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Occidente, un infierno para los musulmanes

Fuentes: IPS

La «islamofobia» deja un rastro de acoso, discriminación y acusaciones injustificadas contra millones de confundidos árabes y musulmanes radicados en Estados Unidos y el resto de Occidente. Las últimas encuestas señalan que casi la mitad de los ciudadanos estadounidenses entrevistados tienen una percepción negativa del Islam, y que uno de cada cuatro asumen posiciones antimusulmanas […]

La «islamofobia» deja un rastro de acoso, discriminación y acusaciones injustificadas contra millones de confundidos árabes y musulmanes radicados en Estados Unidos y el resto de Occidente.

Las últimas encuestas señalan que casi la mitad de los ciudadanos estadounidenses entrevistados tienen una percepción negativa del Islam, y que uno de cada cuatro asumen posiciones antimusulmanas «extremas».

Uno de los sondeos, realizado por el Consejo de Relaciones Islámico-Estadounidenses (CAIR), indica que la cuarta parte de los encuestados creen con fuerza en estereotipos según los cuales «los musulmanes aprecian menos la vida que otra gente» y «la fe musulmana predica la violencia y el odio».

Entre 2004 y 2005, las quejas por agresiones a los derechos civiles contra los musulmanes –hostigamiento, violencia y trato discriminatorio– recibidas por CAIR aumentaron 29,6 por ciento, de 1.522 a 1.972. Es un récord histórico desde que esta organización lleva su registro.

«Uno a veces se siente asfixiado por estar hoy en Estados Unidos», dijo a IPS un musulmán que solicitó no ser identificado.
«No podemos prender la televisión de noche, ni mirar la CNN, la MSNBC o los otros ‘canales de noticias’ sin toparnos con conductores como Glenn Beck, que se pasan sembrando persistentemente el odio, el disparate y la desinformación sobre el Islam y los árabes en hora pico.»

«Y si tratamos de mirar teleteatros o comedias, nos bombardean con programas sobre el terrorismo árabe o islámico… Programas como ’24’, ‘Sleeper Cell’ (‘Célula Dormida’), ‘The Agency’ (‘The Agency’)… Es muy difícil ser árabe o musulmán en estos tiempos», se lamentó.

Después de los atentados que acabaron con 3.000 vidas el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y en Washington, el Departamento de Justicia lanzó una campaña de detenciones y vigilancia contra árabes y musulmanes, o contra cualquiera que se les pareciera, incluidos sijs de Asia meridional.

En los meses siguientes a los ataques, unos 5.000 hombres sufrieron detención sin ser acusados, la mayoría sin acceso a abogados ni a familiares.

El propio inspector general del Departamento de Justicia confirmó que muchísimos de ellos fueron mantenidos en confinamiento solitario y sufrieron abusos físicos.

No hubo acusaciones ni condenas contra ninguno de los detenidos. Algunos, que residían en Estados Unidos con visa vencida o que habían cometido otras infracciones a las leyes migratorias, fueron deportados.

Desde entonces, se sumó una agresión tras otra.

Ahmad Al Halabi se graduó del instituto de enseñanza media de Dearborn, en el estado de Michigan, centro de la comunidad musulmana estadounidense. Se enroló en la Fuerza Aérea y trabajó como intérprete de los sospechosos de pertenecer a la red terrorista Al Qaeda reclusos en la base naval de Guantánamo, en Cuba.

Pero fue acusado de espionaje y pasó 10 meses en confinamiento solitario antes de que se le retiraran los cargos.

Osama Abulhassan y Alí Houssaiky, ambos de 20 años y nativos de Dearborn, fueron acusados de terrorismo en la ciudad de Marietta, en Ohio. Las sospechas surgieron porque compraron gran cantidad de teléfonos celulares. Una semana después del arresto la acusación fue levantada.

Farooq Al-Fatlawi, quien viajaba en autobús rumbo a Chicago, fue obligado a apearse con su equipaje en Toledo, Ohio, después de decirle al chofer que había nacido en Iraq.

Al activista Raed Jarrar, nativo de San Francisco, se le impidió abordar un avión por lucir una camiseta que rezaba, en árabe y en inglés, «no nos callaremos».

Seis clérigos musulmanes fueron retirados esposados de un avión de la compañía US Airways porque otro pasajero le indicó al sobrecargo que actuaban de manera sospechosa en el aeropuerto de Minneapolis, donde habían estado rezando.

Las autoridades de seguridad del aeropuerto los interrogaron y luego los liberaron. La compañía aérea opinó que su tripulación actuó de manera adecuada y se negó a entregarles pasajes para el día siguiente. Los imanes iniciaron una demanda judicial a la aerolínea.

El caso más notorio es el del canadiense Maher Arar, secuestrado por funcionarios estadounidenses en el aeropuerto neoyorquino Kennedy en 2002 y trasladado a una prisión en Siria, su país de origen, donde fue aislado durante más de 10 meses en una celda que parecía, más bien, una tumba.

Fue golpeado, torturado y obligado a confesar inexistentes vínculos suyos con Al Qaeda. Una comisión oficial canadiense investigó el caso durante dos años y concluyó que todas las acusaciones eran infundadas.

Pero el gobierno estadounidense bloqueó una demanda judicial de Arar al asegurar que la celebración de un juicio derivaría en la divulgación de secretos de Estado.

Con la intención de bloquear el financiamiento de las organizaciones radicales islámicas, el Departamento del Tesoro (ministerio de hacienda) de Estados Unidos apeló a la Ley Patriótica para calificar instituciones humanitarias de terroristas.

Una vez que una de esas asociaciones recibe tal sello de desaprobación, todas sus propiedades pueden ser requisadas y sus cuentas bancarias, congeladas.

Hasta ahora, las autoridades clausuraron cinco organizaciones humanitarias. Pero no hubo ni un procesamiento, ni un juicio, ni una condena. La única acusación formal presentada hasta ahora no derivó aún en un proceso.

Hace tres meses, agentes federales registraron las oficinas de una de las instituciones de caridad islámicas más importantes del país, Life for Relief and Development. Se incautaron de computadoras y registros de donantes. Pero no hubo acusaciones, y la organización sigue funcionando.

Muchos musulmanes revistan en filas de las fuerzas armadas estadounidenses, pero resulta difícil que alguno obtenga trabajo en agencias civiles del sistema de seguridad nacional.

Cuando el Buró Federal de Investigaciones (FBI), la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Departamento (ministerio) de Seguridad Interior solicitaron nuevos analistas, traductores e intérpretes, muchos árabes y musulmanes acudieron al llamado.

Pero tuvieron poco éxito, pues se les niega el certificado de seguridad porque tienen amistades y familiares en Medio Oriente y el mundo islámico.

La histeria desatada por el 11 de septiembre no se restringe a Estados Unidos.

En Gran Bretaña, el parlamentario del gobernante Partido Laborista y ex secretario de Relaciones Exteriores (canciller) Jack Straw sugirió a sus votantes musulmanes quitarse el velo islámico para poder interactuar mejor con ellas.

Luego de la bomba contra el tren subterráneo de Londres el 7 de julio de 2005, los intentos del gobierno de Tony Blair por aliarse con la comunidad musulmana fueron infructuosos.

«En lugar de aislar a los elementos extremistas, las iniciativas del gobierno tendieron a poner una cuña entre la población musulmana y la población en general», según la organización de investigaciones Demos.

En Holanda, considerada otrora la sociedad más abierta y tolerante de Europa, el gobierno centroderechista se propone prohibir por ley el velo islámico en la mayoría de los lugares públicos, incluidos tribunales, escuelas, trenes y hasta en las calles.

Francia, conmocionada el año pasado por revueltas en áreas de las afueras de París donde viven gran cantidad de inmigrantes de Medio Oriente y el Magreb, ya prohibió el velo en las escuelas públicas.

El ministro Nicolas Sarkozy, quien aspira a la presidencia francesa, tomó medidas duras tanto contra la inmigración como con la enorme comunidad musulmana. En ese sentido, dijo que se opone al «Islam en Francia», pues pretende un «Islam de Francia».

El director de la División de Derechos Civiles del Departamento de Seguridad Interior de Estados Unidos, Daniel Sutherland, admitió que el combate al terrorismo implica «desafíos difíciles» en lo que respecta a los principios que defiende su oficina.

En cambio, para Samer Shehata, profesor de política árabe de la Universidad de Georgetown, la situación es «muy simple» de comprender.

«La islamofobia se da de bruces con los fundamentos nacionales de Estados Unidos, como el valor de tratar a todos con justicia y no discriminar por color de piel, raza, religión, género, etcétera», dijo Shehata a IPS.

«Esto es perjudicial para todos los estadounidenses, y también para la reputación de Estados Unidos en el exterior», agregó. «Una de las preguntas que más me hacen cuando viajo a Egipto y otros países de Medio Oriente es: ¿Cómo es hoy para un árabe vivir en Estados Unidos? ¿Ha sido usted víctima de discriminación o abuso?»