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La revuelta popular libanesa contra el neoliberalismo

Fuentes: Rebelión

«Volveremos a nuestra aldea un día y ahógate en el calor de la esperanza, volveremos, aunque el tiempo pasa y las distancias crecen entre nosotros» Sanarji’u (Volveremos) Una canción de Fairuz se puede escuchar estas últimas semanas en Líbano. Sanarji’u. Volveremos. Es una canción de amor y de esperanza, como casi todas las suyas. Este […]

«Volveremos a nuestra aldea un día
y ahógate en el calor de la esperanza,
volveremos,
aunque el tiempo pasa
y las distancias crecen entre nosotros»

Sanarji’u (Volveremos)

Una canción de Fairuz se puede escuchar estas últimas semanas en Líbano. Sanarji’u. Volveremos. Es una canción de amor y de esperanza, como casi todas las suyas. Este pequeño país está dando una lección al mundo árabe. A pesar de la opinión que se viene trasladando de forma machacona en occidente, es ingenuo pensar que la crisis libanesa comenzó con la guerra con Israel del pasado verano y que se termina con la lucha contra un gobierno que no representa a la mayoría de la población. Hay algo más, es también una lucha contra un gobierno abiertamente neoliberal, que sigue al dictado las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.

Líbano es un país que no llega a los 5 millones de habitantes. Y, sin embargo, tiene una deuda externa de 41.000 millones de dólares. La consecuencia de una política económica especuladora impulsada por el primer ministro Rafiq Hariri desde el fin de la guerra civil en 1990. Hariri reconstruyó Beirut a expensas del resto del país y se centró en los sectores de lujo, en las actividades financieras y bancarias en vez de en modernizar sectores vitales en el país como el agrícola y la pequeña industria. Hariri quería volver a la situación anterior a la guerra civil, a ese manido dicho de «la Suiza de Oriente Medio», con el único objetivo de hacer de Líbano el centro del tránsito para el dinero del petróleo de sus poderosos vecinos, especialmente Arabia Saudí.

El Ministro de Hacienda de Hariri era Fouad Siniora, que impulsó una serie de reformas económicas de corte abiertamente neoliberal. El programa fue expuesto en París en el año 2002 y contó con la promesa de reformar el sector público -sin atreverse aún a privatizarlo del todo-, pagar la deuda externa, cortar los gastos públicos y aumentar los ingresos fiscales con la finalidad de «balancear el presupuesto en el año 2006». Entonces, como ahora, Siniora logró el apoyo económico de un grupo de países: 4.400 millones de dólares. Líbano sólo ha recibido de esa cantidad prometida 2.500 millones.

La corrupción lo devoraba todo y la situación no mejoraba. Siniora decidió entonces dar otra vuelta de tuerca: en el mes de marzo de 2006 decidió aceptar las nuevas recomendaciones del BM y del FMI y proceder a incrementar el IVA y a privatizar los sectores de telecomunicaciones, eléctrico y la compañía aérea Middle East Airlines (MEA). Eso fue la gota que colmó el vaso de la paciencia popular. No hay que perder de vista que dos tercios de la población libanesa viven en el umbral de la pobreza y que el salario mínimo no llega a los 250 dólares al mes (192 euros). Una situación en la que vive la mayoría de la comunidad shií. Según los datos que manejan los sindicatos, el porcentaje de gente pobre en Líbano se ha incrementado un 7% en una década: en 1995 era del 47%, en el año 2004 pasó a ser del 54%. Es por ello que se había decidido iniciar una serie de movilizaciones que la agresión israelí del verano paralizó y se introdujeron nuevos elementos en la situación.

Por una parte, el gobierno de Siniora vio la ocasión perfecta para eliminar a su principal adversario, Hizbulá. Según la agencia palestina Ma’an, Siniora mantuvo una reunión secreta con el primer ministro israelí, Ehud Olmert, en el balneario egipcio de Sharm el Sheij inmediatamente después de que fuese aprobada la Resolución 1707 del Consejo de Seguridad de la ONU que puso fin a la guerra (1). Según esta versión, desmentida por Siniora pero que se viene cumpliendo a carta cabal, el gobierno libanés se comprometió a «implantar la ley y el orden» en todo el país -en alusión al sur, zona controlada por Hizbulá-, a desarmar al brazo armado de este movimiento político-militar apoyándose en la presencia de tropas internacionales en esa parte del territorio libanés y a mantener a su gobierno dentro de la órbita pro-occidental reduciendo y eliminando la resistencia libanesa y los movimientos nacionales de la oposición.

Hizbulá había logrado la victoria sobre los israelíes, y eso alarmaba y mucho a los regímenes árabes más reaccionarios, especialmente a Arabia Saudí, Egipto y Jordania, quienes desde los primeros momentos de la guerra lanzaron duras acusaciones a Hizbulá y sólo la admirable capacidad de lucha y de resistencia de esta organización hizo que, a última hora, desempolvasen viejas medidas políticas para intentar mediar y calmar a sus propios pueblos. Según la agencia palestina, en esa reunión entre Siniora y Olmert también estuvieron representantes egipcios y saudíes.

Privatización del sector público

Por otra parte, Siniora encontraba la excusa perfecta para acelerar su plan de privatizaciones alegando que la destrucción causada por los israelíes hacía imprescindible este tipo de medidas económicas para sacar al país de la ruina. La prensa libanesa informaba al detalle de este plan y decía que «el impacto de las medidas [sobre la población] ha sido evaluado en un panorama a medio plazo por el FMI» (2).

Los empresarios rápidamente se sumaron a esta propuesta y fueron algo más lejos: plantearon al gobierno la necesidad de ampliar la jornada laboral a 36 horas para los funcionarios; de privatizar la compañía nacional de electricidad, Electricite du Liban; la compañía aérea MEA, la gerencia del aeropuerto internacional Rafiq Hariri de Beirut, y los sistemas de agua y depuración de aguas residuales (3), entre otras cuestiones.

Este era el ambiente previo a las importantes manifestaciones populares que se vieron en Líbano a lo largo de todo el mes de diciembre (4). Hizbulá hacía valer su poder y establecía una serie de alianzas con otras fuerzas políticas: el Movimiento Patriótico Libre (cristiano), el Partido Comunista, Amal (shií), nasseristas e incluso pequeñas formaciones suníes y drusas. Básicamente, los acuerdos se basan en un gobierno temporal de unidad nacional que elabore una nueva ley electoral basada en la representación proporcional; un estado secular y democrático; lucha decidida contra la corrupción y el soborno; coexistencia pacífica para eliminar el sectarismo, y condena de los asesinatos políticos, entre otras.

Todo ello cristalizó en impresionantes movilizaciones populares en el mes de diciembre, como decía, y en una serie de huelgas parciales durante los primeros días del mes de enero. El principal sindicato de Líbano, la Central General de Trabajadores (CGT), que cuenta con 350.000 afiliados, impulsó la lucha contra las medidas económicas del gobierno presentando a los trabajadores un plan de 12 puntos entre los que los más importantes eran la lucha contra el desempleo; impedir la fuga de cerebros y la emigración de la juventud; aumento de las capacidades productivas del sector agrícola, industrial y de servicios; reforzar el sistema de Seguridad Social (la reforma del sistema de pensiones también está dentro de los planes del gobierno de Siniora); combate contra la corrupción, el soborno y el robo desde las instituciones públicas, y el incremento del salario mínimo hasta asegurar que llega para la canasta básica e impedir las privatizaciones del sector público.

Ante el autismo del gobierno, que pese a no contar con quórum para tomar decisiones tras la dimisión de los ministros de Hizbulá, Amal y del Movimiento Patriótico Libre decidió seguir adelante con su plan neoliberal y presentarlo formalmente en la Conferencia de París, se convocó una huelga general que paralizó el país el día 23 de enero de este año. La huelga hizo mucho daño, de ahí que se desvirtuase su objetivo y los partidarios del gobierno iniciasen una serie de enfrentamientos sectarios con los opositores.

Sin embargo, estos enfrentamientos aunque se extendieron entre todos los sectores, fueron especialmente graves entre los cristianos. Las Fuerzas Libanesas de Samir Geagea arremetieron contra los militantes del MPL de Michel Aoun. Los observadores, aunque reconocen que hubo enfrentamientos shíes-suníes, consideran que «la guerra intercristiana ha sido probablemente la más virulenta» de la huelga y de los días siguientes (5).

La nueva guerra fría

La situación en Líbano está pareciéndose cada vez más a un resurgimiento de la guerra fría. La derrota de Israel, el fiasco iraquí y la consolidación de Irán como potencia regional han provocado un realineamiento ideológico vestido de reforzamiento religioso: suníes contra shiíes, o viceversa. Es la nueva táctica estadounidense que sí se está mostrando eficaz y que ellos llaman «las fronteras de la sangre».

Quien está llevando la iniciativa es Arabia Saudí y a ella se han sumado de forma entusiasta Jordania (es muy esclarecedor el artículo aparecido en The Daily Star el pasado 27 de enero titulado «Jordania comienza a reaccionar siniestramente a la grieta suní-shií»), Egipto, Estados Unidos, Israel, la Unión Europea y el gobierno de Siniora.

Es Arabia Saudí quien, en carta enviada a Bush el 18 de diciembre de 2006, le sugirió que no se retirase de Iraq hasta el año 2008 puesto que, en caso de hacerlo, financiaría a la guerrilla, mayoritariamente suní. Son los saudíes quienes han sugerido a israelíes y estadounidenses que apoyen al presidente palestino, Abbas, en detrimento del primer ministro de Hamás. Son los saudíes quienes han advertido públicamente a Irán que «modere sus interferencias» en Iraq (y así hay que interpretar el último movimiento de Muqtada al Sáder volviendo a incorporarse al gobierno de Maliki y no verlo así es no entender nada de geopolítica), en Palestina (por su anunciado apoyo político y monetario al gobierno de Hamás) y en Líbano (6).

Y es Arabia Saudí quien más dinero a ofrecido a Líbano en la conferencia de París. Del total de 5.850 millones de dólares apalabrados, los saudíes aportarán 1.100 (847 millones de euros) para evitar que Hizbulá y sus aliados derriben al gobierno de Siniora. Le han seguido los EEUU con 795 millones de dólares. Otros, como los países europeos, faltos de una política exterior autónoma siguen a sus mayores basados en una creencia casi mística sobre la magia del libre mercado. Si algo está claro hoy día es el fracaso absoluto de las políticas monetaristas y librecambistas impuestas a sangre, y nunca mejor dicho, y fuego por el Fondo Monetario Internacional. Ese gran cártel de las finanzas en manos de los Estados Unidos para influenciar en las políticas económicas, a costa de las políticas sociales, de los países del denominado Tercer Mundo y dictar a estos gobiernos soberanos qué es lo que tienen que hacer, qué decir y cómo comportarse. Un FMI y un BM que también han decidido contribuir en esa conferencia de donantes de París III con casi 200 millones de dólares. Para los participantes en esta conferencia no existe el hambre, la miseria, la marginalidad. Sólo una espuria pretensión por parte de una organización «terrorista» de tumbar a un gobierno «legítimo» al que hay que apoyar a costa de cualquier cosa.

Con este dinero se intenta comprar tiempo, que no paz. Y más cuando el gobierno Bush acaba de dar carta blanca a la CIA para que actúe contra Hizbulá (7) y a otras agencias de inteligencia para que financien a los grupos anti-Hizbulá. Mucho tendrán que aportar para que la rebelión de los pobres libaneses contra el neoliberalismo se termine. Como alguien ha escrito con una clara carga poética, a lo que estamos asistiendo en Líbano es a una demostración de la fuerza de los débiles.

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(1) Ma’an, 21 de diciembre de 2006.

(2) The Daily Star, 27 de diciembre de 2006.

(3) Ibid.

(4) Alberto Cruz, «Hizbulá lee a Gramsci» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=43303

(5) Al Ahram, 25-31 de enero de 2007.

(6) Al Jazeera, 27 de enero de 2007.

(7) The Telegraph, 23 de diciembre de 2006.

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