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Más leña para la primavera afgana

Fuentes: Rebelión

Con la llegada de la primavera en Afganistán casi una docena de grupos desarticulados, de cuño prooccidental, se han comenzado a estructurar para combatir al Gobierno talibán tras su victoria de agosto de 2021 (Ver: La tórrida primavera afgana). Si bien su accionar ha sido modesto, limitándose solo a muy esporádicas emboscadas de poca efectividad y muchas declaraciones y amenazas, su peligrosidad podría encontrarse en un futuro, según las necesidades de los Estados Unidos, en obstaculizar los avances de China y Rusia en las conversaciones y posibles acuerdos económicos con el Gobierno de los Mullahs, cuyas bases parecen no tener ninguna voluntad de acercamiento a Washington, ya que la gran mayoría de los actuales muyahidines se formaron bajo el fuego de los invasores norteamericanos, al tiempo que la guerra contra la Unión Soviética ha quedado no solo muy lejos en el tiempo, sino que la presencia rusa durante aquella década de guerra no habría sido tan sanguinaria y no habría afectado a la población civil  como sí lo hizo la norteamericana.

Así todo, frente a cada aparición de estas minúsculas organizaciones casi seculares, los talibanes se encuentran aplicando una importante política represiva contra ellas, habiendo desplegado miles de efectivos a cada lugar donde se ha detectado su presencia, en procura de aplastar el huevo en el nido y evitar su fortalecimiento y su expansión. Que puedan establecer cadenas de abastecimiento y establecer alianzas con las poblaciones locales, estrategias que los propios talibanes supieron implementar, lo que les permitió derrotar al ejército más poderoso del mundo.

Aunque los talibanes no tienen tiene la misma posibilidad de aplicar sus políticas represivas con el Dáesh Khorasan (D-K), la franquicia del Dáesh global en Asía Central, hoy su mayor frente de conflicto armado que consiguió instalarse en el país cuando los mullah estaba en plena guerra no sólo con las fuerzas norteamericanas, sino también un cúmulo de destacamentos de países occidentales que entre los principales se encontraban: Reino Unido, Francia, Dinamarca, Italia, Países Bajos y un largo etcétera. Además del Ejército Nacional Afgano (ENA) creado entrenado y armado por los Estados Unidos aunque nunca logró autonomía ni efectividad, más allá de sus deficiencias basadas fundamentalmente en la corrupción de los altos mandos, la poca profesionalidad de su tropa y la constante infiltración de muyahidines en sus filas, facilitando desde el interior del ENA lo que se conoce cómo Green on Blue attack (Verde sobre Azul), que llegó a convertirse en una verdadera pesadilla y facilitaron a los insurgentes la captura de grandes cantidades armamento y otros elementos. El  ENA llegó a ser una fuerza de 350.000 hombres, por lo que para el mando de los talibanes no fue una referencia menor.

La presencia del Khorasan, calculada entre 3.000 y 5.000 hombres, se está haciendo cada vez más intensa en muchas de las 34 provincias afganas o vilayatos, y fundamentalmente en Kabul, donde ha protagonizados sangrientos ataques como el que dejó al menos a 169 afganos y 13 militares estadounidenses muertos a fines de agosto pasado en el Aeropuerto Internacional Hamid Karzai de Kabul mientras miles de civiles afganos intentaban de manera desesperada abandonar el país al tiempo que los talibanes se asentaban en Kabul dando fin a la ocupación norteamericana de 20 años. El intento de Washington de vengar aquel ataque derivó en la masacre de 10 civiles inocentes, todos miembros de una misma familia que un dron confundió con la célula atacante del aeropuerto.

Desde entonces de manera constante se han reportado ataques fundamentalmente contra la población civil chiíta en distintas instituciones de esa comunidad en la capital, lo que ha empezado a resquebrajar la alianza de Irán con los mullah, que se había forjado a lo largo de la presencia norteamericana.

A mediados de abril un ataque contra una escuela al oeste de Kabul, de la comunidad hazara, una minoría étnica que representa poco más del diez por ciento de los 38 millones de afganos, creyentes de una variante del chiismo considerados particularmente heréticos por los integristas.

El más grave de los últimos atentados que se reportaron se registró el pasado viernes, día santo del islam, en la mezquita Khalifa Sahib, al oeste de Kabul, después de la oración del mediodía. En este caso el ataque explosivo se realizó contra fieles sunitas que se reunían para realizar el Dhikr (invocación), donde se repiten como mantras distintos llamados a Allah, que la interpretación wahabita considera kafir (infiel).

Según testigos a los fieles se les habría unido un atacante suicida o shahid (mártir) quien se inmoló causando al menos 50 muertos y más de 100 heridos, al menos 20 de ellos de extrema gravedad.

El día anterior dos bombas, con minutos de diferencia, explotaron a bordo de dos camionetas de pasajeros que transportaban a musulmanes chiítas en la ciudad norteña de Mazar-e-Sharif, la provincia de Balkh, matando a nueve personas que se aprontaban a celebrar el Eid al-Fitr, con el que termina el mes de Ramadán. Semanas antes también en una mezquita chiíta de Mazar-e-Sharif, un atacante suicida había asesinado a 33 personas.

Golpear, golpear sin pausa mientras se pueda

La crítica situación del país, ya no solo en la seguridad, sino que durante estos ocho meses de Gobierno de los talibanesse ha profundizado la situación económica poniendo a la gran mayoría del pueblo afgano al borde de la hambruna, la desocupación galopante, sequías y epidemias y un desconcierto generalizado que está quitando autoridad moral al Gobierno del mullah, Hibatullah Akhundzada.

La estrategia aplicada por del Dáesh Khorasan parece ser la misma que los propios talibanes aplicaron a los Estados Unidos durante su embestida comenzada en 2014, que terminó con la conquista de en Kabul en el 2021, por lo que a lo largo de estos últimos ocho meses los seguidores del califato fundado por Abu Bakr al-Baghdadi no han dejado de atacar, recrudeciendo sus operaciones. A lo largo del Ramadán los objetivos se han concentrado en mezquitas, escuelas y transporte público, los que han dejado decenas de muertos y cientos de heridos, particularmente en la capital del país y capitales provinciales como Khunduz y Mazar-e-Sharif.

Con estas acciones del D-K, intentan desacreditar al nuevo Gobierno del Estado Islámico de Afganistán, no solo hacia el interior del país, sino a vista de las muchas organizaciones terroristas de origen islámico que han tenido desde siempre a los talibanes como faro en su visión estrafalaria de la yihad, al tiempo que el Dáesh puede conseguir mayor consideración entre los muyahidines de todo el mundo, lo que puede traducirse en mayor convocatoria a sus franquicia en África, Medio Oriente, Asía Central y sudeste asiático y junto a los mullah afganos, desacreditan a al-Qaeda, aliados históricos de los talibanes y enemigos acérrimos del Dáesh.

Por otra parte la solvencia del D-K, con la que han operado tanto contra los talibanes, al-Qaeda y el mismísimo ejército de los Estados Unidos y sus socios de la OTAN, se registra que el califato ha sabido mantener la alianza con la Red Haqqani, un jugador independiente dentro de la problemática de la violencia en Afganistán, que viene vendiendo sus servicios desde el tiempo de los soviéticos y que más tarde se aliaría con los talibanes y que todavía con presencia norteamericana, junto al Dáesh, realizaron importantes atentados en Kabul. Dicha alianza ha perdurado hasta hoy, a pesar que la Red ocupa lugares centrales en la nueva estructura del Gobierno afgano, incluso nada menos que su principal líder, Sirajuddin Haqqani, es el actual ministro del Interior. Por lo que el combate al Dáesh muchas veces no tiene la efectividad que los mullahs pudieran pretender.

Para la gran hoguera afgana, que sigue en constante aumento, los cambios políticos en Pakistán han exacerbado las acciones de Islamabad, en procura de eliminar las células de Tehreek-i-Taliban Pakistan (TTP), que con base en Afganistán producen constante ataques en territorio pakistaní. Un par de semanas atrás en una acción inédita de la aviación de Pakistán mató a cerca de 50 personas en las provincias afganas de Khost y Kunar (Ver: Los demonios juegan en la frontera afgano pakistaní), lo que insufla más y más temperatura a la caldera afgana.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.