Al mirar lo que sucede en el mundo, no deja de asombrar que los líderes políticos de la UE y los EE.UU. sean sordos, ciegos y mudos ante la perversidad de lo que pasa en Ucrania y olviden lo que pasó en Europa hace más de setenta años: el exterminio inmisericorde de millones de inocentes. […]
Al mirar lo que sucede en el mundo, no deja de asombrar que los líderes políticos de la UE y los EE.UU. sean sordos, ciegos y mudos ante la perversidad de lo que pasa en Ucrania y olviden lo que pasó en Europa hace más de setenta años: el exterminio inmisericorde de millones de inocentes. Sólo así se explica por qué apoyan incondicionalmente al que llaman gobierno democrático de Ucrania, a pesar de que ese país es realmente gobernado por la ultraderecha neonazi, preparada militarmente en Polonia, Estonia y Lituania con parte de los cinco mil millones de dólares que, según Victoria Nulad, los EE.UU. han gastado en los últimos veinte años dizque para desarrollar valores democráticos en Ucrania.
La bestia parda, que en 1933 asentó sus garras sobre la culta Alemania, propagó el morbo nazi por doquier durante largo tiempo, hasta ser derrotada por los Aliados cuarenta y nueve años atrás. Mientras que la Unión Soviética sacrificaba la sangre de sus mejores hijos para que Europa viviera libre de la esclavitud representada por esta ideología, los EE.UU., tal vez porque nunca sufrieron en carne propia la ocupación de la Alemania Nazi y sin conocer cabalmente los horrores de ese régimen, han fortalecido y siguen fortaleciendo a los movimientos neonazis. Así lo hacen con el Sector de Derecha, organización criminal extremista de Ucrania que sigue los lineamientos de su líder Stepan Bandera, culpable del exterminio de cerca de un millón de judíos, además de rusos, bielorrusos, húngaros, polacos, gitanos y más víctimas de otras nacionalidades. Sucedía en ese entonces que a las tropas nazis les repugnaba mancharse las manos con sangre humana, por lo que encargaban hacer ese trabajo sucio a sus vasallos, en este caso a las huestes de Bandera, que lo realizaban plenas de orgullo con la finalidad de ganar bonos extras ante sus amos.
Parece que en la actualidad la historia se repite, sólo que vergonzosamente. Europa, carente de líderes que defiendan sus intereses nacionales, acepta dócilmente el vasallaje del moderno sistema colonial norteamericano, defiende a capa y espada a los nazis de Kiev, que se aprestan a exterminar -es el término que utilizan- a sus opositores del sureste de Ucrania y repite como loro lo que le dictan allende del océano. ¡Qué desvergüenza! ¿Es que los líderes europeos tan pronto olvidaron lo que el nazismo representa? Pues así de fácil traicionaron los ideales de libertad surgidos en la lucha contra esta ideología. ¿Cómo pueden, por ejemplo, la Canciller Merkel o el Presidente socialista Hollande olvidar que fueron los soviéticos, en su gran mayoría rusos, quienes derramaron su sangre para que Europa, y en particular Alemania, sea libre? ¿Cómo pueden apoyar al nazismo ucraniano sin ningún recato? Es bochornoso que la totalidad del cacumen y del amor por la libertad de todos los líderes europeos juntos no alcance ni la milésima parte de la que tuvieron Napoleón, De Gaulle, Bismarck o Cavour. ¿Por qué a estos líderes de mojiganga les vale más entregarse ciegamente a las apetencias imperiales que defender la soberanía de sus países? ¿Qué se oculta tras bastidores? Algo huele mal en Bruselas.
Lo peor del caso es que por tanto entreguismo, estos líderes pierden lo poco de sindéresis que posiblemente heredaron de sus antepasados. Estamparon su rúbrica para que el títere Yanukovich y la oposición alcancen un acuerdo de paz. Con las firmas aún frescas, los neonazis dieron un golpe de Estado que, por contar con la bendición del imperio, fue de inmediato declarado legítimo por ellos.
Comenzó muy mal la junta de Kiev. En el primer decreto se prohibió hablar ruso, al extremo de que quien lo hacía en público era golpeado de inmediato; se persiguió a los ciudadanos de ascendencia rusa y judía; se maltrató a los candidatos de la oposición; se promulgó más leyes discriminatorias en el primer mes que Hitler en el primer año; se amedrantó a la disidencia antinazi; se aporreó en público a quienes no cumplían a raja tabla las órdenes emanadas del poder ilegítimo. Todo esto es a duras penas la parte visible del isberg. ¿Qué dijeron ante tanta atrocidad estos líderes? ¡Nada! Se hicieron de la vista gorda y acolitaron al imperio. ¡Que vasallaje!
Luego vino el acuerdo de Ginebra para frenar la violencia en Ucrania y, según John Kerry, desarmar a «todos los grupos ilegales armados.» ¿Qué hicieron estos líderes? Apoyar el exterminio -término usado por las seudo autoridades de Kiev- de la población desarmada de sureste de Ucrania, a la que acusan de terrorista. ¿Desde cuándo es terrorismo el amor a la libertad? ¿Adónde arrojaron la Declaración Universal de los Derechos del Hombre? ¿Es que se convirtió en papel higiénico la Constitución de los EE.UU. que otorga el derecho a luchar por la independencia nacional?
Y cuando Rusia proclamó la necesidad de que hubiera diálogo entre los diferentes sectores de la sociedad de Ucrania y se desarmara a todos los grupos irregulares de ese país, ¿qué exigieron estos líderes? Que Rusia se cruce de brazos y permanezca impávida ante el exterminio de rusohablantes, porque dizque el gobierno de Ucrania en el fondo es demócrata a los que la propaganda rusa desacredita. ¿Será que se trata acaso de una forma de democracia a lo nazi?, porque está fuera de toda duda de que nazis sí son, ya que usan sus símbolos, saludan y marchan al estilo nazi, rinden culto a Hitler y a Bandera, son antisemitas y antitodo lo que no se parezca a ellos y emplean los métodos represivos que usaron las SS hitlerianas. Si eso no es nazismo, la inquisición fue un baile de gala.
Estos líderes se rigen por el axioma hitleriano de que mientras más truculenta es una mentira más creíble se vuelve. Así, como es inconcebible para una mente sana que las más avanzadas democracias del mundo apoyen un régimen fascista, brindan sustento a la dictadura de Ucrania, con lo que la gente que confía en ellos se persuade de que se trata de un gobierno democrático.
Con este mismo estilo introducen cínicamente tropas de la OTAN en todos los países europeos limítrofes con Rusia mientras le reclaman a Moscú por mantener tropas cerca de Ucrania; aceptan las operaciones antiterroristas realizadas por el Sector de Derecha en contra de ucranianos que sólo piden un referéndum, el derecho de hablar ruso y de ser tomados en cuenta cuando se pretenda implantar cualquier resolución que les competa y apoyan con su silencio al régimen de Kiev cuando éste elimina a sus adversarios; creen la versión oficial de que los ucranianos rusohablantes son tratados con guante de seda y le niegan a Rusia el derecho a protegerlos de las operaciones de exterminio; para no dar a sus conciudadanos explicaciones de ningún tipo, cierran los ojos y no ven que en estas masacres participan mercenarios de Greystone, especializados en operaciones de exterminio; aceptan la legitimidad de las elecciones del 25 de mayo, en cuya campaña son aporreados los candidatos que no son del agrado del gobierno títere de Kiev; para evitar negar que existe una dictadura en Ucrania, no se enteran de la férrea censura establecida ni de las agresiones físicas contra los medios de comunicación ni de los secuestros y torturas de diputados y periodistas de la oposición; impiden al pueblo ucraniano escoger libremente su destino, a pesar de que sobre la base del artículo 2 del capítulo 1 de la Carta de la ONU, la Corte Internacional de la ONU aprobó que: «Las declaraciones de independencia pueden –y a menudo es el caso– violar la legislación nacional. No obstante, ello no constituye una violación del derecho internacional»; aceptan de buena gana la acusación de que Rusia busca la Tercera Guerra Mundial, hecha de mala fe por el títere Yantsenuk, aunque saben muy bien que Rusia no inició ninguna de las guerras anteriores y que son los EE.UU. y la UE los que han agredido a más países en el mundo actual que el mismo Hitler.
Realmente, Rusia defiende su derecho de negociar en el plano de igualdad con cualquier socio y es un país al que el imperialismo americano acosa por rechazar el vasallaje que dócilmente aceptan estos líderes carentes de orgullo nacional. ¡Pueblos de Europa, seguid este ejemplo y arrojad por la borda un vasallaje que, además de vergonzoso, es anacrónico y explota al mundo entero! ¡Escoged la libertad eligiendo líderes que defiendan vuestros intereses, caso contrario el hacha del verdugo no tardará en cercenar todos los beneficios sociales que hasta ahora habéis logrado!
Cuando se contempla la farsa que vivimos, uno se puede imaginar que Occidente está gobernado por el Dr. Stangelove, personaje de la película homónima de Stanley Kubrick, que busca a como dé lugar la guerra mundial contra la Unión Soviética, o que estos líderes de Occidente son el equivalente a las maquinas semi inteligentes que declaran la guerra atómica en la película Terminator, el Juicio final, porque son incapaces de razonar por sí mismo y ninguno tiene suficiente claridad mental para comprender que conducen a la especie humana a su autodestrucción.
¿Qué se oculta tras esta tragicomedia organizada? El imperialismo busca acorralar a Rusia para que no tenga más salida que intervenir en Ucrania para defender el derechos de los rusohablantes de vivir en una sociedad que les reconozca igualdad ante la ley; luego, con ayuda de la monstruosa maquinaria de propaganda que nos controla el pensamiento, va a asustar al planeta entero con el cuco del imperialismo ruso. Aspira así apretar más aún las clavijas del vasallaje mundial y eliminar la posibilidad de que nos independicemos alguna vez de su tutelaje. Por eso, odiar a Rusia es la consigna que intenta imponernos ante el temor de que el resto del planeta siga el mal ejemplo ruso y se rebele en contra del moderno sistema colonial vigente.
Estos planes contra Rusia van a fracasar aparatosamente porque se enfrentan al liderazgo sólido de Putin, que ya les ha bajado el moco algunas veces.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.