Traducido por Caty R.
Podemos preguntarnos sobre el deporte de distintas maneras, pero aquí limitaré mi observación a la instrumentalización del deporte, es decir, del deporte desviado de su supuesta finalidad y, más concretamente, a la gran hipocresía de los Juegos de Pekín.
Podemos preguntarnos sobre el deporte de distintas maneras. El deporte se puede ver como una auténtica cultura popular, en relación con la salud, bajo el aspecto del juego o la competición. Podemos considerarlo, según la Carta Internacional del Deporte, como un instrumento para reforzar las acciones formativas y promover los valores humanos fundamentales que sirven de base al pleno desarrollo de los pueblos. Se puede decir también, como señala la Carta, que los objetivos del deporte deben estar dirigidos a fomentar el acercamiento entre los pueblos y los individuos, la rivalidad desinteresada, la solidaridad y la fraternidad, el respeto y la comprensión mutuos, y el reconocimiento de la integridad y la dignidad de los seres humanos. Se puede considerar también que impulsa al hombre a volver a ser un niño. Esta última formulación, en realidad, desvirtúa los fundamentos humanistas del deporte acreditándolo (o más bien desacreditándolo) como un instrumento de alienación capitalista. En resumen, se puede abordar el deporte (o los deportes) de diferentes maneras.
Fuera de las propuestas señaladas, limitaré mi observación a la instrumentalizción del deporte, es decir, el deporte desviado de su supuesta finalidad y, más concretamente, a la gran hipocresía de los Juegos de Pekín.
Un poco de historia
En diciembre de 1999 en su sesión nº 110, el Comité Olímpico Internacional (COI) adoptó el nuevo procedimiento para la elección de la ciudad anfitriona de los Juegos de la vigésima novena Olimpiada de 2008, y en la sesión nº 112 del COI en Moscú, el 13 de julio de 2001, 119 delegados de los Comités olímpicos nacionales designaron a Pekín como la ciudad que acogerá la vigésima novena Olimpiada (los delegados de los países de las ciudades candidatas no estaban autorizados a votar). Recordemos que Pekín ganó por 56 votos, en la segunda vuelta, frente a los 22 de Toronto y los 18 de París.
Entre esas dos fechas, los responsables de marketing de los principales patrocinadores deportivos así como los distintos representantes de los Estados que presentaban candidaturas y los Comités olímpicos nacionales defendieron intereses comerciales y políticos que, en general, no tenían nada que ver de cerca con el deporte.
Las ciudades candidatas siempre son representantes de países desarrollados industrialmente que disponen de medios económicos. Para 2008, además de las tres ciudades citadas, estaban Estambul y Osaka.
Por otra parte, para conseguir la designación bastaba con controlar a ciertos personajes claves del COI y pagar algunos «sobornos», de mano a mano, a los representantes de países pequeños o pobres. Las prácticas del colonialismo persisten casi descaradamente. Actualmente, que las ONG y la prensa de investigación tienen más medios para descubrirlas, hace falta tomar algunas precauciones para dar a la opinión pública internacional una apariencia de igualdad y democracia. El lobbiying olímpico ha sustituido la compraventa de regalos suntuosos, a las prostitutas o los pagos por cheque.
El método consiste en ofrecer a los pequeños Comités olímpicos nacionales ayudas para construir estadios, ayuda médica, o incluso anular una parte de las deudas de tal o cual país. A menudo las ayudas son más espectaculares que rentables para las poblaciones de los países en cuestión.
Para una ciudad tiene un impacto enorme organizar los Juegos Olímpicos. Hay objetivos económicos muy importantes, debido a la construcción de nuevas infraestructuras, que permiten que vivan miles de empresas. Con una audiencia acumulada de 40.000 millones de telespectadores, la ciudad organizadora de los Juegos Olímpicos se beneficia de una imagen planetaria y es, en primer lugar, una batalla de imágenes, información e influencias.
Para 2008 Francia creó una comisión que se denominó «París 2008», presidida por Claude Bébéar, encargada de llevar la antorcha olímpica a París. En relación con este asunto Bébéar fue arrestado por un delito bancario cuando estaba a punto de viajar a Mombasa, Kenia, con la intención de reunirse con los Comités olímpicos nacionales africanos.
Durante ese tiempo, China no se quedó cruzada de brazos. Tenía en la propia Francia un hincha para su elección, André Guelfi, alias «Dédé la sardine», amigo de Horst Dassler, difunto presidente de Adidas, y de Juan Antonio Samaranch, el presidente del COI en ese momento. André Guelfi conocía bien África, como se demostró en el «affaire ELF». Guelfi declaró que estaba en contra de Francia porque en aquel asunto de petróleo y sobornos, según él, Francia no le defendió. Era el momento de su venganza. Si creemos diversas informaciones, entre ellas su declaración a Canal+ (1), André Guelfi se entrevistó con dirigentes chinos y después convenció a una veintena de representantes de los Comités olímpicos africanos para que votasen por China en la sesión del 13 de julio de 2001 en Moscú, que designó definitivamente la ciudad olímpica de 2008. Si es verdad, podemos preguntarnos ¿A qué precio hizo André Guelfi todo eso? ¿Qué promesas hizo o qué acordó con los africanos?
Pero China tenía más cartas para jugar, las sociedades habían puesto sus intereses en que, gracias a los Juegos Olímpicos, se suavizasen las normas económicas en China para introducir mejor un mercado en expansión. Pekín tenía ventaja sobre las demás ciudades. Pekín «era» (según Nueva China) 1.300 millones de consumidores potenciales, 19 instalaciones deportivas a construir totalmente y 13 a renovar de las 32 previstas, 23.000 millones de dólares para modernizar la capital china, 480 millones de dólares para la construcción de la villa olímpica, era…
«Era» cifras para los economistas que dejaban muy lejos, en último plano, la contaminación, la tasa de humedad, el calor o las lluvias, elementos que pueden modificar los resultados deportivos. Los derechos humanos, sin embargo inscritos en la Carta olímpica (véase más arriba), sólo eran gotitas en un cielo sereno. En cuanto a la pena de muerte, China es campeona del mundo muy por delante de Estados Unidos y algunos otros países. Esta reminiscencia de los bárbaros tiempos del Homo, que realmente no se ha convertido en sapiens, no planteó ningún problema en el momento de decidir la sede de los Juegos. Es en un estado, el estado de los trabajadores de Pekín, donde a veces se dictan las condenas a muerte. El dinero no tiene olor.
El dinero no tiene olor, incluido en China donde Yao Ming, un jugador de baloncesto chino que no trabaja en China, sino en Estados Unidos, con contratos con Reebok, Disney y McDonald, fue designado en 2005 como trabajador modelo, en la tradición de la China pretendidamente comunista (2). Yao Ming es un inmenso corpachón de 2,25 metros de jugador de baloncesto que, de alguna manera, tiende un puente entre el antiguo régimen y el nuevo.
Entonces, ¿por qué este estallido mediático actual contra China?
¿Quizá las razones mencionadas más arriba, las expulsiones de los habitantes de los lugares donde se construyen las instalaciones olímpicas, las indemnizaciones que debían recibir y no han recibido, son las causas de este desenfreno? Parece que no.
Sin duda hay que ver una guerra larvada entre imperialismos. Por una parte el imperialismo estadounidense, aliado con la Unión Europea, y por otro lado el imperialismo chino que se va estableciendo.
Se está librando una batalla sin cuartel por el acceso a las fuentes de energía, especialmente las petroleras.
En África, China se ha dotado de los medios para lograr sus objetivos. El Imperio del Medio tiene todo planeado. En algunos años ha adoptado un eficaz sistema dirigido a establecer asociaciones con las empresas petroleras públicas de África. Las compañías petroleras chinas gozan de un apoyo innegable de su gobierno para la distribución de cantidades masivas de dinero y la firma de acuerdos. Pekín puede por lo tanto permitirse estar presente en el conjunto de la cadena de valor petrolera: obtención de derechos de prospección, financiación de construcciones de refinerías y oleoductos, extracción del petróleo. Este desarrollo propiciado por China es una sorpresa para los africanos y representa una alternativa interesante a las sociedades petroleras de los países occidentales. Actualmente China extrae más del 25% del petróleo de África, del que la mayoría procede del Golfo de Guinea (Angola, Nigeria, Congo Brazzaville, Gabón) y Sudán, hasta ahora coto vedado de las multinacionales estadounidenses y europeas.
Hoy la diplomacia estadounidense comienza a irritarse por los resultados económicos de China en África y la situación en Chad es una de las consecuencias de la guerra larvada entre China y los occidentales.
Zbigniew Brzezinski, ex consejero del presidente Carter para las relaciones internacionales, define en «el Gran Tablero» (3) lo que debe ser la política estadounidense en la escena mundial con un realismo que sólo se libra de ser cínico por la franqueza con la que se reconoce. Presenta su visión en la que domina un Estados Unidos arrogante, comparable a Roma. Es obvio que el lugar que va ocupando China en el escenario internacional es un freno para esa arrogancia. De ahí la tentación de desprestigiar a China ante la opinión pública para que se acepten mejor los palos que le están propinando. Eventualmente, crear posibles escisiones que la debiliten. La táctica tuvo éxito en pleno centro de Europa (Balcanes), ¿por qué no en Asia? Aunque algunos tibetanos y chinos tengan que servir de carne de cañón.
De momento el pretexto es el Tíbet. El Congreso estadounidense, Condoleezza Rice, Sarkozy y Merkel han desencadenado una ola de homenajes al Dalai Lama y a los monjes tibetanos. Estas políticas que utilizan el Tíbet y los derechos humanos seguramente esperan, de esta forma, restringir la agresividad económica de China en África. Se trata, por parte del Congreso de Estados Unidos y Condoleezza Rice, de utilizar el concepto de los derechos humanos contra China, mientras ellos los pisotean por todas partes en el planeta, incluso en su propio país, prueba evidente de un imperialismo que se cree con derecho a todo.
En cuanto a la religión en el Tíbet, como en cualquier otra parte, se trata de la libertad creer o no creer en una voluntad divina que participa del pensamiento humano; y sin embargo el Dalai Lama y los monjes tibetanos son los campeones de la democracia «en versión feudal». Heinrich Harrer, un ex jugador olímpico austríaco que participó en los juegos de 1936, se hizo amigo del joven Dalai Lama y escribió un libro (4) en el que, un poco a regañadientes, termina por reconocer que: «La supremacía de la orden monástica en el Tíbet es absoluta y sólo puede compararse a una dictadura». Comparar al Dalai Lama (hay que recordar que en el Tíbet, bajo el reinado de este individuo, persistía la esclavitud, que fue suprimida en 1959 por China, y que un 95% de la población era analfabeta) con Mandela, Gandhi o Martin Luther King es una insolencia. Cuando vemos que este despliegue de homenajes encontró un refuerzo caricaturesco en algunos sectores que se proclaman «altermundistas», 50 ó 100% anticapitalistas, nos parece estar viviendo una pesadilla.
Lo que está demostrado es que a una señal de los exiliados, especialmente en la India, las manifestaciones de los monjes budistas degeneraron en violencias raciales y de carácter religioso contra los comerciantes chinos, mayoritariamente musulmanes. Cuando intervinieron las fuerzas del orden fueron los tibetanos, a su vez, quienes sufrieron una ola de detenciones arbitrarias. Además, como las autoridades chinas filtran la información, es difícil saber más. El resto es un sistema de propaganda que consagra la «libertad» de los intereses de los propietarios de los medios de información.
Los problemas reales de las minorías sólo pueden solucionarse con los instrumentos de la democracia. La burocracia dirigente que se arroga el monopolio del poder en China para mantener mejor sus privilegios no es la más adecuada para favorecer el ejercicio de dicha democracia, pero considerar que el futuro está en el estallido de China, como ayer en el estallido de Yugoslavia o mañana de los demás países europeos, con la Unión Europea y sus grandes regiones, es llegar a la conclusión de que no hay futuro para los pueblos.
Lo que sabemos hoy de Pekín y las autoridades chinas, lo sabíamos ayer. Entonces, ¿por qué los que se manifiestan hoy con tanta acritud no se manifestaron contra el COI y contra todos los mercaderes que deseaban que Pekín fuese elegida? ¡Cuánta hipocresía!
La reunión informal de los ministros de Asuntos Exteriores europeos en Eslovenia, el 28 y 29 de marzo de 2008, reconoció que el Tíbet forma parte de China y que se debe respetar la integridad territorial china. Sin lugar a duda las ONG bajo control (5), las más virulentas, con su ética selectiva, apoyarán lo contrario. La diferencia sólo es aparente. Se reparten los papeles de una misma obra. No es cara o cruz, es cara y cruz.
El deporte en todo este asunto no es más que un pretexto. Un golpe para dividir a los pueblos, un golpe para enriquecer a las multinacionales y a sus accionistas. La prueba es el boicot a los juegos. Se boicotearía la ceremonia de apertura, pero no los propios juegos. Hay que nadar y guardar la ropa. Se hace bastante para dividir a los pueblos pero no tanto porque hay que recolectar el dineral que prometen las competiciones. Tengamos en cuenta que sería injusto boicotear los Juegos si consideramos que los deportistas se han preparado durante 4 años, o incluso más, para, más allá de una contribución personal, participar en lo que consideran (¿con razón o sin ella?) una gran fiesta de la humanidad, y si se considera también que el pueblo chino, ciertamente, tiene más que ganar que perder con una posible apertura que se le ha negado durante mucho tiempo.
No obstante permanece la interrogación sobre el futuro de los Juegos, sobre su gigantismo, su utilización abusiva, lo que cuesta o lo que aporta a los pueblos. Todo eso merecería un análisis profundo.
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(1) Domingo 9 de septiembre de 2001 en Vrai Journal de Karl Zéro.
(2) Sport et Vie n° 94, enero/febrero de 2006
(3) Le Grand échiquier – l’Amérique et le reste du monde, de Zbigniew Brzezinski, Hachette ediciones, colection Pluriel, aparecido en 1997, pero sigue de actualidad.
(4) 7 Ans d’aventures au Tibet, de Heinrich Harrer, ediciones Arthaud, 1953; Jean Jacques Annaud, en 1997 en Estados Unidos, realizó una película (Seven Years in Tíbet) basada en el libro, con la interpretación estelar de Brad Pitt, que contribuyó a la construcción del mito hollywoodiense del Dalai Lama.
(5) La face cachée de reporters sans frontières, de Maxime Vivas, ed. Adén, 2008. Por otra parte, afortunadamente, todas las ONG no están bajo control.
Original en francés: http://www.oulala.net/Portail/article.php3?id_article=3394
S. Portejoie nació en 1949 en Charente-Maritime. Autodidacta, pensionista del servicio de Correos, sindicalista (CGT) y militante en diversas asociaciones. Divide su tiempo entre París, la Región Parisiense y Charente-Maritime.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.