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La nueva realidad de Nepal

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

El levantamiento liderado por jóvenes en Nepal ha derrocado a la vieja guardia, pero su permanencia depende de si la indignación por la corrupción y la desigualdad puede traducirse en un cambio político duradero.

Las protestas que tuvieron lugar en Nepal hace dos semanas carecen de precedente. En apenas 24 horas un movimiento dispar mayoritariamente de jóvenes en las grandes ciudades echó abajo todo el sistema político que había dominado la política nepalí desde la revolución de 2006. El movimiento de la Generación Z se enfrentó a una brutal represión policial y el número de muertos por las protestas asciende a más de 70 personas.

Tras la dimisión del primer ministro KP Oli el segundo día de las protestas se produjeron disturbios generalizados e incendios provocados por infiltrados. Algunos edificios gubernamentales fueron atacados en todo el país, en particular el Tribunal Supremo y el complejo Singha Durbar, que alberga el Parlamento y la mayoría de los principales ministerios. También fueron incendiadas viviendas de líderes políticos y algunos negocios.

Este tipo de inestabilidad política no es nueva en Nepal. El Partido Comunista de Nepal (maoísta) lideró una guerra civil que duró una década, que consiguió el apoyo popular de la clase trabajadora urbana y del campesinado, quienes emergían de dos siglos de feudalismo, regímenes comerciales desiguales y el consiguiente estancamiento económico. La guerra terminó en 2006 con el derrocamiento de la monarquía de 240 años de antigüedad. Los maoístas entraron entonces en la política tradicional con la promesa de una nueva constitución pero, debido a una serie de errores políticos y la desilusión popular por las promesas incumplidas, la vieja guardia de Nepal –los partidos políticos tradicionales que habían dominado la política antes de la guerra civil– recuperó rápidamente su base de apoyo, reforzada por las sólidas relaciones clientelares que habían desarrollado entre las bases a lo largo de décadas.

El centrista Congreso Nepalí y el partido Marxista-Leninista Unificado (UML), supuestamente «comunista», que ya había perdido gran parte de sus credenciales izquierdistas, triunfaron en las elecciones de 2013 y lideraron la redacción de la nueva constitución, que diluía muchos de los elementos más progresistas del documento provisional. Los maoístas quedaron reducidos a un tercer partido.

En 2015, durante las semanas previas a la promulgación de la nueva constitución, se desató una nueva ola de agitación popular. El descontento cundió entre los grupos indígenas de Nepal, que representan más de un tercio de la población y, sobre todo, entre la comunidad madhesi, el grupo dominante en las planicies del sur de Nepal. Buscaban mayor autonomía regional y representación en la constitución. Este movimiento también se vio contrarrestado por una brutal represión policial, cuya inquietante repercusión coincidió con los sucesos de la segunda semana de septiembre en Katmandú.

Quien llegó al poder durante este período de agitación fue nada menos que KP Oli, del UML. Aprovechó la inestabilidad en las planicies y la posterior intervención india presentándose como un hombre fuerte y nacionalista, decidido a impulsar la nueva constitución a cualquier precio, en gran medida a expensas de las minorías nepalesas. Mientras las tierras bajas ardían, algunos sectores de Katmandú celebraban la nueva constitución.

Los acontecimientos de 2015 no solo supusieron la disolución efectiva de los movimientos indígenas y madhesi en Nepal, sino también el fin de cualquier alternativa genuina de izquierda. Los remanentes del partido maoísta, tras sufrir varias escisiones, se unieron a una serie de gobiernos de coalición con el Congreso Nepalí o el UML, y se integraron plenamente en el establishment. Estos tres partidos dominaron la escena política durante el siguiente decenio.

Todo esto cambió a principios de septiembre. Aunque algunos medios de comunicación afirmaron que los jóvenes salieron a las calles para protestar contra la propuesta de prohibir redes sociales como X, Facebook y WhatsApp, este fue solo uno de los muchos detonantes. Lo que las protestas expresaron de forma más palpable fue la ira y el disgusto por la corrupción, la impunidad y la riqueza acumulada por la élite política.

Si bien Nepal posee muchas características únicas, particularmente su relativo aislamiento histórico de la economía mundial, la agitación política de esos días es parte de un fenómeno global mucho más amplio que se produce en las economías de renta baja y media de toda Asia, Latinoamérica, África y Europa Oriental. Nepal, como muchas partes de la región, ha experimentado rápidos cambios políticos y económicos. Tres décadas de neoliberalismo han perjudicado a las clases pobres y trabajadoras, y la creciente integración en los mercados internacionales ha traído consigo un aumento de las desigualdades, el incremento del coste de la vida, la monetización rural y, con ello, una creciente demanda de efectivo.

Esto ha afectado especialmente a los más pobres, como en la mayoría de los países que dependen de las importaciones. En algunas zonas del país este cambio ha sido rápido, comenzando cuando las carreteras se adentraron en las montañas tras el fin de la guerra en 2006. En las zonas rurales del sur y sudeste asiático, la agricultura se está volviendo cada vez más inviable para mantener a una familia, y las generaciones más jóvenes, integradas en los flujos culturales globalizados y conscientes de las dificultades de las generaciones mayores, muestran cada vez menos interés por la vida rural.

Cuando gran parte de Europa Occidental experimentó esta transición hacia el abandono de una agricultura de subsistencia, un proceso marcado por la violencia estatal y terrateniente y el despojo acontecido a finales de los siglos XVIII y XIX, el campesinado se integró rápidamente en una clase obrera urbana en expansión y, con el tiempo, un segmento más pequeño se incorporó a oficios cualificados o profesionales. Esta misma transición se está produciendo en cierta medida en China, aunque de forma más prolongada. Sin embargo, en las economías de renta baja y media de Asia, como Nepal, Bangladesh, Sri Lanka, Filipinas e Indonesia, el contexto macroeconómico es significativamente diferente.

Muchas de estas economías se han visto distorsionadas por el imperialismo y los regímenes comerciales desiguales. No existe un sector industrial con capacidad para absorber la inmensa mano de obra que ve limitadas perspectivas en el campo, y la escasa industria existente ha sido vendida y privatizada. Sin embargo, con una economía global cada vez más multipolar, existen crecientes oportunidades laborales no en el país, sino en el extranjero.

Dentro de este contexto se ha alcanzado un equilibrio político-económico singular, en particular durante las dos últimas décadas. A diferencia de Europa, la agricultura capitalista no ha despegado y el campesinado se mantiene prácticamente intacto, a pesar de las limitadas perspectivas. Muchas de las familias que se dedican a la agricultura compaginan esta con la emigración al exterior, siendo por lo general los hombres jóvenes (y algunas mujeres) quienes salen a trabajar en economías de renta más elevada. Ya sea que el circuito migratorio se dirija de Nepal, Bangladesh o Filipinas hacia los países del Golfo, de Camboya a Tailandia o de Kirguistán a Rusia, los procesos económicos subyacentes son similares. Representan una doble estrategia de subsistencia: las remesas proporcionan el dinero que necesitan los hogares, mientras que la agricultura proporciona alimentos a quienes se quedan y ofrece cierta seguridad si la situación se complica.

En toda la región el abandono parcial de la agricultura ha venido acompañado de una drástica expansión de la educación superior y una juventud cada vez más cualificada. En las zonas rurales, las generaciones mayores, desesperadas por que sus hijos escapen del ciclo interminable de la agricultura de subsistencia y el duro trabajo en el extranjero, han invertido considerablemente en la educación de los jóvenes. En Nepal las familias invierten las remesas procedentes del exterior en educación, no solo en escuelas privadas con tarifas más altas, especialmente extendidas en el sur de Asia, sino, sobre todo, en educación superior. Con la educación surge la perspectiva de trabajar en el floreciente sector servicios –el único que experimentó gran crecimiento en el Nepal posterior a la década de 1990– o la posibilidad de emigrar a destinos más lucrativos como Europa, Australia, Corea del Sur o Japón.

Dado que las instalaciones educativas de calidad son limitadas en las zonas rurales, en las últimas dos décadas ha tenido lugar una nueva ola migratoria del campo a la ciudad, impulsada en gran medida por la economía educativa. Se ha producido una enorme migración a los centros urbanos de Nepal, no solo a Katmandú, sino también a ciudades de segundo nivel como Pokhara, Biratnagar, Itahari e incluso a sedes de distrito más pequeñas pero en rápido crecimiento.

Gran parte de esta migración proviene del campesinado medio y medio-alto: aquellos que poseen tierras y bienes y la posibilidad de obtener préstamos con garantía o de comprar una pequeña parcela para construir una casa en el pueblo. En muchos casos estos migrantes conservan algunos vínculos con su hogar de origen (por ejemplo, sus abuelos administran los campos) y a menudo tienen familiares en el extranjero, cuyas remesas financian las matrículas universitarias o escolares. Se unen a jóvenes urbanos más establecidos, cuyos padres abandonaron la agricultura hace una o dos generaciones, y juntos comparten aspiraciones de clase media.

Sin embargo, el crecimiento del sector de la educación superior y el aumento de los niveles educativos han superado con creces la expansión de empleos profesionales bien remunerados. La capacidad de una economía neoliberal, orientada a los servicios y basada en la importación como la de Nepal, para absorber a su creciente juventud educada es muy limitada. Mientras tanto, el acceso a los empleos más codiciados en el sector servicios suele estar fuera del alcance de quienes carecen de conexiones políticas, redes de casta o la capacidad de costear una educación privada más exclusiva.

Mucha de la nueva juventud urbana está entrando a formar parte de un vasto ejército de «desempleados con estudios», cuya presencia constituye uno de los mayores problemas políticos del siglo XXI, no solo en Nepal, sino en todo el mundo. Este creciente grupo demográfico constituye una poderosa fuerza política. El acceso instantáneo a internet y a las redes sociales no solo ha creado una comunidad digital para los jóvenes, tanto ricos como pobres, sino que también ha incrementado su conciencia política.

La cultura de los influencers, un fenómeno de la era de los smartphones posterior a la década de 2010, ha puesto de manifiesto las graves desigualdades existentes, sobre todo en la élite capitalista emergente de muchos países de renta baja. Esta élite ha acumulado riqueza mediante la inversión capitalista, la búsqueda de rentas y la corrupción. Por esta razón cada vez es mayor el rechazo y resentimiento hacia los “hijos de papá” (nepo babies). En Asia, especialmente en Filipinas, este término también se ha aplicado para referirse a los hijos de familias políticas o empresariales con buenos contactos, que exhiben su fortuna ilícita en redes sociales.

La crítica a los propios “hijos de papá” de Nepal ha sido un elemento crucial del movimiento de la Generación Z, ya que los jóvenes urbanos se han encontrado en los mismos espacios digitales que los influencers con conexiones políticas, que hacen alarde de estilos de vida que contrastan marcadamente con las experiencias cotidianas de la mayoría de los jóvenes. Este contexto ha facilitado que la ira latente fuera creciendo entre amplios sectores de la juventud urbana a nivel mundial. La ira contra la corrupción, la falta de oportunidades y la inutilidad de de las inversiones en educación fueron factores clave que dieron impulso a levantamientos juveniles en toda la región, incluyendo Sri Lanka, Bangladesh y, más recientemente, Nepal. En este país, uno de los más periféricos de la región en términos económicos, existe una indignación particular contra la magnitud de la corrupción y las promesas incumplidas del acuerdo político de posguerra.

Nepal se enfrenta a importantes cuestiones políticas. El ejemplo de otras regiones que experimentaron movimientos juveniles de masas muestra que las clases dominantes suelen restablecer la autoridad con rapidez. Nepal ya ha vivido esta situación en 2006 y 2015. Existe asimismo una cuestión más general: quién decide el futuro político del país. Muchos de los movimientos juveniles han sido urbanos, en lugar de rurales, lo que plantea problemas políticos si tomamos en cuenta la demografía de muchos países de renta baja y media. Si bien Nepal se está urbanizando rápidamente, aproximadamente tres cuartas partes de su población aún vive en zonas rurales, dos tercios de las cuales están integradas en el ciclo vital agricultura-remesas.

La guerra civil se desencadenó en una economía rural configurada por una realidad política distinta a la actual. Las remesas liberaron la presión que impulsó a muchos jóvenes a unirse al movimiento maoísta. Sin embargo, dos décadas después del fin de la guerra, las causas estructurales más profundas que provocan inseguridad alimentaria y vital, tanto en zonas rurales como urbanas, siguen sin abordarse. Estas incluyen las desigualdades extremas en la distribución de tierras y bienes, a menudo estructuradas por castas y etnias, la destrucción de industrias artesanales que antaño eran pujantes, una espiral de endeudamiento y la escasez de oportunidades de empleo. La migración también ha fragmentado la organización social rural, socavando la potencial movilización campesina.

Mientras tanto los partidos políticos tradicionales han reafirmado su autoridad en las zonas rurales, mediando en la distribución de los limitados recursos estatales e infiltrándose en instituciones estatales y no estatales. Ahora es muy posible que las elecciones den como resultado la reelección de líderes o partidos del pasado desacreditados. En Nepal y en toda la región es imperativo que las nuevas fuerzas políticas progresistas no rehuyan la lucha por el poder, sino que, sobre todo, se mantengan conectadas con los movimientos que expresan las preocupaciones de las clases pobres y trabajadoras.

Feyzi Ismail imparte clases en Goldsmiths, Universidad de Londres. Sus temas de investigación incluyen las políticas de protesta, el trabajo, la crisis climática y el antiimperialismo. Participa activamente en movimientos británicos sindicales y contra la guerra.

Fraser Sugden es profesor asociado de Geografía en la Universidad de Birmingham. Enseña economía política agraria y trabaja en el campo de la migración, la reforma agraria, la investigación-acción y las teorías marxistas del campesinado global y el imperialismo.

Fuente: https://africasacountry.com/2025/09/nepals-new-reality

El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se cite a sus autores, a su traductor y a Rebelión como fuente de la traducción.