Siguiendo la estela de los matrimonios homosexuales, algunos hombres se están aprovechando la ocasión para pedir la legalización de la poligamia, aunque su intención real es legalizar la poliginia. Si bien el primer término significa matrimonio plural institucionalizado entre más de dos personas, tanto hombres como mujeres-, la poliginia es cuando un solo hombre tiene […]
Siguiendo la estela de los matrimonios homosexuales, algunos hombres se están aprovechando la ocasión para pedir la legalización de la poligamia, aunque su intención real es legalizar la poliginia. Si bien el primer término significa matrimonio plural institucionalizado entre más de dos personas, tanto hombres como mujeres-, la poliginia es cuando un solo hombre tiene más de una esposa simultáneamente.
Por lo cual, quienes la reivindican no están pidiendo que las mujeres -sobre todo de su comunidad-, también tengan ese derecho. Otro matiz. Ellos tampoco piden la bigamia, ¡Sino la poligamia!
El argumento que suelen utilizar es que el numero de mujeres es mayor respecto a los varones, y que compartiendo su cuerpo y vida con más de una pretenden que ninguna fémina se quede sin un esposo. ¡Cuánta generosidad y sacrificio! Pero ¿qué dicen sobre una situación como la China actual donde hay menos mujeres que hombres? ¿Podrán las mujeres budistas, confucionistas, o millones de musulmanas chinas ser esposas de varios chinos a la vez?
La poligamia no es el idílico amor libre a estilo «hippi». La mayoría absoluta de las mujeres que consienten entrar en este tipo de unión son forzadas cuando son menores, o simplemente desamparadas económicamente en sociedades que no les permite trabajar y ser emancipadas y autónomas.
¡Tampoco se trata de harenes con fiestas y divertimentos colectivos que vemos en la película de Mil y una noches de Paolo Pasolini! En los países donde se practica, varias mujeres y una decena de hijos tienen que compartir lo poco que llega a una misma y humilde casa. Los celos, la preferencia del esposo por una de sus mujeres o el choque inevitable por la convivencia obligada, crean situaciones tan tremendas que llenan las páginas de sucesos de la prensa de los países que la permiten. ¿Saben que allí la poligamia es el principal motivo de suicidio tanto femenino como masculino? Ellas, por la humillación que supone al ser desplazada normalmente por una jovencita, y porque si piden el divorcio pierden, por la normativa religiosa, la tutela de los hijos, y ellos a causa de la constante tensión en el hogar y la imposibilidad de aguantar diariamente tantas peleas entre las esposas y los hijos. Es por ello que la gran mayoría de los hombres musulmanes son monogámicos. Este calvario está bien dibujado en el Antiguo Testamento. Saray, la esposa estéril de Abraham le da a su marido a Hagar, su joven sierva para que le diera un hijo. Al concebir Hagar, empiezan los celos entre las dos mujeres y Abraham -que no es precisamente el ejemplo de un buen marido-, deja el destino de Hagar en manos de Saray. Ésta, pasado un tiempo, decide que su antigua esclava y su hijo tienen que ser abandonados en el desierto de Beerseba. La desesperación de aquella madre que veía cómo su hijo moría de sed, y las vueltas que daba en busca de agua es recodada por los musulmanes que peregrinan a la Meca, al dar siete vueltas alrededor de la Kaaba y agradecer a Dios por el milagro de hacer brotar agua de la tierra, de la fuente llamada Zemzem.
Estos mismos señores comparan la situación de «las amantes» de los hombres en occidente con las esposas en poligamia, sin decirnos que la diferencia radica en la libertad, tanto en el momento de entrar en una relación como de salir de ella. Y justamente es esa libertad de la que carecen las mujeres más pobres -como Hagar-, las que carecen de la independencia económica y cuya dignidad como ser humana es burlada por los pudientes.
La poligamia no es cultura. Es resultado de la pobreza y la desesperación de mujeres, víctimas de las guerras y la miseria. Es contraria a los principales derechos de la mujer y de sus hijos y aquí no debe de ser legalizada, aunque sí debe haber normas que atiendan las situaciones concretas de aquellos inmigrantes que ya habían contraído este tipo de uniones en su país natal.