La Geopolítica formula las bases del estudio de cómo la realidad física-geografía de cada país determina su política, pues el clima, la vegetación y la abundancia o ausencia de recursos naturales inciden en las decisiones que sus ciudadanos toman respecto a los problemas políticos que enfrentan. Así, la geografía, bajo determinadas circunstancias, puede conformar el […]
La Geopolítica formula las bases del estudio de cómo la realidad física-geografía de cada país determina su política, pues el clima, la vegetación y la abundancia o ausencia de recursos naturales inciden en las decisiones que sus ciudadanos toman respecto a los problemas políticos que enfrentan. Así, la geografía, bajo determinadas circunstancias, puede conformar el destino de pueblos, naciones e imperios.
El geógrafo Sir John Mackinder (1861-1947) es autor de la Teoría del Heartland, llamada también «Isla Mundial», según la cual el poder global no radicará en el futuro en dominar las vías marítimas, como imaginaban sus compatriotas británicos, sino en controlar una vasta masa de tierra, que él denominó Eurasia, o sea, Europa Oriental y Asia Central. Su teoría establece que en la zona, que se extiende entre los ríos Volga y el Yangtze y desde el Himalaya hasta el Océano Ártico, por la explotación de los recursos del área, por el aprovechamiento de los rápidos medios de comunicación terrestres y por ser inaccesible por mar, el poder terrestre tiene más importancia que el marítimo, por lo que la nación que la conquiste se convertirá en una potencia mundial. Esta zona, con una superficie de 53.000.000 km², el 36,2% del área terrestre, actualmente habitada por 5.000 millones de personas, lo que equivale al 72.5% de la población mundial, es el corazón del planeta, su Heartland.
Esta teoría explica la política mundial de los últimos siglos y por qué la política inglesa y con posterioridad la del imperialismo mundial globalizado, IMG, actualmente encabezado por EE.UU., se fundamente en evitar que Alemania y Rusia puedan aliarse para controlar Eurasia, pues ello implicaría la constitución de un imperio contrario al orden mundial que ellos pretenden establecer; teoría que de alguna manera explica la invasión de Napoleón a Rusia, las Guerras de Crimea y la Primera y Segunda Guerra Mundial.
Mackinder escribe: «El futuro del mundo… depende del mantenimiento de equilibrio de poder» entre las potencias marítimas como Gran Bretaña y Japón, situadas en el marginal marítimo, y «las fuerzas internas expansivas» dentro Eurasia, que se deben contener, por lo que en el siglo XIX se dio una rivalidad estratégica, llamada a veces ‘el Gran Juego’, entre Rusia, que controlaba el Corazón de Eurasia e intentaba llegar a las aguas cálidas del Índico, y Gran Bretaña, que desde la India intentaba evitarlo. En pocas palabras, Mackinder concluye que la realidad geopolítica de la edad moderna se da entre «la Isla Mundial versus el Corazón Continental», o sea entre el poder marítimo contra el poder terrestre.
Luego de finalizar la última guerra mundial, EE.UU. se había apropiado de los bastiones imperiales en Europa Occidental y Japón. Con estos puntos axiales como pilares, Washington construye un arco de bases militares siguiendo el patrón marítimo británico, con las que domina la isla mundial. Al momento de establecer la paz, lo primero y lo básico para contener el poder terrestre soviético fue la Armada estadounidense. Sus flotas rodean el continente euroasiático: La Sexta Flota se instala en Nápoles en 1946 para controlar el océano Atlántico y el mar Mediterráneo; la Séptima Flota se establece en la Bahía Subic, Filipinas, en 1947, para controlar el Pacífico Occidental; y desde 1995, la Quinta Flota se encuentra en Bahrein, en el golfo Pérsico. Durante los siguientes 70 años, Estados Unidos aplica capas cada vez más gruesas de poder militar para contener a China y Rusia dentro del Heartland euroasiático. La ambiciosa estrategia de Washington, despojada de su cobertura ideológica anticomunista luego de la caída del Muro de Berlín, se convertirá en un proceso pobre de dominación imperial.
El colapso de la URSS empuja a Occidente a realizar el proyecto de un mundo unipolar que debe encontrarse bajo el control del IMG. La oposición a esta estrategia por parte de la actual Rusia, China y otros países se convirtió en una sorpresa desagradable. ¿Será capaz Rusia, si no de personificar un nuevo proyecto para la humanidad, al menos de encabezar un movimiento por la creación de las condiciones en las que sería posible un mundo multipolar? Si se toma en consideración la historia de este país, la experiencia acumulada, las tradiciones religiosas y culturales, la mentalidad nacional y un alto grado de unidad en la sociedad debido a los recientes acontecimientos mundiales, Rusia tiene el potencial necesario. Este potencial se concentra en el ámbito político y espiritual.
Según el filósofo Zinóviev, el comunismo representado por la Unión Soviética, no sufrió un colapso porque tuviese defectos como tal o porque fuese incompatible con la vida real, sino porque su desarrollo fue artificialmente interrumpido. Mientras en un futuro previsible es poco probable el renacimiento del comunismo, la búsqueda de la identidad nacional rusa y la formación de la idea nacional de Rusia se realizan mediante el análisis de la historia, las tradiciones y el patrimonio espiritual. Se le reprocha a Rusia ser conservadora, pero es ese conservadurismo el que asegura la continuidad del progreso, la conservación y el enriquecimiento de todo lo que pasó la prueba del tiempo y sirve como un seguro punto de referencia para el desarrollo.
Por su parte China, otro país de tradiciones ancestrales propias, en lugar impulsar la globalización mediante la conformación de una costosa armada aeroespacial, a lo estadounidense, ha formulado una variante globalizadora, a lo chino, iniciativa de un costo de tres billones de dólares, que busca construir una red de infraestructuras y comunicaciones y crear una plataforma de cooperación económica mediante una red de líneas de alta velocidad, oleoductos y gasoductos, que unifiquen Eurasia y la convierta en una vasta zona económica que integre Asia y Europa. Por allí circularán trenes de alta velocidad con vagones de carga, y el petróleo y el gas fluirán por nuevos conductos, surgirán carreteras y puertos y las empresas se asentarán en nuevas zonas económicas que conectarán a decenas países de Asia, Europa y África, en pocas palabras, se reeditarán las antiguas vías comerciales de la Ruta de la Seda.
Con este propósito, el presidente de China, Xi Jinping, inauguró en Pekín el 14 de mayo del 2017 el I Foro Internacional sobre la Nueva Ruta de la Seda, con la participación de organismos internacionales, presidentes y primeros ministros de 29 países, entre los que se encontraban Vladímir Putin, Michelle Bachelet, Mariano Rajoy… así como los delegados de unos 130 países. Se trata del megaproyecto del siglo, que convertirá las redes ferroviarias nacionales en redes transcontinentales. Por allí viajarán productos que van a recorrer los 9.191 km desde Shanghai hasta Londres en tan solo 15 días, menos de la mitad de los 40 días que se tarda en transportar estas mercancías por barco.
Xi Jinping habló acerca del significado histórico de las antiguas rutas comerciales que unían Oriente y Occidente por vía marítima y mediante caravanas de camellos, usadas durante la edad media por mercaderes europeos y asiáticos, para comercializar seda, especias, té, porcelana, oro y plata, lo que «trajo prosperidad a estas regiones» y de los «beneficios que en un futuro cercano van a compartir todos». En este ambicioso proyecto geopolítico, China invierte inicialmente 14.500 millones de dólares, lo que permitirá crear modernos corredores comerciales a lo largo de unos 65 países de Asia, África y Europa, en los que habita cerca del 70% de la población mundial, que poseen el 75 % de las reservas energéticas conocidas del mundo. Esto es lo que China entiende por globalizar.
Por su parte, Vladímir Putin, presidente de Rusia, afirmó que su país «no sólo apoya la iniciativa del Cinturón y la Ruta, sino también participará intensamente en su implementación junto con los socios chinos y los demás países interesados». De esta manera, Rusia y China plantean la cooperación pacífica e invitan a invertir en este proyecto común, que no emplea la fuerza ni agrede ni obliga a nadie a unírsele.
Para capitalizar tan asombroso crecimiento mundial, China creó el 2014 el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, BAII, institución alternativa al Banco Mundial, controlado por Estados Unidos. Hasta ahora, a pesar de ser presionados para que no se le unieran, catorce países claves, incluidos aliados muy cercanos a Washington, como Gran Bretaña, Alemania, Australia y Corea del Sur, han firmado como socios fundadores. El 23 de marzo del 2017, nuevos socios se sumaron a este banco, lo que hace que lo integren una totalidad de 70 países. Simultáneamente, para integrar económicamente el corazón del planeta, Beijing ha establecido relaciones comerciales, a largo plazo, con zonas ricas en recursos naturales de África, Australia y el Sudeste Asiático. China materializa la idea de Mackinder mediante el balance y la armonía de Confucio.
Cuando en 1904, el transiberiano cubrió los 9.062 km de distancia entre Moscú y Vladivostok, Mackinder escribió: «Los ferrocarriles transcontinentales están ahora modificando las condiciones del poder terrestre… es inevitable que allí se desarrolle un gran mundo económico, más o menos aislado, que será inaccesible al comercio marítimo». Por otra parte, según Brzezinski: «La potencia que domine Eurasia controlará dos terceras partes de las regiones más desarrolladas y económicamente más productivas del mundo… volviendo al hemisferio occidental y Oceanía geopolíticamente periféricos con respecto al continente central del mundo».
Desde fines del 2007, los alemanes y los rusos se unieron a los chinos para construir el Puente Terrestre Euroasiático, que une el Lejano Oriente con Europa. En el 2014, China expuso el plan para trazar la línea de alta velocidad más larga del mundo, con un costo de 230 mil millones de dólares; se espera que tan solo en dos días los trenes recorran los 5.790 km entre Beijing y Moscú.
Por carecer de la visión geopolítica de Mackinder, los viejos mandatarios de EE.UU. no supieron entender a tiempo la importancia y el sentido del vuelco global radical que tiene lugar en el Heartland. En cambio, Rusia y China están dispuestas a correr los riesgos que implican remodelar el orden unipolar del mundo. Si ambas lograsen vincular sus riquezas naturales y espirituales con los enormes recursos naturales de Eurasia, posiblemente entonces, como Mackinder predijo en 1904, «un imperio de alcance mundial estaría a la vista.
Tal vez, esta sea otra de las causas por las que ganó Trump.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.