Los jefes de Estado y de Gobierno del G-8 no se privaron de nada en la cena que, junto a sus cónyuges, celebraron en la noche del lunes en el hotel Windsor de la isla de Hokkaido. Sus anfitriones japoneses, aún menos, y por eso reclutaron a 25 chefs para ofrecer manjares dignos de los […]
Los jefes de Estado y de Gobierno del G-8 no se privaron de nada en la cena que, junto a sus cónyuges, celebraron en la noche del lunes en el hotel Windsor de la isla de Hokkaido. Sus anfitriones japoneses, aún menos, y por eso reclutaron a 25 chefs para ofrecer manjares dignos de los paladares más exquisitos, precisamente en la cumbre que debía dar una respuesta a la crisis de los alimentos que aqueja a los países más pobres del planeta.
No es extraño que hasta dos periódicos británicos compararan el refrigerio con la famosa frase que se atribuye a Maria Antonieta: si (los campesinos) se mueren de hambre, que les dejen comer pasteles. El banquete daba una imagen no muy edificante en estos tiempos de déficit alimentario.
La lista casi interminable de platos llamó la atención a las organizaciones que piensan que los países occidentales deberían hacer más por aliviar el impacto de la crisis. Es profundamente hipócrita que hayan servido todos estos platos a los líderes mundiales cuando existe una crisis alimentaria y millones de personas no pueden permitirse una comida decente, dijo Dominic Nutt, de la organización Save the Children.
Paradoja inexistente
Los protagonistas de la cumbre prefirieron obviar la paradoja y se limitaron en su comunicado final a expresar su preocupación por la gravedad del problema (lo que ya han hecho en otras ocasiones), y a reiterar que los países que exportan alimentos deben eliminar las restricciones a esas exportaciones.
El aumento de los precios de los alimentos añade presiones inflacionistas y genera desequilibrios macroeconómicos, en especial para algunos países de bajos ingresos, dice el comunicado final firmado por los mandatarios de EEUU, Japón, Canadá, Francia, Alemania, Reino Unido, Italia y Rusia.
Los países ricos se comprometen a trabajar en colaboración con las instituciones internacionales para solucionar el problema, así como a mantener las promesas que hicieron en la cumbre de Gleneagles en 2005.
Entonces, prometieron aumentar los niveles de ayuda a África hasta los 50.000 millones de dólares para el 2010. Un informe reciente de un comité organizado para hacer un seguimiento de los resultados de esa cumbre revela que al ritmo actual de gasto los países del G-8, se quedarán cortos en 40.000 millones cuando llegue la fecha límite.
El comunicado final hará poco por tranquilizar a las organizaciones que presionaron en Gleneagles por un aumento de la ayuda. El hecho es que las cifras son tan pequeñas que las ocho economías más ricas del planeta pueden cumplir sus compromisos con gran facilidad, dijo el cantante Bob Geldof. ¿Cuánto más se gastan para salvar bancos en crisis o para financiar expediciones militares, entre otros ejemplos? Lo que cuenta no es el dinero, sino la voluntad.
El G-8 recordó a los mayores exportadores de alimentos muchos de los cuales se encuentran en Asia sus obligaciones: no deben reducir sus ventas con la excusa de tener que atender en primer lugar las necesidades de sus propias poblaciones. Sin embargo, norteamericanos y europeos no aceptan que sus prácticas proteccionistas en forma de millonarias subvenciones a su industria agropecuaria están también en el origen del problema.
Se lo recordaron los países que forman el G-5: México, Brasil, China, India y Suráfrica. Estos señalaron que la crisis alimentaria no es un problema causado por los países en desarrollo.
Los subsidios agrícolas de miles de millones de dólares que se aplican en los países desarrollados distorsionando el comercio han obstaculizado el desarrollo de la capacidad de producción de alimentos en los países en desarrollo, reduciendo críticamente sus posibilidades de reacción frente a la crisis actual, denunciaron las economías emergentes, que representan al 45% de la población mundial.
Nadie parece dispuesto a reconocer su contribución al problema y el dinero comprometido es insuficiente. Las tres agencias de la ONU que sí tienen como prioridad la lucha contra el hambre recordaron ayer que en los últimos 30 años el porcentaje de la ayuda al desarrollo dedicado a la agricultura cayó del 17% al 3%.