Traducido para Rebelión por Germán Leyens
El lunes 9 de mayo nos trae el sesenta aniversario de la derrota del nazismo en Europa. Recuerdo el primer día de la VE (victoria en Europa) en 1945, sentado sobre los hombros de mi padre, al borde de alguna calle londinense, mirando cómo pasaban rugiendo los tanques y un soldado con un gorro de latón que saltaba en la escotilla.
Cada vez que llega el 9 de mayo hay que recordar a los estadounidenses quién fue el que combatió más y quién pagó con la mayoría de las víctimas. En 1944, las fuerzas aliadas comandadas por Eisenhower enfrentaban a 53 divisiones alemanas en Europa occidental. El Ejército Rojo tuvo que confrontar a 180 divisiones alemanas en el este. EE.UU. perdió unos 400.000 militares, Gran Bretaña, 260.000. Los historiadores han estado revisando hacia arriba las muertes militares soviéticas, a un nivel que llega a 14 millones y más, con cálculos de víctimas civiles que se ubican entre 7 y 20 millones.
Se podría decir – y muchos lo hacen – que muchos de esos millones murieron porque los generales de Stalin estuvieron dispuestos a sacrificar una división tras la otra a fin de obedecer los programas exigidos por un tirano sicótico. Sin duda es verdad, pero eso no cambia el sacrificio o la inmensidad del número perdido en el frente oriental en la derrota del fascismo, o el hecho de que fue la Unión Soviética la que jugó un papel primordial en la derrota de Hitler.
No es la primera vez que la contribución de la Casa Blanca a estas conmemoraciones de la victoria sobre Hitler ha sido consentirse sórdidas travesuras políticas. En camino a un monumento al Día D, en 1988, Reagan se detuvo a saludar a los muertos en Bitburg, incluyendo a miembros de la SS de Hitler. Bush hijo está actuando ahora para las galerías bálticas y georgianas.
Roberta Manning, profesora de historia en Boston College, ha escrito un excelente comentario sobre esas payasadas:
«Para los rusos, bielorrusos, ucranianos y numerosos caucásicos y centro-asiáticos, así como para los judíos, la Guerra Mundial II fue un Holocausto, por la magnitud misma del sacrificio humano, calculado ahora en la antigua URSS en algo como 28 a 35 millones de muertos en la guerra. Si Israel puede llorar la pérdida de seis millones de personas sin que nadie les saque en cara los sufrimientos actuales de los palestinos, seguramente Rusia y los estados sucesores de la URSS tienen derecho a lo mismo.
«No existe un problema Putin. El problema es Bush, cuyos asesores terminaron por comprender que es más fácil dividir a la UE por el anti-rusismo que por Irak. Dividir a la UE por Rusia es esencial para la estrategia global de los ideólogos neoconservadores vueltos a nacer, cada vez más poderosos y cada vez más totalitarios del Partido Republicano, que se adhieren abiertamente a un evangelio estadounidense de dominación del mundo y de sus recursos en el Siglo XXI. Una UE unificada que desarrolla vínculos estrechos con una Rusia democrática constituiría un obstáculo poderoso para esos planes. El verdadero problema del mundo de hoy es cómo afrontar la decadencia de EE.UU. mientras confronta un liderazgo estadounidense ideológicamente motivado que viven en un mundo de fantasía y es incapaz de aceptar el crecimiento de China e India y muchos menos una genuina Unión Europea que ya no esté bajo su control político. Tenemos que recordar que Estados Unidos no criticó ni una sola vez la dictadura de Yeltsin.»
http://www.counterpunch.org/cockburn05072005.html