablando sobre la amenaza rusa durante la guerra fría y han aplicado una estrategia similar en la guerra contra el terror.

Mientras Curtis hizo el seguimiento del ascenso de los seguidores de Strauss, llegó a una conclusión que formaría la base para realizar el Poder de las Pesadillas. El conservadurismo Straussiano tenía una cantidad previamente insospechada de elementos comunes con el Islamismo: desde los mismos orígenes en los 50s, hasta una creencia formativa que el liberalismo era el enemigo, a un período real de colaboración Islamista-Straussiano contra la unión soviética durante la guerra en Afganistán en los 80 (ambos movimientos han demostrado ser expertos en encontrar a nuevos enemigos para seguir adelante). Aunque tanto Islamistas como Straussianos se habían alejado desde entonces, como los ataques contra América en 2001 han demostrado gráficamente, ellos están de otro modo, Curtis concluye, todavía colaborando: tratando de sostener la «fantasía» de la guerra contra el terror.

Algunos pueden encontrar todo el esto difícil de digerir. Pero Curtis insiste, «De ningún modo estoy intentando ser polémico por el mero hecho de serlo.» Ni tampoco trata de ser un anti-conservador polémico como Michael Moore: «el propósito [de Moore] es abiertamente político. Mi esperanza es que nadie podrá decir cuáles son mis orientaciones políticas.» Para las ideas chocantes, sacudidas visuales y bromas siniestras de sus programas, Curtis describe sus intenciones en términos sobrios y cívicos. «Si se vuelve la mirada a la historia y se profundiza en ella, el mito queda a un lado. Se puede ver que éstos no están aterrorizando a nuevos monstruos. Están arrastrando el veneno del miedo.»

Pero sea cual sea la acogida de la serie, este miedo puede merodearnos por algún tiempo. Llevó al Gobierno británico décadas desmontar las leyes draconianas que se aprobaron contra infiltrados revolucionarios franceses; la guerra fría se sostuvo durante casi medio siglo sin que Rusia invadiera el oeste, o sin que se hayara evidencia concluyente de que lo intentaría. «Se han abierto los archivos,» dice el historiador de la Guerra Fría David Caute, «pero en ellos no hay evidencia que lo soporte.» Y el peligro de los terroristas Islamistas, sea cual sea su alcance, es concreto. Un observador escéptico de la guerra contra el terror en los servicios de seguridad británicos dice: «Todo lo que se necesita es una gran bomba cada 18 meses para seguir adelante.»

La guerra contra el terror está ya asentada en la cultura política occidental. «Después de un debate de 300 años entre la libertad individual y la protección de la sociedad, la protección de la sociedad parece ser la única prioridad,» dice Eyal. Black coincide: «Nos estamos acercando probablemente a un punto en el Reino Unido en donde la seguridad nacional se convierte en la principal cuestión electoral.»

Algunos críticos de esta situación ven nuestra excesiva susceptibilidad durante los 90s a otras ansiedades – el microbio del milenio, la vacuna MMR, los alimentos modificados genéticamente – como una especie de ensayo para la guerra contra el terror. La prensa se acostumbró a publicar historias de miedo y a no retractarse; los políticos se acostumbraron a responder a las supuestas amenazas en lufgar de cuestionarlas; el público se acostumbró a la idea de que una especie de apocalipsis podía llegar al doblar la esquina. «La inseguridad es el concepto clave dominante en este momento,» dice Durodie. «Los políticos se muestran a si mismos como gestores del riesgo. Hay también desde abajo una demanda de protección.» La razón real detrás de esta inseguridad, él aduce, es el desplome de la confianza en los sistemas políticos y las estructuras sociales del siglo XX: han dejado a la gente «desconectada» y «atemorizada».

Aun así la noción de que la «política de la seguridad» es el instrumento perfecto para políticos ambiciosos desde Blunkett a Wolfowitz también tiene sus debilidades. Los temores del público, en Gran Bretaña al menos, son absolutamente erráticos: cuando Mori en sus encuestas de opinión preguntó a la gente cúal creían ellos que era el asunto político de mayor importancia, las cifras referidas a «defensa y asuntos exteriores» saltaron de un 2% hasta el 60% después de los ataques de septiembre de 2001, a pesar de ello en enero de 2002 casi habían caído ya a su nivel anterior. Y después están los riesgos opuestos de los que los políticos del terror advierten que pueden o no materializarse de una forma siempre brutal, y en ambos casos se culpará a los políticos. «Ésta es una plataforma muy raquítica desde la cual construir una carrera política,» dice Eyal. Él ve la guerra contra el terror como improvisación apresurada más que como una gran estrategia Straussiana: «En las democracia s, para estimular al público a favor de la guerra, tienes que mostrar al enemigo más grande, más repulsivo y más amenazador de lo que es.»

Luego, miro en una página web de un grupo de presión americano bien-conectado sobre política exterior llamado el Comité Sobre el Peligro Actual. El comité actúa dentro del esquema del Poder de las Pesadillas como un vehículo de propaganda alarmista Straussiana durante la guerra fría. Después del derrumbamiento soviético, como explica la web, «la misión del comité se consideraba finalizada.» Pero entonces la web continúa diciendo: «Hoy los Islamistas amenazan la seguridad de los americanos. Como en la guerra fría, asegurar nuestra libertad es una lucha a largo plazo. El camino hacia la victoria comienza… «

El Poder de las Pesadillas comenzó en la BBC2 a las 9pm el miércoles 20 de octubre de 2004.

Artículo original:

http://www.guardian.co.uk/terrorism/story/0,12780,1327904,00.html