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La muerte de bin Laden y el futuro del "binladenismo"

¡No se regocijen!

Fuentes: Counterpunch

Traducido para Rebelión por LB

«Cuando cayere tu enemigo, no te huelgues. Y cuando tropezare, no se alegre tu corazón, no sea que el Señor lo vea, se disguste y torne su ira hacia ti«.

Este es uno de los pasajes más hermosos de la Biblia (Proverbios 24:17-18) y, en realidad, de toda la lengua hebrea. También es hermoso en otros idiomas, pero ninguna traducción se acerca a la belleza del original.

Por supuesto, alegrarse ante la derrota de un enemigo es algo natural, y la sed de venganza es un rasgo humano. Pero el regodeo –schadenfreude– es algo completamente diferente. Algo feo.

Una antigua leyenda hebrea dice que Dios se enojó mucho cuando los hijos de Israel se regocijaron al ver a sus perseguidores egipcios ahogarse en el Mar Rojo. «Mis criaturas se están ahogando en el mar», les advirtió Dios, «¿Y vosotros cantáis?»

Estos pensamientos cruzaron por mi mente cuando vi por televisión las imágenes de las multitudes jubilosas de jóvenes estadounidenses que gritaban y bailaban en la calle. Lógico, pero impropio. Sus rostros contorsionados y su lenguaje corporal agresivo no diferían de los de las multitudes de Sudán o Somalia. El lado feo de la naturaleza humana parece ser el mismo en todas partes.

La alegría puede ser prematura. Lo más probable es que al-Qaeda no haya muerto con Osama bin Laden. El efecto puede ser totalmente diferente.

En 1942 los británicos mataron a Abraham Stern, a quien consideraban un terrorista. Stern, cuyo nombre de guerra era Yair, estaba escondido en un armario en un apartamento de Tel Aviv. También en su caso fueron las idas y venidas de su correo lo que lo delató. Tras cerciorarse de que era el hombre que buscaban, el oficial de la policía británica al mando del operativo lo mató de un tiro.

Ese no fue el final de su grupo, más bien fue un nuevo comienzo. Se convirtió en la pesadilla de la dominación británica en Palestina. Conocido como la «Banda Stern» (su verdadero nombre era «Luchadores por la Libertad de Israel»), el grupo llevó a cabo los más audaces ataques contra instalaciones británicas y jugó un papel importante en persuadir al poder colonial a abandonara el país.

Hamas no murió cuando la fuerza aérea israelí mató el jeque Ahmad Yassin, el paralítico fundador, ideólogo y símbolo de Hamas. Como mártir fue mucho más eficaz que como líder vivo. Su martirio atrajo a su causa a muchos nuevos combatientes. Matando a una persona no se mata una idea. Los cristianos incluso adoptaron la cruz como su símbolo.

¿Cuál fue la idea de que convirtió a Osama bin Laden en una figura mundial?

Predicó la restauración del califato de los primeros siglos musulmanes, que no sólo fue un imperio enorme sino también un emporio de las ciencias y las artes, la poesía y la literatura cuando Europa era todavía un continente bárbaro y medieval. Todos los niños árabes aprenden esas glorias y no pueden por menos que compararlas con el desdichado presente musulmán.

(En cierto modo, estos anhelos son equiparables a los románticos sueños sionistas de un reino resucitado de David y Salomón.)

Un nuevo califato en el siglo XXI es algo tan improbable como la más inverosímil criatura que pueda concebir la imaginación. El proyecto habría sido algo diametralmente opuesto al Zeitgeist [espíritu del tiempo] de no haber sido por sus oponentes, los estadounidenses. Estos necesitaban este sueño -o pesadilla- más que los propios musulmanes.

El imperio estadounidense siempre necesita un enemigo para permanecer agrupado y concentrar sus energías. Tiene que ser un enemigo universal, un siniestro defensor de una filosofía del mal.

Tales fueron los nazis y el Japón imperial, pero no duraron mucho. fortunadamente, entonces surgió el imperio comunista, que desempeñó el papel admirablemente.

Había comunistas por todas partes. Todos ellos conspiraban para derribar la libertad, la democracia y los Estados Unidos de América. Estaban al acecho, incluso dentro de los EEUU, como demostraron de manera harto convincente J. Edgar Hoover y el senador Joe McCarthy.

Durante décadas EEUU floreció en la lucha contra la amenaza roja: sus fuerzas se expandieron por todo el mundo, sus naves espaciales llegaron a la luna, sus mejores mentes se entregaron a una titánica batalla de ideas: los Hijos de la Luz contra los Hijos de la Oscuridad.

Y entonces -súbitamente- todo el tinglado se derrumbó. El poder soviético se desvaneció como si nunca hubiera existido. Las agencias de espionaje estadounidenses, con sus enormes capacidades, se quedaron atónitas. Al parecer, no tenían ni idea de cuán precaria era en realidad la estructura de la Unión Soviética. ¿Cómo podrían haberlo visto, cegados como estaban por sus prejuicios ideológicos?

La desaparición de la amenaza comunista dejó en la psique estadounidense un vacío enorme que pedía a gritos ser rellenado. Entonces se presentó Osama bin a ofrecer amablemente sus servicios.

Era necesario, por supuesto, un acontecimiento que conmoviera al mundo para dar credibilidad a una utopía descabellada. El atentado del 11/S fue exactamente ese acontecimiento. Produjo muchos cambios en el estilo de vida estadounidense. Y [creó] un enemigo global.

De la noche a la mañana se desempolvaron y sacaron a pasear prejuicios anti-islámicos medievales. El Islam terrible, asesino, fanático. El Islam enemigo de la democracia, enemigo de la libertad, enemigo-de-todos-nuestros-valores. Los hombres-bomba, las 72 vírgenes, la yihad.

EEUU recobra el aliento. Soldados, espías y fuerzas especiales se dispersan por todo el mundo para luchar contra el terrorismo. Bin Laden está en todas partes. La Guerra Contra el Terrorismo es una lucha apocalíptica contra Satanás.

Es preciso restringir las libertades estadounidenses, la máquina militar de EEUU crece a pasos agigantados. Intelectuales hambrientos de poder peroran sobre el choque de civilizaciones y venden sus almas a cambio de la celebridad instantánea.

Para producir la espeluznante pintura necesaria para pintar esa imagen retorcida de la realidad todos los grupos religiosos islámicos son arrojados al mismo saco: los talibanes de Afganistán, los ayatolás de Irán, Hezbolá en el Líbano, Hamas en Palestina, los separatistas de Indonesia, la Hermandad Musulmana de Egipto y en otras partes, sea quien sea. Todos se convierten en al-Qaeda, a pesar de que cada uno tiene una agenda totalmente diferente, centrada en su propio país, mientras que bin Laden aspira a abolir todos los Estados musulmanes y crear un único Imperio Islámico Santo. Nimiedades, nimiedades.

A la Guerra Santa contra la Jihad le brotan guerreros como champiñones. Demagogos ambiciosos para quienes todo esto garantiza una manera fácil de inflamar a las masas emergen en muchos países, desde Francia hasta Finlandia, desde Holanda a Italia. La histeria islamófoba desplaza al viejo antisemitismo y emplea casi el mismo lenguaje. Regímenes tiránicos se presentan a sí mismos como baluartes contra al-Qaeda, igual que antes se habían presentado como baluartes contra el comunismo. Y, por supuesto, nuestro propio Benjamin Netanyahu saca el máximo rédito a la situación viajando de capital en capital para vender sus mercancía anti-islamista.

Bin Laden tenía buenas razones para sentirse orgulloso, y seguramente lo estaba.

Cuando ví su foto por primera vez me dije en broma que no era una persona real sino un actor salido directamente de un casting de Hollywood. Parecía demasiado bueno para ser verdad, exactamente igual a como aparecería en una película de Hollywood: un hombre atractivo con una larga barba negra y posando junto a un Kalashnikov. Sus apariciones en la televisión fueron cuidadosamente estudiadas. En realidad, se trataba de un terrorista muy incompetente, un verdadero aficionado. Ningún terrorista que se precie se habría ido a vivir a una villa tan visible y que destacaba en el paisaje como un grano en la frente. Stern se escondió en un pequeño ático de un barrio miserable de Tel Aviv. Menachem Begin vivió con su esposa e hijo en un modestísimo apartamento de planta baja, disfrazado de rabino solitario.

La villa de bin Laden estaba condenada a atraer la atención de vecinos y más gente, quienes habrían sentido curiosidad por ese misterioso extraño instalado en su seno. En realidad debería haber sido descubierto hace mucho tiempo. Estaba desarmado y no opuso resistencia. Evidentemente, la decisión de matarlo en el acto y arrojar su cuerpo a [o «en»] el mar fue tomada mucho antes.

Así que no hay tumba, tumba sagrada. Pero para millones de musulmanes, sobre todo árabes, Osama bin Laden fue y sigue siendo una fuente de orgullo, un héroe árabe, el «león de leones», como lo llamó un predicador jerusalemita. Casi nadie se atrevía decirlo tan abiertamente, por miedo de los estadounidenses, pero incluso aquellos que pensaban que sus ideas eran poco prácticas y sus acciones perjudiciales le respetaban en el fondo de su corazón.

¿Significa esto que al-Qaeda tiene futuro? No lo creo. Pertenece al pasado, no porque bin Laden haya muerto sino porque su idea central es obsoleta.

La Primavera Árabe encarna un nuevo conjunto de ideales, un nuevo entusiasmo que no glorifica y anhela un pasado remoto sino que mira resueltamente hacia el futuro. Los jóvenes hombres y mujeres de la plaza Tahrir, con su ansia de libertad han consignado a bin Laden a la historia meses antes de su muerte física. Su filosofía tiene futuro solamente si el Despertar Árabe fracasa por completo y deja detrás un profundo sentimiento de desilusión y desesperación.

En el mundo occidental pocos lo llorarán, pero mal haya quien se regodee.

Fuente: http://www.counterpunch.org/avnery05092011.html