La construcción del socialismo revolucionario a escala mundial y, por consiguiente, el desmantelamiento y la sustitución definitiva del sistema capitalista ha supuesto siempre para los revolucionarios un reto difícil de conseguir, colmado de contradicciones, de marchas y contramarchas, que impone -a su vez- la obligación de estudios y propuestas más profundos, tomando en cuenta la […]
La construcción del socialismo revolucionario a escala mundial y, por consiguiente, el desmantelamiento y la sustitución definitiva del sistema capitalista ha supuesto siempre para los revolucionarios un reto difícil de conseguir, colmado de contradicciones, de marchas y contramarchas, que impone -a su vez- la obligación de estudios y propuestas más profundos, tomando en cuenta la realidad de un mundo globalizado como el de hoy, sometido a los caprichos e intereses de los grupos hegemónicos internacionales.
Así, la prácticamente inexistente economía política del socialismo ha obligado a muchos revolucionarios a recurrir a mecanismos y propuestas que en sí sólo representan mejoras del modelo capitalista, creyendo que una vez alcanzado el mayor nivel de desarrollo del mismo podrá construirse entonces el socialismo, al satisfacerse las necesidades materiales de las personas de un modo equitativo, refrenando mediante leyes el afán de ganancias y la explotación de la cual es víctima todo individuo que perciba un salario por su trabajo, ya sea manual o intelectual.
Tal debilidad teórica del socialismo revolucionario en materia económica representa, sin duda, el desafío más grande a vencer asumido por muchos socialistas a nivel mundial con la finalidad de hacer de esta alternativa al capitalismo algo revolucionario, viable e inmediato. En esta dirección, ya manifestaba el Che Guevara décadas atrás que «todo parte de la errónea concepción de querer construir el socialismo con elementos del capitalismo sin cambiarles realmente la significación. Así se llega a un sistema híbrido que arriba a un callejón sin salida o salida difícilmente perceptible que obliga a nuevas concesiones a las palancas económicas, es decir al retroceso». Algo que ya se observó con la restauración capitalista en la extinta URSS y la que se forja actualmente en China y Vietnam, aún bajo la denominación del socialismo, y que, probablemente, tenga lugar también en Cuba, con algunas características específicas.
Esto hace que la idea de otro mundo sea posible se vea como una utopía difícil de lograr. Sin embargo, se conocen diversidad de proposiciones que dan cuenta de su posibilidad, conjugando aportes y experiencias provenientes de grupos sociales heterogéneos, presentes en todos los continentes. De ahí que cada uno de ellos debiera estimarse como esenciales para que dicha meta se convierta en un proyecto histórico común para la humanidad, capaz de reducir y eliminar potencialmente las injusticias y las desigualdades sociales y económicas derivadas del capitalismo, incluyendo lo referente a la degradación de la naturaleza y la violación descarada de la autodeterminación de los pueblos del mundo a manos de las grandes potencias industrializadas.
Ello podría enmarcarse en una rebelión globalizada de los pueblos contra la vigencia del sistema capitalista, dotada de las herramientas teóricas para la comprensión adecuada de las diversas circunstancias que nos rodean, cosa que haría innecesaria la interrogante sobre cómo construir otro mundo posible, más si el mismo nos lo planteamos bajo la óptica del socialismo revolucionario, teniendo entonces una amplitud de criterios en vez de la ortodoxia y el sectarismo que no nos permitiría ver en toda su complejidad el mundo en que vivimos.
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