Los recientes acuerdos impulsados por Beijing en algunos estados sudamericanos han vuelto a remarcar ante los ojos de Occidente el avance de China en la esfera internacional. Sus importantes inversiones y convenios de colaboración han supuesto que en algunas capitales se haya vuelto a encender la luz roja de alarma ante este nuevo paso del […]
Los recientes acuerdos impulsados por Beijing en algunos estados sudamericanos han vuelto a remarcar ante los ojos de Occidente el avance de China en la esfera internacional. Sus importantes inversiones y convenios de colaboración han supuesto que en algunas capitales se haya vuelto a encender la luz roja de alarma ante este nuevo paso del gigante asiático.
Y todavía sin recuperase de ese movimiento, otra noticia ha vuelto a sacudir las chancillerías occidentales, la firma del acuerdo de comercio entre los diez estados que conforman la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) y China en la capital de Laos esta misma semana. Gracias a este acuerdo la cuarta parte de la población mundial se englobará en una «zona de libre comercio». Y este es el primer paso de cara a otro proyecto más ambicioso que puede ver la luz en un futuro no muy lejano.
Los planes para formar una Cumbre del este Asiático, que englobaría a los países de la ASEAN, China, Japón y Corea del Sur, están todavía pendientes de lograr una mayor concreción en cuanto a su formato y estructura, pero los primeros pasos en esa dirección también han comenzado a realizarse.
El crecimiento económico de China, junto a su cada vez mayor presencia en amplias regiones del mundo, es algo que ya pocos ponen en tela de juicio, unido ello a la oportunista estrategia de ir configurando toda una red de acuerdos que garantice ese desarrollo mundial que durante tantos años ha estado planificando los diferentes dirigentes chinos.
La fotografía de este camino que lleva recorrido China es muy amplia. Los recientes acuerdos con varios países de Sudamérica, que tendrán su continuidad en la conferencia sobre «China, América Latina y Asia» que tendrá lugar este mismo mes en Beijing; los proyectos de configurar ese bloque económico asiático para hacer frente a Estados Unidos y Unión Europea en el tablero económico mundial; su equilibrio premeditado con otros estados o potencias regionales, como Rusia o Irán; la búsqueda de recursos energéticos a través de inversiones en la industria petrolera de Asia Central, Rusia, e incluso de zonas de África, como Sudán.
Y si a los éxitos en materia económica le añadimos los avances tecnológicos, fruto de los cuales se espera que el país asiático pueda poner en orbita lunar una nave en el año 2007, así como la reestructuración que ha iniciado en la esfera militar, persiguiendo una modernización y una idoneidad de cara al papel que espera jugar en el futuro cercano dentro de las relaciones internacionales.
La estrategia
Si la política exterior china guarda una característica que sobresale sobre todo lo demás es su configuración como una estrategia a largo plazo, cualquier lectura coyuntural o inmediata sobre los resultados de la misma errarán una y otra vez. En los próximos años, los ejes sobre los que girarán las relaciones internacionales impulsadas desde Beijing se pueden resumir en estas cuatro afirmaciones: «un mundo; dos sistemas; multipolaridad política y económica; coexistencia pacífica».
La combinación de todos esos aspectos nos define todavía mejor los próximos pasos que el gobierno chino ha diseñado para llevara a buen puerto sus deseos. Los dirigentes chinos son conscientes de la necesidad de integrar a su país en el marco de las relaciones internacionales, afirmando que ese mundo es el único que existe, y por tanto sus movimientos se encaminan hacia la integración china en el mismo. A pesar de que una de las características de este mundo es la unipolaridad, China se resiste a ella, y busca resaltar la existencia de diferentes sistemas, aprovechándose de las diferencias del propio sistema capitalista para impulsar el sistema socialista chino. Un ejemplo lo hemos observado en los recientes acuerdos con los países sudamericanos, una región «abandonada» en los últimos tiempos por Estados Unidos y Europa.
La búsqueda de esa multipolaridad política y económica es una de las bases del nuevo gobierno chino en materia de política exterior, y su adecuación a la coyuntura actual del mundo es vital para los intereses chinos. En esta dirección también se puede entender el intento de crear una región poderosa en Asia, que equilibre la balanza ante Estados Unidos y la Unión Europea. Finalmente, desde Beijing se apuesta por un mundo que viva en paz, algo vital para desarrollar los otros aspectos de su política. No obstante, ese deseo no oculta la comprensión de la realidad, y por ello no ceja en sus intentos de estar preparada militarmente para cualquier eventualidad. Por eso su «revolución» en los asuntos militares también guarda una estrecha relación con los avances económicos y políticos.
Largo plazo
El escenario ideal para los intereses chinos es el reflejado en el último congreso del Partido Comunista Chino, donde se resaltó la necesidad de «un entorno externo en paz, de cara a continuar con las reformas económicas internas, y seguir asentando el papel de China en el nuevo orden mundial, lo que a su vez traerá un mayor reforzamiento del desarrollo global chino».
De cara a ello no dudará el gobierno de Beijing en aprovecharse de las coyunturas favorables que se le vayan mostrando en los próximos meses, al tiempo que mantiene un equilibrio económico centrado en las importaciones y exportaciones. Los líderes chinos saben que deben mantener el auge de su comercio y exportaciones, al tiempo que a través de las reformas internas, se asegura la tecnología e inversiones extranjeras necesarias para configurar su desarrollo y su proyecto.
Otro aspecto importante en todo este engranaje será el acceso a las fuentes energéticas mundiales, para lo que se siguen dando pasos muy importantes. El gran crecimiento económico de China se sustenta en buena manera en el alto grado de consumo energético, de ahí esa búsqueda de nuevos contratos. Hasta la fecha China importa petróleo de «Irán y Arabia Saudita, de Sudán y Angola, de Indonesia y Vietnam, así como de Rusia. En un futuro no muy lejano, pretende hacerlo también de Venezuela, Argentina y Brasil, así como de Uzbekistán y Kazakhstan. Y tal vez aquí resida una de las posibles colisiones más profundas con la gran potencia que representa Estados Unidos, quien también está centrando buena parte de sus esfuerzos en asegurarse el control de esas fuentes energéticas.
La política exterior de Washington está en manos de los poderosos círculos neoconservadores, con estrechos lazos hacia las multinacionales del sector además de una declarada animadversión hacia el auge que representa la política china. Tal vez por eso y a pesar de las recientes declaraciones de dirigentes chinos, la duda se cierne sobre el futuro del tablero mundial.
Recientemente, esos dirigentes chinos han señalado su reafirmación hacia la búsqueda un mundo en paz, basando sus esfuerzos en la cooperación, tanto regional como internacional. «La estrategia china es a largo plazo, y nuestros intereses, así como nuestro desarrollo, es parejo a los de la región. El desarrollo de China no es ninguna amenaza para otros países, es más, una China fuerte y poderosa puede impulsar un mundo multipolar». De todas formas, y a pesar de estas declaraciones, los obstáculos que desde Washington se pongan a la estrategia china condicionarán también la verdadera respuesta que desde Beijing se pueda dar en el futuro.