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Cronopiando

¿Picaresca o razones de Estado en República Dominicana?

Fuentes: Rebelión

¿Y qué se puede hacer luego de saber que los ascensores del hospital Cabral y Báez viven dañados permanentemente para que unos cuantos y emprendedores avivatos coticen hasta en 500 pesos el acarreo de enfermos por las siete plantas del hospital? No se trata, según parece, de un listillo que, un día, se las ingenió […]

¿Y qué se puede hacer luego de saber que los ascensores del hospital Cabral y Báez viven dañados permanentemente para que unos cuantos y emprendedores avivatos coticen hasta en 500 pesos el acarreo de enfermos por las siete plantas del hospital?

No se trata, según parece, de un listillo que, un día, se las ingenió para hacerse con un empleo ejerciendo de improvisado portador de convalecientes, ante la repentina avería de todos los ascensores, sino de una red en la que estaban involucrados, supuestamente, varios empleados del hospital y que veía crecer cada día el número de aspirantes a ejercer de portadores hasta el punto de que ya había, sospecho, planes para formar un sindicato de acarreo de enfermos y convalecientes dominicanos (SINACENCODO) que repartiera los ascensores y sus horarios, además de los enfermos, entre sus abonados.

Hasta hace algunos años la presencia de portadores en la ciudad venía de la mano de las inundaciones. Cada vez que caía un aguacero anegando calles y dificultando el tránsito, aparecían portadores dispuestos, por muy poco dinero, a cargar peatones o empujar vehículos. El problema consistía en que había que esperar una tormenta y éstas no se dan todos los días. Por fortuna, a nadie se le ocurrió entonces inundar por su cuenta un sector de la ciudad para garantizarse el oficio. Desgraciadamente, cada día es más frecuente que trabajadores autónomos de parecidos gremios al de los portadores, no se conformen, por ejemplo, con esperar la ocurrencia de accidentes en las carreteras para socorrer a los heridos y socorrerse, de paso, los bolsillos, como no se limitaron los portadores del hospital a esperar que se fuera la luz o se dañaran, realmente, los ascensores. La fatalidad no siempre tiene prisa y es preciso ayudarla.

Si embargo, todo sea por hacer de abogado del diablo, bien podrían considerarse algunas atenuantes en el caso, que aliviara la posible condena de portadores y socios.

Si bien es cierto que el fin, trabajo en este caso, no justifica dañar los ascensores, cierto es también que los portadores se ganaban el pan con el sudor de su frente, que no es ir a la esquina tener que subir hasta la séptima planta a un convaleciente de 200 libras. Hasta los 500 pesos me parecen pocos. Y aunque fuera cierta la denuncia de que los pacientes obesos tenían que pagar doble tarifa, doble tarifa y triple pagan, también, los clientes obesos de los taxis y nadie dice nada por tan execrable discriminación.

Por otra parte, la metodología empleada por estos improvisados trabajadores, aunque nada difiere de la empleada por la mafia, también es la misma que desde inmemoriales tiempos ejercen, a gran escala, las autoridades y dueños del país.

Unos y otros necesitan arruinar el medio, así sean los ascensores de un hospital de Santiago o el erario de la nación, para hacerse imprescindibles. Son, al mismo tiempo, el pecado y la virtud, el problema y la solución. Como portadores de enfermos o como modernos padres de la patria, necesitan someter a la condición de idiotas al resto de los mortales para saberse listos; necesitan la pasividad del agraviado para que prevalezca la impunidad del crimen; necesitan la calamidad pública como garantía de su privada prosperidad; necesitan la desgracia ajena para hacer posible el provecho propio y, lo que es peor, además de necesitarlo, lo procuran.

Claro que unos, posiblemente, vayan a parar a la cárcel por dañar ascensores y estafar a unos cuantos, y otros, probablemente, van a ser presidentes por arruinar el país y estafarnos a todos.

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