Al contrario de muchos musulmanes rohinyás exiliados en Bangladés, Abdulá forma parte de los que decidieron quedarse en Birmania pese a vivir atenazado por el miedo. «Ya no tenemos esperanza. Estamos a merced del gobierno», declara a la AFP este rohinyá de 34 años en la aldea de Shan Taung, en las afueras de Mrauk-U, […]
Al contrario de muchos musulmanes rohinyás exiliados en Bangladés, Abdulá forma parte de los que decidieron quedarse en Birmania pese a vivir atenazado por el miedo.
«Ya no tenemos esperanza. Estamos a merced del gobierno», declara a la AFP este rohinyá de 34 años en la aldea de Shan Taung, en las afueras de Mrauk-U, la excapital del estado de Rakáin.
Y eso que no hay soldados ni milicias budistas en este pueblo situado a decenas de kilómetros del epicentro del reciente brote de violencia contra los rohinyás.
Abdulá trabaja como agricultor pese a tener estudios superiores y no se atreve a ir al centro de Mrauk-U ni a las aldeas rakáin por miedo a ser agredido.
La violencia provocó la huida de 700.000 rohinyás a Bangladés desde agosto de 2017. La ONU acusa al ejército birmano de limpieza étnica.
Vecinos budistas
Estos musulmanes temen sobre todo a sus vecinos budistas de la etnia rakáin, que consideran que la región les pertenece.
Abdulá vivió con una familia rakáin durante sus años de estudiante en Sittwe, la principal ciudad de la región. Ahora «ya no me tratan como antes», lamenta.
Las ya de por sí complejas relaciones entre las comunidades se han roto del todo. «Los rakáin vigilan para asegurarse de que nadie en la ciudad sea amigo de los musulmanes», afirma bajo anonimato un joven rakáin que vive en Mrauk U.
Se calcula que quedan en Birmania 500.000 rohinyás, en su mayoría en el estado de Rakáin, donde algunos viven en aldeas dispersas y otros en campos de desplazados en las afueras de Sittwe.
Alrededor de 130.000 viven hacinados en estos campos construidos como viviendas temporales después del episodio de violencia religiosa de 2012. Se les autoriza a salir con cuentagotas y carecen de acceso a la educación y a cuidados médicos.
«Los derechos fundamentales, el acceso a la salud, a la educación y a los otros servicios esenciales han quedado muy en entredicho», lamenta Pierre Peron, portavoz en Birmania de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA).
«Tienen miedo a cada paso que dan, en todo el país. No hay seguridad ni respeto por las leyes para los rohinyás y los musulmanes», acusa Kyaw Soe Aung, secretario general del partido de apoyo a los rohinyás.
Los birmanos rechazan incluso la palabra rohinyás y los llaman «bengalíes» para que quede claro que los consideran inmigrantes clandestinos procedentes de Bangladés.
Para muchos el derecho a llamarse «rohinyá» es primordial pero otros, como Abdulá, lo relativizan.
«Nuestras vidas quedaron destruidas a causa de la palabra rohinyá», afirma. «Aceptaríamos cualquier nombre salvo el de bengalíes. Si lo aceptamos, un día nos echarán diciendo que venimos de Bangladés», añade.
«Los musulmanes que se quedan aquí no dicen que tengan miedo… Quedan muchas casas» que no han sido incendiadas en los disturbios de 2017, rebate Ye Htut, administrador de Maungdaw. El gobierno también considera que la comunidad internacional se pone de parte de los rohinyás.
Aislamiento
Los rohinyás consultados por la AFP afirman que el aislamiento es mayor en las aldeas. En ciudades como Sittwe o Maungdaw un periodista de la AFP ha visto recientemente a jóvenes rohinyás asistir a un combate de boxeo tradicional organizado por budistas.
Aquellos que tienen algo de dinero pagan sobornos para conseguir salir de esta región, una de las más pobres de Birmania, e ir a Rangún.
«En la vida real no es un problema. Sólo lo es en Facebook», donde el odio se desata, asegura, bajo anonimato, un rohinyá de 20 años residente en Rangún y que asegura tener amigos budistas.
Con un amigo, rohinyá como él, lanzó una web que recopila las noticias falsas sobre los rohinyás en Birmania. En su vida cotidiana él se presenta como musulmán, sin decir que es rohinyá.