Recomiendo:
0

El director del Observatorio Internacional de la Crisis, Wim Dierckxsens, imparte una conferencia en la Academia de Socialismo 21

Los límites del desarrollo tecnológico y la transición a una nueva economía

Fuentes: Rebelión

El desarrollo de la tecnología ha supuesto históricamente, en el sistema económico capitalista, la eliminación de mano de obra y, por otra parte, la generación de crisis de sobreproducción. Pero sobre todo, mayores beneficios para el capital ligados a la inversión tecnológica. Sin embargo, hay un punto en que la innovación en tecnología resulta cada […]

El desarrollo de la tecnología ha supuesto históricamente, en el sistema económico capitalista, la eliminación de mano de obra y, por otra parte, la generación de crisis de sobreproducción. Pero sobre todo, mayores beneficios para el capital ligados a la inversión tecnológica. Sin embargo, hay un punto en que la innovación en tecnología resulta cada vez menos rentable y es, por tanto, más difícil incrementar la tasa de ganancia por parte del empresario. Es en esta coyuntura-límite en la que actualmente nos encontramos. Tarde o temprano, en este escenario, el sistema hace crisis. Y emerge una nueva racionalidad económica (postcapitalista), que puede asimismo implicar cambios en las relaciones de poder a escala global.

El director del Observatorio Internacional de la Crisis, Wim Dierckxsens sitúa la tecnología en el centro del análisis sobre la economía capitalista, su evolución, crisis y perspectivas. El investigador holandés, que lleva más de 40 años residiendo y trabajando en América Latina, ha impartido una conferencia en la Academia de Pensamiento Crítico de Socialismo 21, con el título «Crisis capitalista y alternativas». Wim Dierckxsens es autor de trabajos como «Los límites de un capitalismo sin ciudadanía», «Del neoliberalismo al postcapitalismo», «El ocaso del capitalismo y la utopía reencontrada» y «Guerra global, resistencia mundial y alternativas», entre otros.

La salida keynesiana a la crisis del 29 se fundamentó, entre otros principios básicos, en el estímulo de la demanda interna para vitalizar las economías. En el contexto de estas «políticas del lado de la demanda» se empezó a proponer en Estados Unidos (incluso se habló de obligar) el acortamiento de la vida útil de los productos, es decir, la «obsolescencia programada». Antes, en 1924, un cártel que agrupaba a los principales fabricantes de bombillas de Estados Unidos y Europa pactó limitar la vida útil de éstas a mil horas. Cuanto antes caducaran las cosas (incluidas tecnología, maquinaria y edificios), se pensaba, mayor sería el incremento de la demanda, la producción y la tasa de beneficios.

Pero es realmente en la década de los 50 cuando se aplica mayormente el criterio de la «obsolescencia programada», vinculado a economías capitalistas de consumo «en masa» en los que la publicidad y el crédito desempeñan un rol decisivo. Las economías norteamericana y europea dieron muestras de vigor hasta finales de los 60 y principios de los 70 del siglo XX. Hoy, el modelo ofrece síntomas de palmario agotamiento, según Wim Dierckxsens: «todo está obsoleto apenas lo compramos; la vida útil de las cosas es cada vez más cercana a cero». El sociólogo holandés asimila la inversión de estas lógicas al ingreso en una nueva racionalidad económica postcapitalista.

La «obsolescencia programada» afecta a todos los elementos del proceso productivo. De hecho, la vida útil de los equipos tecnológicos, máquinas y edificios a los que dan uso las empresas es cada vez más corta. Nada que ver con la producción «a largo plazo» que inspiraba, antes de la segunda guerra mundial o del periodo keynesiano, a los tendidos ferroviarios o la máquina de vapor. «Se hacían con el objetivo de que tuvieran «, ironiza el sociólogo. Los procesos de renovación permanente de maquinaria, innovación tecnológica y creciente caducidad tuvieron su exponente máximo en Estados Unidos y Europa. Hasta que en la década de los 70, Japón hizo bandera de estos procedimientos y, según Dierckxsens, «entró en una crisis de la que no ha podido salir».

El problema, agrega el investigador neerlandés, es que cuando la duración útil de la tecnología punta se acerca a cero, el capitalista no tiene tiempo (y más aún en un contexto de competencia creciente) de amortizar su inversión. Además, le resulta imposible compensar estos costes tecnológicos aumentando el precio de los productos, pues ello implicaría una mengua de su capacidad para competir. Una de las salidas recurrentes consiste en abaratar el coste de la mano de obra o «deslocalizarse» hacia países con un abundante «ejército de reserva» laboral. Por ejemplo, China, que a juicio del investigador holandés, «corre el riesgo de vivir un proceso parecido al de Japón en los 70; a China llegan inversiones en tecnología punta de otros países, con una vida útil menor, pero que se compensa por que disponen de mano de obra más barata».

La «obsolescencia programada» ofrece múltiples aristas. Algunas de ellas, con notorias implicaciones ecológicas. Wim Dierckxsens apunta que el vigente sistema productivo «necesita explotar los recursos naturales a mayor velocidad», dado que la producción y el consumo tienen un carácter efímero y la competencia es creciente. El hecho de que se haya alcanzado el «pico» del petróleo o el impacto de la «huella ecológica» abundan en esta idea. Pero no se trata sólo de la depredación de recursos naturales. Cuestión capital es que se hallan en los países del Sur. «Occidente no es sólo cada vez más dependiente del Sur en materia energética (petróleo), sino también de minerales y metales en general; y, sobre todo, de los más estratégicos. Con ello, las condiciones objetivas para establecer nuevas relaciones de poder están dadas», afirma Dierckxsens.

Esta concentración de metales, minerales y fuentes de energía en el Sur ha permitido (en el caso de América Latina) que en los últimos años se beneficiaran del incremento al alza de los precios de intercambio. El asunto no es baladí. Un trabajo de Jeremy Grantham apunta que de los 15 países más dotados en metales y minerales, los primeros lugares corresponden a los países BRICS (el primero, África del Sur; en segundo lugar, Rusia; el quinto, Brasil; el sexto, China; y, en la undécima posición, India); en la misma lista figuran cuatro países latinoamericanos: Brasil, Chile, Perú y México. Un estudio de la British Geological Society (septiembre de 2011), citado en el artículo «Horizontes de otra racionalidad económica» de Dierckxsens, detalla que China lidera la producción global de casi todos los «metales raros» y es responsable de la extracción de casi la mitad de estos.

La escasez de materiales utilizados en las «tecnologías emergentes verdes» los convierte asimismo en prioritarios. Un informe de la Comisión Europea y PriceWaterhouseCoopers (citado por Wim Dierckxsens), identifica para el desarrollo de estas tecnologías 14 materias primas, cuya localización reviste gran importancia geopolítica: Antimonio (China, África del Sur, Bolivia y México); Berilio (Estados Unidos, Rusia y China); Cobalto (producido en un 90% en la República Democrática del Congo, y también en Zambia); Fluorita (China, México y Mongolia); Germanio (China y Rusia); Indio (China, Corea y Japón); Grafito (China, Corea y la India); el tántalo y el tungsteno se obtienen casi únicamente en China.

Además, en China, subraya el sociólogo holandés, «se hallan algunos materiales muy estratégicos, como las llamadas «tierras raras»; sólo los produce China. Desde los paneles solares, pasando por los molinos de viento o los discos duros de las computadoras hasta en los misiles, se usan estos materiales de los que Europa, Japón y Estados Unidos son totalmente dependientes; en los últimos años, algunas han visto multiplicar su precio un 1.500% por su difícil acceso». No por casualidad, añade, «los buques de guerra norteamericanos no se encuentran ya tan concentrados en el Golfo Pérsico, pues progresivamente el foco se ha desplazado al Mar de China».

Es en este contexto en el que pueden atisbarse elementos de una nueva racionalidad económica postcapitalista. América Latina cuenta con potencial para impulsar estos cambios a escala global, asegura Wim Dierckxsens. Por diferentes razones. Igual que China «asienta su trasero» sobre los recursos naturales de que dispone, la mayor parte de las luchas sociales en Latinoamérica se desarrollan en torno a la defensa de estos mismos recursos, frente a los intereses de los estados (en algunos casos) y las compañías transnacionales. Precisamente en este punto reside la gran oportunidad: que las luchas populares y los gobiernos progresistas consigan revertir las dinámicas extractivistas. Bolivia dispone actualmente de las mayores reservas mundiales de litio (suma el 85% junto con Argentina, y Chile), un mineral escaso y esencial para alimentar baterías de ordenadores y teléfonos móviles; y para el desarrollo de la energía eólica y el automóvil eléctrico. Señala Wim Dierckxsens que Bolivia, Argentina, Chile, Australia y China podrían constituir una Organización de Países Productores de Litio (OPPL), con capacidad para regular los precios de este material, al igual que la OPEP con el petróleo. «La unión de los países productores de metales y minerales cada vez más escasos, tarde o temprano, permitirá invertir las relaciones de poder de negociación», añade.

Por esta razón, según el sociólogo holandés, nos hallamos en una etapa de transición hacia una nueva racionalidad económica, que se puede romper por el eslabón aparentemente más débil, América Latina. «La escasez de recursos naturales estratégicos en Occidente obligará a reciclar los recursos escasos y a la prolongación de la vida media de los productos finales, además de un uso creciente de bienes de consumo comunales», afirma. Esta demanda colectiva de bienes camina en dirección antagónica tanto de las lógicas keynesianas como del principio de la «obsolescencia programada.

En definitiva, Wim Dierckxsens propone como salida el «crecimiento negativo» o el «decrecimiento», «aunque ello implique que te expulsen de los colegios de economistas». La alternativa consistiría, asimismo, en incorporar las nociones del «buen vivir indígena» y el «bien común» (la cosmovisión indígena en general) frente a las lógicas de acumulación capitalista. Pero sin olvidar, remata el director del observatorio Internacional de la Crisis, que cuanto más estratégicos sean las recursos, mayor capacidad tienen los países del Sur de asfixiar la racionalidad económica vigente. Y el Norte, a su vez, para no dejarse arrebatar la hegemonía, no tendrá otra opción para acceder a las materias primas escasas que la vía militar (Estados Unidos sitúa las bases militares en torno a las zonas más ricas del planeta en recursos naturales).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.