El reciente secuestro de tres ciudadanos catalanes en el norte de África ha vuelto a situar a esa región en el centro de buena parte de las noticias generadas estos días. La posterior reivindicación por parte de la organización Al Qaeda del Maghreb Islámico (AQMI) ha desatado toda una serie de especulaciones y ha llegado […]
El reciente secuestro de tres ciudadanos catalanes en el norte de África ha vuelto a situar a esa región en el centro de buena parte de las noticias generadas estos días. La posterior reivindicación por parte de la organización Al Qaeda del Maghreb Islámico (AQMI) ha desatado toda una serie de especulaciones y ha llegado a encender las señales de alarma en algunas cancillerías europeas.
Lo cierto es que este tipo de acciones no ha podido pillar por sorpresa a todo aquel que haya seguido atentamente el discurrir de los acontecimientos en esa amplia región africana. Hace varias semanas una importante analista apuntaba precisamente en esa misma línea, advirtiendo que en cualquier momento organizaciones como AQMI podrían actuar como posteriormente lo han hecho.
El explosivo cóctel que representa esa amplia zona ha sido señalado como un factor a la hora de adentrase en su compleja situación. Por los estados que se ubican en la región transitan y se asientan los principales movimientos migratorios hacia Europa, y junto a éstos las redes que los sustentan; también nos encontramos con grandes espacios de terreno sin control y apenas habitados; lo que al mismo tiempo les convierte en lugares de paso para importantes redes y organizaciones de diferente carácter, uno de las cuales evidentemente es AQMI; y todo ello sin olvidarnos que el la zona y en su entorno, ?conviven? desde hace tiempo varios conflictos ?casi permanentes?.
Desde hace tiempo se ha señalado que los vastos espacios deshabitados han venido siendo utilizados por jihadistas como región y lugar de tránsito, ayudados por la imposibilidad material de muchos estados para controlar o patrullar esas amplias fronteras, e incluso se ha llegado a sugerir la imposibilidad de que los gobiernos centrales impongan su peso en esas zonas.
En este contexto, una de las organizaciones con mayor peso es AQMI, establecida oficialmente en enero del 2007, tras cambiar su anterior nombre, Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), y que se dotó al mismo tiempo de una agenda donde se combinan los intereses locales (la presencia mayoritaria de militantes argelinos y el llamamiento a constituirse como referencia de la región) y los globales (el cambio de nombre y su adhesión al paraguas ideológico de al Qaeda).
En un primer momento la nueva estrategia des esta movimiento se sustentaba en tres pilares. En primer lugar, Iraq, donde la ocupación occidental y la resistencia a la misma se habían convertido en un campo de entrenamiento y reclutamiento ideal para los estrategas jihadistas; en segundo lugar, la región magrebí, que debía ser la cantera de los futuros militantes; y finalmente, Europa, desde donde se podían asentar redes de apoyo económico y propagandístico.
La puesta en marcha de ese guión fue complementada con la sucesión de atentados que obedecían a ese nuevo rumbo. Los ataques suicidas, fundamentalmente en Argelia y contra objetivos militares y extranjeros (el ataque a Naciones Unidas recordó a muchos otro atentado similar en Bagdad contra el mismo objetivo), causaron un gran número de víctimas mortales, al tiempo que se ponía en práctica el uso de los suicidas, algo desconocido en Argelia que no los padeció ni siquiera en los años de la ?década negra?.
Junto a ello se han venido sucediendo los secuestros de ciudadanos extranjeros, principalmente occidentales. La mayor parte de estos incidentes se han saldado con la libertad de los retenidos, tras el pago de rescates económicos (nunca reconocidos públicamente) y tras otros acuerdos que jamás se han publicado.
La dinámica de AQMI, y su idea principal, tal y como señalan algunos analistas, era ?incorporar a las organizaciones del norte de África en esa línea y generar una dinámica regional operativa?. No obstante, una serie de acontecimientos habrían frenado el éxito de dicha iniciativa jihadista.
El escenario iraquí se ha manifestado en ocasiones en una dirección distinta a la esperada por los estrategas de al Qaeda, y sus enfrentamientos con líderes sunitas locales y con sectores de la resistencia, no han facilitado la coyuntura esperada por los dirigentes de AQMI. Además, sobre todo tras los ataques de Londres en 2005, el gobierno británico y de otros estados europeos han practicado una política de ?tolerancia cero? contra cualquier manifestación de simpatía o apoyo a esos movimientos islamistas en sus estados.
Finalmente, esos reveses se han acentuado con la decisión de los grupos regionales (de Libia, Marruecos y Túnez fundamentalmente) por seguir manteniendo su propia dinámica autónoma, y sobre todo por el alto número de víctimas ?locales?, lo que ha podido frenar también en buena medida la adhesión de nuevos militantes.
Los últimos acontecimientos han supuesto un giro en ese rumbo fallido. Algunos analistas preferían presentar la reducción de los ataques en la zona como un claro declive de AQMI, sin embargo, otras fuentes apuntan a la posibilidad de que en estos meses, al tiempo que frenaban sus atentados, los dirigentes jihadistas estarían buscando una nueva estrategia para retomar sus objetivos. Al mismo tiempo esos mismos analistas recuerdan la posibilidad de que nos encontremos ante una reorganización de AQMI, siguiendo en cierta medida la postura adoptada por la franquicia de al Qaeda en Yemen.
La decisión de secuestrar a ciudadanos occidentales, evidentemente se ubica en esta nueva direcciones del movimiento jihadista. La retórica contra los llamados cruzados occidentales, la utilización de estos sucesos como una clara plataforma propagandística, y la muestra de un pulso contra los gobiernos regionales, aliados de la estrategia de EEUU. Todo ello, más allá de las demandas económicas o de otra índole que puedan surgir a lo largo de este secuestro, puede estar obedeciendo a ese deseo de atraer la atención de las generaciones jóvenes de la región, hartas de sus dirigentes locales y de la sumisión de éstos a los intereses de Occidente.
Otro aspecto a tener en cuenta podría ser la pretensión jihadista de buscar un enfrentamiento directo con tropas extranjeras, o forzar a los gobiernos occidentales a incrementar su presencia militar en la región. Ya en el pasado, la administración de Bush puso en marcha en 2003 la Iniciativa Pan Sahel (PSI), para equipar y entrenar militarmente a tropas de Chad, Mauritania, Mali y Níger, identificando al Sahel como un ?nuevo frente en la guerra global contra el terror?.
Posteriormente se puso en marcha, en 2005, el grupo Contraterrorista del Sahara (TSCTP), agrupando a los estados anteriores con Argelia, Túnez, Marruecos, Senegal y Nigeria. Aunque oficialmente se presenta como un programa de diferentes agencias estadounidenses, su centro neurálgico permanece en el Pentágono, y los objetivos militares centran su agenda.
La transnacionalización del conflicto, y la existencia de otros enfrentamientos (el caso del pueblo Tuareg es uno de ellos), puede deteriorar las condiciones de la zona. Y también lo haría una mayor implicación militar de Occidente. Las poblaciones locales rechazan la misma, como rechazan también el apoyo que EEUU presta a unos regímenes que cada vez cuentan con un mayor rechazo interno, ya que buena parte de la población ve cómo bajo la excusa de la guerra contra el terror, las élites locales y sus aliados extranjeros se reparten los beneficios de la situación, a costa del sufrimiento de la mayoría.
El expolio de las riquezas naturales, los abusos de los militares locales y la interrelación de circunstancias internacionales pueden hacer estallar el polvorín regional, creando más conflictos e inseguridad en una ya de por sí bastante compleja realidad.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional
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