Nuevamente, en un reciente artículo -«La selectividad de los neoliberales sobre los Derechos Humanos: el caso de China» [1]-, el profesor Vicenç Navarro nos ha ayudado a fijar nuestra atención donde no solemos observar críticamente. A finales de 2010, comenta el Catedrático de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Pompeu Fabra, se anunció que […]
Nuevamente, en un reciente artículo -«La selectividad de los neoliberales sobre los Derechos Humanos: el caso de China» [1]-, el profesor Vicenç Navarro nos ha ayudado a fijar nuestra atención donde no solemos observar críticamente.
A finales de 2010, comenta el Catedrático de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Pompeu Fabra, se anunció que el Premio Nobel de la Paz se otorgaba al disidente chino encarcelado Liu Xiaobo convirtiéndolo inmediatamente «en un icono de los supuestos luchadores por la libertad y por los Derechos Humanos». La organización internacional de escritores PEN añadió su voz: fue uno de «los mayores promotores para que se le concediera el Nobel de la Paz».
El doctor Navarro recuerda lo que, muy oportunamente, Barry Sautman y Yan Hairong escribieron en las páginas de The Guardian del 15 de diciembre de 2010. Liu Xiaobo es un ultraliberal «que tiene una idea muy sesgada del concepto de libertad». Ha apoyado todas las intervenciones armadas del gobierno de EEUU guiado en sus intervenciones, según sus singulares creencias, por un admirable amor a la libertad. De ahí, prosigue irónicamente Navarro, «que haya apoyado a todas las dictaduras existentes en Latinoamérica, África o Asia, excepto a las comunistas, para las cuales reserva toda su animosidad» [2].
En cuanto a su concepción económica, Xiaobo está a favor de la privatización de todos los recursos existentes en su país; sin excepciones. Aún más, en su opinión, «lo mejor que le habría podido ocurrir a China hubiera sido continuar siendo una colonia de Gran Bretaña, tal como lo ha sido Hong Kong». No es una tesis novedosa; muchas voces sostuvieron posiciones similares ante la independencia de países africanos (Navarro apunta a continuación, por si fuera necesario, que no tiene «ninguna simpatía por el régimen dictatorial chino». Ha escrito críticamente sobre él, «tal como lo hice también anteriormente sobre el régimen dictatorial de la Unión Soviética»).
Lo anterior no es obstáculo para que denuncie que Liu Xiaobo esté encarcelado por sus ideas, al mismo tiempo que también ve «necesario denunciar la selectividad en la supuesta defensa de derechos humanos». Su ejemplo, muy ilustrativo desde luego: el sindicalista chino Zhao Dong-min fue encarcelado en 2009 por ayudar a los obreros de varios centros de trabajo chinos. Su situación «ha sido denunciado por la Federación Internacional de Sindicatos, sin que haya tenido ninguna visibilidad en los medios de mayor difusión españoles». Dong-min fue un obrero que se sigue definiendo como socialista, que ha denunciado a la dirección del P.C. chino por haber traicionado a la clase trabajadora «mediante la aplicación de unas reformas que han eliminado elementos esenciales de protección social». Zhao, concluye Navarro, está exigiendo la democratización de los sindicatos y del estado chino desde un punto de vista democrático y de izquierdas. «Lo que los promotores de los derechos humanos desean no es la democracia en China, sino la promoción de sus intereses, que pasan por el establecimiento del neoliberalismo en aquel país». No escasean las razones para sostener esta última afirmación del profesor de la Pompeu Fabra.
Así, pues, casi nada que objetar y mucho que agradecer al comentario del doctor Navarro. Pero de nuevo se cuela en su aproximación, sin ninguna necesidad en opinión, algunas referencias a la historia del movimiento comunista y a conceptos de la tradición que merecen y exigen algún matiz.
Un régimen político puede ser dictatorial pero no puede ser, al mismo tiempo, comunista y dictatorial. Cualquier concepto consistente del comunismo, que no sea humo o mera propaganda político-cultural, impide asociar esa finalidad político-social, y los movimientos que en ella se reconocieron y reconocen, con ningún estado dictatorial ni autoritario. El comunismo no abona ni justifica nada en ese sentido. Que en su nombre se puedan cometer atrocidades, como de hecho se han cometido, tienen el mismo sentido, la misma lógica perversa si se quiere decir así, que usar el nombre y concepto de democracia para iniciar y justificar guerras de anexión y de exterminio, matar centenares de miles de ciudadanos y usar en esta tarea de acero, petróleo y tempestades, ocultándolo, armamento nuclear. ¿Es eso la democracia?
China no es un país comunista, nunca pudo serlo, sino un país donde hubo una revolución popular de orientación comunista-socialista tras décadas de dura lucha que contó con amplios apoyos, un país que actualmente está dirigido por un Partido-institución -que dice ser comunista y lleva ese nombre, que por otra parte no es un bloque monolítico donde los valores de antaño hayan quedado totalmente arrinconados-, que permite y agita un capitalismo sin bridas, o con muy escasos controles, que desde ya hace unas décadas marcha triunfante por sendas de un desarrollismo desenfrenado que no renuncia a lo nuclear, lo cual no implica ocultar éxitos económicos en numerosos ámbitos a costa de grandes sufrimientos, enormes desigualdades sociales y descomunales ganancias de grandes corporaciones, complementado todo ello por una política exterior que hoy por hoy no tiene posible balance negativo si se compara con las prácticas reales del Imperio realmente existente.
De igual modo, la coletilla «tal como lo hice también anteriormente sobre el régimen dictatorial de la Unión Soviética», sin más matices, sin mayores precisiones, sin considerar etapas, estadios, cercos, guerras e invasiones, mezclando Lenin con Stalin y a éste con sucesores y críticos, olvidando pasajes heroicos y triunfos para toda la Humanidad, es impropio de un pensador socialdemócrata crítico -que ha apoyado abiertamente con sus intervenciones el 15M en Barcelona- como es el profesor Navarro.
La asociación del comunismo, sin más consideraciones, con regímenes dictatoriales no sólo es una inconsistencia conceptual sino que también injusto olvido de figuras políticas imborrables como Dubcek o, si se me apura, como Salvador Allende, que fue mucho más que un socialista por ser un socialista que no claudicó [3].
Notas:
[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=138167
[2] Navarro señala que la única crítica al gobierno estadounidense que se le conoce al Premio Nobel chino «es la de acusar al ejército estadounidense de haber sido demasiado blando en su invasión a Vietnam». Se abre un interrogante sobre el significado de blando, apunta Navarro con razón. Su pregunta, sin duda muy pertinente: «¿Está Liu Xiaobo lamentando que no se utilizaran armas nucleares en Vietnam?». No es imposible que sea así: Liu Xiaobo apoyó las invasiones de Iraq y Afganistán. Ni más ni menos.
[3] Es innecesario recordar el apoyo del Partido Comunista chileno a su presidencia.
Salvador López Arnal es colaborador de El Viejo Topo y Rebelión.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.