Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
La descompuesta situación de Pakistán, incapaz de llegar al colapso total o de generar un régimen que pudiera hacer avanzar al país unos cuantos pasos, ha sido causa de depresión durante más de una década. Las elites privilegiadas -militar y civil- viven felizmente en su burbuja ejerciendo el poder militar, político, administrativo y judicial sobre todo el territorio.
Esto es, desde luego, lo que ocurre en la mayoría de los países, pero en Pakistán el contraste entre gobernantes y gobernados es tan descarnado que no hay nada que proteja a la débil mayoría de la rica y poderosa minoría. Las redes de parentesco, al igual que la protección ofrecida por los gángsteres, algo pueden hacer pero pensar que esto puede sustituir al estado para poder satisfacer las necesidades de la vida -agua, electricidad, harina subvencionada, sanidad, educación- es una forma de utopía reaccionaria. El progreso, para que sea importante, tiene que ir en interés del colectivo como un todo. Jamás ha sucedido esto en Pakistán.
El fallo no está ni en las estrellas ni en el pueblo, cuya tolerancia y paciencia han sido ejemplares. Lo han intentado todo en términos de partidos políticos y regímenes militares y no han conseguido nunca nada. A pesar de este hecho, no tienen precisamente prisa por unirse a los gadarenos ni siquiera a los partidos islamistas moderados, menos aún a los grupos armados yihadistas. Hasta ahora, una gran mayoría de pakistaníes se han resistido a esa posibilidad, a pesar de los incentivos que se les ofrecen en el otro mundo. A diferencia de las imágenes que ofrecen los medios globales, los pakistaníes de a pie no sienten ninguna atracción por el extremismo religioso.
La demografía se ignora siempre: el 60% de la población del país es menor de 25 años. Viven de su ingenio y de trabajos a tiempo parcial. El desempleo es inmenso. La mayoría de ellos quiere educarse, un puesto de trabajo y que se acabe la corrupción política. ¿Se cumplirán alguna vez esos deseos?
Tres constantes se han dado en la vida política de Pakistán: Estados Unidos, el ejército pakistaní y una elite corrupta y desaprensiva, simbolizada actualmente por el presidente Asif Ali Zardari, conocido en todo el mundo como alguien cuyo interés por hacer dinero y acumular propiedades trasciende todo lo demás. Los últimos sondeos de opinión realizados en las ciudades le daban un 2% de popularidad. Cuando los venerables del partido gobernante se aventuran a aparecer para reunirse con la gente, se encuentran a menudo con las crueles pullas punjabíes. Esto es un tanto injusto y podría también aplicarse a todas las Ligas musulmanas. El hecho es que la gente se siente disgustada con los políticos y les considera como unos sinvergüenzas ansiosos por hacer dinero y alimentar la codicia de las redes que protegen y que se duplican como filas de voto útil.
EEUU está actualmente emprendiendo una guerra en Afganistán que ha extendido a Pakistán y ha servido para desestabilizar aún más el país. Añadan a esto los ataques de los aviones teledirigidos estadounidenses, aceptados por los gobernantes del país, que supuestamente van a la caza de «terroristas» pero que terminan siempre matando inocentes. Víctimas civiles, que si uno toma las cifras más bajas, van ya por las 2.000, integradas principalmente por mujeres y niños.
El ejército pakistaní y otras fuerzas de seguridad están mostrando señales de tensión por tener que atacar a su propia gente en los pueblos fronterizos de las provincias del norte. El ejército trasladó a la fuerza a 250.000 personas del distrito de Orakzai, situado en la frontera afgana, y los colocó en campos de refugiados. Muchos juraron vengarse y los grupos combatientes están atacando al ISI y otros centros militares.
La economía es un caos y las condiciones que imponen los préstamos del FMI tienen poco ver con las necesidades de los ciudadanos. Insistir en impuestos indirectos sobre las ventas en un país donde los ricos no pagan prácticamente ningún impuesto es algo que resulta totalmente grotesco lo mires por donde lo mires. Obligar al gobierno pakistaní a aumentar las tarifas eléctricas provocó disturbios en muchas ciudades y las oficinas de la WAPDA (siglas en inglés de Water and Power Pakistan Development Authority) acabaron calcinadas hasta los cimientos. Pague más a cambio de recibir menos parece ser el inspirado mensaje del FMI.
Las inundaciones de 2010 revelaron la existencia de una elite incapaz de proporcionar ayuda real alguna a su pueblo. Las historias del horror pasado todavía siguen dando vueltas. Los programas para aliviar la pobreza son una gota en el desierto. Los gastos militares absorben el presupuesto. Los enfrentamientos entre las bandas políticas han destrozado la mayor de las ciudades, Karachi.
Ya es hora de otro golpe militar, pero el ejército es impopular y Washington no está dispuesto a dar luz verde aún a otra intentona del ejército. En cualquier caso, el dogma militar apoyado por algunos académicos occidentales de que a Pakistán le ha ido mejor bajo sus generales que bajo sus políticos es una broma de mal gusto. Los hechos convierten en insostenible ese punto de vista. Tanto políticos como militares comparten una indiferencia total hacia el destino de la gente normal y corriente. La desastrosa forma en que el mundo está abandonándolo todo al mercado y al beneficio privado no funciona ya y menos aún en países como Pakistán.
La decadencia interna y la desintegración del país avanzan a ritmo acelerado. Una profunda desilusión acompañada de nihilismo se palpaba ya hace algunas décadas cuando, en uno de sus más conmovedores poemas, Faiz Ahmed Faiz se refería a la patria como «un bosque de hojas muertas», «una acumulación de dolor». Nada ha sucedido que pudiera revertir esa tendencia. La impotencia de los individuos frente al aparato de los grandes y pequeños poderes sólo ha aumentado con lo que está sucediendo ahora. Pero, antes o después, la gente se levantará y apartará la basura a un lado. No me pregunten cuándo.