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Los diez principios de Bandung

Fuentes: Znet

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


En mayo de este año visité el Museo de la Conferencia Afro-Asiática de países no alineados en Bandung, Indonesia.

En abril de 1955, los jefes de Estado de 29 países asiáticos y africanos (1), muchos de ellos recientemente independizados, se reunieron en Bandung para fijar un camino hacia la coexistencia pacífica y el respeto mutuo entre todas las naciones. El anfitrión de la conferencia fue el presidente Sukarno de Indonesia. El museo conmemora este importante y a menudo olvidado acontecimiento.

Al final de la Conferencia, los delegados aprobaron una declaración de diez puntos conocida como Los Diez Principios de Bandung. Son:

  1. Respeto por los derechos fundamentales del hombre y para los fines y principios de la Carta de las Naciones Unidas.

  1. Respeto para la soberanía y la integridad territorial de todas las naciones.

  1. Reconocimiento de la igualdad de todas las razas y de todas las naciones, grandes y pequeñas.

  1. Abstención de intervenciones o interferencia en los asuntos internos de otros países.

  1. Respeto al derecho de toda nación a defenderse por sí sola o en colaboración con otros Estados, en conformidad con la Carta de las Naciones Unidas.

  1. Abstención de participar en acuerdos de defensa colectiva con vistas a favorecer los intereses particulares de una de las grandes potencias. b) Abstención por parte de todo país a ejercitar presión sobre otros países.

  1. Abstención de actos o de amenaza de agresión y del uso de la fuerza en los cotejos de la integridad territorial o de independencia política de cualquier país.

  1. Composición de todas las vertientes internacionales con medios pacíficos, como tratados, conciliaciones, arbitraje o composición judicial, así como también con otros medios pacíficos, según la libre selección de las partes en conformidad con la Carta de las Naciones Unidas.

  1. Promoción del interés y de la cooperación recíproca.

  1. Respeto por la justicia y las obligaciones internacionales.

Todos los diez puntos me parecen eminentemente sensatos.

Nací un mes después de la Conferencia de Bandung, en Hanoi, Vietnam, uno de los países participantes. 1955 fue un buen año, lleno de optimismo y promesa. El día en el que nací, los últimos soldados coloniales franceses abandonaron Hanoi. Por fin Vietnam era libre e independiente, aunque temporalmente dividido. De acuerdo con los Acuerdos de Ginebra de 1954, debían realizarse elecciones en el norte y en el sur, y el país debía ser reunificado. Todos esperaban que Ho Chi Minh ganara las elecciones por una gran mayoría. Un poder imperial y sus aliados querían impedirlo a cualquier precio. Vietnam finalmente fue reunificado en 1975, pero no en las urnas electorales, sino por la lucha armada. Todos sabemos a qué precio. Murieron millones, se lanzaron millones de bombas, se pulverizaron millones de toneladas de productos químicos tóxicos y se cometieron innumerables atrocidades porque ni los acuerdos de Ginebra de 1954, ni los Diez Principios de Bandung de 1955 fueron respetados por los adalides mundiales de la «libertad y la democracia.»

Mi padre, el periodista australiano Wilfred Burchett – un optimista incurable a pesar de haber vivido los horrores de la Gran Depresión, Alemania Nazi, la Segunda Guerra Mundial, Hiroshima y Corea – estuvo en Bandung en abril de 1955. Hay una hermosa foto de él en el Museo. También hay una foto del Kashmir Princess, un avión alquilado por el gobierno chino para llevar al primer ministro chino Zhou Enlai a la conferencia. Estalló en pleno aire debido a una bomba hecha en EE.UU., colocada por un agente taiwanés en Hong Kong. (2) Por suerte, Zhou Enlai tuvo un cambio de plan de último minuto y voló en otro avión. Mi padre también debía haber tomado el Kashmir Princess, pero terminó por volar directamente desde Hanoi con la delegación vietnamita dirigida por el primer ministro Pham Van Dong.

En su camino de vuelta de Bandung, mientras cruzaba de China a Vietnam, su pasaporte desapareció misteriosamente. (3) Cuando pidió un reemplazo, el gobierno australiano se negó a proporcionárselo. Esa negativa duró 17 años. Por si fuera poco, el primer ministro australiano de entonces, Robert Menzies, decidió personalmente que yo no fuera registrado como ciudadano australiano, invalidando el dictamen de que eso era ilegal. (4)

Desde 1957 hasta 1965 vivimos en Moscú. Fueron buenos años para la Unión Soviética. En 1956 Jruschov había denunciado los crímenes de Stalin en el 20 Congreso del Partido Comunista de la URSS, liberado a prisioneros políticos e iniciado una era de apertura y coexistencia pacífica. Asia, África y Latinoamérica se liberaban de las cadenas coloniales y de dictaduras fascistas. Estuve en la Plaza Roja en 1961 para saludar a Fidel Castro. Los soviéticos conquistaban el espacio y la humanidad marchaba hacia el progreso y hacia un mundo libre de opresión, pobreza, enfermedad, racismo y todos los demás males que han infestado al mundo desde la Edad Media. Vietnam resistía al imperialismo estadounidense y mi padre informaba sobre la heroica lucha del pueblo vietnamita desde las selvas de Vietnam del Sur. En mi joven mente no cabía duda de que con el apoyo de la Unión Soviética y de toda la humanidad progresista, Vietnam y toda Asia, África y Latinoamérica serían liberados de la opresión y de la pobreza. Así veía el mundo en aquel entonces: brillante y hermoso.

En 1965, nos mudamos a Phnom Penh, Camboya, para que mi padre estuviera cerca de Vietnam y lo más lejos posible de los inviernos moscovitas. Como supe más tarde, se iba desilusionando profundamente con la URSS y su displicente apoyo a la resistencia en Vietnam del Sur. También se puso de parte de China cuando ocurrió la disputa chino-soviética.

Camboya en 1965 era un paraíso, a pesar de la guerra que escalaba en el vecino Vietnam. 1965 marcó el comienzo de lo que Tariq Ali llamó «la década gloriosa». (5) Sí, había guerra, miseria y opresión, pero también una tremenda solidaridad internacional, una explosión de esperanza, optimismo, y creatividad. El movimiento por los derechos civiles en EE.UU. y el creciente movimiento contra la guerra en todo el mundo daban energías a la gente en todo el planeta. La revolución estaba en el aire y tenía las caras de Ho Chi Minh, Che Guevara, Fidel Castro, Patrice Lumumba, Mao Zedong, Martin Luther King y otros legendarios revolucionarios y combatientes por la libertad. Mi padre estaba al centro del movimiento contra la guerra. Sus libros y despachos desde Indochina, publicados semanalmente en el New York National Guardian, y reproducidos en todo el mundo, informaban al mundo de la lucha del pueblo de Vietnam, Camboya y Laos. El mundo estaba todavía pleno de optimismo, esperanza y pasión. También parecía increíblemente sexy, con el rock & roll, ‘flower power’ y todo eso. ¡Fue una época tremenda para ser joven!

En 1969, nos fuimos a París, donde habían comenzado las negociaciones para terminar la guerra en Vietnam. Después de mayo del 68, París era el sitio más fantástico del mundo. El movimiento contra la guerra estaba en su apogeo. Todo parecía posible: Vietnam estaba ganando la guerra. EE.UU. hablaba de paz (mientras seguía bombardeando Hanoi). El 18 de mayo de 1970, el antiguo amigo de mi padre, el príncipe Sihanouk de Camboya (también presente en Bandung) fue derrocado por un golpe respaldado por la CIA. Declaró desde Moscú que iba a resistir y estableció su cuartel de resistencia en Beijing. (6) Sihanouk es de nuevo rey de Camboya. ¿Pero a qué precio? Millones murieron en la guerra impuesta por EE.UU., bombardeos «tipo alfombra» de EE.UU. y el genocidio de los Jemeres Rojos que vino después.

En 1975, Vietnam del Norte y el Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur ganaron la guerra contra EE.UU. El país finalmente se reunificó. Y fue rápidamente declarado enemigo de la humanidad, excluido de la comunidad internacional y denunciado como Estado estalinista por sectores de la izquierda. Cuando Vietnam liberó Camboya de los genocidas Jemeres Rojos, hubo una protesta internacional. Joan Baez marchó a la frontera entre Tailandia y Camboya para exigir la retirada de las tropas vietnamitas de Camboya y el retorno del legítimo gobierno de Kampuchea Democrática – queriendo decir los Jemeres Rojos. EE.UU., el Reino Unido, Australia, Tailandia y otros respaldaron y armaron a Pol Pot.

No sé qué maligno pacto hizo Henry Kissinger con la dirección china en los años setenta. Pero funcionó. No sólo se convirtió a Vietnam en un paria internacional, sino la izquierda occidental se dividió, desintegró y pasó a ser irrelevante.

Los comunistas y las voces independientes, como la de mi padre, que apoyaban a Vietnam, eran etiquetados de «estalinistas» y de secuaces de Moscú. Maoístas, trotskistas e izquierdistas surtidos denunciaban el imperialismo vietnamita. Un buen número de ellos renacieron después como neoconservadores, clamando por sangre iraquí.

En Francia, antiguos maoístas se rebautizaron como «nuevos filósofos» y se convirtieron en los nuevos preferidos de los medios franceses y de los salones de París.

Los herederos mimados de familias ricas, como el inefable Bernard Henry-Lévy, se aburrieron o desilusionaron con sus antiguas actividades «revolucionarias» y pontificaban sobre los derechos humanos – incluyendo el derecho democrático de Pol Pot de volver a sus campos de la muerte.

La burguesía se sentía reasegurada. Por fin a sus hijos e hijas se les había pasado lo de la «revolución» y denunciaban sus males.

Así que ese fue el fin de la «década gloriosa». Mi padre siguió informando sobre los horrores de los Jemeres Rojos y las guerras en Angola y Mozambique, pero para entonces ya estaba etiquetado como estalinista, secuaz de Moscú, agente del KGB, etc., tanto por la derecha como por la izquierda. Renunció al New York Guardian, para el que había estado escribiendo semanalmente durante 25 años, porque los editores se negaban a publicar o censuraban sus informes desde Vietnam y Camboya, en los que denunciaba la agresión china contra Vietnam y su apoyo a los asesinos Jemeres Rojos. El Guardian, como gran parte de la izquierda, seguía la línea pro-China, antisoviética y antivietnamita.

En 1983, mi padre terminó de escribir las notas al pie para su último libro «Shadows Of Hiroshima,» se desplomó y murió poco después. «Shadows Of Hiroshima» fue su contribución final a los movimientos antinucleares y por la paz, sobre la base de su experiencia como primer corresponsal occidental que informó desde Hiroshima después del lanzamiento de la bomba atómica. Su famoso «I Write This As A Warning To The World!» [¡Escribo esto como una advertencia al mundo!] desde Hiroshima asolada por la bomba atómica sigue resonando en nuestros días. (8)

En 1985 me mudé a Australia con mi mujer Ilza y nuestro hijo Graham para reivindicar mi derecho de nacimiento y para dar a nuestro hijo un sitio cálido bajo el sol. Pasamos nuestros primeros seis meses en la Comunidad Aborigen de Maningrida, en Arhnem Land, en el Territorio Norte de Australia. Ahí descubrí en una larga serie de artículos en The Australian de Rupert Murdoch, escrita por un ex «amigo» australiano de mi padre que éste había sido un sujeto malvado y despreciable, agente del KGB, agente de Hanoi, Beijing y Pyongyang, alcohólico y fornicador, amante de comida de perro y otros disparates parecidos.

Simultáneamente, el «principal intelectual público» de Australia publicó un prolongado y pomposo artículo en la revista derechista (y financiada por la CIA) Quadrant denunciándolo como agente del KGB y traidor a su país. (7) Repentinamente el mundo que yo conocía y amaba se convirtió en malo, comunismo y socialismo se convirtieron en palabrotas, la URSS era mala, Vietnam era malo, Wilfred Burchett era malo; los Jemeres Rojos eran malos, pero merecían apoyo porque eran menos malos que los vietnamitas, que habían liberado al pueblo camboyano de sus asesinos y esclavizadores.

Por el bien de la cordura, simplemente me desconecté. «Que los historiadores lo arreglen,» pensé. Y lo hicieron, brillantemente. (9) Pero a los medios no les gusta la historia, les gustan titulares llamativos como «El camarada Burchett fue un escritorzuelo del partido» o «Burchett: traidor moral a la civilización occidental» y otra basura semejante.

En 2006 volví a Hanoi después de casi cinco años de ausencia. E inmediatamente me sentí como en casa. Repentinamente fui rodeado de amistad y amor. Volví a formar parte del equipo victorioso, el equipo que expulsó de su país a los colonialistas franceses y a los imperialistas de EE.UU. Amigos me llevaron a ver nuestra antigua casa. ¡Quería quedarme!

Luego visité la casa del Tío Ho en Hanoi. Y me impactó. Pensé que es la casa más hermosa del mundo. Es una modesta casa de madera sobre pilotes, modelada sobre la tradicional choza de los montañeses en la que Ho Chi Minh permaneció durante los años de la resistencia contra los franceses (1946-1954). Es muy simple, elegante, funcional y eficiente en el uso de energía – el único ítem de «lujo» era una pequeña estufa eléctrica para el frío invernal de Hanoi. Construyeron la casa en menos de un mes. El Tío Ho instruyó específicamente que no se utilizara madera fina. Está frente a un estanque en el que viven diversas variedades de peces, y ocasionalmente eran preparados para el Tío Ho y sus invitados. Está rodeada de hermosos jardines, con palmeras, árboles frutales, flores, una gran variedad de plantas nativas e importadas. Desde allí, vestido como simple campesino, el Tío Ho dirigía la resistencia contra EE.UU. y sus aliados.

De modo que si alguien busca un modelo de sostenibilidad, elegancia, simpleza, resistencia, armonía, bondad, economía, eficiencia energética, verdor y belleza, lo encontrará en la casa del Tío Ho.

Nuestro mundo estará bien si aplicamos los Diez Principios de Bandung y hacemos caso de las lecciones de la modesta casa sobre pilotes del Tío Ho.

NOTAS

1 Los países representados en Bandung en 1955 fueron:

Afganistán; Bután; Birmania; Camboya; Ceilán; República Popular China; Egipto; Etiopia; India; Indonesia; Irán; Iraq; Japón; Jordania; Laos; el Líbano; Liberia; Libia; Mongolia; Nepal; Pakistán; Filipinas; Arabia Saudí; Siria; Tailandia; Turquía; Vietnam del Norte; Vietnam del Sur; Yemen.

2 «Target: Zhou Enlai: Was America’s CIA working with Taiwan agents to kill Chinese premier?» de Wendell L. Minnick, Far Eastern Economic Review, 13 July 1995

3 Memoirs of a Rebel Journalist: The Autobiography of Wilfred Burchett, edited by George Burchett and Nick Shimmin, University of NSW Press, 2005

4 From Traveller To Traitor – The Life of Wilfred Burchett, Tom Heenan, Melbourne University Press, 2006

5 Where has all the rage gone? by Tariq Ali, The Guardian (UK), 22 March 2008

6 My War With the CIA: The Memoirs of Prince Sihanouk as related to Wilfred Burchett, Pantheon Books, 1972

7 The Fortunes of Wilfred Burchett: A New Assessment by Robert Manne, Quadrant, August 1985

Vea también: «Once Were Warriors: Wilfred Burchett, Robert Manne and the Forgotten History War» de Jamie Miller, Institute of Advanced Studies, September 2008

8 Rebel Journalism: The Writings of Wilfred Burchett, edited by George Burchett and Nick Shimmin, Cambridge University Press, 2007

9 Burchett: Reporting the Other Side of the World 1939-1983, edited by Ben Kiernan, Quartet Books, 1986

http://www.zmag.org/znet/viewArticle/21908