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Por un mundo multipolar

Fuentes: TopoExpress

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La elección del título de esta obra indica por sí misma la posición política de su autor: sí, deseo que se construya un mundo multipolar lo que, evidentemente, implica el fracaso del proyecto hegemónico de Washington, que se autodefine a través del “control militar del planeta”. Así pues sostengo, sin rodeos ni reservas, que ese proyecto es desmesurado y por ello necesariamente criminal, ya que embarca al mundo en guerras sin fin y acaba con toda esperanza de progreso democrático  y social en los países del Sur, en especial, pero también —incluso siendo aparentemente en un grado menos grave— en los del Norte. Desde 1991 vengo escribiendo que se trata de un “Imperio del caos”.

Dicho esto, la expresión utilizada —mundo multipolar— necesita aclaraciones. Se ha quedado, como todas las expresiones muy usadas en el mundo de la política, indefinida si no precisamos el sentido que se le da. Para mí la expresión conlleva no sólo el reconocimiento de que el sistema social en que vivimos es completamente “mundial” (“mundializado”, “globalizado” en spanglish) sino también que cualquier alternativa a su forma actual (basada en los principios del capitalismo liberal o de su expresión más extrema denominada “neoliberal”) sólo puede ser igualmente “mundial”. Dicho de otro modo: soy “alterglobalizador”, y no “antiglobalizador” en el sentido de opuesto a toda forma de globalización, lo que además de ser irrealista no me parece en absoluto deseable.

Las divergencias nos llevan pues a lo que se entiende por “multipolaridad”. Para unos sólo se trata de garantizar a cada uno de los socios de la Tríada —en este caso a Europa (la Unión Europea y las potencias principales que la componen) y a Japón— un lugar similar al de los Estados Unidos en la dirección de los asuntos mundiales. Dicho de otro modo, se trataría de “reequilibrar el atlantismo”. Habrá quienes admitan que, además de este reequilibrio, también hay que dar un lugar en el concierto mundial a otros países grandes —se piensa especialmente en China, pero también en Rusia, India y Brasil— y a veces incluso a algunos países del Sur considerados como “emergentes” o capaces de llegar a serlo.

Para mí esa “multipolaridad” es totalmente insuficiente y no permite dar respuestas satisfactorias a los verdaderos retos a los que se enfrentan los pueblos ni permite crear condiciones para su progreso social, progreso sin el cual la democratización tendrá más dificultades para encontrar un sólido arraigo. Dicho de otro modo, mi visión de la multipolaridad necesaria implica una revisión radical de las “relaciones Norte-Sur” en todas sus dimensiones. Esta revisión debe crear un marco que permita reducir la pujanza de las fuerzas que actúan en el sistema (capitalista, para llamarlo por su nombre) agravando la polarización de la riqueza y del poder. En mi análisis esta revisión interpela a la tradición “imperialista” —guste o no el término— que preside las relaciones centros/periferias en el sistema capitalista realmente existente (que es algo totalmente diferente del imaginario sistema de mercado generalizado de los economistas convencionales), e igualmente interpela al capitalismo en lo más fundamental. Sin embargo, a continuación aclaro que mi argumentación busca abrir un debate político sobre este asunto con todos aquellos que rechazan alinearse con el proyecto unilateral del hegemonismo de los Estados Unidos, más allá de la diversidad de sus análisis de la realidad del sistema y más allá de lo que les parezca posible y deseable.

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En mí no es una novedad esta visión del capitalismo constituyendo un sistema mundial, es decir diferente y superior a la yuxtaposición de sociedades más o menos adelantadas en la vía de su transformación capitalista. Mi primer trabajo escrito, que se remonta a 1954-1955, tenía por título “la acumulación a escala mundial”.

Esta visión ha seguido siendo el eje central de mis análisis y propuestas en torno a los objetivos de las luchas para “cambiar el mundo”. Este no es lugar adecuado para volver sobre lo que he escrito al respecto, por lo que resumiré las conclusiones recordando que propuse distinguir cuatro fases en la globalización moderna asociada a la expansión capitalista: (i) la fase “mercantilista” (1500-1800) en cuyo transcurso la Europa atlántica pone en marcha el sistema centros/periferias mediante la conquista y la transformación de las Américas, la trata de esclavos y el inicio de la agresión comercial en Asia (y en menor medida en África); (ii) la fase “clásica” (1800-1950) del sistema basada en el contraste centros industrializados/periferias no industrializadas (asociado a la tendencia de someter a las periferias a estatus políticos coloniales y semicoloniales); (iii) la fase de la posguerra (1950-1980) a lo largo de la cual las periferias lograron, gracias a las victorias de sus movimientos de liberación nacional (y/o a las revoluciones socialistas que he interpretado como liberaciones nacionales radicales), imponer la revisión de los términos de la asimetría en el sistema mundial y con ello entraron en la era de la industrialización. Ese momento de globalización “negociada” ha sido algo excepcional. Es interesante destacar que este período ha sido el de mayor crecimiento que se ha conocido en la historia, que se ha producido en todo el planeta y que tuvo una distribución menos desigual; (iv) la fase nueva que actualmente construye un nuevo sistema mundial y que se caracteriza por lo que he denominado los “cinco monopolios” —que identifico más adelante— que le otorgan a los centros (la Tríada) un control a su favor de la reproducción del sistema.

Así pues, el sistema de la globalización moderna del capitalismo realmente existente siempre ha impulsado la polarización por naturaleza (por el hecho mismo del funcionamiento de la “ley del valor globalizado” que yo distingo de la “ley del valor a secas”. En mi análisis polarización e imperialismo son, pues, sinónimos. No soy, entonces, de los que reservan ese calificativo de imperialista para los comportamientos políticos —cuando un país pretende someter a otro— que por lo demás encontraremos en las sucesivas etapas de la aventura humana asociados a diversos modos de producción y de organización social. En este análisis sólo me ocupo del imperialismo de los tiempos modernos, del producto de la lógica inmanente de la expansión capitalista.

En este sentido el imperialismo no es un estadio del capitalismo sino el carácter permanente de su expansión globalizada que, desde sus orígenes hasta hoy, siempre ha producido la polarización de la riqueza y del poder en beneficio de los centros. Los “monopolios” con los que los centros se benefician del proceso de construcción de sus relaciones asimétricas con las periferias del sistema definen cada una de las sucesivas fases de la historia del sistema imperialista globalizado.

Desde la revolución industrial (a principios del siglo XIX) hasta las décadas posteriores a la II Guerra Mundial ese monopolio era el de la industria, siendo centros y periferias sinónimos de países industrializados o no industrializados. Se entiende así que los movimientos de liberación nacional de las periferias dieran prioridad a la industrialización en una perspectiva de “superación del retraso”. Su éxito obligó al imperialismo a adaptarse a esa exigencia. Pero eso en absoluto significa que nos hayamos encaminado en la vía de la “superación del retraso” y hayamos entrado en una etapa “post-imperialista” de la historia. Y es que los centros se han reorganizado en torno a nuevos “monopolios”, asegurándose el control de las tecnologías, el acceso a los recursos naturales del planeta, a los flujos financieros internacionales, a las comunicaciones y a la producción de armas de destrucción masiva, con lo que necesariamente se reproduce y amplía la polarización a escala mundial. Desde sus orígenes en el siglo XVI hasta la segunda guerra  mundial, el imperialismo se conjugaba en plural. El conflicto de los imperialismos, permanente y a menudo violento, tenía un lugar importante en la construcción del mundo. La segunda guerra mundial se saldó con una transformación mayor en este aspecto: la sustitución de la multiplicidad de imperialismos por un imperialismo colectivo de la Tríada (Estados Unidos, Europa, Japón).

Sugiero pues que la formación del nuevo imperialismo colectivo tiene su origen en la transformación de las condiciones de la competencia. Hace tan sólo unas décadas las grandes empresas competían esencialmente en mercados nacionales. Los ganadores de los “asaltos” nacionales se podían colocar en una buena posición dentro del mercado mundial. Hoy día el tamaño del mercado para pasar a la siguiente fase del “combate” está en torno a 500-600 millones de “potenciales consumidores”. Por ello la batalla se tiene que librar enseguida en el mercado mundial. Y quienes ganan en ese mercado se imponen por añadidura en los respectivos terrenos nacionales. La globalización intensificada se convierte así en el primer marco de la actividad de las grandes empresas. Dicho de otro modo, en el binomio nacional/mundial se han invertido los términos de causalidad: antes el poder nacional orientaba la presencia mundial, hoy es al revés. Por ello las empresas transnacionales, sea cual sea su nacionalidad, tienen intereses comunes en la gestión del mercado mundial. Y esos intereses se superponen a los conflictos mercantiles permanentes que definen todas las formas de la competencia propias del capitalismo, sean las que sean.

La solidaridad de los segmentos dominantes del capital transnacional de todos los socios de la Tríada es real y se expresa a través de su alineamiento con el neoliberalismo globalizado. Los Estados Unidos son vistos desde esta perspectiva como los defensores (militarmente si fuera necesario) de esos “intereses comunes”. Sin embargo, Washington no está dispuesto a “compartir equitativamente” los beneficios de su liderazgo. Así, los Estados Unidos tratan a sus aliados como a vasallos y sólo están dispuestos a hacer concesiones menores a sus aliados subalternos de la Tríada. ¿Este conflicto de intereses entre el capital dominante puede acentuarse hasta el punto de provocar una ruptura en la Alianza Atlántica?

La visión de la globalización que defiendo es, pues, de una multipolaridad real y completa en el sentido de que otorga un lugar a todas las naciones del planeta, afecta al 100% de la humanidad. Contrasta con la multipolaridad truncada de todos aquellos que implícitamente (cuando no explícitamente) piensan primeramente en las naciones de la Tríada central (el 15% de la humanidad) para, a continuación, hacer algunas concesiones a los “otros” (¡el 85%!). Siempre he rechazado esta distorsión sistemáticamente asociada a la visión cultural occidentalo-céntrica dominante.

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Dado que “globalización” (moderna) y capitalismo son inseparables, las opciones de unos y otros sobre el tipo de globalización “deseable” (unipolar, multipolar jerarquizada, multipolar no jerarquizada) tienen una estrecha relación con sus preferencias sobre el modelo de sociedad que quieren promover (el capitalismo liberal, otra forma de capitalismo “social” o un socialismo entre otros).

Toda opción a favor del capitalismo “normal” (es decir, esencialmente liberal) implica una posición imperialista en la concepción de las relaciones Norte-Sur y forma parte de la lógica inmanente de la acumulación de capital. En el otro extremo del abanico situaré una visión radicalmente antiimperialista que reconocería la necesidad de corregir la gigantesca desigualdad en las condiciones de producción entre el Norte y el Sur, creada por cinco siglos de expansión capitalista. Señalaré que esa corrección implica evidentemente no sólo una perspectiva socialista (en el sentido de que se sitúa más allá de las lógicas fundamentales de la acumulación del capital), sino también una visión de un socialismo globalizado que no coincide necesariamente con la de los socialismos históricos del pasado (comunista y socialdemócrata) ni con la de todas las corrientes del nuevo pensamiento social e incluso socialista.

Los análisis que seguirán intentarán siempre explicitar las relaciones entre las opiniones que se refieren a las globalizaciones alternativas propuestas y las que se refieren a las visiones sociales.

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Los análisis desarrollados en esta obra son “geopolíticos”. Sin embargo aclaro que de ningún modo se inspiran en los métodos de la geopolítica convencional. Esta ciencia, surgida en sus orígenes del pensamiento nacionalista de las clases dirigentes de los países imperialistas, trata a los Estados-nación como invariantes homogéneas que tienen “intereses” en función de su localización geográfica y de sus ambiciones económicas (que se asimilan de facto con las del capital dominante). Esa es la limitación de excelentes libros de geopolítica convencional como el de Paul Kennedy.

Por el contrario, los análisis que propongo parten de la constatación de que las sociedades (todas, las de los centros y las de las periferias) están atravesadas por contradicciones sociales y que por consiguiente ni las visiones sociales, ni las que se refieren al lugar que ocupan en el orden internacional son uniformes en los niveles supuestamente nacionales. Las clases dominantes y las clases dominadas no tienen necesariamente la misma percepción de los retos y de las respuestas en el plano interno ni en el de las relaciones exteriores; y esto ni siquiera cuando un aparente consenso parece alinear a las clases populares con sus gobiernos. Pondré el acento, pues, en esas contradicciones. Sólo haciendo este análisis es posible medir las “posibilidades” de los diferentes “escenarios” imaginables. También permite despejar con más claridad las opciones difíciles (pero posibles) que me gustaría ver reforzarse. En este sentido, mis análisis intentarán tener en cuenta los puntos de vista de los que se denominan “movimientos sociales” (“alterglobalizadores” en particular) así como las propuestas que esbozan explícita o implícitamente.

Sin simplificar demasiado diré que en los países del centro, los bloques hegemónicos existentes, articulados en torno a los segmentos dominantes del capital (en particular de las finanzas transnacionalizadas), son al mismo tiempo “liberales” (en el sentido económico) e imperialistas en su visión de las relaciones Norte-Sur. Los conflictos entre los poderes de los Estados que gobiernan se sitúan dentro de este margen, ya sea alineándose con las estrategias del hegemonismo de los Estados Unidos o intentando limitar (o incluso liberarse de) sus efectos. Pero son posibles otros bloques hegemónicos (sobre todo en Europa) por lo que habrá que aclarar las condiciones para su surgimiento y el margen de las opciones alternativas que podrían esbozar. Esos bloques alternativos no necesariamente tenderán a romper de forma radical con las exigencias del capitalismo, pero pueden perfectamente obligarle a adaptarse a sus demandas que no saldrían de su propia y exclusiva lógica. De igual modo diré que en los países de la periferia los bloques hegemónicos existentes en la actualidad son, más allá de su diversidad que habrá de analizarse con precisión, de naturaleza “compradore”[1], en el sentido de que los intereses que promueven se sitúan en la lógica de la expansión del capitalismo globalizado. Pero también aquí son posibles otros bloques alternativos que, en caso de éxito, pueden obligar al sistema mundial a adaptarse a sus exigencias.

Para permitir una lectura fluida de la obra he optado por no señalar en el texto ninguna referencia a lecturas complementarias útiles que se encontrarán citadas en el anexo II.

Fuente: Introducción del libro de Samir Amin Por un mundo multipolar.

Nota:

[1] NdT: el término compradore y sus derivados (burguesía compradore, compradorización, etc) aparece de forma reiterada a lo largo de todo el libro. Parece tener su origen en la lengua portuguesa para designar a un agente en un país extranjero empleado para facilitar transacciones con negocios locales. El autor lo utiliza con otro sentido para designar la actitud de una fracción de la burguesía que no es productiva (más bien intermediaria) ni patriótica debido a que sus intereses y están íntimamente ligados a la expansión del sistema capitalista. En palabras del propio autor, se trataría de un segmento social que “agrupa a los empresarios de la industria dependiente, los tecnócratas y burócratas, las clases medias y segmentos del campesinado rico, beneficiarios de la expansión”.

Nuestra fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/por-un-mundo-multipolar/