El lunes 6 de julio el mundo se despertaba con la noticia de centenares de muertos en una región remota de la china: el Xinjiang, una nación musulmana con una autonomía teórica y nunca práctica, dentro del gigante asiático. Sin embargo, en China las cosas seguían su curso habitual y sólo el retorno súbito e […]
El lunes 6 de julio el mundo se despertaba con la noticia de centenares de muertos en una región remota de la china: el Xinjiang, una nación musulmana con una autonomía teórica y nunca práctica, dentro del gigante asiático.
Sin embargo, en China las cosas seguían su curso habitual y sólo el retorno súbito e inesperado de su presidente, Hu Jintao, de la cumbre del G8 alteraba la cotidianidad de los quehaceres políticos del imperio. Por otro lado, se activaban los protocolos habituales en caso de disturbios: censura mediática y propaganda de la versión oficial a través de pruebas irrefutables. Mientras, no se podía acceder ni a Twitter ni a Facebook ni al sistema de mensajera QQ chino -parecido a MSN- ni mucho menos a Youtube, que sigue vetado desde hace ya cinco meses; la televisión pública CCTV y la agencia gubernamental, Xinhua, han distribuido un vídeo, emitido un día tras otro, donde sólo se ve a hans heridos o muertos y a uigures lanzando piedras o quemando coches.
En un restaurante pequeño y sencillo del centro de Beijing nos reunimos con dos chinos hans de origen xinjianés -la comunidad uigur no quiere hablar con periodistas-. Los jóvenes que han accedido a encontrarse con nosotros son músicos, hijos de inmigrantes han llegados a la región musulmana en los años 80. Ellos ahora han hecho el viaje al revés, «para los artistas no hay sitio en Xinjiang», dicen.
Piden el anonimato y les identificaremos como A y B. A parece mas moderado y conciliador. B un poco mas beligerante, lleva el pelo rasta y el cuerpo lleno de tatuajes, incluso uno con la cara de Deng Xiao Ping, el primer gobernante chino después de Mao y el padre de la apertura del gigante al capitalismo.
relaciones difíciles
«La relación entre han y uigures ha sido siempre difícil, porque ambas comunidades llevan su propia vida. De niño me acuerdo que íbamos a escuelas separadas. He jugado con ellos, pero no he tenido nunca grandes amistades. Hoy tengo algunos conocidos uigures, a veces toco con algunos, pero en general no hay una relación entre las dos comunidades», comienza A.
Mientras que para B, no hay preámbulos: «Las cosas fueron así: en las primeras horas de la tarde del domingo, un grupo de uigures se reunió, había dos centenares de personas, la Policía fue y les invitó a dispersarse. Por la noche se habían convertido en unos mil, comenzaron a circular y a matar y masacrar a todo han que se les cruzaba, mujeres, niños, ancianos… El segundo día, se formaron pequeños grupos de uigures, también en el distrito han, y vestidos con uniformes de la Policía, llamaban a las puertas de los han, y al abrirles estos entraban y los mataban a todos».
El uigur bueno
Ante su inquietante explicación y la cara de sorpresa de los presentes, B matiza que «no todos los uigures son iguales. Sé que algunos de ellos han ayudado a esconder a los han para evitar que fueran masacrados. El tercer día, los han, por supuesto, fueron en busca de venganza, me parece normal. Por eso creo que los muertos son más de los que se dice, pero la mayoría son han». Los amotinados son «desocupados y delincuentes, criminales», concluye.
Ninguno de los dos comensales parece tener duda alguna de que los uigures atacaron antes que la Policía en la manifestación del domingo, pero admiten que hay un problema social que el supuesto crecimiento económico aportado por la China no ha solucionado.
Lavado de cerebro exterior
A se explica: «Hay problemas, nadie lo puede negar. Pero el problema es que quien armó los disturbios son maleantes que se ven afectados por un lavado de cerebro desde el exterior». También B cree que el Congreso Mundial Uigur, afincado en Washington, ha movido los hilo. Ésta es, de hecho, también la versión oficial de lo ocurrido: el mal viene de fuera. Siempre.
«Después de la política de apertura china, Xinjiang comenzó a hacerse rico, pero los uigures siempre han pensado que todo era en beneficio de los han, y no para ellos. Pero en Kashgar, por ejemplo, los uigures siguen haciendo su mercado con los carros, animales… no tienen el instinto de empresarial de los han. Y, por tanto, es normal que con los años la economía, los supermercados, las grandes empresas, se hayan gestionado por los han, y es por esto que se enriquecen más que los uigures», argumenta A la discriminación que sufren los uigures en el reparto económico.
B coincide: «Su vida está cambiando, pero tal vez no quieren este cambio. Tal vez éste es un desarrollo que no quieren. Pero esto es también valido incluso para los que, como nosotros, nos criamos allí. Incluso para los que tenemos dinero. El Gobierno chino está utilizando las fuerzas y los recursos de allí (la mitad del petroleo chino y un tercio del gas viene de Xinjiang), y quizás para los uigures esto no es interesante, no lo quieren. Nuestra cultura es diferente a la suya. El desarrollo ha sido muy rápido, muchísimas personas del sur se han trasladado allí en los años 80 y han desarrollado el comercio y la región. Un desarrollo que también tuvo un efecto sobre ellos. Pero no tenemos la misma cultura, no están interesados en el progreso. El hecho es que no estudian, y que carecen de iniciativa».
La solución al problema no parece clara dadas las dispares versiones entre comunidades, pero para A simplemente falta «diálogo, no veo otras soluciones». «Si hay problemas, hay que acudir a las instituciones, es la única manera de resolver los problemas en este país», acaba.