Traducción del árabe para Rebelión de Antonio Martínez Castro
Kirguizistán es un pequeño país de mayoría musulmana de Asia Central en el que hay dos bases militares: una estadounidense y otra rusa. Las fuerzas de seguridad de este país tienen de fama de ser altamente eficaces en materia de represión y, aún así, ni las dos bases extranjeras ni las fuerzas de seguridad pudieron proteger al presidente Kurmanbek Bakíyev de la cólera del pueblo kirguís que se apoderó de la calle con atronadoras manifestaciones.
Es la segunda vez en cinco años que los kirguises se sublevan; huye el presidente para salvar el pellejo y el palacio presidencial se ve envuelto en llamas y saqueado a manos de los manifestantes. Inmediatamente la oposición se hace cargo del poder y promete convocar elecciones parlamentarias y presidenciales limpias en un plazo de seis meses.
El gobierno del presidente Bakíyev es similar al de sus homólogos de los diferentes países árabes e islámicos; es considerado un ejemplo de corrupción y nepotismo, saquea el erario público, utiliza las fuerzas de seguridad para reprimir los movimientos de la oposición, usurpa libertades, y lo más importante de todo esto es que el presidente que llegó al poder hace cinco años tras una revuelta popular, que los estadounidenses llamaron «la revolución de los tulipanes», falsificó los resultados electorales, colocó a los miembros de su familia en los puestos destacados y determinantes y preparó a su primogénito para heredar el poder; exactamente igual que nuestros gobernantes árabes.
El detonante de la revuelta actual que ha depuesto al presidente ha sido la subida de los precios de los carburantes; no obstante, se había generado un caldo de cultivo propicio con el aumento del hambre hasta unos niveles insoportables y una tasa de paro que ronda el 40%.
El presidente Bakíyev es un modelo de chaquetero político y de tahur con la soberanía del país; lo puso en alquiler al mejor postor y ha transformado la capital Bishkek en un cuartel de las fuerzas estadounidenses al recibir más de 35 mil visitas mensuales de soldados, procedentes del vecino Afganistán, que vienen a pasar unas tranquilas vacaciones y a tomar vuelos de allí hacia otros destinos.
El depuesto presidente hizo un guiño a Moscú al anunciar que estaba dispuesto a cerrar la base aérea estadounidense de Manes, próxima a la capital. Los rusos respondieron de inmediato y favorablemente a este gesto con una ayuda económica estimada en dos mil millones 250 mil dólares. Con la oferta rusa en mano, el depuesto presidente se volvió hacia los estadounidenses que le ofrecieron triplicar el alquiler anual de la base aérea de Manes (180 millones de dólares), con un dinero que en su mayor parte iba a parar a los bolsillos de la familia del ex-presidente.
Ojalá le hubiera bastado eso, pero no. Una empresa propiedad de un pariente suyo obtuvo un generoso contrato consistente en suministrar combustible a los aviones estadounidenses, sin mencionar el resto de concesiones para cubrir necesidades alimenticias. Lo contradictorio es que los estadounidenses, valedores de la democracia y la transparencia, paladines de la lucha contra la corrupción y el fraude, sean los que salieron más satisfechos de estos acuerdos.
La Administración Obama, al igual que la de Bush, estaba al tanto de todas estas corruptelas, pero cuando a EEUU se le da a elegir entre la estabilidad y la democracia con todas sus consecuencias, elige la primera en defensa de sus intereses por quedarse con la base. Esto es lo que explica el apoyo estadounidense a las dictaduras más corruptas de la región árabe.
Kirguizistán hace frontera con el mayor proyecto democrático de Occidente en el mundo, Afganistán, donde mueren soldados estadounidenses a diario bajo el título de la «defensa de la democracia» que no impide que Washington se calle ante la lista negra de violaciones de los derechos humanos del presidente kirguís; como asesinar periodistas, cerrar periódicos o juzgar a opositores bajo el Estado de Excepción.
La pregunta que se plantea sola y con fuerza es: ¿Por qué se producen estas revueltas populares que terminan por deponer a gobernantes corruptos, como el de Kirguizistán en Asia Central o Bolivia en América Latina, y no vemos ningún caso similar en el mundo árabe?
La situación de Kirguizistán es mejor que la de muchos países árabes, como Egipto, y aún así un pueblo poco numeroso, que no llega a los cinco millones, sale a la calle exigiendo cambios y reformas.
Para no ser acusados de centrar nuestras críticas en Egipto, pasamos a Cisjordania donde el pueblo palestino vive bajo la ocupación, se ve expuesto a todo tipo de humillaciones en los check-points, ve como sus lugares sagrados son judaizados a la luz del día, y aún con todo no se conoce una sola manifestación de protesta contra la Autoridad, o contra «la paz económica» que lleva a cabo el señor primer ministro Salam Fayyad.
Habrá quien diga que la represión de los regímenes árabes y sus fuerzas de seguridad son las que hacen que las multitudes se rindan y sometan, y es cierto, pero las fuerzas de seguridad kirguises han demostrado ser todavía más crueles y violentas, pues abrieron fuego contra los manifestantes matando a un centenar de ellos. Sin embargo, los kirguises no cejaron y prosiguieron su marcha hasta penetrar en el palacio presidencial y le prendieron fuego.
Los pueblos que están vivos desafían la represión y el terrorismo con el fin de defender sus derechos básicos e intereses, y sacrifican víctimas en la prosecución de tan alto objetivo. Y con esto quiero decir que la resolución del problema no es competencia exclusiva de los gobiernos árabes, sino que también lo es de los pueblos árabes.
Lo que sucede ahora en Kirguizistán es un fenómeno que debe ser analizado por los gobiernos y pueblos árabes. ¿Cómo un pueblo pequeño de cinco millones de habitantes es a la vez grande en su determinación de oponerse a la corrupción y al nepotismo, deponiendo al presidente y al hijo que pretendía heredar el poder?
También los gobernantes árabes deben extraer la moraleja porque piensan que la presencia de bases militares extranjeras en sus países los protegerán a ellos y a sus regímenes en el supuesto de que la calle se sublevase contra ellos para deponerlos, o de que se produjesen verdaderas reformas democráticas.
Sentimos cierta angustia al contemplar nuestra situación árabe. Se vino abajo el Muro de Berlín y la mayoría de las dictaduras, ya fueran de izquierdas o de derechas, se derrumbaron y pasaron a ser parte de la historia, la democracia ha llegado hasta las repúblicas bananeras y, sin embargo, el paisaje en el mundo árabe sigue siendo igual, o peor, ya que la mayor parte de los gobernantes árabes padecen de senectud o cáncer, o de ambas a la vez.