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Occidente, al acecho de Putin

Fuentes: Rebelión

Si de algo está seguro el mundo es que gane quien gane las próximas elecciones presidencial en los Estados Unidos, su afanes imperialistas no van a mermar, quizás la duda que se tenga es en cuánto tiempo se incrementarán. En la próxima batalla electoral entre la señora de Clinton y el patán de Trump, fuera […]

Si de algo está seguro el mundo es que gane quien gane las próximas elecciones presidencial en los Estados Unidos, su afanes imperialistas no van a mermar, quizás la duda que se tenga es en cuánto tiempo se incrementarán. En la próxima batalla electoral entre la señora de Clinton y el patán de Trump, fuera cual fuera el resultado, se sabe nada va a cambiar fronteras afueras de los planes delineados por el Pentágono, para esa cosa tan extraña y amorfa que somos el mundo exterior.

 La única diferencia entre ambos contendientes solo se fija en un punto, Donald Trump ha prometido un sin número de barbaridades por acometer, Clinton ya las ha cometido durante su violenta y devastadora estadía como jefa del Departamento de Estado (2009-2013).

El actual presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, ha hecho un extraordinario trabajo por conseguir el mundo que hoy tenemos, más allá de la Primavera Árabe, que no dejan de generar muertos por millares y refugiados por millones; ha quebrado el bloque regional antiimperialista en América Latina, la que ha dejado sembrada de esbirros en las presidencias ya ocupadas o por ocupar, el triunfo de Macri en Argentina, la destitución de Dilma Rousseff en Brasil, un Perú que profundiza la continuidad neo liberal o una Venezuela al borde del colapso, son los ejemplos más claros.

Pero sin duda su más extraordinario logro se está dando en Europa, a quien puso al borde de la disolución como unidad política y comercial. La «invasión» de refugiados ha provocado más desacuerdos en el interior de la Unión Europea que la crisis económica que extirpó el estado de bienestar a muchísimos a de sus súbditos.

Si la huida del Reino Unido del chaleco de fuerza que hoy significa la U.E. se concretase el próximo 23 de junio, esa noche en algunas oficinas de Washington correrá champaña a raudales.

En la prodigiosa lista de los éxitos de Obama, solo hay un punto pendiente: Rusia, a quien no ha podido vencer desde la callada guerra que Putin le propuso en agosto de 2013 cuándo obligó al presidente norteamericano a detener en el aire los misiles que se dirigían a toda velocidad contra Damasco.

Aquella espectacular reculada, disimulada por los medios y rápidamente olvidada, obligó a Washington, por ejemplo, a que hoy no estemos hablando de los bombardeos a Teherán y vaya a saber de cuantas atrocidades más.

No es solo la economía, estúpido.

Invirtiendo la contundente frase de Bill Clinton, los Estados Unidos saben que a un enemigo del calibre de Rusia, no solo se lo vence dinamitando su economía.

Para vencer a Rusia también hay que hacerlo en el plano estrictamente militar y no importa quien triunfe el próximo martes 8 de noviembre, en nada cambiará los planes del Pentágono sobre quebrar al presidente Putin.

Ejemplos sobran, la guerra económica lanzada por la U.E. por la cuestión ucraniana que si bien ha sido un fuerte mazazo para Moscú, lo ha sido mucho más para miles de productores agrícolas comunitarios que han debido mal vender sus producciones, profundizando así la monumental crisis que aturde a Europa desde 2009; ni hablar de la guerra petrolera a tres bandas de Washington que ha obligado a sus estados-vasallos Arabia Saudita y el resto de las petromonarquías del golfo a una superproducción petrolera, por la que consiguió reducir los valores del barril a precios ridículos. Con una sola bala, Obama atravesó los corazones de la economía a sus tres enemigos jurados: Rusia, Irán y Venezuela.

Aunque la opción armada es la fundamental, y con ese fin es que el Pentágono desde hace años está estructurando en las fronteras occidentales de Rusia: Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Rumania, Bulgaria, Hungría y Eslovaquia, el ascenso de la ultraderecha fanáticamente y anti rusa a las jefaturas de sus gobiernos, como es el caso de Polonia donde su primera ministra, Beata Szydlo, junto al ministro de Asuntos Exteriores, Witold Waszczykowski, han reclamado a la OTAN la instalaciones de más bases para proteger al país de un inminente ataque de Moscú. O el caso del presidente Húngaro Viktor Orbán, cuyo partido Fidesz-Unión Cívica Húngara, esta catalogado como neonazi, que ha convertido en un portaviones norteamericano, y obviamente Ucrania con Petro Poroshenko, que sigue manteniendo una guerra larvada contra los estados independientes de Donetsk y Lugansk, por lo que la llegada de armas y asesores norteamericanos tiene connotaciones de tsunami.

Washington no solo ha fortalecido económicamente el flanco oriental de la OTAN, sino que ha desplegado en 6 de sus países 4 mil hombres, 250 tanques y vehículos de transporte Bradley, cañones autopropulsados Paladin, junto a otros 1700 vehículos blindados.

La presencia norteamericana en el oriente de Europa se cuadruplica a partir de febrero de 2017, desplegando de manera permanente, tres brigadas de combate.

En Europa, el ejército norteamericano cuenta con casi 65 mil efectivos y desde la primavera de 2014, el tándem OTAN-Estados Unidos ha incrementado la apertura de centros logísticos, posicionamiento de los equipos, el envío de aviones de combate como en Estonia, Letonia, Lituania. También en el mar Báltico, como el Negro y el Mediterráneo el arribo de más buques de guerra es constate.

En abril último la aviación rusa debió hacer un simulacro de ataque contra el destructor nuclear USS Donald Cook, en el mar Báltico que estaba violando el Tratado INF (sobre la utilización de armas nucleares), al que desactivó a distancia el sistema de comunicaciones y de mando.

La presencia norteamericana en el mar Báltico, no solo está representada por el USS Donald Cook, sino que hay otras cuatro embarcaciones misilísticas, a las que pronto se le sumarán otras unidades, que entre sus armas porta misiles Tomahawk, adaptables tanto a ojivas convencionales como nucleares.

En el nuevo escudo plantado por los Estados Unidos en las fronteras rusas que incluyen un gigantesco radar en Turquía, una batería terrestre de misiles en Rumania y otra más poderosa que se instalará este año en Polonia.

A todo este arsenal hay que sumarle el envío de los ultra modernos cazabombarderos F-22 Raptor, con capacidad nuclear, a la base británica de Lakenheath, desde donde alcanzarán otras bases ya desplegadas en la frontera con Rusia.

La administración de Obama ha ordenado la fabricación de una docena de submarinos de última generación con capacidad para 200 cabezas nucleares cada uno, quizás un poco demasiado para combatir al Califa Ibrahim y al Estados Islámico.

Toda esta nueva arquitectura de defensa de la OTAN en el Este hay que sumarle la reciente creación de la Fuerza de Muy Alta Disponibilidad (VJTF) compuesta por 5 mil efectivos para alcanzar el objetivo que se disponga en cuestión de horas.

Turquía juega en este armado un papel preponderante por su posibilidad de articular con los grupos salafistas del Cáucaso acciones directas contra los intereses de Moscú, en Azerbaidzhán, Georgia y las repúblicas autónomas integradas en la Federación Rusa (Adigueia, Chechenia, Ingushetia, Daguestán, Kabardino-Balkaria, Karachevo-Cherkesia y Osetia del Norte) y en la propia Rusia como ya ha pasado varias veces.

Putín es la clase de oso que no se deja atrapar en su madriguera, por lo que sería importante entender quien acometa semejante tarea podría salir con algunos rasguños de oso, claro.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.