La mayoría de los expertos en procesos históricos tienden a considerar una nueva guerra mundial, a la que suele denominarse Tercera Guerra Mundial (WWIII, por sus siglas en inglés), de forma similar a la Primera y la Segunda Guerra Mundial: un despliegue militar a gran escala para derrotar, destruir o subyugar a las naciones adversarias. […]
La mayoría de los expertos en procesos históricos tienden a considerar una nueva guerra mundial, a la que suele denominarse Tercera Guerra Mundial (WWIII, por sus siglas en inglés), de forma similar a la Primera y la Segunda Guerra Mundial: un despliegue militar a gran escala para derrotar, destruir o subyugar a las naciones adversarias. Aunque las posibilidades de ese siniestro escenario no pueden descartarse, existen motivos para creer que la tan mencionada Tercera Guerra Mundial pudiera ser distinta: una lucha entre clases más que una lucha entre estados. Bajo esa luz, la Tercera Guerra Mundial ya está aquí; lleva años haciendo estragos: la guerra unilateral, transfronteriza, neoliberal de la austeridad económica emprendida por la oligarquía financiera transnacional contra la gran mayoría de ciudadanos del mundo, el 99% global.
La globalización del capital y la interdependencia de los mercados mundiales han alcanzado un punto en el que los enfrentamientos armados a gran escala, de la magnitud de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, podrían conducir a una catástrofe financiera para todos. No es de extrañar que la red de elites financieras transnacionales, que a menudo elige a los políticos y dirige los gobiernos entre bastidores, se muestre reacia a precipitarse en una guerra internacional que podría paralizar los mercados financieros mundiales.
Esto explica porqué las últimas agresiones imperialistas han adoptado la forma de «poder blando» [en inglés «soft-power», intervenciones persuasivas que tienen que ver con la presión diplomática y el uso de medios culturales e ideológicos]: revoluciones de colores, golpes de estado «democráticos», guerras civiles fabricadas, sanciones económicas, etc. Por supuesto, la opción militar se esconde en las sombras para ser utilizada en el caso de que las estrategias de «poder blando» para cambiar de régimen fallen o se demuestren insuficientes. No obstante, incluso en ese caso se hace todo lo posible (por parte de los poderes capitalistas) para que dichas intervenciones puedan ser «controladas» o «manejadas», es decir, de carácter local o nacional. Mientras las guerras «controladas» tiendan a salvaguardar las fortunas de quienes especulan con ellas y quienes se benefician del gasto militar (sobre todo el complejo industrial-militar-de seguridad y los grandes bancos), no supondrán la paralización de los mercados financieros internacionales.
Esto también explica porqué grandes potencias mundiales como China, Rusia, India y Brasil normalmente evitan responder con demasiada contundencia a las políticas de intimidación de los Estados Unidos. Los acomodados círculos oligárquicos de estos países tienen más en común con sus homólogos estadounidenses y de otros estados capitalistas que con sus compatriotas. «Tanto si tienen su primera residencia en Nueva York como en Hong Kong, en Moscú o en Bombay, las personas súper ricas conforman, cada vez más, una nación en sí mismas», señala Chrystia Freeland, Global Editor de Reuters , quien acompaña a las elites en sus viajes por el mundo. De ahí que resulte lógico pensar que existe una alianza de facto entre los miembros de esta «nación» global de súper ricos, que facilita los planes imperialistas de cambio de régimen. Por ejemplo, cuando/si Rusia es amenazada por los Estados Unidos y sus aliados europeos, los oligarcas rusos tienden a colaborar clandestinamente con sus homólogos de clase occidentales, debilitando la oposición de Rusia a las intromisiones de las potencias occidentales.
Un breve vistazo a los planes recientes de cambio de régimen en países como Irak y Libia, por un lado, y Ucrania e Irán, por otro, puede ayudar a entender cuándo y cómo las potencias imperialistas recurren a la acción militar directa para provocar un cambio de régimen (como en Irak y Libia), y cuándo y cómo recurren a tácticas de «poder blando» para lograr el mismo objetivo, como en el caso de Ucrania e Irán. Dos son los motivos o las consideraciones fundamentales que pueden identificarse con respecto a la elección imperialista de una u otra táctica de cambio de régimen.
El primero tiene que ver con el nivel de diferenciación de clases dentro de los países objeto de cambio de régimen. Debido a la masiva (y a menudo escandalosa) privatización de la propiedad pública tanto en Ucrania como en Irán, en ambos países han surgido círculos de poderosos oligarcas financieros. Estos magnates de orientación occidental suelen aliarse con las fuerzas intervencionistas externas a favor del cambio de régimen; esencialmente, son agentes internos del cambio, que colaboran desde dentro con el imperialismo. Lo que permite comprender (al menos en parte) porqué los planes de cambio de régimen en estos dos países se han basado fundamentalmente en el «poder blando» y las revoluciones de colores en vez de en la intervención militar directa.
Por el contrario, en el Irak de Saddam Hussein y la Libia de Gadafi faltaron esas clases ricas tan influyentes e internacionalmente conectadas. Aunque ni Saddam ni Gadafi eran modelos de virtud o paladines de la democracia, ambos jugaron el papel de «dictadores ilustrados», como a veces se los denomina: pusieron en marcha programas estatales de bienestar social, mantuvieron una economía con un sector público fuerte, se opusieron a la privatización de servicios públicos como la sanidad y la educación, y conservaron los grandes sectores industriales «estratégicos», como la energía y el sistema bancario/financiero, bajo control y propiedad estatal. Combinadas, estas políticas evitaron la aparición de elites financieras como las que surgieron y se desarrollaron en Irán o Ucrania. Esto significó, entre otras cosas, que el «poder blando» y/o la táctica de las revoluciones de colores, que dependen en gran medida del apoyo de las elites nativas o locales, la llamada «burguesía compradora», no tenían posibilidades de éxito en estos países, y por eso se empleó el «poder duro», la intervención/ocupación militar directa, en ambos casos.
La segunda consideración imperialista cuando se trata de elegir entre las tácticas de «poder blando» o de «poder duro» para cambiar de régimen, dependerá del hecho de que la guerra que vaya a librarse para provocar dicho cambio pueda ser controlada y manejada a nivel local o nacional, o pueda llegar a descontrolarse y convertirse en regional y/o mundial. En el caso de Ucrania, por ejemplo, una agresión militar directa muy bien podría haber involucrado a Rusia, con muchas posibilidades de haberse convertido en mundial, con resultados económicos/financieros desastrosos que escaparían al control de las potencias imperialistas; de ahí la elección del «poder blando» y/o el golpe de estado «democrático». Una preocupación similar de que una guerra abierta contra Irán pudiera descontrolarse explica asimismo porqué los planes de cambio de régimen en ese país también se han centrado principalmente (hasta ahora) en sanciones económicas y otras tácticas de «poder blando», incluyendo la «revolución verde» de 2009.
Por el contrario, para provocar el cambio de régimen en Irak y Libia se utilizó el «poder duro» o la pura fuerza militar, a sabiendas de que la guerra en estos países podría ser controlada de manera bastante satisfactoria, evitando que se convirtiese en un enfrentamiento regional o mundial.
El caso de Ucrania
La actual crisis en Ucrania sirve para ejemplificar cómo las elites financieras internacionales prefieren evitar guerras internacionales catastróficas, de la magnitud de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, en favor de guerras controlables y a menudo entre clases mediante sanciones económicas y otro tipo de tácticas de «poder blando».
Inmediatamente después del golpe de estado en Kiev el 22 de febrero de 2014, que destituyó al presidente democráticamente elegido Viktor Yanukóvich y llevó al poder a un régimen golpista respaldado por los Estados Unidos, las tensiones entre Rusia y las potencias occidentales alcanzaron tal nivel que muchos observadores advirtieron de la «inminente Tercera Guerra Mundial». Aunque todavía existen tensiones y el riesgo de que se produzcan conflictos militares, parecen haber disminuido considerablemente desde principios de mayo, cuando el presidente ruso Vladimir Putin cedió en el enfrentamiento que mantenía con las potencias occidentales y anunció (el 7 de mayo) que Rusia respetaría el resultado de las elecciones presidenciales y trabajaría con quienquiera que saliese elegido, que resultó ser el oligarca multimillonario Petró Poroshenko.
A pesar de que persiste la brutal represión contra los activistas a favor de la autonomía de las provincias del sureste de Ucrania, las maniobras diplomáticas encabezadas por los representantes de las elites financieras de los Estados Unidos, Europa, Ucrania y Rusia han logrado evitar un enfrentamiento militar entre los Estados Unidos y Rusia.
¿Qué ha pasado para que las primeras amenazas de sanciones generalizadas y/o acciones militares contra Rusia hayan dado paso a las actuales tensiones un tanto difusas y a las «soluciones diplomáticas»?
La respuesta, en pocas palabras, es que los poderosos intereses económicos en juego en el ámbito de las finanzas, el comercio y las inversiones internacionales (es decir, de las elites financieras rusas, ucranianas y de los países capitalistas centrales) simplemente no podían arriesgarse a otra guerra mundial incontrolable. No cabe duda de que a los grandes bancos y el influyente complejo industrial-militar-de seguridad les suele ir bien en un contexto de guerra permanente y tensiones internacionales. Pero en general prefieren las guerras «manejables» o «controlables» a nivel local y nacional (como las que se hicieron contra Irak o Libia, por ejemplo) antes que las grandes guerras a nivel regional o mundial.
No es un secreto que a medida que la economía rusa se ha ido entrelazando cada vez más con las economías occidentales (principalmente debido al poder y el comportamiento económico de sus oligarcas transnacionales), también se ha vuelto más vulnerable a las fluctuaciones del mercado global y a las amenazas de sanciones económicas. Esto explica, en gran medida, los gestos conciliadores y las políticas acomodaticias del presidente Vladimir Putin para resolver diplomáticamente las hostilidades sobre la crisis en Ucrania.
Lo que es menos conocido, sin embargo, es que las economías occidentales también son vulnerables a las sanciones por parte de Rusia, en caso de que este país decidiera contraatacar. De hecho, Rusia cuenta con armas económicas importantes con las que podría responder si fuera necesario. Las heridas económicas producidas por sanciones recíprocas podrían ser muy dolorosas para algunos países europeos. Debido a la interconexión de la mayoría de las economías y los mercados financieros, las sanciones vengativas podrían empeorar la ya de por sí frágil economía europea, incluso la mundial:
«Las sanciones a las exportaciones rusas podrían poner en serio peligro a la UE. Europa importa el 30% del gas que consume a través de la compañía estatal rusa Gazprom. Rusia es además el mayor cliente de Europa. La UE es, de lejos, el principal socio comercial de Rusia y representa alrededor del 50% de todas las exportaciones e importaciones rusas. En 2014, el comercio global entre la UE y Rusia se sitúa en torno a los 360 mil millones de euros anuales, mientras que las importaciones rusas de la UE suman alrededor de 130 mil millones de euros, principalmente productos manufacturados y alimentos. La UE es también el mayor inversor en la economía rusa y representa el 75% de todas las inversiones extranjeras en Rusia» [1].
Rusia también podría responder a las políticas y amenazas por parte de las potencias occidentales de congelar los activos de las personas y empresas rusas, inmovilizando a su vez los activos de las empresas e inversores occidentales:
«En el caso de las sanciones económicas occidentales, los legisladores rusos han anunciado que podrían aprobar un proyecto de ley para congelar los activos de las empresas europeas y estadounidenses que operan en Rusia. Por otro lado, los activos de más de 100 empresarios y políticos rusos son presuntamente objeto de congelación por parte de la UE. Además de Alexey Miller, presidente ejecutivo de la empresa estatal Gazprom, también Igor Sechin, CEO de Rosneft, aparecería en la lista de sancionados. Rosneft es la empresa petrolera más grande del mundo y, como tal, cuenta con socios en todo el mundo, incluyendo los países occidentales. Por ejemplo, la empresa Exxon-Mobil, con sede en los Estados Unidos, tiene un proyecto de exploración petrolera con Rosneft en Siberia por valor de 500 millones de dólares, y está asociada con el gigante ruso en la explotación de las reservas de petróleo del Mar Negro» [2].
Rusia tiene a su disposición armas económicas adicionales que podrían ocasionar daños a las economías de los Estados Unidos y Europa. Por ejemplo, respondiendo a las amenazas de congelar sus activos por parte de los Estados Unidos y sus aliados europeos, Rusia liquidó (a finales de febrero y principios de marzo de 2014) su posición de más de 100 mil millones en Bonos del Tesoro de los Estados Unidos. La escalada de amenazas de congelar los activos de gobiernos «hostiles» podría muy bien involucrar a China con resultados catastróficos para el dólar estadounidense, ya que «China posee aproximadamente 1.3 billones de dólares en Bonos del Tesoro de los Estados Unidos y es el mayor inversor extranjero» [3].
Este grado tan elevado de interconexión económico/financiera explica porqué -con el respaldo de Washington y la aquiescencia de Moscú- la diplomacia europea de Berlín y Bruselas se trasladó apresuradamente hasta Kiev, organizó la celebración de la llamada «mesa redonda» de conversaciones y allanó el camino para las falaces elecciones presidenciales del 25 de mayo, legitimando el régimen golpista y evitando así la escalada mutua de sanciones económicas y/o acciones militares.
Comparación con Irak y Libia
El cambio de régimen en Libia (2011) y en Irak (2003) mediante intervenciones militares de «poder duro» (en contraposición a los esquemas de cambio de régimen del «poder blando») sirve para apoyar el argumento principal de este ensayo: para lograr el cambio de régimen, las potencias imperialistas recurren a la acción militar directa cuando (a) dichas intervenciones militares pueden ser controladas o limitadas al país en cuestión, y (b) en el país afectado no existen aliados locales fuertes o significativos, es decir, fuerzas locales de la oligarquía que mantengan vínculos con los mercados internacionales y, por lo tanto, con las fuerzas externas de cambio de régimen.
Aunque tanto Gadafi como Saddam gobernaron sus países con mano dura, mantuvieron economías con un sector público fuerte, y servicios e industrias ampliamente nacionalizados. Esto era así sobre todo en el caso de industrias estratégicas como las de la energía, el transporte, la comunicación y la banca, y también de servicios sociales fundamentales como la sanidad, la educación y otros servicios públicos. Lo que les movió a actuar así no fueron tanto sus convicciones socialistas (aunque en alguna ocasión afirmaron ser paladines del «socialismo árabe»), como el haber aprendido durante sus enfrentamientos con antiguos regímenes opositores de aristocracias tribales y terratenientes, que el control de las economías nacionales a través de la gestión estatal burocrática, junto con un Estado de bienestar fuerte, era más beneficioso para lograr la estabilidad y la continuidad de su gobierno que permitir el desarrollo de un mercado libre desenfrenado y/o el surgimiento de industriales y financieros poderosos dentro del sector privado.
Fuera cual fuera la motivación, el hecho es que ni Saddam ni Gadafi permitieron el desarrollo de elites financieras poderosas vinculadas estrechamente con los mercados internacionales o las potencias occidentales. No es de extrañar que entre las figuras y las fuerzas opositoras que colaboraron con los planes imperialistas de cambio de régimen en estos dos países, estuvieran tanto los restos de los tiempos reales/tribales, como mezquinos intelectuales expatriados y acérrimos enemigos militares de Saddam y Gadafi obligados a vivir en el exilio. A diferencia de las elites financieras en Ucrania, por ejemplo, las fuerzas opositoras en Irak y Libia no contaban con medios económicos para financiar las fuerzas de cambio de régimen, ni con una base/un apoyo social amplio en sus respectivos países. Y tampoco tenían vínculos políticos o financieros fuertes y estables con los mercados y los estamentos políticos occidentales.
Esto permite comprender porqué las sanciones económicas y otras tácticas de «poder blando» (como movilizar, entrenar y financiar fuerzas opositoras) resultaron insuficientes para cambiar los regímenes de Saddam y Gadafi; y porqué el imperialismo estadounidense y sus aliados tuvieron que hacer uso del «poder duro» de la ocupación/intervención militar para lograr su nefario objetivo. Además, como se mencionó anteriormente, las potencias imperialistas intervencionistas estaban seguras de que (al contrario que en los casos de Ucrania o Irán, por ejemplo) dichas invasiones militares podrían ser controladas y limitadas al interior de las fronteras de Libia o Irak.
El caso de Irán
La política estadounidense de cambio de régimen en Irán se asemeja más al patrón que se ha seguido en Ucrania que a los aplicados en Irak o Libia. Ello se debe principalmente a que (a) cabe temer que la intervención militar en Irán pudiera traspasar las fronteras de este país, y (b) Irán tiene una oligarquía financiera relativamente desarrollada de orientación occidental con la que los Estados Unidos y sus aliados pueden contar para provocar reformas y/o un cambio de régimen desde dentro.
No se trata de una política de blanco o negro: o fuerza militar o «poder blando». Es más bien una cuestión de mayor o menor confianza en una u otra política, dependiendo de las circunstancias del caso. De hecho, desde la revolución de 1979, la agenda imperialista de cambio de régimen en Irán ha incluido varias tácticas (a menudo simultáneas). Estas van desde incitar y apoyar a Saddam Hussein para invadir Irán (en 1980) hasta entrenar y financiar grupos terroristas desestabilizadores anti-iraníes, y desde las amenazas constantes de guerra e intervención militar hasta los intentos de sabotear las elecciones presidenciales de 2009 mediante la llamada «revolución verde», incluyendo el aumento sistemático de sanciones económicas.
Habiendo fracasado (hasta ahora) sus funestos planes de «cambio de régimen» desde fuera, en los últimos años los Estados Unidos parecen haber dado prioridad al cambio de régimen (o a la reforma del mismo) desde dentro; es decir, por medio de la colaboración política y económica con las corrientes de orientación occidental dentro de los círculos de poder iraníes. Lo que ha hecho esta opción más atractiva para los Estados Unidos y sus aliados es el surgimiento de una ambiciosa clase capitalista en Irán, cuya prioridad principal sería la posibilidad de hacer negocios con sus homólogos occidentales. Se trata sobre todo de ricos oligarcas iraníes que, literalmente, están hablando de negocios , por decirlo así; para ellos, cuestiones tales como la tecnología nuclear o la soberanía nacional son secundarios. Habiéndose enriquecido metódicamente (y a menudo escandalosamente) a la sombra del sector público de la economía iraní, o gracias a la posición política/burocrática que mantenían (o mantienen aún) en varias instancias del aparato de gobierno, estos tipos ya no tienen más ganas de llevar a cabo medidas económicas radicales que fomenten la autosuficiencia económica para hacer frente o resistir el embate de las brutales sanciones económicas. En vez de eso, se muestran deseosos de emprender negocios y llegar a acuerdos de inversión con sus aliados de la burguesía transnacional en el exterior.
Más que los de ningún otro estrato social, el presidente Hassan Rouhani y su gobierno representan los intereses y las aspiraciones de esta clase de capitalistas-financieros que está surgiendo en Irán. Los representantes de esta oligarquía financiera ejercen el poder económico y político a través, sobre todo, de la influyente Cámara de Comercio, Industria, Minas y Agricultura de la República Islámica de Irán (ICCIMA, por sus siglas en inglés). La afinidad ideológica y/o filosófica entre el presidente Hassan Rouhani y los empresarios del ICCIMA queda reflejada en el hecho de que, inmediatamente después de que fuera elegido, designó al ex presidente de la Cámara de Comercio, Mohammad Nahavandian, un economista neoliberal formado en los Estados Unidos y que fuera asesor del ex presidente de la República Hashemi Rafsanjani, como secretario general de la Presidencia.
A través de la Cámara de Comercio de Irán, en septiembre de 2013, una delegación económica iraní acompañó al presidente Hassan Rouhani a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York para negociar posibles acuerdos comerciales/de inversión con sus homólogos estadounidenses. La Cámara de Comercio de Irán también ha organizado varias delegaciones económicas que han acompañado al Ministro de Asuntos Exteriores iraní Mohamad Yavad Zarif a Europa para lograr objetivos similares.
Muchos observadores de las relaciones entre los Estados Unidos e Irán tienden a pensar que las conversaciones diplomáticas iniciadas hace poco, incluyendo los contactos regulares dentro del marco de las negociaciones nucleares iraníes, arrancaron con la elección de Hassan Rouhani como presidente. Sin embargo, las pruebas demuestran que los contactos entre bastidores entre representantes de las elites financieras de Estados Unidos y los gobiernos iraníes comenzaron mucho antes de que Hassan Rouhani alcanzara la presidencia. Por ejemplo, en un artículo reciente bastante bien documentado del Wall Street Journal se revelaba que:
«Altos funcionarios del Consejo de Seguridad Nacional [estadounidense] comenzaron a plantar las semillas de dicho intercambio meses atrás – manteniendo una serie de reuniones y llamadas telefónicas secretas, y convocando a una selección de monarcas árabes, exiliados iraníes y ex diplomáticos estadounidenses para transportar mensajes de manera clandestina entre Washington y Teherán, según funcionarios estadounidenses, de Oriente Medio y europeos que fueron informados del asunto» [4].
El artículo, al explicar cómo la «la intrincada red de comunicaciones contribuyó a impulsar los recientes pasos de un nuevo acercamiento entre los Estados Unidos e Irán», señalaba que a menudo, entre bastidores, «se celebraron reuniones en Europa, principalmente en la capital sueca de Estocolmo». Utilizando canales diplomáticos internacionales como la Sociedad de Asia, la Asociación de las Naciones Unidas y el Consejo de Relaciones Exteriores, «las partes estadounidense e iraní se reunieron en hoteles y salas de conferencias para buscar fórmulas que resolvieran la crisis sobre el programa nuclear iraní y evitaran una guerra». Sus autores, Jay Solomon y Carol E. Lee, también escribieron:
«La Sociedad de Asia y el no gubernamental Consejo de Relaciones Exteriores organizaron mesas redondas para los Sres. Rouhani y Zarif al margen de la reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas celebrada en septiembre. Ambos aprovecharon esos espacios para explicar los planes de Teherán a hombres de negocios, ex funcionarios del gobierno, académicos y periodistas estadounidenses.
«El Sr. Obama contactó personalmente con el Sr. Rouhani el pasado verano poco después de que fuera elegido presidente. El presidente de los Estados Unidos escribió una carta al nuevo líder iraní, enfatizando el deseo de Washington de poner fin al conflicto nuclear de manera pacífica. El Sr. Rouhani respondió con similares aspiraciones.
«El Sr. Zarif, mientras tanto, volvió a establecer contactos con señalados funcionarios de política exterior estadounidenses que había conocido siendo el embajador de Irán ante las Naciones Unidas en la primera década de 2000.
«La Sra. DiMaggio de la Sociedad de Asia cuenta que estuvo entre los que en Nueva York se pusieron en contacto con Mr. Zarif poco después de incorporarse al equipo de gobierno de Rouhani. Veterana facilitadora de contactos informales entre funcionarios iraníes y estadounidenses, durante la pasada década mantuvo numerosas reuniones con el diplomático formado en los Estados Unidos sobre cómo resolver el impase nuclear» [5].
Esto explica porqué el presidente Rohuani (y su círculo de asesores de orientación occidental y con una mirada hacia afuera) eligió al Sr. Zarif como Ministro de Asuntos Exteriores; y porqué, quizás imprudentemente, tienen puestas todas sus esperanzas de la recuperación económica iraní en el mercado libre y la inversión sin restricciones de los Estados Unidos y otros grandes países capitalistas. (Por lo demás, esto también permite comprender porqué el equipo del presidente Rouhani en las negociaciones nucleares ha sido relegado -se quiera o no- a una posición desfavorable en las discusiones del grupo P5+1 [conformado por China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Rusia y Alemania]).
Conclusiones y repercusiones
Aunque quienes se benefician del gasto bélico y militar -los grandes bancos (como principales prestamistas de los gobiernos) y el complejo industrial-militar-de seguridad- prosperan al calor de la guerra y las tensiones internacionales, suelen preferir las guerras locales, nacionales, limitadas o «manejables» a las confrontaciones regionales o mundiales que, de manera catastrófica, podrían paralizar los mercados mundiales por completo. Esto explica en cierto modo porqué para lograr un cambio de régimen en Irak y Libia, por ejemplo, los Estados Unidos y sus aliados recurrieron a la acción/ocupación militar directa; mientras que en los casos de Ucrania e Irán han evitado (hasta ahora) la intervención militar directa y se han inclinado en cambio por las tácticas de «poder blando» y las llamadas revoluciones de colores. Como se señaló anteriormente, en buena medida esto es así porque, en primer lugar, existe el temor de que la guerra y la intervención militar en Ucrania o Irán no se puedan «controlar»; en segundo lugar, porque en ambos países hay una elite financiera pro-occidental con suficiente influencia con la que se podría contar para lograr la reforma y/o el cambio de régimen desde dentro, es decir, sin arriesgarse a una nueva guerra mundial de consecuencias catastróficas que podría destruir las fortunas de los capitalistas transnacionales junto con todo lo demás.
Las potencias intervencionistas casi siempre han creído en la utilidad de la vieja táctica del «divide y vencerás». Lo que es relativamente nuevo en el contexto de esta discusión es que, además de los viejos patrones de utilización (que a menudo se han valido de cuestiones que dividen como nacionalidad, etnicidad, raza, religión, y otras similares), los casos recientes donde ha sido empleada dicha táctica cada vez recurren más a las divisiones de clase. El cálculo parece ser el siguiente: cuando/si un país como Irán o Ucrania puede ser dividido por diferencias de clase y pueden construirse alianzas con oligarcas ricos allí donde se quiere provocar un cambio de régimen, ¿por qué embarcarse en un ataque militar generalizado que podría perjudicar tus propios intereses y los de tus aliados junto con los de tus enemigos? Cuando las sanciones económicas, conjuntamente con las alianzas y las colaboraciones establecidas con los oligarcas locales económicamente poderosos, pueden aprovecharse para llevar a cabo «golpes de estado democráticos» o revoluciones de colores (a menudo a través de elecciones falaces), ¿por qué correr el riesgo de un ataque militar indiscriminado de consecuencias inciertas y potencialmente catastróficas?
Esto demuestra (entre otras cosas) cómo las políticas imperialistas de agresión han evolucionado con el tiempo: desde las etapas iniciales de la «burda» ocupación militar del periodo colonial a las actuales tácticas de intervención en múltiples frentes, mucho más sutiles y furtivas. En el marco de las últimas aventuras de la política exterior estadounidense, se puede sostener que mientras que el primer modelo de descaradas agresiones imperialistas resulta pertinente para la política exterior militarista del presidente George W. Bush, el segundo tiene más que ver con la política intervencionista insidiosamente «sofisticada» y solapada del presidente Barack Obama. Mientras los paladines de la facción abiertamente militarista de la elite dirigente estadounidense critican al Sr. Obama por ser un presidente «que se asusta con el ruido de una escopeta» o «débil», el hecho es que su relativamente discreta pero taimada política de construir coaliciones metódicamente -tanto con los aliados tradicionales de los Estados Unidos como con la burguesía compradora y la oligarquía de los países en los que se quiere provocar un cambio de régimen- ha resultado más efectiva (en términos de cambio de régimen) que la política Bush-Cheney de acción militar unilateral. Todo esto no son suposiciones ni meras teorías: el Secretario de Estado, John Kerry, lo dejó claro hace poco en el contexto de la política de la Administración Obama hacia Ucrania e Irán. Cuando fue preguntado el 30 de mayo de 2014 por Gwen Ifill del Sistema Público de Difusión de los Estados Unidos (PBS, por sus siglas en inglés): «¿En su opinión, está el presidente siendo injustamente criticado por su debilidad, por batear sencillos en lugar de pegar cuadrangulares? El Sr. Kerry respondió:
No creo, francamente, que al presidente se le atribuya el mérito suficiente por los éxitos que están sobre la mesa en estos momentos… Quiero decir, si uno mira a lo que ha ocurrido en Ucrania, el presidente encabezó una iniciativa para mantener a Europa al lado de los Estados Unidos, para poner sobre la mesa sanciones difíciles. A Europa no le entusiasmaba la idea pero la secundó. Eso fue liderazgo. Y el presidente finalmente logró influir, junto con los europeos, en las opciones que se le presentan al presidente Putin.
Además, el presidente se ha involucrado en Irán. Estábamos en una trayectoria de colisión, ellos estaban desarrollando un sistema nuclear y el mundo se oponía. Pero el presidente introdujo una serie de sanciones, con la capacidad de sentar a Irán a la mesa. Ahora mismo estamos en medio de las negociaciones. Todo el mundo estará de acuerdo en que el régimen de sanciones ha aguantado. Las armas – el programa nuclear se ha congelado y se ha vuelto atrás. Y ahora hemos aumentado el tiempo que Irán pueda tener para desmantelarlo. Es todo un éxito.
Así es que pienso que estamos involucrados, más involucrados que en cualquier momento anterior de la historia estadounidense, y creo que el caso puede ser probado y expuesto.
Y esta es la esencia del imperialismo artero que caracteriza a la Administración Obama frente al imperialismo adolescente de la Administración Bush (Jr.).
Notas
[1] Gilbert Mercier, «Ukraine’s Crisis: Economic Sanctions Could Trigger a Global Depression», http://www.counterpunch.org/2014/03/28/ukraines-crisis/
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4] Wall Street Journal, «U.S.-Iran Thaw Grew From Years Of Behind-the-Scenes Talks», http://online.wsj.com/news/articles/SB10001424052702303309504579181710805094376
[5] Ibid.
Ismael Hossein-zadeh es Profesor Emérito de Economía (Drake University). Autor de Beyond Mainstream Explanations of the Financial Crisis (Routledge, 2014), The Political Economy of U.S. Militarism (Palgrave-Macmillan, 2007), y Soviet Non-capitalist Development: The Case of Nasser’s Egypt (Praeger Publishers, 1989). Ha colaborado además en Hopeless: Barack Obama and the Politics of Illusion (AK Press, 2012).
Artículo original en inglés publicado en CounterPunch [http://www.counterpunch.org/2014/06/06/ww-iii-more-interclass-than-international/]; y en Asia Times Online [http://www.atimes.com/atimes/World/WOR-01-090614.html].
Traducción de Sara Plaza