El pasado 28 de mayo representantes y presidentes de 25 países europeos se reunieron con sus homólogos de 33 países de Latinoamérica y el Caribe – hablaban por lo tanto por boca de más de mil millones de personas – en la tercera cumbre Unión Europea-América Latina y Caribe (ALCUE) que se celebró en la […]
El pasado 28 de mayo representantes y presidentes de 25 países europeos se reunieron con sus homólogos de 33 países de Latinoamérica y el Caribe – hablaban por lo tanto por boca de más de mil millones de personas – en la tercera cumbre Unión Europea-América Latina y Caribe (ALCUE) que se celebró en la ciudad de Guadalajara, México.
Mientras los movimientos sociales se mantienen como una fuerza a tener en cuenta a lo largo y ancho de Latinoamérica y las negociaciones con los Estados Unidos de Norteamérica sobre el Tratado de Libre Comercio entre EE.UU. y Centroamérica (CAFTA) y el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) avanzan a trompicones, los países europeos quieren asegurarse un trozo del pastel latinoamericano antes de que sea demasiado tarde.
Aunque no se ha firmado ningún acuerdo oficial sí que se pusieron sobre la mesa y fueron objeto de discusión un pacto de gran trascendencia entre la Unión Europea y el Mercosur y un acuerdo al estilo del CAFTA entre la primera y los países centroamericanos. Si bien no se alcanzaron pactos económicos oficiales, los 58 líderes sí que se pusieron de acuerdo, irónicamente, en pedir encarecidamente a los EE.UU. que permitiese una mayor participación de la O.N.U. en Iraq y «expresar su repulsa frente a las recientes evidencias de malos tratos a prisioneros en las cárceles iraquíes».
Fuera se habían congregado millares de personas. Más allá de los puntos de control de alta seguridad, de la vallas de 5 m de altura, de los innumerables policías antidisturbios, un mar de mexicanos se reunía para expresar su preocupación, su descontento y su cólera. Diez años después del NAFTA, un pueblo mexicano concienciado y movilizado ha experimentado en carne propia los crueles efectos de tales «pactos», y ha llenado las calles con un rechazo rotundo a esta cumbre que nadie ha pedido. Una marcha larga y pacífica reunió a viejos y jóvenes, gente de la ciudad y del campo de México, culminando en una caldeada protesta en el exterior de las instalaciones en las que se celebraba el evento.
Lenta e inexorablemente, la tensión y la animadversión empezaron a crecer a medida que se pasó de los comentarios sarcásticos y los insultos al lanzamiento de objetos. El enfrentamiento subió en intensidad resultando en el resoluto lanzamiento mutuo de piedras, ladrillos, botellas, trozos de cemento, señales de tráfico, vallas metálicas, etc. entre policía y manifestantes, volando en ambas direcciones por encima de los escudos de la policía. Pronto le siguieron el empleo de diferentes gases y aerosoles irritantes y la agresión de la policía en su intento de dispersar o capturar a la gente que se había congregado. Teniendo en cuenta la cantidad de policías vestidos de calle mezclados con la gente y que actuaba como agente provocador, es difícil decir quién empezó a agredir al otro. El violento «corre que te pillo» (versión completa del juego, con golpes de la policía una vez que te atrapaban) que siguió, se extendió por toda la ciudad y duró horas, engullendo a innumerables personas, tanto si habían participado en la manifestación como si no. Atacados
Mirando desde la recepción del hotel, donde habíamos estado esperando acontecimientos durante un par de horas, las calles parecían estar en calma. Al salir con mi amiga en busca de comida, un grupo de personas pasó a la carrera perseguidos por un grupo aún mayor de policías antidisturbios. La policía se me acercó. Sin vacilar, el grupo de más o menos 15 policías me tiró al suelo alternándose en una ola de violencia – un ataque desmesurado con botas de puntera de hierro, puños, bastones, toda clase de golpes en la cara, la cabeza, el cuello, la espalda y las piernas. Cuando me di cuenta que no tenían intención de parar intenté con todas mis fuerzas escaparme mientras me agarraban de la camisa, desgarrándola. Me pusieron una pistola en la cabeza, me lanzaron a través de la ventana del hotel y conseguí salvarme al final porque mi amiga se tiró en medio del grupo para sacarme de allí y los trabajadores del hotel empezaron a gritar.
Muchos sufrieron un destino parecido durante esa noche, atrapados por la máquina policial, cruel y arrogante, simplemente por encontrarse en el lugar equivocado en el momento equivocado, en medio de una caza de brujas que abarcaba a toda la ciudad.
La Cruz Roja se encontró con una mezcla superrealista de policías y «manifestantes» mezclados en las camas de la misma instalación.
Aquellos heridos que no vestían uniforme fueron llevados de las instalaciones de la Cruz Roja a los sótanos de una comisaría de policía. Bajando por la oscura rampa a la zona de retención, el ambiente era sombrío y el aire cargado entre las 70 personas allí detenidas, en su mayoría de nacionalidad mexicana, sentadas en las baldosas duras y frías. Sólo algunos parecían no haber sufrido daño alguno, la mayoría mostraba sin embargo algún tipo de herida: vendas ensangrentadas en la cabeza, frentes suturadas, moratones en las costillas, arañazos y cortes en las caras.
En el transcurso de las 12 horas siguientes pude oír testimonios y presenciar personalmente casos de infracción de los derechos humanos, «malos tratos», o «tortura», dependiendo a quién se le preguntase. Yo pude ver cómo le golpeaban la cabeza contra la pared a la gente, presencié interrogatorios con tácticas de intimidación empleando el contacto físico así como amenazas constantes de usar la violencia, golpes arbitrarios en el cuello o en la cabeza, extraños ejercicios («mantén esto sobre tu cabeza durante X tiempo, si no te golpearé»), patadas arbitrarias, etc. Se negaban las necesidades básicas – agua, el uso de los servicios, o incluso dejarnos tirados en el suelo durante toda la noche – , excepto cuando les daba la gana permitírnoslo, pero nunca cuando lo necesitábamos.
También sucedieron muchas cosas fuera de la vista del público. Antes de incorporarse al resto, se separaba a las mujeres y se las obligaba a desnudarse y a hacer ejercicios, bajo la excusa de hacer registros concienzudos. Y cuando se le permitía a alguien ir al servicio se producían vejaciones ocasionales como ocurría con aquellos que volvían inclinados, doblándose, incluido un estudiante alto y delgado al que le obligaron a orinarse encima. A algunos los encerraron tras las rejas de la comisaría; de ellos supe después que fueron golpeados por la policía con mucha más dureza, en algunos casos para obligarlos a firmar confesiones de culpabilidad por cosas que supuestamente habían hecho durante la manifestación.
En un momento dado, los 8 extranjeros que estaban mezclados con el resto del grupo fueron separados. Empezamos a compartir nuestras experiencias. Juan Francisco y Silvia, de España, habían sido detenidos a la salida de un restaurante dos horas después de que hubiesen terminado las protestas en las calles. Roxana, de Australia, lo fue en la confusión que siguió a las protestas, capturada en la calle y amenazada de muerte. Mateo, de Italia, vive (¿vivía?) en Guadalajara y estaba bajando del autobús en otra parte de la ciudad, de camino a la casa de su novia. Laloue, de Canadá, había estado viviendo un año con su novio. Su cabeza estaba cubierta de vendajes manchados de sangre.
Después de pasar varios días en un centro de detención para emigrantes junto con al menos un millar de centroamericanos, fuimos finalmente deportados a la semana siguiente, cada uno de nosotros 8 a su país respectivo (Australia, Canadá, 4 provenientes de España, y los EE.UU.) El gobierno mexicano sabía que habíamos visto y experimentado en carne propia demasiadas cosas, y que podíamos suponerle un buen dolor de cabeza, especialmente si nos proponíamos hacer ruido. Y ese era exactamente el plan que habíamos comenzado a llevar a cabo cuando nos llevaron gritando y pataleando al aeropuerto de México City, una hora o dos después de poder haber visto por primera vez a nuestros abogados. Lecciones que hemos aprendido
Diez años después del NAFTA hay multitud de señales que indican que el programa neoliberal de relaciones comerciales está fallando. Miles de esas razones llenaron las calles de Guadalajara, México, el 28 de mayo, cuando un amplio sector de la sociedad mexicana de diversa extracción, jóvenes y viejos, urbana y rural, norte y sur, se reunió para rechazar estos «acuerdos» unilaterales.
Sin embargo, mientras la economía de la globalización y el capital internacional continúan imponiendo sus intereses, la desesperación al defender tales cosas se vuelve cada vez más obvia en todas y cada una de las masivas movilizaciones. Nos cuentan de los muy cacareados beneficios y de los avances de la integración que traen libertad, trabajo y bienes de consumo baratos. Y sin embargo se necesita el empleo de tácticas sucias de violencia apoyada por el gobierno para siquiera reunirse y hablar de tales cosas. A medida que las dimensiones de la resistencia crecen, así crece también la necesidad de una repuesta militarizada para defender aquello que no ha sido solicitado.
Los ejemplos se encuentran por doquier: aumento de las tropas en Irak, el Plan Colombia, la financiación de Israel por parte de los EE.UU. En el movimiento contra la globalización neoliberal se ha constatado claramente el aumento de la presencia policial en las principales manifestaciones. En esta región las ciudades de Cancún, Miami y Sea Island Georgia han visto cómo miles de policías venían para proteger la capital internacional. Guadalajara no ha sido una excepción.
Thomas Friedman lo ha expresado de una forma sucinta y precisa, «La mano oculta del mercado no puede actuar sin un puño oculto – McDonald’s no puede prosperar sin McDonnell Douglas, la constructora de los F-15»
La otra enseñanza que me llevo de la experiencia de Guadalajara es una lección sobre lo que un amigo llama la «ternura de la solidaridad». La respuesta de la opinión pública a las detenciones ilegales y las palizas fue asombrosa. Momentos después de que se produjesen las detenciones la presión comenzó a crecer a nivel local, nacional e internacional. Esto significó la deportación de aquellos extranjeros que le hubiesen podido causar un dolor de cabeza al gobierno mexicano.
Precisamente la solidaridad y la presión internacional son las que han de mantenerse. En el momento en que este artículo se está escribiendo, aún se encuentran encerrados docenas de mexicanos. La mayoría han sido sometidos a una gran presión y a golpes durante su encarcelamiento y siguen siendo retenidos sin que se hayan formulado cargos. Y todo el mundo lo sabe. La prensa mexicana ha dado una extensa cobertura a estos acontecimientos, el parlamento mexicano ha ordenado que se abra una investigación y estudiantes, movimientos sociales, sindicatos, ONGs, abogados y un grupo enorme de personas se están ocupando del asunto con intensidad. Si la presión internacional aumenta, esto ayudará a que se haga justicia – y estoy seguro de que hay una embajada mexicana o una oficina consular cerca de ti.
* Patrick Leet es educador y analista de Witness for Peace (www.witnessforpeace.org) en Cuba, informando a los ciudadanos de los EE.UU. sobre temas relacionados con la política exterior de los EE.UU. en Latinoamérica.
Título original: Due process in Guadalajara
Origen: ZNet, 17 de junio de 2004
Traducido por Fernando Lasarte y revisado por Alfred Sola