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Los afganos: secuestrados y sin resuello

Fuentes: l’Humanité

Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Caty R.

Afganistán. Igual que en Iraq, el país resiste sumido en un auténtico marasmo. La persistencia de la miseria y la inseguridad avivan el rechazo a la ocupación extranjera.

«Nunca más los tiranos y los terroristas gobernarán Afganistán y nunca más este país será un foco de inestabilidad», vaticinaba en marzo de 2004 el secretario de Estado estadounidense de la época, Colin Powell, en la conferencia de los donantes internacionales que se celebraba en Berlín. Como en Iraq, las profecías estadounidenses se estrellaron contra la realidad. Afganistán no ha conocido jamás tantos desórdenes como desde la caída del régimen talibán, en noviembre de 2001. Como resultado de los bombardeos perpetrados por las fuerzas de la coalición en nombre de la batida contra Al Qaeda, la población afgana descubrió la cara auténtica de la «paz americana» nacida de la violencia de la intervención tras el 11 de septiembre de 2001. Los afganos cada vez sienten más hostilidad hacia las tropas extranjeras que multiplican los atropellos. Se sienten secuestrados y su vida cotidiana apenas ha mejorado.

Varios días de motines en mayo

Los motines de Kabul del pasado mes de mayo revelan claramente estas frustraciones. El accidente mortal que costó la vida a cuatro ciudadanos de Kabul, causado por una patrulla estadounidense que después disparó contra la muchedumbre para librarse de ella, suscitó una cólera generalizada que se tradujo en varios días de revueltas. Muchos observadores señalaron que estos estallidos de exasperación radican en las miserables condiciones de vida de la mayoría de los afganos.

40 % de tasa de desempleo

En 2001, desde la conferencia de Bonn, la intervención militar estadounidense venía acompañada de promesas de ayuda internacional que reconstruiría el país y el Estado. Tres años más tarde, el encuentro de Berlín se comprometía a entregar una ayuda inmediata de 4.400 millones de dólares, a cuenta de los 8.200 millones prometidos, pagaderos en tres años. Ya estamos muy lejos de los 27.000 millones que el gobierno de Karzai consideraba necesarios para «asegurar el futuro de Afganistán». Dos años más tarde los resultados socioeconómicos casi imperceptibles, la tasa de desempleo que raya el 40 %, la inseguridad alimenticia crónica y la guerra que no cesa, impiden cualquier progreso.

En medio de esta miseria generalizada, ciertas iniciativas resultan muy chocantes. Por ejemplo la universidad estadounidense privada que, con una cuota de matrícula de 5.000 dólares, acaba de abrir sus puertas en Kabul. Podemos preguntarnos sobre el origen del peculio familiar de los privilegiados sabiendo que la producción de droga se triplicó en menos de cinco años y que la comunidad internacional rechaza la concesión de una ayuda a los campesinos para nuevos programas de cultivo. Otro ejemplo: cientos de viudas se manifestaron Kabul ante el depósito de alimentos de la asociación benéfica internacional Care. Piden que se reanude la distribución de alimentos que está interrumpida por falta de medios.

Un país que sigue siendo hostil a las mujeres

La situación de las viudas es un reflejo de la situación de las mujeres en general. «Por lo que se refiere a las afganas, tampoco se ha ganado la partida», recordaba recientemente Sonali Kolhatkar, portavoz de la Afghan Women’s Mission (AWM), una ONG estadounidense de ayuda a las mujeres afganas. La principal delegación en el país de la AWM, la organización feminista RAWA, sigue obligada, como en la época de los talibanes, a trabajar en la clandestinidad en varias regiones. «El país sigue siendo hostil con las mujeres. De hecho, es muy difícil para cualquiera trabajar abiertamente por los derechos humanos u oponerse a los integristas», afirma Sonali Kolhatkar, que recuerda que la población está atenazada entre las tropas extranjeras y el integrismo religioso. «Cuando hablo de fuerzas integristas, precisa, no me refiero sólo a Al Qaeda y los talibanes, sino también a la Alianza del Norte, los señores de la guerra y los traficantes de droga»

Según un sondeo de la comisión afgana de los derechos humanos, la mayoría de la población desea que se persiga a los criminales de guerra. «El problema es que varios de ellos forman parte del gobierno», añade la feminista. «Otro problema es que los países occidentales gastan más para su intervención militar que para la ayuda humanitaria y la reconstrucción».

Artículo original: http://www.humanite.presse.fr/journal/2006-06-28/2006-06-28-832498

Caty R. es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala ( www.tlaxcala.es ), la red de traductores por la diversidad lingüística.