Donald Trump, siguiendo la política de «alineamiento automático» con los intereses de Israel en Medio Oriente, endureció su política hacia Irán. A principios de su mandato dio de baja de forma unilateral el acuerdo nuclear firmado por Obama en 2015, que levantaba las sanciones al país persa a cambio de limitaciones a su programa nuclear. […]
Donald Trump, siguiendo la política de «alineamiento automático» con los intereses de Israel en Medio Oriente, endureció su política hacia Irán. A principios de su mandato dio de baja de forma unilateral el acuerdo nuclear firmado por Obama en 2015, que levantaba las sanciones al país persa a cambio de limitaciones a su programa nuclear. El acuerdo fue parcialmente sostenido por las demás potencias que suscribieron el tratado por medio de compensaciones a sus empresas ante las sanciones estadounidenses.
Sin embargo las consecuencias del retiro de los Estados Unidos se hicieron sentir, las exportaciones de petróleo iraníes cayeron de 2,5 millones de barriles a 1,2 en pocos días, y esta cuota solo se mantuvo porque Estados Unidos exceptuó de la prohibición por un plazo determinado a países como India, Japón, China y Corea del sur, que son altamente dependientes del petróleo iraní e incapaces de conseguir otro proveedor en el corto plazo.
En las últimas semanas profundizó esta orientación, al advertir que hará efectivo el plazo a las excepciones que contempló en un primer momento y, en una medida inédita, designar como «organización terrorista» a una de las fuerzas armadas de la República islámica: la Guardia revolucionaria (Pasdaram), que no solo es una organización estatal sino que actualmente despliega tropas en Irak y Siria, en donde garantiza gran parte de la seguridad con el aval de los jefes de Estado locales y es reconocida como un actor legítimo por gran parte de la comunidad internacional, abriendo un serio interrogante sobre cuáles serán las consecuencias de estos planteos en la frágil estabilidad regional.
Paradójicamente estas declaraciones se dan en el contexto de acelerado retroceso de la influencia norteamericana en la zona, mientras retira sus tropas de forma acelerada en función de una estrategia que intenta dirigir mayor atención a su «patio trasero» en América Latina y la región Asia-pacífico, pretende mantener su presencia a través de sus aliados Israel y Arabia Saudita. Al mismo tiempo la influencia iraní es cada vez más relevante y se consolida con más de 70.000 combatientes y 10 bases militares establecidas en Siria, donde fueron uno de los actores claves en el territorio durante la guerra civil e incluso sufrieron más bajas que el débil ejército de Assad, que el líder busca preservar de los combates más sangrientos para no debilitar su posición en la posguerra.
Más allá de su compromiso estratégico con el sionismo, Trump sostiene esta postura en especulaciones sobre la política interna norteamericana, dentro de la cual siempre atacar a Irán ha sido redituable en términos electorales. Sin embargo su posición está lejos de ser cómoda, ya que las nuevas sanciones son difíciles de hacer efectivas producto de las características estructurales del mercado de hidrocarburos y la unilateralidad de su política erosiona su relación con la Unión Europea que reconoce la vigencia de los acuerdos de 2015. Además Irán tiene en sus manos la posibilidad de bloquear el estrecho de Ormuz por el cual pasa el 20% del crudo mundial, medida extrema que dispararía los precios del petróleo y el gas a escala global, con graves consecuencias económicas por el aumento de costos de energía y transporte de todo el mundo, desatando una escalada potencialmente bélica como advirtió el Secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo.
Si bien la caída de los precios del petróleo y la dureza de las sanciones han generado malestar social en la población iraní, manifiesto en las grandes movilizaciones de 2018 provocadas por el encarecimiento de las condiciones de vida, el régimen se ha mostrado como el sistema político más estable de la región, sin conflictos religiosos, tribales o nacionales como los que suceden en Irak, Siria y Yemen, ni con su destino atado a un único líder autoritario como Egipto y Turquía. La coherencia y sistematicidad de sus políticas de Estado y el patriotismo y voluntad de sacrificio de su población, forjadas en las penurias de la guerra de los 80 y en las dolorosas sanciones económicas que vivió desde los inicios del régimen, que fue implacable en reprimir a sus opositores ya sean kurdos, izquierdistas o liberales, tienen raíces más profundas a las que nos acercamos a continuación.
Las fuentes del nacionalismo persa y su oposición al imperialismo
En los últimos 150 años la política de Irán estuvo determinada por la lucha de su pueblo por resolver el problema de la Soberanía Nacional, en función de conseguir la cual aplicaron las más diversas estrategias de lucha y se construyeron varios tipos de sistemas políticos, desde la Monarquía tradicional de la dinastía Kajdar que osciló entre la influencia Rusa e inglesa, que fue dominante desde la guerra anglo-persa (1856-1857) luego de la que se instalaron las primeras empresas comerciales y bancos dando comienzo a la «occidentalización» de las élites políticas, la Monarquía Parlamentaria, impuesta luego de la Revolución Constitucional (1905-1906), la dictadura militar modernizadora de Reza Savad Koohi Pahlaví (1925) inspirada en los «Jóvenes turcos», el gobierno nacionalista popular de Mosaddeq (1951-1953) que nacionalizó la Ango-Persian Oil Company y fue depuesto en un golpe planificado y llevado adelante por la CIA y el régimen títere del Sha Reza Pahlaví (hijo) depuesto por el proceso revolucionario que terminará desembocando en el régimen islámico.
El gobierno islámico impuesto en 1979, cuando la revolución adquirió un carácter claramente confesional, fue en gran medida una nueva forma de abordar el tema de la Soberanía y la caracterización y relación con el mundo occidental, enfatizando la cuestión cultural y religiosa redujo al mínimo la influencia occidental en su territorio y barrió toda oposición al régimen político amparado en estos fundamentos, es regido por el Líder supremo Ayatholla y un concejo de sabios del Islam chií, que tutelan al gobierno civil y habilitan a quienes participan del sistema político. Si bien no pudo superar el atraso estructural y el desarrollo desigual, característico de los países con gran tradición estatal pre-capitalista que fueron sometidos a las condiciones del imperialismo desde finales del siglo XIX, si pudo lograr niveles de autonomía relativa y estabilidad política inéditos en su historia reciente.
Este régimen teocrático combina elementos tradicionales y modernos y se sostiene en una concepción histórica que se remonta a los albores de la civilización, ya que se consideran herederos del Imperio Persa Aqueménida, primer gran potencia que unificó los territorios desde Egipto al Cáucaso y desde el actual Afganistan hasta las puertas de los balcanes en el siglo VI a.c. En estos casi 3.000 años, según esta visión de la historia, este pueblo se caracterizó por tres constantes: su refinada cultura, la vocación hegemónica en la región y el desafío a las potencias de turno, llámense griegos, romanos, árabes, turcos, británicos y norteamericanos, quienes los lograron someter y condicionar en diversas oportunidades, pero nunca hicieron desaparecer su cultura y orgullo tradicional.
Desde 1979 su política ha sido de desafíos constantes a la presencia norteamericana y al poder de los principales aliados yankis en la región. Los costos de esta política agresiva hacia el imperialismo fueron atroces y sufrió una de las guerras más terribles y desiguales de su tiempo contra Irak en 1980, enfrentando a un Saddam Hussein equipado por las potencias, avalado por todos sus vecinos excepto Siria e incluso habilitado a usar armas químicas, algo que no se veía desde la primera guerra mundial. En 1988 logro un acuerdo de paz relativamente honroso, habiendo sufrido mas de medio millón de muertos y millones de heridos e inválidos. Esta experiencia motivó su salida del acuerdo de no proliferación nuclear, rehabilitando el proyecto nuclear iniciado en tiempos del Sha (monarca depuesto en 1979) ya que los iraníes temieron volver a verse envueltos en un conflicto bélico en condiciones de debilidad, en un escenario en el cual su principal enemigo Israel y su vecino Pakistán poseen arsenales nucleares propios.
Su relativo aislamiento se revirtió en las primeras décadas de este siglo, el incremento del precio de los hidrocarburos robusteció su economía y el desastre generado por los EEUU tras la invasión a Irak en 2003 obligó a tenerlo en cuenta como un actor regional decisivo para sostener la estabilidad regional. El ascendente sobre los chiitas en Irak hizo posible reconstruir el sistema político en el sur de ese país, con el cual estableció una alianza estratégica que le abrió las puertas a Siria y al mediterráneo. Comenzaba una etapa de expansión de su política inédito desde tiempos de la dinastía Safávida (siglos XVI-XVIII)
La expansión iraní y la geopolítica de Medio Oriente
A partir de 2011 se da un nuevo salto en la relevancia de Irán en la zona, interviniendo nuevamente en la resolución de los conflictos internos de sus países vecinos con un despliegue militar inédito de la Guardia revolucionaria. El estallido de las Primaveras árabes y la emergencia del fenómeno yihadista del Daesh en el norte de Irak encendió las alarmas de todo el mundo, pero los iraníes supieron aprovechar la situación gracias a su ancestral conocimiento de la zona, el liderazgo religioso sobre las comunidades chiitas, la influencia cultural persa sobre los pueblos indoeuropeos de la región y una alianza política con los alawitas de Siria que les permitió estar a la vanguardia de la guerra contra el terrorismo sunita y ser uno de los pilares de la reconstrucción del régimen de Al Assad, junto al inestimable apoyo de la aviación rusa.
Este sonoro éxito militar determinó que quede prácticamente liberado un corredor que va desde Irán hasta el mediterráneo, a cuyas costas no solo llegan los sirios sino también el partido libanés Hezbollah, de tradición chiita y enemigo jurado tanto de Israel como de los EEUU. Poblaciones enteras iraníes, familiares de combatientes, estudiantes, profesionales y trabajadores ya se instalaron en las devastadas ciudades sirias de Alepo, Hama y Homs para reconstruir y establecerse, dándole un carácter más permanente a su presencia regional, la cual está garantizada por grandes obras de infraestructura con financiamiento propio (autopistas, vías férreas, aeropuertos), la creación de un espacio aéreo común con Irak y los acuerdos secretos celebrados en Teherán con Al Assad, los cuales despertaron el alerta no solo de Israel sino también de su aliada Rusia.
La influencia iraní en la región va más allá de lo estrictamente militar y se hace sentir en todos los países con grandes minorías chiíes, como Líbano y Yemen donde los partidos Ansarrollah y Hezbollah son amigos inclaudicables de su política, a pesar de no recibir recursos o apoyo militar como Siria. También ha forjado una alianza estratégica con el poderoso Qatar, sede del próximo mundial de fútbol, con quienes gestiona en común el yacimiento gasífero más grande del mundo. Al mismo tiempo que tiene un enfrentamiento tradicional, equivalente a una guerra fría con una zona «caliente» en Yemen, contra la monarquía wahabita de Arabia Saudita, cuya familia regente es la mayor enemiga de los los chiítas en la región desde la masacre de Kerbala en 1812, cuando hordas fanatizadas a su mando asesinaron decenas de miles de chiíes y profanaron los lugares santos.
Estos elementos nos hacen pensar que mas allá de las intenciones, es muy difícil que el gigante iraní retroceda demasiados casilleros, y si una coalición de intereses norteamericanos, israelíes, sauditas y rusos lograran lastimarlo, su retirada abriría la puerta para que vuelvan a emerger conflictos religiosos, étnicos y tribales que los persas lograron contener con su tradicional combinación de violencia militar, represión, hábil diplomacia y liderazgo religioso y cultural.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.