Leonel Creo que fue durante una conferencia que impartió Leonel Fernández en una universidad estadounidense durante su anterior mandato que, a pregunta de un estudiante, el presidente dominicano, con sentido pesar, reconoció que uno de los aspectos más ingratos en la agenda de un presidente era tener que ocuparse de todos los problemas, de […]
Creo que fue durante una conferencia que impartió Leonel Fernández en una universidad estadounidense durante su anterior mandato que, a pregunta de un estudiante, el presidente dominicano, con sentido pesar, reconoció que uno de los aspectos más ingratos en la agenda de un presidente era tener que ocuparse de todos los problemas, de los importantes y de los intrascendentes, de los complejos y de los simples…por esa costumbre «tan dominicana» de apelar al Estado para todo y creer que el presidente es el Estado.
Se lamentaba Leonel Fernández, ante su juvenil y comprensiva audiencia, de tanta ingrata idiosincrasia responsable de que al presidente no le alcanzara el tiempo para los grandes proyectos a que estaba llamado, por tener que perderlo ocupándose de triviales asuntos buenos para un funcionario de segunda, no para quien respondía a tan alta investidura.
Una capacidad como la suya no podía distraerse de los grandes asuntos que competen a un jefe de Estado, a un estadista, como la conferencia que impartía a los universitarios estadounidenses, con nimios problemas domésticos al alcance y respuesta de cualquier autoridad.
No obstante su desazón y lamentaciones, así fuesen en una universidad o en una entrega pública de dádivas en un campo dominicano, donde hasta perdió un exabrupto al advertir que uno de los agraciados con nada se conformaba, el presidente siguió perdiendo el tiempo, muy a su pesar, por cierto, en sesiones de fotos en Palacio con famosos peloteros o estrellas del cine y la canción, con celebridades de la televisión, y sin poder dedicar sus sesudos afanes a esos grandes proyectos que hablarían por él en el futuro: Beisbolandia, Dollywod, La Ciudad Cibernética, La Ciudad del inmigrante, La pequeña Miami, La Isla Fantástica, El Metro de Energía Solar…
Hasta sus propios funcionarios conspiraban, acaso sin pretenderlo, contra su monumental obra de gobierno, y con Leonel Fernández, como antes con Hipólito y Balaguer, siguió cumpliéndose la trujillista costumbre de que el operativo médico se realizara por disposición del presidente, de que los damnificados del último huracán fueran reubicados por disposición del presidente, de que se entregaran casas a los medallistas olímpicos por disposición del presidente y semillas a los agricultores del Sur por disposición del presidente, y se importara pollo porque así lo había decidido el presidente que también había dispuesto la apertura de un nuevo corredor de transporte…
Al menos, como compensación a tan ingratos oficios, le quedaba el consuelo al presidente de que el tiempo invertido en dar vueltas al mundo le había servido para dictar conferencias en las que desahogarse y hacer pública su queja por ese tiempo perdido en necedades.
Desgraciadamente, tanto tiempo perdido no hizo bueno un mandato y no ha bastado un segundo. Hará falta un tercero… aunque siga la idiosincrasia dominicana perturbando la buena voluntad del presidente que anda, en estos días, repartiendo canastas navideñas por el país y, a lo peor, sin tiempo para hacer de Santa Claus mañana.