Bangsamoro (el pueblo moro), al sur del archipiélago filipino, lleva décadas manteniendo una lucha para liberarse del dominio de Manila. En el pasado se enfrentaron al intento español por conquistarles, y posteriormente hicieron lo propio con Estados Unidos. Como señalan los dirigentes moros, «la tierra Bangsamoro fue una nación soberana durante cientos de años, y […]
Bangsamoro (el pueblo moro), al sur del archipiélago filipino, lleva décadas manteniendo una lucha para liberarse del dominio de Manila. En el pasado se enfrentaron al intento español por conquistarles, y posteriormente hicieron lo propio con Estados Unidos.
Como señalan los dirigentes moros, «la tierra Bangsamoro fue una nación soberana durante cientos de años, y fue ilegalmente anexionada como parte de Filipinas en 1935, siendo posteriormente ocupada por colonos cristianos (el pueblo moro es musulmán), en una campaña impulsada por Manila en los años cincuenta».
La resistencia a esa colonización va a impulsar nuevas formas de lucha, que se materializarán en los sesenta con la creación del Frente de Liberación Nacional Moro (FLNM), y que posteriormente dará pie a nuevas formaciones como el Frente Moro de Liberación Islámica Moro (FMLI).
Las raíces del conflicto son diversas. La ocupación, junto a las diferencias religiosas, la propiedad de la tierra y de otros recursos naturales o los problemas identitarios han marcado el devenir de los acontecimientos estas décadas. Junto a ello han existido otros factores, como las diferencias económicas entre colonos y moros, e incluso entre la élite comercial y económica filipina y la mayoría de los cristianos. O los llamados conflictos crónicos como la violencia entre clanes (no confundir con tribus) y también la existencia de una delincuencia (bandidaje) común.
Y todo ello sin olvidar tampoco la difícil situación que han tenido que soportar lo Lumad, pueblos indígenas originarios que han sido perseguido y discriminados por españoles, norteamericanos, filipinos, e incluso por los moros.
Una especie de ciclo histórico, que ha acompañado a la escalada del conflicto armado, ha caracterizado en los últimos años la situación. Es la sucesión de «procesos de paz, acuerdos de paz, ruptura de los mismos, nueva fase de violencia y comienzo de un nuevo proceso».
El Acuerdo de Trípoli (1976), el Acuerdo Final de paz (1996), el Acuerdo General de cese de hostilidades (1997), el segundo acuerdo de Trípoli (2001), el Memorándum sobre acuerdo de dominios ancestrales (2008)…y más recientemente el Acuerdo Marco sobre Bangsamoro (octubre 2012).
Este último acuerdo, firmado entre el gobierno filipino y el FMLI parece que ha abierto la puerta a la esperanza a la resolución del conflicto, a pesar de los obstáculos existentes y los precedentes mencionados.
Hay varios factores que permiten esta postura relativamente optimista. En primer lugar, las medidas de distensión y cautela que han adoptado las partes firmantes, que han sabido hasta ahora resolver los enfrentamientos puntuales. En segundo lugar, la mediación internacional, que ha jugado un papel más positivo y sostenido que en el pasado, evitando sacar rédito de la situación de enfrentamiento y buscando un acercamiento de posturas entre las partes.
Y en tercer lugar, la potencialidad que ofrece este proceso para un cambio social. Ya hemos visto la importancia de los factores económicos en el conflicto, por ello la eliminación de las desigualdades existentes es clave. El potencial de Bangsamoro (industrias y recursos energéticos, agricultura, turismo, población joven…) puede ayudar en ese giro y en el nuevo desarrollo del pueblo moro.
Los incidentes y los obstáculos también han asomado desde la firma del acuerdo. Los desacuerdos y las disidencias dentro del pueblo moro se han manifestado estos meses. En febrero, un grupo contrario al acuerdo, se hizo con una parte de la isla de Sabah, a día de hoy bajo las fronteras de Malasia, reivindicándola como parte de un antiguo sultanato moro.
Agosto vio la sucesión de ataques armados por parte de grupos jihadistas que operan en la zona (Abu Sayyaf o Jemaah Islamiyah) o disidentes del propio FMLI, como los Luchadores de la Libertad Islámicos Bangsamoro (BIFF), y el pasado 9 de septiembre una facción del FLNM al parecer atacó la ciudad de Zamboanga, enfrentamientos que no han concluido.
Junto a ello, la presencia de armas y las diferencias históricas entre clanes también pueden complicar la resolución del conflicto, ya que son factores que pueden ser explotados por los contrarios al acuerdo..
Además, encontramos las dificultades técnicas que pueden aflorar a la hora de interpretar el acuerdo, y sobre todo los intentos de boicotear cualquier avance sustancial por parte de los llamados sectores fácticos filipinos. Algunas decisiones judiciales o presiones de sectores militares, junto a maniobras de la antigua élite partidaria del status quo, pueden poner más palos en la rueda del incipiente proceso de paz.
Filipinas muestra al mundo una cara de la moneda, el auge económico, la relativa estabilidad política, en buena parte sustentada por el apoyo que todavía parece contar el actual presidente Benigno Aquino, no debe ocultar la existencia de la otra cara.
Una realidad más cruel, donde las desapariciones, las muertes extrajudiciales o las torturas (sobre todo contra los que pretenden cambiar radicalmente el status quo) lejos de desaparecer han aumentado, tal y como lo atestiguan las denuncias de diferentes organizaciones locales que luchan por los derechos humanos, y que la prensa occidental prefiere ocultar.
La lucha que mantiene el Nuevo Ejército del Pueblo para la transformación del modelo social y político que perdura en Filipinas es utilizada por los diferentes gobiernos para actuar con impunidad.
Hay además otro factor importante en Filipinas, su creciente papel en la región, viene en parte sustentado por la postura de EEUU, que durante décadas ha mantenido un apoyo a los regímenes más crueles del país. En su día la excusa era la situación de la Guerra Fría, y en la actualidad, con argumentos de combatir al llamado «extremismo islamista», pretende seguir justificando su presencia en Filipinas.
Algunos definían a este país como una realidad sujeta a la bota neocolonial estadounidense, y el nuevo panorama internacional puede dar pie a que se repita la historia. La centralidad que Washington y Obama han puesto en el control del Pacífico asiático, sobre todo en el pulso que mantienen con China, hace que siga necesitando la existencia de «estados clientes», como lo ha sido y parece que sigue siendo Filipinas.
Txente Rekondo. Analista Internacional
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