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Mirando a Estambul desde Teherán

Fuentes: Avui

La primera impresión que percibe un iraní al visitar Estambul es el asombroso parecido que le encuentra con el Teherán de los últimos años del Sha. Una gigantesca metrópolis colorida, caótica y acogedora, con dos grandes diferencia que saltan a la vista: importante cantidad de mujeres que llevan el velo islámico – que no es […]

La primera impresión que percibe un iraní al visitar Estambul es el asombroso parecido que le encuentra con el Teherán de los últimos años del Sha. Una gigantesca metrópolis colorida, caótica y acogedora, con dos grandes diferencia que saltan a la vista: importante cantidad de mujeres que llevan el velo islámico – que no es lo mismo que el pañuelo étnico- algo inimaginable en la década de los 70 iraní, ¡aunque hoy parezca increíble!-, y los mil y un minaretes que adornan la ciudad. Dudo que incluso en el Teherán de los ayatolas haya tantas mezquitas que en Estambul.

Turquía e Irán; una, tierra de los Turanios y la otra la de los Arios -así significan sus nombres-, además de compartir 499 kilómetros de frontera, han vivido experiencias paralelas. Fueron conquistados por las tropas árabe-musulmanes en el siglo VII y aunque no pudieron evitar su islamización, no sin resistencia, se negaron a arabizarse, manteniendo su lengua, su cultura, su propia identidad nacional y su conciencia histórica. En los inicios del siglo XX también emprendieron caminos paralelos, ingeniando interesantes – que no profundas-, reformas sociales aun sin culminar.

Aquella nueva aventura tenía un patrocinador, Gran Bretaña, y dos protagonistas: Mustafa KemalAtaturk y Reza Pahlevi, ambos militares pertenecientes a la derecha ultra nacionalistas. En 1919 Pahleví tras reprimir una rebelión encabezada por los comunistas en el norte del país, realizó un golpe de Estado, prometiendo la instauración de la primera republica de Irán. Sin embargo, una vez que controló el poder absoluto en 1925, no dudó en traicionar a millones de personas que le apoyaron, e impuso -con el apoyo incondicional de la mayoría del clérigo-, la nueva dinastía de los Pahlevís, auto proclamándose El Sha (rey) de Persia. Un monarca déspota que hoy se le recuerda, ante todo, por su atrevida ley contra el Velo en 1935.

Por su parte, el turco Kemal Mostafa funda la República de Turquía en 1923. Unidos por la idea de «modernizar sin democratizar», ninguno de los dos escatimó fuerzas para reprimir a los libre pensadores y las voces críticas que surgían en su entorno autoritario.

El destino de Teherán y Ankara se separa definitivamente con la muerte del Padre de los Turcos en 1938 y el exilio del rey iraní en 1941, forzado por los Aliados por su apoyo a los nazis en la Segunda Guerra. Los nuevos mandatarios turcos, mientras excluyen del juego político a las minorías étnicas, sobre todo a los kurdos, que son casi el 25% del población, mantienen el sistema multipartidista para los turcos, aunque ponen fin al fundamentalismo laicos de Ataturk allá en 1950 para atraer el respaldo de los religiosos.

Religión como instrumento

En Irán, el hijo del fundador de la dinastía, El Sha Mohammad Reza Pahleví, combinó un acelerado proceso de modernización con una dictadura férrea que se extendía, -con el apoyo de la temible SAVAK, la policía secreta-, a la gran parte de la población, más allá de su pertenencia étnica. Prohibiendo a la totalidad de los partidos políticos, sindicatos y asociaciones gremiales, El Sha empezó a atraer el poyo de buena parte de los religiosos con los que compartía el miedo a una creciente influencia de las ideologías marxistas, en un país con 1600 kilómetros de frontera común con la Unión Soviética. Aquel miope dictador cayó en su propia trampa, durante las protestas espontáneas de millones de iraníes en contra de la corrupción y su despotismo, en 1979. Pues, ante la ausencia total de cauces legales y la clandestinidad de los partidos laicos, la revolución fue dirigida por un sector del clérigo chiita, la única fuerza organizada de la era del Sha. El resto lo hicieron las promesas de instaurar las libertades y pluralismo, respeto al velo opcional, el reparto justo de los beneficios del petróleo, etc. Aunque dos meses fueron suficientes para que la nueva República, añadiendo el adjetivo «islámico» a todo anunciara su plan: «libertad Islámica», «justicia Islámica», etc. para emprender el camino de regreso al año cero de la era mahometana.

Hoy 28 años después y tras aplicar diferentes versiones del Islam en el poder, en este gran laboratorio por el que pasaron desde Ayatolah Joemini, el «neocon» Hashemi Rafsenyani, o el «demoislamico» Mohammad Jatami, y el aun sin clasificar Ahmadineyad, «el intento de islamizar la sociedad sin coacción se ha fracasado.» confiesa Zahra Rahnavar, una de las destacadas islamistas del régimen.

Al contrario de Turquía que el Estado se ha visto obligado a imponer leyes para evitar la presencia masiva de mujeres con el atuendo religioso en los edificios públicos, la República Islámica aplica durísimas penas para obligar a las mujeres iraníes a llevar el velo. La separación entre el Estado y al religión se ha convertido en una de las principales exigencias de los ciudadanos e incluso de los clérigos como Ayatolah Motezari, el ex sucesor de Jomeini, quien advierte que «sería la única manera de que el Islam sobreviva en Irán. Hemos hecho tnato daño al Islam que hoy mucha gente ha dejado de creer incluso en Dios».

El proceso de la secularización de la sociedad iraní va adelante con la misma velocidad que la reislamización del país de los Turanios. A pesar de las promesas del primer ministro turco, el «nacional-islamista» Tayyip Erdogan, de mantener el sistema secular del país, no hay quién explique la función de cientos de centros religiosos, financiados por Arabia Saudi que florecen por todo el Estado, con la vista gorda de unas autoridades que no han dudado incluir en la materia escolar las ocho horas semanales de estudio del Islam. La dura represión hacia los kurdos, una democracia más formal que real, las crecientes desigualdades sociales -consecuencia de un Estado militarizado y una política económica neo liberal-, abren el espacio para la utopia del Islam, la de la Umma, comunidad sin clases sociales y sin razas superiores, en la que reinaría la moralidad.

Turquía, mejor fuera de Europa

Año tras año, la Unión Europea sigue dando largas a la admisión de Turquía a su privilegiado bunquer (club). Razones confesadas: miedo a la incompatibilidad del Islam con los valores europeos, la fuerte economía turca, la dolorosa memoria europeos por los masacres que organizaban los turcos, el no reconocimiento del genocidio armenio, su falta del respeto a los derechos humanos, la ocupación militar de Chipre, etc. Razones verdaderas, pueden ser dos: primero, los profundos vínculos de Turquía con EEUU. La experiencia de la entrada de países como Polonia o Chequia de la misma corte, cuya idea de la Unión Europea es más bien un mercado común con valores estadounidenses que otra cosa, preocupan a los fundadores del club. Pues, dentro de una década Turquía tendría unos 85 millones de almas y se convertiría en el país más poblado de la UE, con los derechos y privilegios que eso conlleva.

Segundo motivo no es otro que las fronteras que comparte Turquía con Irak, Irán, Siria, Armenia, Azerbaiyán, y Georgia, países en conflictos abiertos o latentes. Por lo que los europeos parece que prefieren dejar que Turquía siga siendo un Estado tapón, del mimo modo que hacía durante 25 años el muro de contención del avance de los soviéticos. Decisión que está empujando a Ankara a acercarse cada vez más a Irán y Rusia .

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Complicada situación para una Turquía que con la elección del islamista Abdulá Gul, -con el nombre árabe «Esclavo de Dios», apellido persa «flor» y un esposa envelada a quien la ley le prohibirá pisar el palacio presidencial- , va a entregar más cuotas del poder a la religión politizada, arrastrando el país hacia un conflicto abierto con las fuerzas políticas laicas y con el ejercito. Aun que ¡tranquilos! Un ejército miembro de la OTAN no realizará ningún Golpe de Estado sin el permiso del Pentágono. Y de momento no hay golpe a la vista. La islamización de la sociedad perjudicará a los ciudadanos y no a los intereses del Occidente. Arabia Saudí, el ejemplo.

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