Busco en la hemeroteca y comparo: árboles caídos, ríos desbordados, casas/champas inundadas, siembras aplazadas -tabaco-, cosechas perdidas, niñez asustada, montañas que devoran a sus hijos, a sus mejores hijos. Busco en la hemeroteca pero con los recuerdos, los recuerdos del Mitch hace siete años, basta: la lluvia que no se quita, la intranquilidad, la impotencia, […]
Busco en la hemeroteca y comparo: árboles caídos, ríos desbordados, casas/champas inundadas, siembras aplazadas -tabaco-, cosechas perdidas, niñez asustada, montañas que devoran a sus hijos, a sus mejores hijos. Busco en la hemeroteca pero con los recuerdos, los recuerdos del Mitch hace siete años, basta: la lluvia que no se quita, la intranquilidad, la impotencia, este querer ir a llenar no se qué depósitos de víveres para paliar no se cuántos males, este escribir intempestivo.
Hoy igual que ayer: octubre 2005, octubre-noviembre 1998, tormenta Stan y huracán Mitch. Destrucción que pone a prueba la resistencia de geografía y personas. Sólo faltan en la puesta en escena de ahora vientos de fuerza superior a 200 kilómetros.
Hasta este momento (sábado ocho de octubre) se contabilizan más de 500 muertos y cientos de desaparecidos en Guatemala, una cifra superior a las 286 muertes directas ocasionadas por el Mitch. Cualitativamente, una destrucción similar a la registrada en Estados Unidos tras Katrina, por si a los grandes medios de comunicación les interesa la comparación odiosa.
Pasó el Stan pero la tormenta no es la culpable de la catástrofe. Las lluvias torrenciales, la naturaleza desmesurada, son propias de este país y estas regiones. No nos deberían extrañar. La extrema pobreza, la deforestación, la construcción de viviendas en lugares inhabitables, la destrucción ambiental, «los efectos del desastre que los humanos hemos causado a la naturaleza» según la Academia de Lenguas Mayas de Guatemala (seis de octubre), disparan la vulnerabilidad y convierten los fenómenos naturales en desastres de carácter histórico.
Tragedia sin estado
La institucionalidad guatemalteca está poco preparada. Si somos un país de fuertes lluvias y en la ruta de tormentas y huracanes, deberíamos tener capacidad de hacer pronósticos y no sólo relatorías de las lluvias que caen, la prevención tendría que ser política de estado y no apenas un sistema de alertas a destiempo, la convivencia pacífica con la naturaleza habría de constituirse en norma para reducir la vulnerabilidad. En fin, el Estado, hoy sobreviviente con apenas 10% de la carga tributaria, debería ser fuerte, porque el mercado no previene ni sana las heridas, el mercado especula y acumula beneficios, como demuestran los expendedores de gasolina o los dueños de la Autopista Palín-Escuintla que continúan cobrando peaje a los vehículos de la solidaridad.
La hemeroteca de nuevo, otro octubre, ahora de 1988, huracán Juana que lleva a la periodista nicaragüense Sofía Montenegro a declararnos países de Sísifo, condenados a empujar una piedra que cuando llega a su destino vuelve a retroceder. «Cuando ya nos acercamos a la cúspide, vienen el águila de fuego y el demonio del agua a devorar las entrañas de nuestra geografía y sus gentes, arrastrándonos de nuevo, por enésima vez, al pie de la cuesta para reiniciar el infinito suplicio» parafrasea Darwin Juárez en El nuevo diario de Nicaragua, seis de noviembre de 1998. Países de Sísifos, Juanas, Gilbertos, Fifís, empresarios voraces, estados sin institucionalidad ni recursos.
No está escrito en ningún lugar, pero en estos días de cielo inusualmente cerrado, sentí que muchos guatemaltecos, demasiados, continuamos amurallados en nuestras existencias casi a salvo de cualquier mal. Stan es para nosotros un molesto rumor, una atmósfera lejana, una preocupación coyuntural. «Por el momento la emergencia no llega a tanto; los habitantes de estos lugares ya están acostumbrados a esto» afirmó el presidente Berger el cuatro de octubre, mientras 14 departamentos estaban siendo afectados. Insensibilidad y lejanía: no lo vio tan preocupante el presidente Berger, y eso que lo vio con sus propios ojos. Desde la simple percepción de la realidad nacen las diferencias en Guatemala, que se vuelven abismos en la solución de los problemas. Abismos que cuesta remontar en estas horas de solidaridad necesaria.
Hora de finalizar este artículo, que empecé una fría mañana de noviembre de 1998, con el rumor ocre de los derrumbes en la capital (44 muertos) como telón de fondo. Sé que a pesar de todo saldremos adelante. A pesar del cambio climático, de la pobreza extrema, de la debilidad del Estado. A pesar de que, cuando empresarios especulan en vez de apoyar, la solidaridad no encuentra recodos donde depositarse. A pesar de que la historia reciente detuvo -sin cortar- los hilos de transmisión de nuestra ética comunitaria.
Sé que saldremos adelante y para saberlo no necesito recuerdos ni prensa vieja, tan sólo observar y esperar los primeros rayos de sol entre la tormenta, el vapor que abandona espeso las tierras inundadas, la conciencia y sensibilidad de tiempos difíciles, los amaneceres diáfanos, los ocasos tibios y las miradas de ojos abiertos, enormemente abiertos, de la gente.