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A propósito de la Exposición Universal de Shanghai

Señas de identidad de la tradición de los comunes

Fuentes: Rebelión

En su breve nota de Público del pasado miércoles [1], Luis Matías López señalaba que para «el liderazgo comunista», esa era la expresión elegida, del país más poblado del planeta, la Exposición Universal de Shanghai era una oportunidad única. Se trataba de mostrar al mundo que China es la superpotencia del futuro. La mercadotecnia, prosigue […]


En su breve nota de Público del pasado miércoles [1], Luis Matías López señalaba que para «el liderazgo comunista», esa era la expresión elegida, del país más poblado del planeta, la Exposición Universal de Shanghai era una oportunidad única. Se trataba de mostrar al mundo que China es la superpotencia del futuro. La mercadotecnia, prosigue Matías López, se ha llevado al límite con inversiones que doblan las de las Olimpíadas de Pekín. El tamaño de la Exposición triplica el de la Expo de Aichi (Japón).

El lema de la Exposición es «Mejor ciudad, mejor vida». En su opinión, y con toda razón, resulta paradójico: para hacer hueco a la muestra se ha desalojado a 50 mil personas, y se está haciendo otro tanto, añade el periodista de Público, para la futura Disneylandia.

Luis Matías López describe a continuación la China de la primera década del XXI en los términos siguientes: China es una potencia nuclear que botará su primer portaaviones este año, el mismo año en que se va a convertir en la segunda economía del planeta. El PIB de China ha crecido un 11,9% durante el primer trimestre de 2010. China proyecta enviar un hombre a la Luna y cuenta con un puesto fijo en el Consejo de Seguridad de la ONU. China, sabido es, «tiene en su mano la estabilidad financiera mundial por sus enormes reservas de divisas y la compra masiva de bonos norteamericanos». China, que es la gran potencia del BRIC, aspira a la bipolaridad de un G-2, como transición, como simple transición hacia una hegemonía no compartida que confía en alcanzar a mediados del siglo XXI.

Su fórmula, añade Matías López, «de comunismo político y capitalismo económico (…) tiene un éxito que encubre múltiples carencias». ¿Qué carencias? Las siguientes: escasos avances hacia la democracia, represión de disidentes y nacionalistas, abuso en la aplicación de la política del hijo único, corrupción rampante, desigualdades sociales que se ceban en sanidad y educación, contrastes salvajes interior-costa y campo-ciudad. Problemas muy graves, apunta, «que se denuncian desde un Occidente que no se atreve a ir más lejos».

Dejo este último paso sobre las limitadas denuncias de un «Occidente» que critica a China por la corrupción, los escasos avances hacia la democracia y las desigualdades sociales para otra ocasión, pero vale la pena insistir en un nudo del comentario. Como el sistema sociopolítico chino es visto por Matías López como una combinación de comunismo político y capitalismo económico, y los vértices de este segundo ya han sido descritos anteriormente, parece poder inferirse que las denuncias sobre desigualdades, corrupción, abusos en política demográficas, escasos avances democráticos, contrastes ciudad-campo, tienen que ver con el otro punto de apoyo del sistema chino: el comunismo político.

Y lo que hay que decir sobre este punto es básico pero esencial: no hay nada en la tradición de los iguales, en la tradición de los comunes, en la sal de la tierra de la tradición comunista revolucionaria, que abone corrupciones, desigualdades abismales, persecución de críticos, patriotismo exacerbado ni explotación aléfica de las clases trabajadoras. El comunismo no tiene nada que ver con todo eso. Sus señas de identidad son otras. Más incluso: sin negar lados oscuros, errores y desvaríos en la historia del maoísmo, nada abona un sendero de capitalismo salvaje que genera multimillonarios y pobreza en el otro extremo que recuerda casi al detalle los inicios y desarrollos posteriores de la esquilmación cruenta de las clases empobrecidas aquí en Occidente.

La que se llamó banda de los cuatro fue derrotada. No digo que sus finalidades fueran un horizonte de ensoñación. Pero visto lo visto, acaso su tenaz lucha, y su posterior derrota, cobren sentido y racionalidad políticas.

El nombre en general no hace la cosa y el «comunista» del Partido Comunista Chino no hace que su política efectiva tenga que ver, sin dejar de reconocer vértices que le diferencian a su favor de Imperios desalmados en temas de política exterior y acuerdos económicos, con una tradición que aspiraba y sigue aspirando, tenaz y pacientemente, a «una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo» [2].

Notas:

[1] Luis Matías López, «China saca pecho en Shanghai», Público, 19 de mayo de 2010, p. 6.

[2] «Carta de la redacción», mientras tanto, nº 1, 1979, página 6.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.