Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Gorka Larrabeiti
No sé cómo se llaman, tampoco cuántos años tienen. No estaban en condiciones de decirlo. Son cinco «presuntos talibanes» llegados esta noche al hospital de Emergency en Lashkargah, en el sur de Afganistán. Venían de Kayaki, un lugar del oriente de la provincia de Helmand, tras un viaje de horas por el desierto y el polvo. Pero han llegado y sólo por esto se pueden considerar afortunados.
El hombre que los ha acompañado hasta aquí ha contado que las bombas comenzaron a caer sobre el pueblo el lunes por la noche. Más y más bombas, sin interrupción hasta el martes por la mañana. Dos de los cinco «presuntos talibanes» (talibanes en caso de que dé tiempo a camuflarlos) son hijos suyos.
Los otros tres son niños «kuchi», los nómadas de Afganistán. Llegaron acompañados de su hermana mayor. Pero le faltan las palabras para decir sus nombres y su edad. Le faltan las palabras para gritar su rabia al destino, a la suerte, a lo mejor hasta a Dios, a lo mejor hacia esos monstruos de metal que sobrevuelan Afganistán soltando artefactos que arrasan casas, pueblos, y vidas humanas en nombre de la santa guerra contra el terrorismo, ésa que George W. Bush dice que está llevando a cabo por cuenta de Dios.
Ni siquiera un gemido, mientras las pinzas exfolian la piel quemada de su cuerpo. Ni siquiera un lamento. Sólo los ojos, que vagan de una cara a otra de los enfermeros y los medicos que los rodean atendiéndoles con la mayor delicadeza posible.
De la redacción de Peace Reporter, en Milán, me dicen que en nuestro mundo civilizado, no hay aún noticia de este bombardeo. Mañana tampoco las habrá, probablemente. Todos los días llegan «presuntos talibanes» a los hospitales de Emergency de pueblos y aldeas lejanísimas de las que nadie sabe nada, cuyos muertos no se cuentan. Y que no tienen ni siquiera el honor de recibir las excusas de la OTAN. «Accidentes», también ellos. Criminalmente ocultos en el gran circo de la información que manda a sus enviados tras las huellas de este o aquel occidental desaparecido pero que no tiene la dignidad de darse una vuelta ni de, simplemente, volver la mirada hacia otro lado para contar lo que sucede todos los días en Afganistán: decenas, cientos de niños como éstos quemados vivos por culpa de nuestra humanitaria intervención.
Texto original en italiano tomado de:
http://www.peacereporter.net/dettaglio_articolo.php?idc=&idart=6628