Es habitual en China dejarse llevar por las apariencias. Pero en pocos lugares como en China engañan tanto las apariencias. Bien sé que los comunistas no están en la clandestinidad en este país. Al menos formalmente, su número se eleva a casi 71 millones de militantes y ejercen todos los poderes imaginables en condiciones de […]
Es habitual en China dejarse llevar por las apariencias. Pero en pocos lugares como en China engañan tanto las apariencias. Bien sé que los comunistas no están en la clandestinidad en este país. Al menos formalmente, su número se eleva a casi 71 millones de militantes y ejercen todos los poderes imaginables en condiciones de claro monopolio político. Pero, ¿tienen los comunistas chinos un pensamiento clandestino? o, dicho de otra forma, ¿han clandestinizado su ideología en aras de favorecer el desarrollo del país, la han dejado a un lado o simplemente la han abandonado? Y si después de todo, esa larga, milenaria, trayectoria de educación en la necesidad de ocultar y disimular los propios sentimientos resultara un aprendizaje perfecto para seguir siendo ahora comunistas camuflados en devotos activistas del mercado en virtud de una inversión coyuntural de las prioridades?, cuales son, de verdad, sus ideales? todo se resume, a titulo individual, en la búsqueda de la seguridad, la riqueza y una ambición que no puede ejercitarse al margen de la burocracia partidaria, o hay algo más? cual es el nivel de sinceridad que podemos aguardar?
El habitual hermetismo de sus reuniones, el casi secreto que connota muchas de sus actuaciones, las dificultades tradicionales para obtener alguna documentación elemental, la obsesión por el control de todo tipo de información, la persistencia del ritual al uso o de un clarísimo y acentuado control de las organizaciones de masas, alimentan la especulación. Si a ello unimos la tan reiterada estrategia de Deng de acumular las fuerzas de la nación «sin encabezar la ola ni llevar la bandera», la idea de que «en China nada se puede hacer de golpe» o, incluso, si convenimos que aún se pueden advertir en su política sentimientos y prácticas antiimperialistas, cierto que muy matizadas por los intereses nacionales, que le llevan a expresar una relativa pero clara sintonía, por ejemplo, con los nuevos gobiernos de izquierda de América Latina, podría quedar algo de ideario socializante en su pragmatismo?, o uno y otro son simplemente antagónicos?, sigue siendo el marxismo la base del adoctrinamiento recibido por sus cuadros y militantes?, no sería aún su ideología inicial el mayor caudal de reserva moral que justificaría no solo la defensa de cierta ética y el permanente combate a la corrupción sino el salvoconducto que en situaciones de crisis podría incluso permitirse el lujo de salir a flote como ocurrió en 1989?, y no será aquella reserva ideológico-moral la mejor expresión aquí del imborrable sentido de la autosuficiencia (soberanía, si queremos) que aún condiciona la estrategia china pero también su aspiración a conformar un modelo socio-político diferente al occidental que por el momento repara prioritariamente en la singularidad civilizatoria?
Hace unos días, Hu Jintao se dirigió a los intelectuales y artistas para reclamarles, una vez más, su compromiso con las clases populares, acompañando el estudio del marxismo y su desarrollo. Los intelectuales son como pelos en la piel, dijo Mao en su tiempo, para significar la importancia de mantener su adherencia al Partido. En las conferencias sobre trabajo ideológico, esa invitación está siempre presente, aderezada con el estudio de las obras de Mao, Deng, Jiang Zemin, inclusive, el «autor de moda». El departamento internacional del PCCh presta ahora más atención a las relaciones con otros partidos comunistas y formaciones de izquierda del mundo entero y sus posicionamientos tienen más reflejo en los medios chinos que en los de sus propios países de origen (caso de España, sin ir más lejos). Numerosos departamentos estatales han puesto en marcha intensos programas de formación para los más jóvenes que incluyen todo tipo de instrucción, profesional, política y disciplinaria. Pero ¿cuánto hay de retórica vacía y cuanto de contenido real en esas proclamas?, ¿realmente puede creerse que el proyecto del PCCh sigue siendo aún hoy día la construcción del socialismo aunque sea para dentro de un siglo?, o simplemente Deng Xiaoping ha sido un golpista inteligente que ha confirmado la advertencia histórica de Stalin cuando aseguraba que los comunistas chinos eran como los rábanos: rojos por fuera, pero blancos por dentro? La idea de jerarquía, de mandarinato y un muy diferente sentido de lo que es la concepción estratégica, variables que tanto impregnan el pensamiento chino, podrían hacernos meditar mucho acerca de lo que puede y no constituir una simple simulación.
Realmente, los comunistas chinos, ¿han dejado de serlo o han dejado de manifestarlo ante nosotros por temor a la reacción adversa que pudieran generar?, se imaginan a un miembro tradicional del Partido negociando con capitalistas extranjeros?, como reaccionarían si comparece a su encuentro con una escarapela con la hoz y el martillo, llamándole camarada o levantando el puño?, y que enormes garantías (además de estabilidad política, reglas más o menos escritas pero bastante claras y mano de obra barata) pueden haber recibido estos para no temer el comunismo chino? Por otra parte, ¿les habrá cambiado tanto la nueva lógica económica? O será parte sustancial, pero instrumental, de la segunda oportunidad concedida al PCCh para dirigir el país y que en unos años, una vez recorrido el trecho principal del proceso o si este entra en crisis, podría perder significación respecto a la ideología como clave de un recambio? Cuando el Renmin Ribao, diario del PCCh, alaba, como signo de normalidad, la compra de empresas chinas por parte del capital extranjero, no está efectuando también una llamada de atención respecto a la importancia de no quedarse atrás ni entregar el control del país a terceros?
Puede estar en peligro la legitimidad del PCCh si deja de aferrarse a la simbología comunista?, y si sus dirigentes propusieran un cambio de nombre, que reacción cabría esperar de la base?, está la palabra comunismo tan desprestigiada en China como lo estaba en los países del socialismo real?, que significado tiene para un militante cualquiera y para la gente común?, o ese apego es consecuencia más bien de la dificultad del pensamiento oriental para desprenderse o renegar expresamente de su propia historia, dejando aposentarse sobre ella sucesivas capas de modernidad y cambio que puedan llegar a opacar su esencia con el paso del tiempo?, o será quizás solo el parapeto ideal que permite adormecer las protestas sociales con la ilusión de que el sistema y el régimen está comprometido con el ideal de la justicia? O tal vez el adjetivo que facilite la propagación de su antítesis tal y como pudiera ocurrir en los próximos años con la transformación que aguarda al llamado nuevo campo socialista? Podría una formación no comunista lograr la sumisa participación de millones de trabajadores y campesinos que han contribuido al proceso de modernización y acumulación que China ha experimentado en las tres últimas décadas?
Cuál es, en suma, la gran simulación: aquella que nos hace suponer que, así las cosas, el pleno advenimiento del capitalismo y la democracia en China es solo cuestión de tiempo o aquella otra que sugiere que el PCCh sigue comprometido con el establecimiento a largo plazo de una sociedad y un sistema diferente y alternativo no solo en función de sus condicionantes nacionales sino también ideológicos? Y sea cual fuere aquella, siempre en el bien entendido de que no nos hallamos ante ninguna dinámica perversa «propia de comunistas», sino ante una manifestación más de la lógica de supervivencia, profundamente arraigada en la sociedad china.
A la vista de tantas preguntas (lo siento, nada más lejos de mi intención que no hallar respuestas) no deja de sorprenderme la seguridad con que muchos afirman que en esto de China, en un sentido o en otro, todo está muy claro. Bien pudiera no ser así.
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China (Casa Asia-Igadi)