La presidencia chilena durante 2004 del Foro de Cooperación Asia-Pacífico (APEC) y el ciclo de reuniones previas realizadas en territorio nacional que debe concluir con la Cumbre de Líderes en Santiago el 20 y 21 noviembre próximos han sido definidos como el mayor evento político-diplomático organizado en el país. Los diálogos, simposios y otros encuentros […]
La presidencia chilena durante 2004 del Foro de Cooperación Asia-Pacífico (APEC) y el ciclo de reuniones previas realizadas en territorio nacional que debe concluir con la Cumbre de Líderes en Santiago el 20 y 21 noviembre próximos han sido definidos como el mayor evento político-diplomático organizado en el país. Los diálogos, simposios y otros encuentros de las decenas de comités y grupos de trabajo y las reuniones ministeriales culminarán con la cita de los jefes de Estado y de Gobierno de las 21 economías miembro. La organización del evento ha sido entendida como un respaldo político al ‘modelo’ de desarrollo chileno y asumida por el Gobierno como un medio para fortalecer los vínculos comerciales existentes.
La Cumbre será además una ocasión única para que Chile represente -replicando una estrategia diseñada ya desde el momento en que asumió un asiento temporal en el Consejo de Seguridad de las N.U.- las visiones y prioridades de América Latina. Vocería que en todo caso será disputada por el ‘liderazgo natural’ de Brasil, cuyo Presidente, Luis Ignacio Lula da Silva, participará invitado por el Consejo Consultivo Empresarial de APEC en las reuniones de éste el 19 y 20 de noviembre.
En paralelo a la Cumbre, tres grandes alianzas coordinadoras de movimientos sociales sin aparentes vinculaciones entre sí han preparado una diversidad de manifestaciones inéditas por la cantidad y diversidad de entidades que aglutinan: sindicatos, estudiantes, etnias, ONGs., ambientalistas, movimientos de consumidores, pobladores, entidades políticas extra-parlamentarias, clubes o ‘barras’ deportivas, laicos y religiosos católicos, medios de comunicación comunitarios y agrupaciones de artistas, de mujeres, pro-diversidad cultural, de promoción de los derechos de los niños o de los derechos humanos. Al menos una de ellas ha invitado además a destacados intelectuales extranjeros y a algunos líderes del movimiento internacional antiglobalización.
Las actividades anunciadas para los días previos y durante la Cumbre incluyen un rechazo -en unos casos más activo que en otros.- a un amplio abanico temático, desde la globalización y los Acuerdos de Libre Comercio, hasta una crítica al alineamiento chileno junto a la política exterior estadounidense, al modelo neoliberal y a la presencia del Presidente George W. Bush en el país.
Que hay bajo la superficie
Cubriendo toda esa diversidad temática subyace sin embargo una común percepción de exclusión y/o de insuficiente participación en las instancias del Gobierno responsables tanto del manejo económico como de los compromisos internacionales adoptados por el país. Esa crítica va asociada a una exigencia de mayor apertura gubernamental a las demandas de la sociedad civil -muy en consonancia con las que se extienden hoy por todo el globo- y a requerir de las autoridades una disposición al menos similar a la que éstas otorgan al empresariado. Lo nuevo es la articulación de un gran movimiento que intenta esbozar un discurso alternativo al predominante, algo inédito (salvo una fugaz iniciativa de meses cuando las elecciones presidenciales de 1994) en el período de transición democrática chilena.
Detrás de todo este escenario surge el ya viejo (aunque no superado) divorcio entre los sectores estatal y privado, o -mejor aún- entre las elites gobernantes y las bases sociales. Quien mejor resumió esta visión fue uno de los organizadores del Foro Social Chileno (FSCH), una de las tres coordinadoras creadas ad-hoc para expresar tal rechazo: ‘Ellos (los líderes de la APEC) estarán escondidos allá arriba, y el pueblo estará abajo. Ellos estarán discutiendo a puerta cerrada su modelo financiero; nosotros estaremos aquí, reflexionando y proponiendo de manera trasparente’. Tales ‘desencuentros’ serán el principal convidado de piedra presente en todas las marchas, talleres, seminarios y protestas preparadas para la semana de la Cumbre. Aunque su masividad sea menor a la esperada por sus convocantes, su sola diversidad será un costo político no menor para quienes han minimizado el creciente alejamiento entre el gobierno y la sociedad.
Histeria de (in)seguridad Son precisamente las expectativas generadas por estas convocatorias las que han alentado un cuasi-clima de histeria de (in))seguridad, sea por presiones externas o por designios propios. De tal clima bien da cuenta el episodio vivido por un funcionario de la Aduana chilena al atardecer de un día de mediados de setiembre. Ese día se posó en la losa del aeropuerto internacional de Santiago un avión sin señas de nacionalidad ni de organización, de cuyo interior bajaron 45 hombres y grandes cajas angostas y alargadas. Ante el pedido del primero exigiendo que unos y otras fueran identificados, rápidamente se le aproximó un par de personas exhibiendo credenciales que el empleado ni alcanzó a leer antes de que cajas y extranjeros subiesen a un bus y salieran raudas del terminal.
Pero ha habido múltiples otras señales, y más públicas. ‘Casi por pura casualidad’, en las semanas previas a la Cumbre los espacios centrales de noticias televisadas y grandes titulares en la prensa escrita han enlazado el recrudecimiento de la delincuencia y la violencia callejeras de Santiago con las medidas policiales adoptadas para proteger la seguridad de los mandatarios asistentes; el temor de no identificadas fuentes gubernamentales sobre la presencia de ‘terroristas internacionales’ o ‘la gama de movimientos populares organizados’ para repudiar a la Cumbre; la ‘posible responsabilidad de algunos de estos grupos’ (los convocantes de las manifestaciones) en la detonación o el aviso de bombas de ruido en un par de dependencias judiciales; la anunciada ‘mano dura’ gubernamental (aplicación de la Ley de Seguridad Interior del Estado) para quienes en adelante provoquen disturbios; las recomendaciones de conspicuos ‘analistas de inteligencia’ para que sedes diplomáticas y oficinas de empresas trasnacionales en Chile extremen sus medidas de seguridad e incluso ‘evalúen su capacidad de respuesta ante posibles ataques’; la confección de ‘listas negras’ de activistas con la asesoría de la Interpol y el FBI, y el apoyo de este último a los cuatro mil ‘policías chilenos y agentes extranjeros’ que conformarán el aparato de seguridad del Foro.
Simultáneamente, ha habido aisladas denuncias de intervención de computadores personales y presencia de sospechosos mensajes en los correos electrónicos de antiguos militantes de organizaciones de izquierda chilenos.
La ‘guinda de esta torta’ es la publicitada decisión de Bush de alojar las dos noches de la Cumbre en un portaviones estadounidense surto en la bahía de Valparaíso.
Los organizadores de las manifestaciones han denunciado la creación de una ‘red de temor’ tejida en torno a los movimientos políticos y sociales que pretenden protestar y el temor de que se repita en Chile la represión con que han sido ahogadas manifestaciones anti-globalizaciòn en otras ciudades del planeta. Acogiendo recomendaciones del más alto nivel político a ‘no negar el espacio para manifestarse y expresar su crítica’, el gobierno capitalino permitió una marcha del FSCH por la principal arteria de Santiago el día previo al inicio de la Cumbre de APEC.
Es una sana y prudente medida. Después de todo, tan variado aglutinamiento ciudadano no veía el país desde los tiempos del ‘No’ plebiscitado a fines de los años ’80. Pero esta variopinta reunión de una amplia base popular con buena parte de la intelectualidad y del medio cultural nacionales surge ya no para repudiar a un régimen dictatorial, sino que a un estado de cosas incubado bajo otro democrático -al que precisamente se le reprocha su escaso nivel de apertura. El que este movimiento se inicie en un período electoral es algo que no debiera pasar inadvertido a los estrategas de la alianza gobernante. Sobre todo cuando el concepto de ‘diversidad’ ha sido prácticamente reclamado como un patrimonio casi exclusivo suyo.