Mientras el mundo no sabe si pintarse los labios y ponerse medias de red o calzarse casco y chaleco antibalas, a la espera del Donald Trump, en una frontera marginal del mundo, un millón de personas, pertenecientes a la etnia Rohingya esperan, sin esperanzas, la solución final. Hace casi dos años, cuando el mundo se […]
Mientras el mundo no sabe si pintarse los labios y ponerse medias de red o calzarse casco y chaleco antibalas, a la espera del Donald Trump, en una frontera marginal del mundo, un millón de personas, pertenecientes a la etnia Rohingya esperan, sin esperanzas, la solución final.
Hace casi dos años, cuando el mundo se empezaba a conmocionar por el drama de los naufragios en el Mediterráneo, a miles de kilómetros de allí, Los rohingyas , un pueblo tan desesperado como los refugiados que intentaban llegar a Europa, se lanzaban al mar de Andamán al sur de Birmania (Mynanmar), sin demasiadas esperanzas de llegar a algún lado.
Los rohingyas es la única etnia musulmana de las 135 que conforman Birmania, originarios de una región fronteriza entre Bangladesh y Birmania. Se instalaron en este país entre principios del siglo VII y VIII, cuando comerciantes árabes musulmanes se asentaron en el antiguo estado de Arakán en la actualidad provincia de Rakhine, el oeste del país, el segundo estado más pobre del país.
Este pueblo, de cerca de un millón doscientas mil personas, jamás fue integrado a la sociedad birmana, en un 90 % budista Theravāda, por lo que se ha visto obligado a vivir de manera permanente en campamentos aislados, sin derecho políticos, ni sociales y fueron prácticamente reducidos a condición de refugiados, ya que las autoridades birmanas se han negado históricamente ha reconocerles su nacionalidad. El estado de aislamiento en que son obligados a vivir ha provocado que la mayoría sufra desnutrición crónica, lo que afecta a su desarrollo mental y físico, lo que los hace vulnerables a todo tipo de enfermedades como la tuberculosis que se propaga con registros de epidemia.
Esta situación, de sumisión absoluta, ha provocado algunas revueltas que han dejado docenas de muertos y miles de desplazados.
(Ver: Los Rohingya más allá del mar; Rohingya la deriva constante; Rohingya, sin derecho a nombre).
La crisis de mayo de 2015, obligó a las naciones del área Australia, Bangladesh, Birmania, Camboya, India, Indonesia, Malasia, Nueva Zelanda, Filipinas y Tailandia, pertenecientes a ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) junto a los Estados Unidos y algunas organizaciones internacionales como a la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) a reunirse en Naypyidaw, la capital de Birmania, sin alcanzar mayores compromisos, para contener la ola refugiados que según estimaciones australianas, podrían ser entre 12 y 30 mil personas que se lanzaron a la deriva, sin agua, ni comida.
Los rohingyas, con ese acto desesperado consiguieron llamar la atención de la prensa internacional por algunas semanas, aunque la crisis de los refugiados en Europa, la guerras de Medio Oriente, los avances de la ultra derecha europea el Brexit, las elecciones norteamericana, y el tornado Donald Trump, los volvieron a ahogar en el olvido o en el Océano Indico, que para los hechos es más o menos lo mismo.
La guerra civil birmana, que comenzó en 1948 y con intermitencias se mantiene hasta hoy, ha provocado miles de muertos y ha sido la excusa de las fuerzas armadas para que haya gobernado durante cincuenta años, con mano dura y a los rohingyas , se le hayan negado todos sus derechos. La guerra, que sigue activa en diferentes partes del país, sirve también de excusa para que los rohingyas puedan ser reprimidos. Este último domingo, cuatro grupos armados integrados por minorías de origen chino Kokang, atacó posiciones del ejercito birmano en las proximidades de la ciudad de Muse, en el estado norteño de Shan. Los combates adquirieron tal virulencia que el ejército chino ha debido decretar este lunes 21 máxima alerta en la frontera con Birmania.
De las diecisiete organizaciones guerrilleras que han participado en la guerra civil, solo ocho han firmado el Acuerdo Nacional de Cese el Fuego (NCA), uno de los tantos problemas a resolver por el presidente Htin Kyawa, el primer civil desde 1962.
Los éxodos masivos, que se producen de manera contantes de la población rohingya ha alentado la creación de redes de traficantes de personas, que han hecho fortunas con la desesperación de quienes intentan escapar del tormento de vivir en Birmania. Miles de rohingyas han caído en estas redes, de los que nunca se ha sabido más nada, muchos han sido vendidos con esclavos, las mujeres enviadas a centros de turismo sexual en todo el sudeste asiático, otros, se creen viven escondidos en los más de cuarenta campamentos establecidos en las espesas selvas en la frontera entre Malasia y Tailandia de donde no se animan a regresar, mientras los más «afortunados» sus familias han logrado reunir entre los 1500 y 2000 dólares que sus captores piden por su rescate.
Contra la alambrada.
Desde 2012, organizaciones extremistas que se revindican como budistas, como el Movimiento 969, perpetran ataques constantes contra la minoría rohingya , incendiando sus campamentos, hostigando y hasta asesinando a sus miembros cuando se atreven a salir más allá de los límites establecidos. En ese mismo año, en un barrio de la ciudad de Kyaukpyu, donde se asentaba dicha comunidad, fueron incendiados más de 800 edificios y mientras gran cantidad de casas flotantes fueron saqueadas y destruidas.
Las constantes agresiones han sido lo que provoca periódicas migraciones de rohingyas hacia Malasia, Tailandia, Indonesia, Bangladesh, India y algunos países árabes.
Nuevamente una migración masiva se ha puesto en marcha, desde el pasado 9 de octubre en las cercanías de la frontera entre Bangladesh y Birmania, en la provincia Rakhine, se han producido una serie de ataques por parte del ejército birmano contra los rohingya, con la excusa que varios puestos militares habían sido asaltados por terroristas.
Según un comunicado del ejército, unos 69 terroristas rohingyas habían sido abatidos en diferentes enfrentamientos con las fuerzas de seguridad entre el 9 y el 14 de noviembre, donde también perdieron la vida 17 hombres del ejército y la policía.
Fuentes periodísticas mencionan que los muertos civiles podrían estimarse entre los cien y los trecientos, mientras que serian entre 30 mil y 150 mil los desplazados rohingyas, que intentan cruzar la frontera hacia Bangladesh.
Las mismas fuentes informan que se durante la represión se practicaron ejecuciones extrajudiciales, violaciones e incendios y que el ejército utilizó helicópteros de combate, para contra los campamentos rohingyas, lo que provocó la mayor cantidad de muertos.
El Tatmadaw (ejército birmano) ha asaltado varias aldeas de la minoría sunita, en lo que parecería un nuevo intento de limpieza étnica por parte de las autoridades de Naypyidaw.
La policía ha culpado a los mismos grupos «terrorista» de incendiar más de 1300 casas en aldeas rohingya, negando que las acciones hayan sido realizadas por las fuerzas de seguridad.
Mientras tanto la población rohingya, que intenta cruzar a Bangladesh, tanto por tierra o mar, donde encuentra a las guardias fronteriza y costera bangladeshí impidiendo su paso, violando así normas internacionales respecto a los refugiados.
Por su parte la mediática Aung San Suu Kyi, jefa en la sombra del gobierno birmano, con varios ministerios y secretarías a cargo y líder del partido gobernante Liga Nacional para la Democracia (LND) y Premio Nobel de la Paz (1991) ha ignorado la cuestión rohingya, como si nada tuviera que ver su gobierno.
Los rohingyas, seguramente no han tenido oportunidad de seguir las reñidas elecciones americanas, como lo han hecho todos aquellos que hoy se debaten entre el lápiz labial y el casco de guerra, ellos saben que no pueden esperar nada bueno de nadie, por lo que poco les puede importar la llegada de Trump.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino . Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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