En el área de intereses reales de Rusia, la República de Belarús ha constituido un aliado de notable importancia estratégica para Moscú no sólo por la ubicación geográfica de este Estado (poseedor de fronteras con naciones de Europa Oriental, miembros de la Unión Europea), sino también porque el fortalecimiento de los lazos entre ambos países, […]
En el área de intereses reales de Rusia, la República de Belarús ha constituido un aliado de notable importancia estratégica para Moscú no sólo por la ubicación geográfica de este Estado (poseedor de fronteras con naciones de Europa Oriental, miembros de la Unión Europea), sino también porque el fortalecimiento de los lazos entre ambos países, con la concreción del denominado Estado Unificado, significaría para el Kremlin un elemento significativamente positivo en la reconfiguración de influencias escenificada en el espacio postsoviético por los centros de poder mundial.
Sin embargo, cuando en 1996, año del inicio de las conversaciones entre las autoridades de ambos países para el impulso del programa de integración, diversos especialistas plantearon que, para el logro efectivo de una unificación real, se debían vencer diversos obstáculos, tampoco previeron que las necesidades de resolver las contradicciones estructurales entre los dos modelos políticos y económicos, estuvieran frenando en la actualidad la conclusión satisfactoria de este proyecto.
En el transcurso de diez años la realidad ha demostrado que para lograr una real integración no basta con ser únicamente aliados geopolíticos, aspecto también muy importante para alcanzar este objetivo pero no el único. Para una verdadera unificación se precisan confluencias ideológicas sobre los objetivos y finalidades con respecto al funcionamiento adecuado de la nueva estructura económica y el sistema político, además de simetrías jurídicas, administrativas y culturales entre los actores implicados en dicho proceso.
Por tal motivo, si bien se han alcanzado, en el marco de las relaciones bilaterales, ciertos avances en las esferas comerciales, financieras, tecnológicas y en la cooperación militar, estos aún resultan insuficientes.
En este sentido, los últimos encuentros del consejo de ministros para la unificación que presiden los primeros ministros de Rusia y Belarús, han estado fundamentalmente encaminadas a tratar temas como el presupuesto destinado para la cooperación económica del bienio 2006-2008, incrementándolo un 10 por ciento con respecto a la etapa anterior.
También se ha planteado que para este periodo se logren acuerdos con respecto a la preservación del patrimonio conjunto, tanto en el tema de la migración interna bajo las normas constitucionales de la unificación, como en lo concerniente a la consolidación de un espacio único para la asistencia militar entre ambas naciones.
De igual modo, se acordaron nuevas normas jurídicas para la protección común de los derechos y deberes ciudadanos para los nacionales de los dos Estados, el libre tránsito para civiles y el comercio entre las regiones que conformen la confederación.
Sin embargo, aún cuando estas nuevas regulaciones y acuerdos logren una eficiente entrada en vigor, se precisan otras mucho más profundas que transformen diversas instituciones y estructuras de las dos naciones.
En este aspecto, uno de los retos fundamentales para la unificación lo constituye las grandes diferencias que se perciben entre los modelos económicos y de desarrollo entre estos países, además de las diferentes tendencias en la utilización de los recursos del Estado para la promulgación de políticas sociales encaminadas al incremento de los estándares de vida de sus poblaciones.
Si bien en Belarús existe un modelo de desarrollo basado mayoritariamente en la reinversión de los ingresos estatales, considerando que los principales renglones de la economía, mas del 80 por ciento, está en poder del Estado, en la promulgación de políticas publicas y sociales; en Rusia coexisten perceptibles contrastes entre las corrientes neoliberales y las de carácter neokeynesiano, entre los poderes del capital privado y el predominio político del capital estatal.
En Rusia, el Estado controla la industria de la energía no sólo en función de controlar las transferencias bancarias derivadas de la exportación de petróleo, gas y materia prima, sino también como elemento de persuasión política sobre aquellos países que, alineados a los Estados Unidos y Occidente (específicamente Ucrania, Georgia y Moldova), pretendan afectar los intereses y el protagonismo de Moscú en el espacio postsoviético.
Por otra parte, si bien los altos precios de los hidrocarburos en el mercado mundial han incrementado los ingresos netos de la federación rusa, también parece evidente que estos fondos no han sido destinados, en grandes flujos financieros, para la solución de diversas problemáticas que afectan a gran parte de la población de esta nación.
Pese a la bonanza económica que vive el país, el desempleo, la corrupción, la reducción de las subvenciones sociales y la incidencia de los niveles de vida en los estándares demográficos constituyen problemáticas, que en incremento desfavorable, continúan aún sin alcanzar soluciones reales. En la República de Belarús, por el contrario, las variables socioeconómicas en relación al aumento de la calidad de vida son una de las prioridades fundamentales en la gestión gubernamental del actual presidente Lukashenko.
En este sentido, según cifras de instituciones oficiales belarrusas, los ingresos reales de la población, para el año 2006, han debido incrementarse en el 7 o en el 8,5 %, mientras que entre las principales directrices del Estado, hacia el 2010, se encuentra un acentuado interés en la eficiencia del trabajo en la economía y la productividad, lo cual permitiría un crecimiento sostenido del PIB por encima del 9,2 % (índice perteneciente al año fiscal 2005).
Otro aspecto a destacar es el concerniente al papel de las élites políticas y su interacción tras la unificación. Actualmente el Presidente Lukashenko cuenta con un elevado nivel de aprobación popular por su gestión en su país (más de un 70 % de aceptación), ello le ha proporcionado simpatías entre distintos estratos de la sociedad rusa. Sin embargo, también es objeto de preocupación por algunas organizaciones gubernamentales y de la oposición, por el impacto que podría lograr una candidatura suya al poder ejecutivo, una vez equiparados totalmente los derechos de participación política en el Estado Unificado.
Otra perspectiva de análisis seria el incremento en Rusia, pese a los reconocidos esfuerzos del presidente Putin, del crimen organizado, la corrupción administrativa y la xenofobia, fenómenos que han encontrado, en las etapas posteriores a la desintegración de la Unión Soviética, condiciones de desarrollo favorables en las repúblicas exsocialistas. Sin embargo, en Belarús, ello no constituye un elemento de significación social pues el país goza de altos índices de seguridad civil.
Por otro lado, si bien el proceso integracionista, entre los dos países, precisa de las soluciones de estas complejas diferencias. Vale señalar que de lograrse los objetivos planteados, el poderío de esta federación, con respecto a su carácter negociador con otros espacios interestatales como la Unión Europea, implicaría un replanteamiento de estrategias con un posible impacto positivo en una revisión de la política de Occidente hacia Minsk. Tomando en consideración, que Belarús, junto con Ucrania, resultan las principales vías del transito del gas ruso hacia gran parte de los países de la comunidad europea.
Sin embargo, en el aspecto energético es importante significar la reciente Tendencia adoptada por el Kremlin de dejar de subvencionar las economías nacionales de las republicas exsoviéticas, con lo que ha entrado en vigor una estrategia de incrementar, a precio de mercado mundial, las cuotas a pagar por estos países por la utilización del gas ruso.
Esta regulación común de Moscú para aliados y disidentes en la región, podría crear nuevas contradicciones en el proceso de integración no sólo de la unificación con Belarús, sino también dentro de los marcos de una Comunidad de Estados Independientes (CEI), cada vez más inoperante e infuncional.
En resumen, si bien la unificación de las dos repúblicas tendría el efecto de dinamizar las relaciones multilaterales en el área, también implicaría mecanismos consensuados para la solución de los fenómenos sociopolíticos que con ella vendrían aparejados. Por tal motivo, suponiendo que este escenario sea el más probable, la configuración de un nuevo sistema político y económico común, dependerá de múltiples factores no solamente dirigidos hacia un proceso de integración ideológica entre los componentes del estrato dirigente que se constituya, sino también de un contexto de estabilidad geopolítica en la región y de un consenso de intereses internos entre las elites de poder y las distintas fuerzas políticas de ambos Estados, lo cual parece improbable bajo las condiciones actuales.