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Los niños empacadores, necesarios para el sostenimiento de miles de familias

México: La explotación laboral de menores por la cadena multinacional de supermercados de Wal-Mart

Fuentes: Misiosare (La Jornada)

En la ciudad de México hay unos 9 mil menores de edad que trabajan como empacadores en tiendas de autoservicio. De ellos, dos terceras partes lo hacen en establecimientos de la cadena Wal-Mart. La mayoría proviene de familias pobres y contribuye al ingreso del hogar. Carecen de salario, contrato y prestaciones, sólo reciben propinas de […]

En la ciudad de México hay unos 9 mil menores de edad que trabajan como empacadores en tiendas de autoservicio. De ellos, dos terceras partes lo hacen en establecimientos de la cadena Wal-Mart. La mayoría proviene de familias pobres y contribuye al ingreso del hogar. Carecen de salario, contrato y prestaciones, sólo reciben propinas de los clientes. La mayoría estudia y el trabajo afecta su desempeño escolar. Aunque autoridades y empresas se desentienden de su situación, la Organización Internacional del Trabajo la considera un ejemplo de explotación infantil. Una investigación aborda sus condiciones laborales y familiares, así como las prácticas empresariales indebidas

Javier tiene 14 años, estudia tercero de secundaria pero hace 12 meses trabaja como empacador en la tienda Wal-Mart Plaza Oriente, por el rumbo de Iztapalapa. Su padre no vive en casa y su madre perdió su empleo, así que al igual que su hermano mayor, estudia y trabaja para mantener el hogar.

El suyo no es un caso muy común. Javier está becado por sus buenas calificaciones y practica Tae Kwon Do, por lo que tiene todo el día ocupado. Por la mañana va a la escuela, al salir, regresa a casa para cambiarse y ponerse el uniforme del trabajo. De dos a cinco de la tarde se afana en la tienda, luego se va a entrenar karate. Después de cenar, hace la tarea hasta bien entrada la noche.

En cada niño empacador hay una historia y muchas similitudes. El testimonio de Javier forma parte de una investigación titulada «Etica corporativa y prácticas indebidas en México: una aproximación del trabajo de los empacadores de Wal Mart», realizada por Ricardo Ramírez, Carmen Zambrano e Iván Zamora, estudiantes de Administración de la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, bajo la coordinación del doctor Eduardo Ibarra Colado.

Desde los doce años, Javier ayudaba a su mamá a vender ropa de marca, pero las malas condiciones laborales la hicieron renunciar, así que los dos hermanos tuvieron que entrarle a trabajar, el mayor es dependiente en Mc Donald´s y estudia en la vocacional.

Las adversidades han unido mucho a la familia. «Los tres salimos, comemos juntos y platicamos. A veces nos vamos a hacer deporte, nosotros entrenamos en la Ciudad Deportiva y mi mamá va a correr», comenta Javier.

Los 600 pesos mensuales de su beca se los da a su mamá. «Le doy un poco más de lo que gano en la tienda para los gastos y guardo para pasajes, libros, útiles escolares o lo que necesite. Por eso trabajo cinco horas y cuando puedo doblo turno». En la tienda gana un promedio de 80 pesos diarios, pero sábados y domingos puede juntar hasta 200 (en días festivos, como sus compañeros, puede obtener hasta 300 pesos).

Al igual que muchos otros niños, cada día Javier cambia su uniforme de cuadros de la secundaria por el pantalón negro, la blusa blanca de manga larga, la corbata, el mandil y la gorra cuartelera, que les exige Wal-Mart.

Los empacadores de los supermercados, mejor conocidos como cerillos, no tienen contrato, sueldo base ni prestación alguna, no obstante, son obligados por la empresa a cumplir requisitos formales como si fueran empleados, cubren horarios, cumplen responsabilidades y hasta son castigados si infringen las reglas.

Estos niños se ven «obligados» a trabajar a los 14 o 15 años debido a los escasos ingresos de sus familias, por la pobreza pues. Según el perfil que delinean los investigadores a partir de entrevistas con cerillos, «son hijos de madre soltera y cuando se trata de familias tradicionales, el padre tiene un empleo precario; en el caso de las familias ampliadas son varios los que contribuyen al ingreso». Estos niños aportan entre 30 y 70% del gasto de sus casas.

El marco legal vigente es deficiente para regular las labores de estos menores, «permitiendo que las empresas se aprovechen de las circunstancias de vida de los niños para utilizarlas en su beneficio», afirma la investigación.

Existe un convenio entre el gobierno del Distrito Federal (DF) y la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales (ANTAD), firmado en 1999, con el que se pretende protegerlos, pero en los hechos se incumple. En el acuerdo se menciona que el trabajo es un «apoyo» para que los menores continúen sus estudios.

«A pesar de ello, los niños empacadores siguen siendo muy vulnerables», dice la investigación de la UAM, pero al compararlos con otros sectores, son de los pocos menores trabajadores que cuentan con alguna protección legal.

El trabajo de los empacadores de las tiendas de autoservicio es considerado por el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) como una de las actividades clasificadas como explotación infantil por parte de las empresas.

Un reporte de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que en México existen 3.5 millones de niños que trabajan. «El trabajo infantil se sigue tolerando, se acepta como si fuera natural y en gran parte es invisible porque a menudo está rodeado de un muro de silencio, indiferencia y apatía», destaca la OIT en un documento entregado al Senado mexicano. De hecho, el organismo internacional pugna por la desaparición total de cualquier tipo de trabajo infantil.

El Código Internacional del Trabajo establece que los menores podrán laborar únicamente en la industria familiar, «siempre y cuando el trabajo no sea nocivo para su edad, desarrollo y educación. El trabajo infantil limita el desarrollo de los niños, su permanencia en el sistema educativo y afecta su crecimiento psicológico, físico y social».

La Convención Internacional sobre los Derechos de la Niñez, aprobada por la Unicef en 1989, garantiza el acceso de los niños a la alimentación, salud, educación y bienestar en general, pero por su precaria situación económica, miles de familias mexicanas dependen del trabajo infantil.

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La Dirección General de Trabajo y Previsión Social (DGTPS) del Distrito Federal en el último lustro ha otorgado un promedio de 12 mil permisos anules a menores entre 14 y 15 años, que buscan laborar como empacadores en almacenes departamentales (unos 70 permisos por día). Más de la mitad de los niños provienen de familias pobres que viven con un salario mínimo, sostienen análisis de la misma dependencia.

En la actualidad, hay nueve mil menores empacadores registrados en el Distrito Federal ­datos de la DGTPS­, cerca del 70% trabaja en tiendas de autoservicio del Grupo Cifra Wal-Mart (Sam’s Club, Bodegas Aurrerá, Superama y Wal-Mart).

Un dato revelador es que los ingresos que perciben los empacadores, 2 mil cien pesos mensuales en promedio (entre 60 y 100 pesos diarios, hasta dos salarios mínimos), son superiores a los de muchos oficios ejercidos por adultos. Sin embargo, se trata de beneficios temporales, ya que el límite de edad de los empacadores es de 16 años (salvo en Comercial Mexicana y en Gigante).

Contrario a los propósitos enunciados por las autoridades, la labor de los empacadores los aleja de la escuela y reduce sus oportunidades de vida. «Las empresas no tienen ningún compromiso con los niños ni con su desempeño escolar», señala la indagación de la UAM.

Para trabajar como cerillos, la DGTPS exige ciertos requisitos: además de tener entre 14 y 16 años, necesitan el permiso de sus padres y un certificado de estudios. La dependencia les aplica un examen psicológico y físico muy somero, según los propios empacadores. A pesar de ello, la institución ha detectado cinco padecimientos frecuentes en esos niños: caries, implantación dental defectuosa, padecimientos oftalmológicos, parasitosis y escabiasis. Además, 25% de los niños registra baja talla y peso, así como deficiencia alimenticia.

«Prácticas indebidas» de Wal-Mart

Emblema de la economía globalizada, Wal-Mart es una de las corporaciones trasnacionales más grandes del mundo y con mayor número de empleados (1.14 millones). Es la economía 19 del planeta, con ingresos anuales por 300 mil millones de dólares. Además, es la mayor empresa de ventas directas al consumidor en Estados Unidos, Canadá y México.

En nuestro país tiene 694 establecimientos, de los cuales 323 están en la zona metropolitana del Valle de México. A un ritmo vertiginoso, la cadena inaugura una tienda cada semana y cuenta con más de 109 mil empleados.

Wal-Mart controla 30% del mercado de las tiendas de autoservicio en México y casi 6% de las ventas al menudeo (Wal Mart, 2005).

Las prácticas de la empresa contradicen la ética empresarial y cualquier responsabilidad social, «impone condiciones a las comunidades donde se establece, a los proveedores, a los empleados, a la competencia y hasta a los gobiernos», señalan los investigadores de la UAM.

En el caso de sus trabajadores, «socios» les llama, son conocidas sus violaciones a los derechos laborales, los bajos salarios (26% menos que en otros empleos similares, señala la investigadora Silvia Ribeiro). Esto incluye la situación de los empacadores.

Su política de «precios bajos siempre», se mantienen hasta que desaparecen los competidores, una vez ocurrido esto eleva los precios «hasta en un 30%», ha denunciado la ANTAD, de la que Wal- Mart se retiró hace unos años.

La proliferación de grandes centros comerciales, tiendas de autoservicio y departamentales ha desplazado a los comercios tradicionales (en 2002 cerraron cinco mil pequeños comercios y se perdieron 18 mil empleos).

Wal-Mart comenzó a operar en nuestro país en 1991. Actualmente controla diversas empresas que comercializan mercancías (Sam’s Club, Bodegas Aurrerá, Wal Mart, Superama, Suburbia) y tres cadenas de restaurantes (VIPS, El Portón, Ragazzi).

Condiciones de trabajo

La investigación de los estudiantes de la UAM se basó en entrevistas a 27 niños empacadores, la observación de su trabajo y conversaciones con supervisores de Wal-Mart.

Los niños que trabajan como empacadores tienen que comprar el uniforme requerido por la empresa (cuando la ley obliga a las empresas a proveerlos sin costo) y muchas veces laboran más de las seis horas permitidas legalmente (hay tres turnos de cinco horas cada uno).

Aunque la tienda está obligada a darles a los niños media hora de trabajo por media hora de descanso, en muchos casos (33%) trabajan más de 5 horas continúas, dependiendo de la afluencia de clientes. Casi la mitad reconoce trabajar doble turno para obtener más ingresos.

Este trabajo de la UAM documenta que «Wal-Mart abusa del trabajo infantil al no dar descansos adecuados, no permitirles comer a los empacadores ni pagarles horas extras, recurre a prácticas indebidas». «Las condiciones en las que trabaja el empacador es el ideal de las políticas de Wal-Mart, con la obligación de cumplir un horario, usar uniforme, pero sin gozar de un salario, sin derechos ni protección alguna».

Las tiendas de autoservicio no quieren reconocer una relación laboral con los empacadores «porque elevaría los costos», paradójicamente uno de los requisitos que les exige a los niños es presentar una «solicitud de trabajo».

Según la investigación, antes que «contratar» a los niños, las empresas prefieren pedir a los clientes o a la cajera que se hagan cargo de empacar los productos o contratar personal de mayor edad que podría hacer otras funciones. Incluso Wal-Mart ensaya nuevas tecnologías que eliminarán hasta a los cajeros.

Los niños no tienen vacaciones y si faltan tres días en el mes los dan de baja, aunque les permiten ausentarse si tienen tarea de la escuela. Cuando rompen una mercancía, ellos la tienen que pagar.

Perfil de los empacadores

Laura trabaja para pagar sus estudios en el Conalep, donde estudia informática. Aunque también su madre y su hermana laboran (su padre no vive en casa), entrega semanalmente 300 pesos a su mamá, lo demás lo usa para la escuela y para sus gastos. «Si no trabajara, no podría estudiar», aclara.

Ingresó a la tienda hace año y medio pero está a punto de salir porque cumplirá 16 años, así que Laura piensa irse a la Comercial donde sí admiten hasta los 18.

Los investigadores encontraron que en una familia disminuida, el ingreso de un empacador puede cubrir hasta 90% de los gastos básicos del hogar. En el caso de las madres solteras con empleo no calificado, los menores van de un trabajo precario a otro, como Joel que trabaja desde los ocho años. Y la mayoría de los empleos de los padres son informales (comerciantes, plomeros, cocineros, albañiles).

Los cerillos, además de cubrir sus necesidades básicas con sus ingresos (calzado, vestido, alimentación, transporte, escolares), tienen que contribuir a los gastos familiares.

Con un horario flexible en la tienda, los niños tienen que repartir su tiempo de trabajo con las tareas escolares, sacrificando fines de semana y tiempo libre, por tanto juegos, convivencia con amigos y familiares, y descanso.

Los ritmos de entradas y salidas del trabajo y la escuela les dificulta tener horarios adecuados para comer, la mayoría asiste a la tienda en las mañanas sin desayunar y en las tardes sin comer, pero los sancionan si lo hacen ahí.

Por otra parte, los empacadores están obligados a estudiar. A pesar de que esto se verifica cada seis meses cuando renuevan sus permisos ante la autoridad, nadie supervisa su desempeño escolar. Wal-Mart les demanda un promedio mínimo de ocho en sus calificaciones, pero muchos (más del 70%) no lo cumplen.

La mayoría son estudiantes de secundaria (59%) pero un tercio cursa el bachillerato. Hay una quinta parte que lo hace en instituciones privadas (la mayoría en escuelas patito). La tienda esta comprometida a dar estímulos por los promedios escolares, pero estos se otorgan de manera discrecional.

Javier, el cerillo becado y karateca, escuchó incrédulo a uno de sus compañeros contar el apoyo que les dieron el año pasado a los que sacaron su certificado de secundaria. «Si sacaron arriba de ocho, les dieron 230 pesos en vales, si era arriba de nueve les tocaron 400».

«Ni me enteré», se quejó Javier, que a pesar de sus altas calificaciones no ha recibido ese apoyo. En cambio, cuenta que el Día del Niño la tienda les hizo una comida con pollo estilo Kentuky, les regaló un balón y una paleta payaso, «de lo que les sobró del Día de Reyes».

Por su parte, Laura señala: «Yo salí de la secundaria con 8.7 de promedio, pero no me dieron nada, supe que le dieron vales a unos niños pero yo no he visto nada».

La investigación también destaca que «una parte importante de su labor es la relación con los clientes». Ocho de cada diez niños, «se quejaron del maltrato, del desprecio, falta de amabilidad y respeto hacia ellos por parte de algunos clientes. Les gusta que los traten como niños que prestan un servicio».

Otro aspecto importante es que «la convivencia con niños de su edad es un atractivo adicional en la tienda» (sobre todo, en hogares donde existe maltrato), afirman los investigadores. Cuando se distancian de sus hogares, ven a los otros empacadores, supervisores y cajeros como parte de su familia.

Lo real es que tanto los supervisores de la tienda como los clientes pierden de vista que están tratando con niños y los tratan como si fueran empleados.

Las regulaciones legales ¿letra muerta?

Las leyes laborales y las regulaciones al trabajo infantil se proponen garantizar el bienestar de los niños.

Por ejemplo, el Convenio de Protección a Menores Empacadores en el Distrito Federal que firmó la ANTAD y el gobierno del DF contiene compromisos al respecto, que desafortunadamente casi no se cumplen.

Los investigadores de la UAM hacen un recuento pormenorizado del acuerdo. Destacan el incumplimiento en muchos casos del compromiso de que el trabajo de empacador es «una oportunidad para seguir estudiando» y un «apoyo a sus estudios». «No hay controles adecuados para verificar que todos los empacadores siguen estudiando», señalan. También cuestionan la aplicación del plan de incentivos a los niños con mejores calificaciones para fomentar su interés en la escuela, que se otorgan a criterio de los supervisores.

A pesar de no tener una relación laboral, los empacadores trabajan bajo un régimen laboral estricto en donde carecen de seguridad y estabilidad. Los supervisores aplican sanciones y castigos, según sus criterios y preferencias, por lo que los niños no escapan de ser sujetos a conductas arbitrarias, maltrato y ofensas por parte de los supervisores.

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De acuerdo con la Constitución, la única obligación que tienen los niños es asistir a la escuela, pero la realidad se impone y tienen que trabajar.

Las consecuencias de estudiar y trabajar se reflejan en el bajo rendimiento académico, falta de interés por continuar estudiando, y tiempo reducido para asistir regularmente a clase y realizar actividades recreativas necesarias para su desarrollo.

«Los gobiernos deberían diseñar políticas de protección para los menores que ayuden a mejorar sus condiciones laborales, de tal modo que el trabajo no represente un obstáculo para su buen desempeño escolar, sino un apoyo para la formación de los niños. Las empresas deberían asumir su responsabilidad», concluye el estudio.

Los niños cerillos, como todos los niños que trabajan, deben ser apoyados y protegidos de los abusos y violaciones a sus derechos fundamentales. En este aspecto, la sociedad tiene una obligación ineludible.


Las mañas de Julio Regalado

Contrario a lo que alguien podría creer, la situación de los empacadores en la cadena de tiendas Comercial Mexicana es peor que en Wal-Mart. La empresa mexicana los obliga a desempeñar tareas que corresponden a un trabajador formal como meter los carritos del estacionamiento, acomodar mercancías abandonadas en cajas, verificar precios y cargar paquetes pesados. Si los niños o adultos no cumplen con estas actividades los suspenden; si reinciden los dan de baja.

Con ello la empresa obtiene ahorros considerables pues deja de pagar salarios.

Los empacadores de esa empresa se quejan del maltrato constante por parte de los supervisores.

La Comer, como se anuncia, no respeta el acuerdo de la ANTAD con el gobierno del DF y acepta empacadores de 11 años y mayores de 20, que falsifican sus papeles para entrar.

La cadena proporciona chalecos y corbatas a los cerillos, pero les exige uniforme completo impecable. Además, obliga a los empacadores a trabajar más horas que las permitidas por ley, incluso hay niños que salen hasta las diez de la noche porque tienen que acomodar carritos y mercancías.

(Con información de la investigación «Análisis del trabajo infantil», realizada por Diana Ortega, Ibán Martínez y José Baltazar Martínez, estudiantes de la UAM Iztapalapa, asesorados por el doctor Eduardo Ibarra Colado).