Los países del Eje, Alemania, Italia y Japón, iniciaron sus planes de dominio mundial mediante actos de agresión descarados. Italia, cuya voracidad estaba estimulada por creerse estafada en la repartición del mundo que las potencias imperialistas realizaron en 1870, comenzó a codiciar Etiopía, en esa época llamada Abisinia. Con este fin esgrimió como razón indiscutible […]
Los países del Eje, Alemania, Italia y Japón, iniciaron sus planes de dominio mundial mediante actos de agresión descarados. Italia, cuya voracidad estaba estimulada por creerse estafada en la repartición del mundo que las potencias imperialistas realizaron en 1870, comenzó a codiciar Etiopía, en esa época llamada Abisinia. Con este fin esgrimió como razón indiscutible su «misión civilizadora». Mussoline le preguntó por su opinión a Mac’Donald, Primer Ministro de Inglaterra, quien, para reparar la injusticia cometida con Italia, respondió: «A las mujeres inglesas les enorgullece las aventuras amorosas de sus maridos bajo la condición de que actúen discretamente. Por eso actúe con mucha táctica, nosotros no nos opondremos».
Italia comenzó la guerra de agresión contra Etiopía a partir se Eritrea y Somalía. Sus pertrechos, 510 aviones y 300 tanques, 350.000 soldados y 14.500 oficiales, cruzaron sin ninguna dificultad el Canal de Suez, que en esa época pertenecía a un consorcio anglo-francés. La URSS propuso en la Liga de Naciones que se declarase a Italia país agresor y ayudase a Etiopía a repeler la agresión. «Si se hubiesen aplicado sanciones totales, la movilización de Mussoline hubiese sido detenida por completo», escribe en sus memorias C. Hull, en ese entonces Secretario de Estado de los Estados Unidos; sin embargo, Italia adquirió en ese país material estratégico, especialmente petróleo. La primera víctima directa de Alemania Nazi fue Austria. Un día soleado y tranquilo de primavera, el 12 de marzo de 1938, Alemania invadió Austria y la anexó a la fuerza. Todo transcurría mientras el gobierno británico ofrecía un almuerzo de gala al ex-Embajador Von Ribbentrop, que acababa de ser nombrado Ministro de Relaciones Exteriores del Tercer Reich. Ribbentrop tranquilizó a Lord Halifax, Canciller Inglés, le explicó que sólo se trataba de reunificar a los alemanes y que, finiquitado este espinoso problema, quedaba abierto el camino para el entendimiento anglo-alemán.
El «Anschluss», o sea la transformación de Austria en una provincia del III Reich, fue sólo un aperitivo en los planes expansionistas del nazismo alemán. El territorio del Reich creció en un 17%, su población en un 10%, la Wehrmacht se incrementó de golpe en 50.000 soldados y oficiales y la economía y la industria de Austria comenzó a trabajar para satisfacer los apetitos imperiales de los revanchistas alemanes. Esta victoria del Führer era resultado de la política de apaciguamiento propugnada por Francia y Gran Bretaña, que no escucharon el pedido de ayuda del gobierno austriaco; es más, este pedido provocó una crisis política en Francia, cuyo gobierno prefirió renunciar antes que enfrentar las responsabilidades adquiridas. Chamberlain, que no estaba dispuesto a pelear contra Alemania, dijo ante el comité de política exterior de Inglaterra: «Lo sucedido no debía obligar al gobierno inglés a cambiar de política, al contrario, los últimos acontecimientos han fortificado su convencimiento en la justeza de esta política y lo único de lamentar es que este rumbo no se hubiese emprendido antes». Alemania comenzó de inmediato a construir autopistas que conducían a las fronteras checas, húngaras y yugoslavas. Checoslavaquia quedaba así atenazada por las nuevas fronteras.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.