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Revolución y contrarrevoluciones en la República Popular de China

Fuentes: Europe Solidaire

Con la proclamación de la República Popular China, el 1 de octubre de 1949, el Partido Comunista Chino (PCC) se encontró a la cabeza de un país de un tamaño tres veces superior a Europa Occidental, con unos 500 millones de habitantes. La situación interna era favorable al régimen. La situación internacional parecía más indecisa. […]

Con la proclamación de la República Popular China, el 1 de octubre de 1949, el Partido Comunista Chino (PCC) se encontró a la cabeza de un país de un tamaño tres veces superior a Europa Occidental, con unos 500 millones de habitantes. La situación interna era favorable al régimen. La situación internacional parecía más indecisa. En diciembre de 1949, Mao Zedong visita Moscú para reunirse con Stalin. La URSS fue el primer país en reconocer la República Popular, pero sin embargo no derogó el antiguo tratado de amistad chino-soviético, firmado con Chiang Kai-Shek. Durante tres semanas, los dos jefes de Estado jugaron al gato y al ratón. El nuevo tratado finalmente se rubricó el 14 de febrero de 1950.

La desconfianza seguía siendo la regla entre las direcciones soviética y china. Mao ha señalado todo lo que Stalin despreciaba su experiencia («Pensaba que nuestra revolución era artificial», dijo) y no quería comprometerse demasiado pronto al lado de los chinos en el caso en que fueran atacados por Estados Unidos. Sin embargo, correspondió a Pekín ir indirectamente en socorro de Moscú.

La guerra de Corea estalló en junio de 1950. Viene bastante mal para los dirigentes chinos que deseaban dar la prioridad a la consolidación del régimen, al relanzamiento de la economía, a la reconquista de Taiwan. El Buró Político duda. Pero se toma la decisión cuando las tropas de EE UU se acercan a la frontera norte: la contraofensiva china es dirigida por Peng Dehuai. Tras más de cuatro meses de mortíferos combates, la línea del frente se estabiliza alrededor del paralelo 38. Hay aún que esperar al 27 de julio de 1953 para que se firme el armisticio. Las pérdidas chinas se elevan a 800.000 muertos o heridos.

La sombra de la guerra de Corea domina todo el período que sigue a 1949. Los Estados Unidos construyen un cinturón de seguridad alrededor de China, con importantes bases militares en Corea del Sur, en Japón (Okinawa), en las Filipinas, en Tailandia y en Vietnam del Sur. Para las Naciones Unidas bajo hegemonía estadounidense, no hay más que una sola China: la del Kuomintang replegado en Taiwan.

Frente al imperialismo, China se adosa al bloque soviético. Pero las semillas del conflicto chino-soviético de los años 1960 están sembradas. En lo inmediato, la guerra de Corea tiene por efecto desorganizar la instalación del nuevo régimen y endurecer su política.

El gran cambio social: 1949-1953

En China, la guerra de Corea suscita inmensas manifestaciones antiimperialistas. En este contexto, la campaña para liquidar a los contrarrevolucionarios toma un giro particularmente violento. En un período de seis meses, 710.000 personas son ejecutadas (o empujadas al suicidio) por sus lazos más o menos estrechos con el Kuomintang. Probablemente más de un millón y medio de personas son internadas en campos de «reforma por el trabajo».

Propietarios de la tierra y notables rurales. La generalización de la reforma agraria toma también un giro violento. Los campesinos pobres recuerdan la arrogancia, el desprecio, la avaricia y la inhumanidad hacia ellos de los grandes propietarios. ¿Cómo olvidar la forma en que los posesores provocaron hambrunas mortales especulando con los cereales? ¿Y a los militantes de las asociaciones campesinas sumariamente torturados y asesinados? ¿Y a los niños o adolescentes de los que los señores de la tierra tomaban libremente posesión? Incluso si las relaciones sociales no eran en todas partes tan brutales, en su conjunto la dominación del propietario sobre el campesino fue sin piedad. La hora del ajuste histórico de cuentas llegó.

Para tener en cuenta la complejidad de las estratificaciones rurales y una gran variedad de situaciones geográficas, el PCC clasifica las familias del campo en cinco categorías, desde sin tierra hasta grandes propietarios latifundistas. Allí donde las divisiones de clase están poco desarrolladas -y donde nadie es realmente rico-, las tensiones sociales no dejan de ser por ello menos vivas: debido a la extrema pobreza, toda desigualdad se siente vivamente. El Partido Comunista toma por primeros objetivos a los notable y las redes de poder de clan. A veces, la represión golpea a los campesinos medios o incluso a campesinos pobres.

En otros lugares, las divisiones de clase están mucho más marcadas, habiendo dado nacimiento a la gentry [propietarios de la tierra]. El Partido Comunista organiza e impulsa la celebración de reuniones de masas contra los propietarios, a riesgo de «excesos», según sus propios términos. Pero la cólera colectiva de los campesinos pobres no es fingida. La violencia revolucionaria en los campos es social, mucho más que policial. Abre el camino a un verdadero cambio de poder. A finales de 1950, la clase que había regentado durante siglos el mundo rural ha dejado de existir, al menos como capa social coherente.

Burguesía urbana. En los centros urbanos los antagonismos sociales, aunque profundos, son menos agudos que en el mundo rural. El aparato del PC, salido de la guerra popular rural, en 1949 es incapaz de asegurar el relanzamiento de la industrialización. En el marco de la «Nueva Democracia», intenta conciliarse a los empresarios privados. Pero en 1952, la burguesía se siente suficientemente fuerte para retomar la iniciativa a golpe de sabotajes o bloqueando la puesta en marcha de las políticas gubernamentales. La lucha de clases retoma sus derechos. El 6 de junio de 1952, Mao Zedong anuncia que los empresarios se convierten en el objetivo del combate político.

En las ciudades, la refundición social toma la forma de tres campañas. Las dos primeras tienen por objeto el hampa y las clases capitalistas, las élites burguesas: los «tres anti» (contra la corrupción, el despilfarro y la burocracia) luego los «cinco anti» (contra la corrupción, la evasión fiscal, el fraude, la desviación de fondos y la huída de los secretos de estado). No se trata de operaciones de policía clásicas. La población está invitada a hacer ella misma las tareas: los trabajadores denuncian a sus patronos, los cuadros se denuncian unos a otros, las esposas denuncian a sus maridos y los niños a sus padres. La represión psicológica es tan fuerte que la mayoría de las pérdidas humanas se produce por suicidios más que por ejecuciones.

La mayoría de los grandes comerciantes y empresarios se repliegan a Hong Kong, transfiriendo allí su herramienta de producción, o parten al extranjero. Sin embargo, un cierto número de grandes capitalistas se quedan en la República Popular donde disfrutarán a veces de una situación individual favorable. La actividad de los micro-empresarios (artesanos, mercaderes ambulantes…) es a la vez reprimida y tolerada.

Los capitalistas chinos no fueron físicamente liquidados y algunos colaboraron en su propia desaparición social. Pero la burguesía (comerciante e industrial) ha dejado de existir como clase coherente, dominante del sector moderno de la economía. Siete años después de la victoria, en 1956, la nacionalización de las industrias y del comercio sancionó su desaparición como fuerza autónoma. Al haberse desintegrado de forma precoz la estructura de poder del Kuomintang, tanto en los centros urbanos como en el campo, el orden antiguo es desenraizado.

Intelectuales. La tercera campaña -de reforma del pensamiento- apunta sobre todo a los intelectuales de las ciudades, particularmente a los formados en Occidente. Atacando al «individualismo, el elitismo, la indiferencia a la política y el proamericanismo», es llevada a cabo por medio de autocríticas sucesivas en pequeños grupos de discusión, combinado con la represión policial. Los intelectuales se encuentran firmemente encuadrados por el PC a fin de no constituir una élite social concurrente con el aparato de cuadros.

El «criterio de clase». El «origen de clase» se convierte en un criterio importante para acceder a la educación, a puestos políticos, a empleos solicitados. Esto no deja de tener efectos perversos, al convertirse los hijos de familias ricas, o «clasificados» como tales, en los «responsables» eternos de lo que eran sus padres antes de 1949. Pero el derrocamiento simbólico de las jerarquías sociales tiene un alcance ideológico muy radical.

Además, no se trata sólo de símbolos: paralelamente a la desintegración de las antiguas clases dominantes, el estatus de las clases dominadas se modifica sustancialmente y se desarrollan nuevas capas sociales.

Campesinado. El importante papel de los campesinos no es exclusivo de la revolución china: ya había ocurrido en Rusia. Pero el PCC maoizado se convirtió en la principal fuerza política en organizar al campesinado, mientras que en Rusia la influencia de los socialistas revolucionarios, de corrientes anarquistas o sencillamente de las élites campesinas locales había sido mucho más importante que la de los comunistas. Esto es lo que permitió al partido chino actuar desde los años 1930 desde el interior de los pueblos, y ahí es donde residía la novedad.

Una de las dos primeras grandes reformas adoptadas por el nuevo régimen, en junio de 1950, fue la Ley Agraria: generaliza al conjunto del país la redistribución de las tierras. Tras la conquista del poder, el PC se cuida de imponer una colectivización forzosa al estilo estalinista. Comienza por la puesta en pie de un «equipo de ayuda mutua» que prepara la creación de cooperativas de nivel «inferior» y de talla relativamente modesta. Este planteamiento, que no deja de recordar el que Lenin había retrospectivamente contemplado en uno de sus últimos escritos que constituyen su «testamento» crítico y autocrítico («De la cooperación», 4/1/1923) -permite consolidar el nuevo estatuto del campesinado pobre a la vez que ofrece más en general al campesinado un futuro en la revolución (en lugar de exigir que se transforme en obrero agrícola que trabaja en las granjas del estado). Pero, para bloquear todo éxodo rural, los campesinos no tienen derecho a cambiar sin autorización de lugar de residencia.

Clase obrera. Con la política de industrialización rápida emprendida por el régimen, el peso de la clase obrera se reforzó considerablemente: de tres millones antes de 1949 a quince millones en 1952 y cerca de setenta millones en 1978. Nace un nuevo sector industrial, dirigido esta vez por el Estado, y con él, una nueva clase obrera con un estatus radicalmente diferente del que había prevalecido antes de 1949.

Sólo los trabajadores urbanos disfrutan de un nuevo estatus administrativo «de obrero y empleado». La debilidad de los salarios está compensada por ventajas sociales: alojamiento, cartillas de alimentación, financiación de los estudios de los niños, servicio de salud, almacenes de compra, jubilación… Una vez adquirido, el empleo se convierte en un derecho garantizado de por vida. Cada trabajador está asignado a una empresa y a una unidad de trabajo como, en otros países, los funcionarios están asignados a un puesto. Un obrero que llega a la edad de jubilación puede frecuentemente transmitir su estatus a un miembro de su familia. Disfrutando de importantes privilegios en relación al resto de la población (sin tener en cuenta los cuadros), la clase obrera ha proporcionado durante mucho tiempo una base social sólida al régimen.

Mujeres. Los medios progresistas chinos de los años 20 tenían la costumbre de denunciar conjuntamente «la opresión feudal» y la «opresión patriarcal». La emancipación de las mujeres y la crítica del conservadurismo confuciano eran consideradas como dimensiones esenciales de la modernización del país. El desarrollo de las organizaciones femeninas había sido importante durante las guerras nacionales y civiles. Tanto, que la Federación Democrática de Mujeres, dirigida por el PCC, comprendía 20 millones de miembros en 1949 y 76 millones en 1956. Pero en 1957, no hay más que el 10% de mujeres en el PCC.

En 1950, la Ley sobre el Matrimonio es la primera en ser promulgada por la joven República Popular. Esta nueva legislación asegura la libre elección de pareja, la monogamia, los derechos iguales para los dos sexos y la protección (de forma al menos teórica, pero a menudo bastante concretamente) de los intereses legales de las mujeres y de los niños. Se oponen a los tradicionales matrimonios arreglados y permite el divorcio administrativo por consentimiento mutuo. Gracias a las medidas de reforma agraria, las mujeres acceden también a la propiedad de la tierra.

Cuadros y burocracia. Son puestos en pie dos sistemas de poder paralelos: la Administración y el Partido Comunista. Los cuadros han salido del combate revolucionario. Aquellos cuya familia era en su origen acomodada sacrificaron riqueza y estatus social para realizarlo. No son privilegiados igual que las antiguas clases dominantes. Sin embargo, disfrutan ya de privilegios, aunque sean modestos, y sobre todo de un monopolio casi absoluto del poder político -sólo casi, puesto que deben negociar localmente con las exigencias de los obreros o de los campesinos que defienden sus intereses utilizando su fuerza de inercia, resistencias veladas o penetrando subrepticiamente los nuevos aparatos de poder.

Desde antes de la victoria, los cuadros constituyeron una fina «burocracia de guerra» en las regiones liberadas. Después de 1949, el aparato político-administrativo se amplía considerablemente con la reconstrucción de un Estado a escala nacional, y luego con el desarrollo de un amplio sector económico público. Esta nueva capa social ocupa un lugar inédito en la sociedad china, incluso si sustituye a la antigua burocracia militar y civil del Kuomintang y puede alimentar su legitimidad de la memoria del mandarinato del Antiguo Régimen. Toma rápidamente consistencia, dando nacimiento a una élite dirigente.

El Ejército. El Ejército juega un papel esencial. Armazón de la lucha revolucionaria, es la única institución que ha resistido todas las crisis, incluso la «Revolución Cultural». Sin embargo, ha quedado hasta el fin subordinada a las instancias de dirección política: si «el poder está en la punta del fusil», es siempre «el partido el que dirige los fusiles», por retomar las fórmulas de Mao Zedong. Este papel, a la vez central y subordinado del ejército es característico de la revolución maoísta.

El Partido Comunista. El Partido Comunista chino es la columna vertebral del nuevo régimen. Cuenta en 1949 con 4.500.000 miembros. Mao Zedong es a la vez presidente de la nueva República, presidente del partido y presidente de su comisión militar. Otros dirigentes nacionales juegan un papel importante como Liu Shaoqui, Chen Yun o Zou Enlai.

La evolución del PCC constituye un elemento esencial en la comprensión de la trayectoria de las revoluciones chinas. Numerosos autores, generalmente inclinados a la derecha, se contentan con invocar aquí su carácter «totalitario», como si la simple invocación del «totalitarismo» sirviera como explicación histórica. Para otros, de izquierda esta vez, el aparato del partido no sería sino el embrión de la burocracia que no sería -y ya desde el nacimiento del régimen- más que el embrión de la nueva clase dominante (o de la «casta» que la sustituye).

Sin embargo, en el momento de la victoria, el Partido Comunista Chino mantiene relaciones contradictorias con la sociedad; está él mismo atravesado por vivas contradicciones.

Al comienzo de los años 1950, el PCC es aún «el partido de la revolución»: ha tejido lazos estrechos con importantes sectores de las masas populares, ha reclutado sus miembros y formado sus cuadros en el fuego del combate, tiene por «mandato» la modernización del país y la realización de las aspiraciones igualitarias… Al mismo tiempo, el PCC es también el «partido de la nueva élite» que ejerce el poder político y aumenta progresivamente sus privilegios sociales. Esta «tensión interna» entre «partido de la revolución» y «partido de la burocracia en constitución» no es la única que atraviesa el nuevo régimen. Pero da luz sobre las crisis sucesivas que estallan desde mediados de los años cincuenta hasta finales de los años sesenta.

Esta sucesión de crisis permite localizar algunos temas políticos recurrentes, como la independencia de los movimientos sindicales o sociales, las relaciones entre legalidad y democracia socialistas, la pluralidad política en la revolución y el pluralismo de las sociedades llamadas de «transición».

La ruptura de las Cien Flores

El PCC debatió sobre la independencia de los sindicatos y otros movimientos de masas. Pero reafirmó la dirección del partido sin reconocerles autonomía política. Estas organizaciones no deben solo ayudar a la aplicación de las medidas dictadas por el PC. Gracias a su real enraizamiento social, se supone que hacen conocer a los gobernantes el estado de espíritu de la población. Pero esta concepción del cuadro «a la escucha de las masas», de una correa de transmisión de doble sentido, no funciona, al menos en tiempo de paz.

En 1954-1955, aparecen fuertes tensiones entre numerosos intelectuales y el Partido comunista que responde con la represión. La dirección del PCC observa con inquietud las crisis que golpean en 1953-1956 a los estados de Europa del Este (Hungría, Polonia,…). Se plantea muchas preguntas sobre las implicaciones de la muerte de Stalin y del informe Kruschev al XX Congreso del PC de la URSS. En 1957, Mao denuncia en un mismo discurso las supervivencias de la ideología burguesa y el peso del «estilo de trabajo burocrático» que ponen trabas al «desarrollo socialista». Para mejor hacer presión sobre el aparato, decide una liberalización política y cultural lanzando la consigna «que florezcan cien flores y que cien escuelas rivalicen». ¡No había previsto hasta qué punto iba ser tomado al pie de la letra!

En mayo-junio de 1957, el PCC se convierte en el objetivo de una marea de críticas que ponen en causa la calidad del reclutamiento de sus miembros (son entonces más de 10 millones), los privilegios de los que gozan sus cuadros y los abusos de los que son culpables, el autoritarismo de sus organismos. Los estudiantes toman rápidamente el relevo a los intelectuales, denunciando el dogmatismo de la enseñanza y exigiendo el respeto de los derechos constitucionales: libertad de palabra y de expresión. Existe el riesgo de contagio social: estallan huelgas reivindicativas en algunas empresas, enmarcadas por los sindicatos, y un número significativo de campesinos abandonan las cooperativas. En respuesta a este remolino reivindicativo, el Periódico del Pueblo denuncia a las «flores venenosas y las malas hierbas». En Wuhan, la milicia obrera interviene brutalmente para restablecer el orden tras dos días de casi motín.

El aborto de las Cien Flores tiene pesadas consecuencias a pesar del abanico limitado de los medios sociales directamente implicados en los acontecimientos. La represión corta al partido de un sector importante de los intelectuales y de los estudiantes. Muchos de los asuntos políticos en juego concernían de hecho al conjunto de la sociedad. Así el principal dirigente en cuanto a cargo (no forzosamente de hecho) de la Federación de los sindicatos, Lai Ruoyu, planteó una vez más la cuestión de la independencia sindical; en vano. Al ser eludida la cuestión de la legalidad socialista, el reconocimiento de los derechos cívicos no es siempre más que un asunto de oportunidad política.

Las Cien Flores planteaban en el fondo la cuestión de la naturaleza y de la funcionalidad de la democracia en una sociedad de transición. Era también la ocasión de romper con una tradición fuertemente anclada en la historia china: la resolución de los conflictos en la violencia. Se ha podido comparar la amplitud de las violencias bajo el antiguo régimen imperial a las de las guerras de religión europeas y sus masacres de masas: la mayor revuelta campesina del siglo XIX (la de los Taiping en 1851-1864) y su represión feroz habrían así hecho unos veinte millones de víctimas.

La colectivización acelerada y el Gran Salto adelante

Apenas terminaba el movimiento de las Cien Flores, maduraba ya otra crisis, de una amplitud mucho más grande.

Nuevas tensiones sociales comienzan a manifestarse en 1956-57. En su conjunto, el régimen realiza progresos innegables y los movimientos de protesta permanecen localizados, pero constituyen señales de alerta. A falta de experiencia, el PCC comenzó por copiar el modelo de industrialización pesada de la URSS estalinista. Le era necesario entonces definir una «vía china» mejor adaptada al peso masivo del campesinado y a la densidad demográfica del país.

La orientación económica entonces elaborada intentaba responder a verdaderas necesidades. So pena de dejar constituirse inmensas megalópolis, había que evitar el modelo europeo de urbanización y de industrialización alimentadas por el éxodo rural. Sin embargo, a pesar de los controles severos, se inicia espontáneamente un proceso de éxodo rural hasta el punto de provocar conflictos entre emigrantes rurales convertidos en trabajadores precarios y obreros urbanos con un estatus reconocido. La creación de cooperativas de gran tamaño, el compromiso de los grandes trabajos, la implantación de infraestructuras y de servicios en el campo, de industrias en las pequeñas ciudades y pueblos, deben permitir asegurar un «desarrollo en el lugar».

Se emprende una refundación social. Para facilitar la contratación de las mujeres se crean numerosas cantinas en las cooperativas y son accesibles a toda la familia, así como guarderías y jardines de infancia. Si se creen los temas ideológicos entonces propagados, China debería convertirse en una amplia federación de localidades, ampliamente descentralizadas y autosuficientes, pero vertebradas por el poderoso aparato del PCC y de sus organizaciones de masas.

Problema mayor: la dirección del PCC asigna a esta nueva orientación objetivos desmesurados: «Superar a Gran Bretaña en 15 años», según la fórmula de Mao. El régimen recurre a los métodos de movilización que habían tenido éxito en tiempos de guerra. La política del Gran Salto adelante impone ritmos insostenibles. No deja tiempo para coordinar y planificar las medidas económicas. Tras primeros éxitos, viene el caos. La producción microindustrial (hierro, acero, herramientas…) se revela de mala calidad. Las cosechas y los transportes están desorganizados. En 1959-1961, diversas regiones del país son golpeadas por la escasez y hambrunas mortíferas, agravadas por una sucesión de catástrofes naturales. Un balance trágico: quizá veinte millones de personas encuentran la muerte debido a las consecuencias del Gran Salto.

La dirección del PC no supo reaccionar ante el desastre, ciega a la evolución de la situación por la ausencia de organizaciones de masas independientes y de instituciones políticas democráticas. Las tensiones entre el Partido Comunista y el campesinado alcanzan entonces un punto de ruptura y se producen levantamientos en algunos lugares. Tardíamente, son tomadas medidas de apaciguamiento. En 1961-1962, se vuelve a una concepción más modesta de las cooperativas que deja lugar a las producciones familiares y a mercados libres rurales. Se pone el acento en el desarrollo de la industria ligera susceptible de ayudar a la agricultura más que en la industria pesada.

Al comienzo de los años 1960, la autoridad de Mao en el partido y la autoridad del partido en la sociedad están ambas disminuidas. Además, el conflicto chino-soviético se agrava a partir de 1958. Moscú retira del país sus expertos, luego se pone de acuerdo con Londres y Washington para firmar un tratado sobre los ensayos nucleares que excluye a China. A los ojos de la dirección maoísta, la URSS se está convirtiendo en el «enemigo principal» ocupando el lugar de los Estados Unidos.

La «Revolución cultural»

Los conflictos políticos en el seno de la dirección desbordan entonces el marco del partido. En 1965, la confrontación se hace pública en el frente cultural -de ahí el nombre de «Gran Revolución Cultural Proletaria» (GRCP). Todas las fracciones comienzan a iniciar movilizaciones de masas para reforzar su postura, abriendo la caja de Pandora. Las contradicciones sociales estallan a la luz del día, dando lugar a una crisis explosiva que hace literalmente estallar en mil pedazos una buena parte del aparato del Estado.

A pesar de los fracasos, el país conoció un real desarrollo económico y progresos sociales. Pero la revolución maoísta suscitó aspiraciones igualitarias radicales. Sin embargo, las desigualdades entre localidades, entre ciudad y el campo, entre sectores sociales siguen siendo importantes. Numerosos estudiantes no encuentran un empleo que se corresponda con sus diplomas. Una nueva generación entra en actividad. Hay conflictos que oponen a campesinos más pobres a los más ricos o, en las ciudades, a obreros con empleo protegido con trabajadores precarios. Los privilegios y el poder de los cuadros, el autoritarismo de la burocracia, son denunciados. Estas contradicciones se manifiestan en la calle con una amplitud sin precedentes desde 1949.

El medio estudiantil entra en ebullición a mediados de 1966. Numerosos grupos atacan a todas las figuras de autoridad: profesores e intelectuales juzgados de «revisionistas», antiguos burgueses y responsables locales del partido. Los «rebeldes» se vuelven contra el partido mismo. Algunos llaman a la «gran democracia» y a la «libertad». En agosto, Mao Zedong se aprovecha de ello para lanzar la consigna de «Bombardead los Estados mayores» -una declaración de guerra contra Liu Shaoqi. Propulsa los guardias rojos y los comités revolucionarios pero desea canalizar el movimiento en las ciudades a fin de servirse de él como de un ariete para reconquistar la preeminencia en el seno del aparato y reorientar su política en el espíritu del «Gran Salto».

Altos dirigentes del partido son echados como pasto para los guardias rojos. El movimiento se extiende a la clase obrera. En diciembre de 1966-enero 1967, la metrópoli industrial de Shanghai es el teatro de violentos enfrentamientos y de una huelga general espontánea: es la «comuna de Shanghai». Los disturbios se extienden al campo. El PCC y la administración se desagregan. La dirección del partido se divide violentamente. Hay verdaderas guerras civiles locales. Pero la rebelión está hundida ella también en la mayor confusión: la «Revolución Cultural» en tanto que aspiración democrática y social da vueltas sobre si misma, sin brújula, minada por la hiperviolencia fraccional. En medio de la confusión, algunos grupos formulan aún proposiciones radicales como el que, en Hunan, denuncia la traición de Mao y plantea un sistema generalizado de «comunas» democráticamente elegidas, para prohibir el renacimiento de una «nueva clase de capitalistas rojos». Mao Zedong en efecto se ha colocado sin ambigüedades en el campo de la vuelta al orden autoritario.

A ojos de los dirigentes del PCC, incluyendo todas las tendencias, se hace urgente reconstruir el partido y la administración apoyándose, para ello, en el Ejército, única institución que ha guardado coherencia.

La reconstrucción de un orden burocrático

A partir de septiembre de 1968, los antiguos estudiantes guardias rojas son enviados a reeducación por el trabajo en el campo. En las fábricas, aún prosiguen resistencias, pero no se trata ya más que de combates de retaguardia.

Durante meses, los «rebeldes» de la «Revolución Cultural» han vivido la experiencia embriagadora de una rara libertad de acción, viajando a través de toda China para propagar el llamamiento a la revuelta. Ciertamente, se han hecho también manipular por las diferentes fracciones del PCC (y por Mao en particular). Se han comprometido en violencias ciegas y guardan el recuerdo traumatizante de actos irreparables cometidos contra personas ancianas, entre ellas numerosos veteranos de la lucha revolucionaria, acusadas de ser «revisionistas», golpeados, a veces torturados, obligados a humillantes autocríticas. Pero han adquirido un espíritu de independencia, aspiraciones radicales, experiencia política. Si muchos antiguos guardas rojos se retiran de todo activismo, algunos estarán, diez años más tarde, en el origen del movimiento democrático de 1978.

A la salida de los años 1966-1968, el PCC está en ruinas. Ocho de los once miembros del Buró Político están en prisión o en reeducación. Nueve de diez responsables de los grandes servicios del Comité Central están apartados de sus cargos. Ocurre así de arriba a abajo del partido. En numerosos lugares, no funciona ya ninguna estructura del PC. Hacen falta varios años para reconstruir el partido a escala nacional.

Un nuevo conflicto opone a Mao Zedong y Lin Biao que muere en septiembre de 1971 cuando, se dice, huye en avión hacia la URSS. Más de cien generales son cesados. A comienzo de los años 1970, una gran parte de los dirigentes históricos de la revolución china están apartados: Liu Shaoqi (muerto exiliado en 1969), Peng Dehuai, Lin Biao, Deng Xiaoping… Está libre el camino para el acceso al poder del «Grupo de Shanghai», también llamado por sus adversarios la «Banda de los Cuatro» que comprende a Jiang Qing, la última esposa de Mao.

En el trasfondo, el proceso de normalización de las relaciones chino-americanas, espectacularmente emprendido con la visita de Nixon a Pekín de 1971 (¡en plena escalada militar en Vietnam!) no es duraderamente puesto en cuestión. La contrarrevolución burocrática ha acabado por romper el dinamismo social heredado de 1949.

Retrospectiva: presiones históricas y «posibles» no realizados

En veinte años, a lo largo de sucesivas crisis, las relaciones mantenidas por el PCC con la población se han transformado cualitativamente. El amordazamiento de las Cien Flores cortó al partido de un ala importante de la intelligentsia. En numerosas regiones, el fracaso del Gran Salto distendió o modificó sus lazos con el campesinado, a la vez que fracturaba de forma duradera el aparato. La represión masiva que siguió al giro de Mao durante la Revolución Cultural rompió la identificación de los sectores radicales de los estudiantes y (lo que es nuevo) de la clase obrera con la fracción maoísta. A comienzos de los años setenta, puede decirse que no queda más que el «partido de la burocracia», ahora bien cristalizada. En veinte años, la «contradicción interna» al régimen se ha reabsorbido a costa de las clases populares y en favor del orden burocrático.

Es tentador juzgar retrospectivamente que todo está escrito de antemano y que la postración totalitaria de la revolución china era inevitable. El nuevo régimen tomó forma en efecto bajo la influencia de poderosas presiones históricas tanto nacionales como internacionales. Resulta sin embargo necesario plantearse la cuestión retrospectiva de los «posibles alternativos».

La victoria de una revolución aparece siempre como improbable. ¿Qué espíritu sensato habría dado una oportunidad a la revolución rusa en 1915; o a la revolución china en 1936; o a la revolución cubana en 1953; o a la revolución vietnamita en 1946 frente a la reconquista francesa, o también en 1965, frente a la potencia económico-militar de los Estados Unidos? Y sin embargo, triunfaron, al menos temporalmente, y la situación mundial fue por ello más de una vez profundamente modificada.

Lo propio de la lucha revolucionaria es hacer posible (pero no seguro, ni mucho menos) lo improbable, incluso lo increíble. La primera lección histórica de 1949, es que la revolución es un «posible» que puede efectivamente realizarse.

La China del siglo XX conoció más de una «encrucijada histórica» concluida en derrotas (1927-1934) o victorias (1949). ¿Se dibujó de nuevo una «encrucijada» así poco después de la fundación del nuevo régimen y la muerte de Stalin en 1953, que habría permitido a la nueva sociedad de transición seguir un curso más democrático (dando un contenido popular a este término)? Evidentemente es difícil de demostrar. Pero no hay necesidad de responder para plantear la cuestión.

Sin embargo la partida no se jugaba sólo en China. Se jugaba también en Europa del Este.

Se toca aquí una cuestión que no he trabajado nunca: la circulación de las ideas (más allá de los círculos dirigentes) en el seno del mal llamado «campo socialista» durante los años 1950. ¿Cómo se influenciaron los combates democráticos y populares de un extremo a otro de este bloque geopolítico heterogéneo? ¿Cómo sus dinámicas habrían podido ser afectadas y sus oportunidades de éxito reforzadas, particularmente por una recuperación más precoz de las luchas de la juventud y del movimiento obrero en Europa occidental? Pues se vuelve siempre a lo mismo: el futuro de las revoluciones -de Rusia a Cuba pasando por China y Vietnam- se jugaba también en parte en los grandes centros imperialistas (y recíprocamente, evidentemente).

En las condiciones mundiales de los años 1980, la contrarrevolución burocrática fue el preludio de la contrarrevolución burguesa. No era necesariamente el caso. En otras correlaciones de fuerzas mundiales, habría podido ceder frente a una renovación de las luchas socialistas o, quizá, dar nacimiento a una figura histórica aún impensada.

Ayer, hoy, mañana…

La contrarrevolución ha tomado pues la forma de un paso controlado a un capitalismo medio estatal, medio privado. Un proceso facilitado en China por una alianza entre sectores de la burocracia y el poderoso capital chino transnacional establecido fuera de la República Popular, en Hong Kong o en Taiwan y en numerosos lugares del mundo. El PCC favorece las inversiones de los expatriados y acoge en su seno grandes capitalistas. Recíprocamente, este partido aparece a ojos del capital chino transnacional como el único capaz de mantener el orden social y de garantizar la unidad de un país que continúa amenazado de división.

Para triunfar, la contrarrevolución burguesa ha debido deshacer todo aquello a lo que la revolución había dado nacimiento. Una conmoción social hacia atrás se ha emprendido, tan radical como la que había sucedido a la revolución de 1949. El sector económico de Estado ha sido en parte desmantelado, privatizado o gestionado según criterios capitalistas. Una nueva clase de empresarios ha nacido, formada por burócratas convertidos al enriquecimiento personal, aliados al capital chino transnacional. La antigua clase obrera con estatus protegido ha sido metódicamente desintegrada para dejar lugar, por una parte, a una capa de técnicos y obreros cualificados y, por otra parte, a un joven proletariado inestable salido del éxodo rural, a menudo privado de derechos.

Tras haber disfrutado temporalmente de la «descolectivización» iniciada a comienzo de los años 1980, el campesinado chino se ve amenazado por los mismos procesos de desposesión que los demás países del «Tercer Mundo». Las desigualdades sociales estallan. Los pobres son de nuevo ignorados; los ricos están de moda. PCC no quiere decir ya Partido Comunista Chino, sino ¡Partido Capitalista Chino! Representa -no sin contradicciones- las aspiraciones de las nuevas élites.

Ironía de la historia, el capitalismo chino saca hoy los beneficios de la radicalidad de la revolución de 1949. Sin ella, el país habría pasado a la dependencia política y económica exclusiva del Japón o, más probablemente, habría caído bajo el dominio del imperialismo de Estados Unidos. Sin ella también, como en muchos países del «Tercer Mundo», el capital habría tenido muchas dificultades para liberarse de las trabas de las relaciones sociales tradicionales en el mundo rural y del peso de la gentry. El capitalismo chino ha recibido así una segunda oportunidad.

Pero el recuerdo de la revolución podría mañana servir de fermento político a las resistencias sociales contra el ascenso de las desigualdades y de la precariedad.

Pierre Rousset es el editor de la web www.europe-solidaire.org

Traducción de Alberto Nadal para Viento Sur, http://www.vientosur.info/

Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=2997

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