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Manos ocultas en Pakistán

Fuentes: Al Ahram Weekly

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

La pasada semana, un coche atestado de explosivos estalló junto a una comisaría en Mardan, una ciudad rural de la provincia fronteriza del noroeste de Pakistán (NWFP, siglas en inglés). A consecuencia del atentado, murieron un oficial de policía y dos civiles, causando la metralla serios daños en un grupo de casas, tenderetes, tiendas y calles. Tehrik-i-Taliban, o el Movimiento Talibán de Pakistán (PT, siglas en inglés), reivindicó la autoría del ataque, en venganza, según manifestó el portavoz Maulvi Umar, por la muerte de un combatiente talibán a manos de la policía de Mardan unas semanas antes.

Aparentemente, no había nada excepcional en el ataque. Doscientas cincuenta personas han muerto en ataques perpetrados en Pakistán en lo que va de año, muchos de ellos con la rúbrica del PT. Sólo en Mardan, diez comisarías han sufrido impactos de morteros. Pero el coche bomba provocó un escalofrío por toda la NWFP. Era el primer acto de violencia desde hacía casi un mes. Y el primero desde que se formó un nuevo gobierno civil comprometido en el diálogo, en vez de en la represión, con los militantes islámicos de Pakistán.

La política a favor de la paz cuenta con el apoyo de la mayoría de los pakistaníes y parecía estar funcionando. No sólo había caído en picado la violencia de inspiración islamista sino que, además, sus anteriores autores estaban a bordo de esa política por la paz.

El 23 de abril, el gobierno sacó de la cárcel a Sufi Mohamed, un clérigo radical que a lo largo de la década de 1990 abogó por una movilización violenta para reforzar la ley de la Sharia en las regiones de Malakand y Swat, en la NWFP, y que, en 2001, llevó a 10.000 hombres mal armados a la resistencia contra la invasión estadounidense de Afganistán. Actualmente ha declarado que reconoce la potestad judicial del gobierno y que utilizará sólo medios pacíficos para propagar la Sharia. El gobierno confía también en amansar a su yerno, el mullah Fazlullah, que creó una fuerza insurgente en Swat el pasado año.

Lo más significativo fue que ese mismo día apareció la noticia de que el gobierno, apoyado por el ejército, estaba concluyendo un acuerdo de paz con la tribu Mehsud del departamento del Sur de Waziristan, en la frontera afgana. Eso significa ponerse a dialogar con Baitullah Mehsud, el «emir» del PT y el hombre que el Presidente Pervez Musharraf y la CIA dicen que estaba detrás del asesinato de la anterior primera ministra Benazir Bhutto el pasado año. Mehsud ha negado esa acusación.

Bajo los auspicios de un pacto en gestación, Mehsud se mostró de acuerdo en poner fin a los ataques contra el ejército pakistaní, en permitir el desarrollo económico en el Sur de Waziristan y otros departamentos tribales y en expulsar de ellos a todos los milicianos extranjeros, especialmente a los combatientes árabes y uzbecos que tengan lazos con Al-Qaida. A cambio, el ejército no proseguiría la represión colectiva contra los Mehsud, liberaría a 200 prisioneros y empezaría una retirada por etapas de las tierras Mehsud en el Sur de Waziristan.

El 24 de abril, Baitullah Mehsud ordenó al PT que pusiera fin a «todas las actividades hostiles» en las zonas tribales, comenzando por los distritos de la NFWP, como Swat. «Es obligatorio obedecer esta orden y aquellos que la violen serán colgados boca abajo y castigados públicamente», decretó. La operación Mardan fue una excepción, explicó Maulvi Umar. Puede que esa sea, de nuevo, la norma.

El 28 de abril, Mehsud suspendió las conversaciones con el gobierno. El ejército había incumplido las promesas de reorganizar sus fuerzas en las zonas tribales, dijo. Maulvi Umar habló misteriosamente de las «manos ocultas» en las agencias de inteligencia de Pakistán que estaban actuando bajo influencia de «fuerzas extranjeras». No es ningún secreto quiénes son esas fuerzas. «Estamos preocupados» por el acuerdo de paz, dijo el 25 de abril Dana Perino, la portavoz del gobierno de EEUU. «Intentamos animar [al nuevo gobierno pakistaní] para que continúe su lucha contra los terroristas y para que no interrumpa ninguna de las operaciones militares o de seguridad que están en marcha a fin de evitar que haya zonas donde los terroristas se sientan en puerto seguro».

La administración Bush está especialmente preocupada de que los talibanes puedan utilizar la paz en el frente pakistaní para organizar sus fuerzas y lanzar en Afganistán durante la primavera una ofensiva importante contra la OTAN. Hay razones para esos temores, dice Khalid Aziz, un antiguo agente gubernamental en las zonas tribales que ahora dirige un centro de investigación en Peshawar. «No puedes desplegar el ejército a lo largo de todos los 1.200 kilómetros de la frontera afgano-pakistaní. Habrá huecos que los milicianos utilizarán para infiltrarse. Y eso llevará a que aumente la violencia en Afganistán».

La violencia se está dejando sentir ya. El 27 de abril, pistoleros talibanes lograron romper, a base de ametralladora, 18 anillos de seguridad en un desfile militar que conmemoraba en Kabul el 16 aniversario de la caída del último gobierno comunista en Afganistán. El Presidente Hamid Karzai logró escapar y salvarse; no así tres afganos y tres talibanes. Se trataba de «mostrar al mundo que somos capaces de atacar cualquier lugar que nos propongamos», dijo un portavoz de los talibanes afganos.

Los comandantes estadounidenses en Pakistán creen que fue Jalaluddin Haqqani, un comandante talibán que tiene su santuario en Waziristan, quien planeó el ataque. Quieren que se les permita ir a por él. Hasta el momento, la Casa Blanca ha rechazado esa petición, no queriendo entrar en confrontación con el nuevo gobierno pakistaní.

Pero, según se informa, si es verdad que miles de combatientes se están trasladando hacia zonas tribales para incorporarse a la lucha en Afganistán, muy pocos mantienen la esperanza de que EEUU se contenga durante mucho tiempo. Ni tampoco hay dudas sobre las consecuencias de que EEUU se lance a una acción militar unilateral en Pakistán. Dice Aziz: «Un ataque militar no sólo destruiría el proceso de paz y todo lo demás: tensaría hasta romperla la alianza entre Pakistán y EEUU».

Enlace con texto original en inglés:

http://weekly.ahram.org.eg/2008/895/in1.htm