Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Con la muerte de Osama bin Laden, y con al-Qaida desorientada, el nuevo enemigo por el momento es Pakistán -un objetivo que Barak Obama tenía en su punto de mira incluso antes de asumir el cargo-. Un artículo reciente en el New Yorker -el cabecilla de la opinión de la elite «Obamótica»- va en pos de Pakistán con las insinuaciones que ya son familiares: hacen «doble juego», ocultaron a bin Laden, nos odian a pesar de los miles de millones que les dimos como «ayuda», etc. etc. El artículo, de Lawrence Wright, autor de The Looming Tower, trata de colocar nuestro problema paquistaní en perspectiva histórica:
«Es el fin de la Segunda Guerra Mundial, y EE.UU. decide qué hacer respecto a dos países inmensos, pobres, densamente poblados de Asia. EE.UU. elige a uno de los países y se convierte en su benefactor. Durante décadas vierte miles de millones de dólares en la economía del país, el entrenamiento y equipamiento de sus fuerzas armadas y en sus servicios de inteligencia. El objetivo declarado es crear un aliado confiable con instituciones fuertes y una democracia moderna, vigorosa. El otro país, mientras tanto, es desdeñado porque forja alianzas con enemigos de EE.UU.
«El país no elegido era India, que se «inclinaba» hacia la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Pakistán se convirtió en el protegido de EE.UU. y apoyaba firmemente su lucha para frenar al comunismo. Los beneficios que Pakistán obtuvo de esa relación fueron rápidamente evidentes: en los años sesenta su economía era ejemplar. India, al contrario, era un caso perdido. Luego pasaron cincuenta años. ¿Cuál fue el resultado de ese experimento social?»
Nótese que supuestamente la prosperidad de Pakistán se debe enteramente a su proximidad al poder estadounidense y la pobreza de India a su distancia. Todos los caminos llevan a Roma.
«India se convirtió en el Estado que tratamos de crear en Pakistán. Es una estrella económica ascendiente, poderosa en lo militar y democrática, y comparte los intereses estadounidenses. Pakistán, sin embargo, es uno de los países más antiestadounidenses del mundo y un patrocinador encubierto del terrorismo.»
Todo el resto del artículo es sobre Pakistán, repleto de arteras insinuaciones -pero naturalmente sin ninguna evidencia real- implicando que Islamabad dio refugio a bin Laden «en una casa que parecía haberse construido expresamente para protegerle». ¿Y qué pasa con la maravillosa India, esa «democracia» modelo que comparte «intereses estadounidenses» no especificados? Wright no nos ofrece nada más que un breve elogio a sus supuestas virtudes. ¿Pero cuál es la realidad?
En el gobierno de Obama hay quienes arguyen ahora que tenemos que «inclinarnos» hacia India y abandonar al único país -Pakistán- cuyos servicios de inteligencia han arrestado y procesado a más importantes terroristas de al-Qaida que todas las agencias de mantenimiento del orden occidentales juntas. El artículo de Wright entrega un poco más de carne para sus cañones. Pero las gentes de EE.UU. no saben nada sobre India, o lo que pasa allí: si lo supieran -y especialmente los oh-tan-«preocupados» intelectuales liberales de medio pelo que leen el New Yorker – rechazarían la posición simplista favorable a India de Wright.
En su marcha hacia el «desarrollo» y su ahínco por explotar vastos recursos naturales, India ha estado librando una feroz guerra contra su propio pueblo, una maligna campaña implacable para expropiar tierras actualmente habitadas por pueblos tribales y entregarlas a inmensas corporaciones con conexiones políticas, indias y multinacionales. Se llama la «Caza Verde», y la escritora Arundhati Roy la describe como sigue:
«La Constitución india, el fundamento moral de la democracia india, fue adoptada por el Parlamento en 1950. Fue un día trágico para los pueblos tribales. La Constitución ratificó la política colonial y convirtió al Estado en custodio de las tierras tribales. De un día para otro convirtió a toda los pobladores de las tribus en precarios en su propia tierra. Les negó sus derechos tradicionales a los productos de los bosques, criminalizó todo un modo de vida. A cambio del derecho a voto les arrebató su derecho al sustento y a la dignidad.»
¡Ah!, la democracia, ¿no es maravillosa?
«Después de desposeerlos y lanzarlos a una espiral descendiente de indigencia, en un cruel juego de manos, el gobierno comenzó a utilizar su propia penuria contra ellos. Cada vez que necesitaba desplazar a una gran población -para represas, proyectos de irrigación, minas- hablaba de ‘llevar a los tribales a la vida normal’ o a otorgarles ‘los frutos del desarrollo moderno’. De las decenas de millones de personas desplazadas en el interior (más de 30 millones solo por las grandes represas), refugiados del ‘progreso’ de India, la gran mayoría es de los pueblos tribales. Cuando el gobierno comienza a hablar de bienestar tribal, es hora de preocuparse.»
Conozco la reputación de la señora Roy como una especie de izquierdista: su simpatía por los rebeldes maoístas, aunque nunca supera su revulsión ante sus tácticas y la rigidez de sus dirigentes, sale a relucir claramente a pesar de todo. Sin embargo su desprecio por las pretensiones «humanitarias» de desalmados burócratas gubernamentales resueltos a asesinar es delicioso.
«La expresión más reciente de preocupación ha provenido del Ministro del Interior P. Chidambaram quien dice que no quiere que los pueblos tribales vivan en ‘culturas de museo’. El bienestar de los pueblos tribales no parecía constituir una prioridad semejante durante su carrera como abogado corporativo, representante de los intereses de varias importantes compañías mineras. Por lo tanto sería una buena idea que se investigara la base de su nueva ansiedad.
Durante los últimos cinco años o algo así, los gobiernos de Chhattisgarh, Jharkhand, Orissa y Bengala Occidental han firmado cientos de Memorandos de Entendimiento con corporaciones, por un valor de varios miles de millones de dólares, todos ellos secretos, para plantas siderúrgicas, fábricas de hierro esponjoso, centrales eléctricas, refinerías de aluminio, represas y minas. A fin de que los Memorandos de Entendimiento se conviertan en dinero auténtico, hay que desplazar a los pueblos tribales.
«De ahí esta guerra.»
«Milicias» patrocinadas por el gobierno -armadas y entrenadas por los israelíes, los aliados más cercanos de India- están involucradas en una campaña coordinada para expulsar a los nativos de sus tierras centenarias y agruparlos en campamentos, donde son vigilados día y noche por sus «benefactores» del gobierno. Los que se resisten son masacrados, violados y expulsados a las selvas -donde se unen a los rebeldes maoístas que han acogido su causa-. Los «naxalitas» ahora se consideran la principal «amenaza para la seguridad» de India y existe una campaña de contrainsurgencia para eliminarlos, un esfuerzo cuya consigna -«combatir a las guerrillas como una guerrilla»- podría haber sido acuñada por el general David Petraeus y nuestros propios contrainsurgentes que tratan de hacer lo mismo en Afganistán.
El gobierno indio toma su parte, y otorga licencias a las compañías mineras para que saqueen el resto, a medida que las tierras «del gobierno» se «privatizan» y se fuerza a los habitantes originales a la penuria y a la dependencia del gobierno. Una campaña del gobierno para «hinduizar» a los pueblos tribales se ha anunciado y tal como han sido aplanadas aldeas enteras, su gente arreada como ganado, hasta los nombres de las localidades de la región se han abolido.
Como informa la señora Roy, el gobierno, en alianza con las compañías mineras, ha lanzado una «campaña agresiva para ‘devolver a los tribales al redil hindú». Con el disfraz de un benévolo proyecto de ingeniería social que ayudaría al progreso de los pueblos tribales -¡bajo la rúbrica de «responsabilidad social corporativa»!- esto involucraba, como dice Roy:
«Una campaña para denigrar la cultura tribal, inducir al auto-odio, e introducir el gran obsequio del hinduismo -las castas. Los primeros conversos, los jefes de las aldeas y los grandes terratenientes -gente como Mahendra Karma, fundador de Salwa Judum [el escuadrón de la muerte patrocinado por el gobierno]- recibieron el estatus de Dwija, «nacidos dos veces», brahmanes. (Por cierto esto fue una especie de engaño, porque nadie puede llegar a ser un brahmán. Si ellos pudieran, ya seríamos una nación de brahmanes). Pero ese hinduismo falsificado es considerado suficientemente bueno para los pueblos tribales, como todas las marcas falsificadas de todo lo demás -galletas, jabón, cerillas, aceite- que se venden en los mercados de las aldeas. Como parte de la campaña Hindutva los nombres de las aldeas se cambiaron en los registros de la propiedad, lo que llevó a que la mayoría tiene ahora dos nombres: los nombres populares y los nombres gubernamentales. La aldea Innar, por ejemplo, se convirtió en Chinnari. En las listas de votantes, los nombres tribales se cambiaron por nombres hindúes. (Massa Karma se convirtió en Mahendra Karma.) Los que no se presentaron para unirse al redil hindú fueron declarados ‘katwas’ (con lo que querían decir ‘intocables’) quienes después de convirtieron en el apoyo natural para los maoístas.»
Si ha habido alguna vez un caso de un Gran Gobierno que enloqueció -convertido en un asesino- es el de los esfuerzos del gobierno indio por erradicar la cultura y los derechos de propiedad de los pueblos tribales, cuyos recursos son supuestamente protegidos por la Constitución india. Pero eso es solo en el papel. En la realidad… bueno, aquí está, dejemos que nos lo diga Roy:
«El problema perenne, la verdadera maldición de la vida de la gente fue el mayor terrateniente de todos, el Departamento Forestal. Cada mañana los funcionarios forestales, incluso el más subalterno de ellos, se presentaba en las aldeas como una pesadilla, impidiendo que la gente arara sus campos, recolectara leña, recogiera hojas, cosechara frutas, pastoreara su ganado, que viviera. Llevaban elefantes para arrasar los campos y desparramaban semillas de acacias nilóticas para destruir el suelo al pasar. Golpeaban a la gente, la arrestaban, la humillaban y destruían sus cultivos. Evidentemente, desde el punto de vista del Departamento Forestal, era gente ilegal involucrada en una actividad anticonstitucional, y el Departamento solo estaba implementando el Vigor de la Ley. (Su explotación sexual de mujeres era solo un privilegio adicional en un puesto incómodo).»
«Gente ilegal» a la que había que apartar como si fuese basura. En India, el Vigor de la Ley no protege la propiedad y el patrimonio de los pueblos nativos, sólo los beneficios de las corporaciones con conexiones políticas, que compran políticos y medios y tienen a sus órdenes el poder del Estado.
Millones de personas han sido desplazadas, decenas de miles asesinadas por las «milicias» gubernamentales y el resultado ha sido el aumento de una insurgencia que hace que los talibanes parezcan relativamente mansos en comparación. El Partido Comunista de India (Maoísta) (CPI) asumió la causa de los nativos, y sus tácticas brutales y su ideología fanática han creado un campo de batalla marcado por una extrema devastación.
La respuesta del gobierno indio ha sido una represión que cuestiona la descripción de Wright de India como una especie de «democracia» modelo. La promulgación de leyes «contra la sedición» ha empoderado al gobierno para arrestar a cualquiera que muestre incluso la más vaga simpatía por los insurgentes. Como informa Asia Times:
«Según la Sección 124(a) del Código Penal Indio (IPC): ‘Cualquiera que por medio de palabras, habladas o escritas, mediante signos, represenciones visibles o de cualquier otra forma conduzca o intente conducir al odio o al desprecio o incite o intente incitar al descontento con respecto al gobierno establecido por la ley en India, será castigado con prisión perpetua, a la que se podrá agregar una multa, o con encarcelamiento que se puede extender a tres años, al que se podrá agregar una multa, o con una multa.'»
El gobierno indio está empeñado en una campaña genocida contra sus propios pueblos nativos, a los que ha marginado e identificado como las últimas víctimas en la marcha forzada del país hacia el «desarrollo». Si esto es «democracia», ¿qué es la tiranía?
Antes que nuestros geoestrategas de salón decidan que EE.UU. debería alinearse con India, más valdría que se detuvieran y contemplaran el lío en el que se están metiendo. Una alianza india-estadounidense involucraría nuestra complicidad en la exterminación de todo un pueblo, por no hablar de la toma y virtual anexión de Cachemira, donde se utilizan las mismas tácticas de contrainsurgencia, con resultados similares.
India es una vasta prisión de pueblos, cuyo gobierno apenas es capaz de mantener el control de sus numerosos Estados de tendencias separatistas, y a pesar de eso los brahmanes de Nueva Delhi creen ser los gobernantes de una superpotencia en ascenso, con ambiciones de dominar toda Asia del Sur. Antes de que abandonemos a Pakistán y nos comprometamos con India, más vale que pensemos en las consecuencias de nuestros actos.
Justin Raimondo es director of Antiwar.com. Es autor de An Enemy of the State: The Life of Murray N. Rothbard (Prometheus Books, 2000), Reclaiming the American Right: The Lost Legacy of the Conservative Movement (ISI, 2008), y Into the Bosnian Quagmire: The Case Against U.S. Intervention in the Balkans (1996). También es editor colaborador de The American Conservative, socio senior del Randolph Bourne Institute, y experto adjunto del Ludwig von Mises Institute. Escribe frecuentemente para Chronicles: A Magazine of American Culture.
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